Viernes
14 / Ana Ares
Carmen Bermejo y Ana Ares (Foto: Paco Moral) |
Vestida
en negro frágil y diadema, desnuda frente al hálito del desafío, apareció la
poeta Ana Ares para lanzar su nuevo libro, City (Vitruvio,
2020). Se quiso exenta, sin confusiones, presentada sólo por su voz, no por
otras ajenas. Dijo, leyó, dejó. Dejó en nosotros un texto preciso y libre sobre
su voluntad escribidora y sus afanes de vida, tintado de una sinceridad pocas
veces vista en estos aconteceres. Nada discurrió durante la tarde del viernes
14 sin temblor en la antigua Casa de Fieras del Retiro. Incluso las palabras
del editor fueron aseadas. De negro también, floreada y libre, Carmen
Bermejo. Que acudió a la llamada para subrayar tras Ana la lectura de los
poemas. Dos mujeres en pie, dos mujeres vanguardia para contar una ciudad,
Madrid y/o, en sus calles y noches, en sus parques travesti, en sus heridas
lluvias. Y sin mentirse. Una ciudad que busca y es buscada. Ana Ares es
manantial inconfundible, nada en tinta y papel que no haya sido vivido,
soportado o arrastrado por los aires del anhelo. Frenéticos los poemas de la
primera hornada, pero fue el que cierra la segunda parte, situado en Paris, el
que eligieron las maderas del techo para que lo trajera al blog. Así lo cumplo. Envuelto
con él volví. Madrid me pareció más mío.
Lunes
16 / Chamán, Cerezal, Pilar y Corraliza.
Nicolás Corraliza, Pablo Cerezal, Pedro Gascón y Pilar Blanco Díaz (Foto: Álvaro Hernando) |
Suele el Comercial atender a lo necesario. Escaparate de lo que debe, en esta
ocasión estuvo a abierto a una editorial pequeña y fuerte. Chamán, de Albacete.
Sí, de Albacete. Es su responsable Pedro Gascón, poeta, librero que
fue, gente decidida ahora y de común sentido. Va elaborando con decisión y
prudencia –o tempora, o mores– un catálogo a tener en cuenta. Y vino para
acompañar a tres de sus autores. O viceversa. Estuvo Pablo Cerezal, que
dijo textos de su boliviano Breve historia del circo, donde la
poesía y la descripción sociológica se aman y multiplican. Estuvo Pilar
Blanco Díaz, que mientras leía de su libro anterior tenía el corazón puesto
en el siguiente, para nuestro doble beneficio, lo conocido y lo por conocer. De
su próximo libro traigo el poema Mujeres, que ya ha aparecido en su
blog. Estuvo Nicolás Corraliza, que se tilda de tardío en vocaciones, y
que es dueño de unos poemas cortos y contundentes. Dijo en perfecto contrapunto.
Dijo con el sonar metálico que tiene la poesía cuando se acera y saja, algo que
en él es cualidad.
El coloquio final no añadió gran cosa a las cotidianas
quejas de los actuales editores y libreros, a los cuales, bien sé, tiene Dios reservado sitio
a su diestra.
Muerte en Paris
Recorrimos
las calles de Paris
a
la desesperada.
Fingíamos
buscar
para
darle un motivo
que
llevarse a la boca
a
la desidia.
Pero
cada paseo
moría
en la certeza de esa falta.
El
amor, aquel fruto
prestante
de dulzura
al
borde mismo de la putrefacción.
Reconocimos
juntos la aflicción
y
la ausencia en la punta de la lengua.
La
liberté después
tenía
cara de puta.
Los
Inválidos eran sarcófagos vacíos.
La
torre un pararrayos.
Mas
no nos atrevimos a decirlo,
que
jodan a París…
A
la orilla del Sena
tan
sólo fui capaz de sentir frío
y
al trasluz te volviste
definitivamente
transparente.
Los
amantes
se perdieron.
Allí
los enterramos
Mujeres
Soy
las dos Fridas, la del dolor y la de la fuerza.
La
que bombea sangre roja.
La
que vio su sangre precipitarse por las laderas
de la terca pirámide del amor.
La
vueltabajo en su llaga,
la
del secreto a labios. Las dos soy.
Y
Emily en su jardín de flores turbias,
clara
y lunar, amapola amarga de la transparencia.
Y
esa Virginia de los ojos de avellana
y
la que arroja el rayo
y
la que mueve el agua con su cuerpo dormido.
Esa
Ana con la aguja de la nieve sobre el corazón yerto,
Rosalía
lloviendo musgo y piedra mientras oye
las campanas del ya nunca,
mientras
amasa la sombra negra de la nostalgia
y todos sus acasos.
Anne
embarcada en sus bahías blancas,
y
los ojos de Carson
y
la sal en los pulmones de Alfonsina.
En
mí el cuchillo de la herida de Alejandra,
la
mordedura de cadmio, la pólvora sobre la lengua
y su desierto químico.
Y
la desolación del abandono,
flor
ajada del hombre que pulveriza el pétalo
de la pasión de Sylvia.
Soy
las dos Fridas. Soy todas las mujeres que lloraron.
Cierro
mi pecho donde van sus palabras y se recogen
astros como maletas llenas,
como
albergues de sueños en una espera inútil.
Toda
la luz aquí, también la luz cobarde.
Toda
mi patria aquí, en su recinto líquido.
El
cauce de una lágrima que desbordó el poema.
Toda
la lluvia soy, el océano inverso en su estatura.
Agua
y habla cautivas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario