martes, 18 de febrero de 2020

Noticia de febrero en su mitad

          Febrero, en su mitad alado, ha ofrecido cierta brisa por las alacenas poéticas de la ciudad. Afortunadamente hemos podido ser testigos. Al tiempo que provocado por dos poemas. Tal vez no sea posible pedir más a un mes tan escondido tras las puertas, tan en disimulo y sosca como es febrero. Por muy bisiesto que quiera mostrarse.

Viernes 14  / Ana Ares

Carmen Bermejo y Ana Ares
(Foto: Paco Moral)
   
  Vestida en negro frágil y diadema, desnuda frente al hálito del desafío, apareció la poeta Ana Ares para lanzar su nuevo libro, City (Vitruvio, 2020). Se quiso exenta, sin confusiones, presentada sólo por su voz, no por otras ajenas. Dijo, leyó, dejó. Dejó en nosotros un texto preciso y libre sobre su voluntad escribidora y sus afanes de vida, tintado de una sinceridad pocas veces vista en estos aconteceres. Nada discurrió durante la tarde del viernes 14 sin temblor en la antigua Casa de Fieras del Retiro. Incluso las palabras del editor fueron aseadas. De negro también, floreada y libre, Carmen Bermejo. Que acudió a la llamada para subrayar tras Ana la lectura de los poemas. Dos mujeres en pie, dos mujeres vanguardia para contar una ciudad, Madrid y/o, en sus calles y noches, en sus parques travesti, en sus heridas lluvias. Y sin mentirse. Una ciudad que busca y es buscada. Ana Ares es manantial inconfundible, nada en tinta y papel que no haya sido vivido, soportado o arrastrado por los aires del anhelo. Frenéticos los poemas de la primera hornada, pero fue el que cierra la segunda parte, situado en Paris, el que eligieron las maderas del techo para que lo trajera al blog. Así lo cumplo. Envuelto con él volví. Madrid me pareció más mío.

Lunes 16 / Chamán, Cerezal, Pilar y Corraliza.

Nicolás Corraliza, Pablo Cerezal, Pedro Gascón y Pilar Blanco Díaz
(Foto: Álvaro Hernando)
   Suele el Comercial atender a lo necesario. Escaparate de lo que debe, en esta ocasión estuvo a abierto a una editorial pequeña y fuerte. Chamán, de Albacete. Sí, de Albacete. Es su responsable Pedro Gascón, poeta, librero que fue, gente decidida ahora y de común sentido. Va elaborando con decisión y prudencia –o tempora, o mores– un catálogo a tener en cuenta. Y vino para acompañar a tres de sus autores. O viceversa. Estuvo Pablo Cerezal, que dijo textos de su boliviano Breve historia del circo, donde la poesía y la descripción sociológica se aman y multiplican. Estuvo Pilar Blanco Díaz, que mientras leía de su libro anterior tenía el corazón puesto en el siguiente, para nuestro doble beneficio, lo conocido y lo por conocer. De su próximo libro traigo el poema Mujeres, que ya ha aparecido en su blog. Estuvo Nicolás Corraliza, que se tilda de tardío en vocaciones, y que es dueño de unos poemas cortos y contundentes. Dijo en perfecto contrapunto. Dijo con el sonar metálico que tiene la poesía cuando se acera y saja, algo que en él es cualidad. 
El coloquio final no añadió gran cosa a las cotidianas quejas de los actuales editores y libreros, a los cuales, bien sé, tiene Dios reservado sitio a su diestra.
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Muerte en Paris

Recorrimos las calles de Paris
a la desesperada.
Fingíamos buscar
para darle un motivo
que llevarse a la boca
a la desidia.

Pero cada paseo
moría en la certeza de esa falta.
El amor, aquel fruto
prestante de dulzura
al borde mismo de la putrefacción.

Reconocimos juntos la aflicción
y la ausencia en la punta de la lengua.

La liberté después
tenía cara de puta.
Los Inválidos eran sarcófagos vacíos.
La torre un pararrayos.
Mas no nos atrevimos a decirlo,
que jodan a París

A la orilla del Sena
tan sólo fui capaz de sentir frío
y al trasluz te volviste
definitivamente transparente.

Los amantes 
                           se perdieron.
Allí los enterramos
                                                  (Ana Ares)
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Mujeres

Soy las dos Fridas, la del dolor y la de la fuerza.
La que bombea sangre roja.
La que vio su sangre precipitarse por las laderas 
      de la terca pirámide del amor.
La vueltabajo en su llaga,
la del secreto a labios. Las dos soy.
Y Emily en su jardín de flores turbias,
clara y lunar, amapola amarga de la transparencia.
Y esa Virginia de los ojos de avellana
y la que arroja el rayo
y la que mueve el agua con su cuerpo dormido.
Esa Ana con la aguja de la nieve sobre el corazón yerto,
Rosalía lloviendo musgo y piedra mientras oye 
       las campanas del ya nunca,
mientras amasa la sombra negra de la nostalgia 
       y todos sus acasos.
Anne embarcada en sus bahías blancas,
y los ojos de Carson
y la sal en los pulmones de Alfonsina.
En mí el cuchillo de la herida de Alejandra,
la mordedura de cadmio, la pólvora sobre la lengua 
        y su desierto químico.
Y la desolación del abandono,
flor ajada del hombre que pulveriza el pétalo 
        de la pasión de Sylvia.
Soy las dos Fridas. Soy todas las mujeres que lloraron.
Cierro mi pecho donde van sus palabras y se recogen 
         astros como maletas llenas,
como albergues de sueños en una espera inútil.
Toda la luz aquí, también la luz cobarde.
Toda mi patria aquí, en su recinto líquido.
El cauce de una lágrima que desbordó el poema.
Toda la lluvia soy, el océano inverso en su estatura.
Agua y habla cautivas.
                                                       (Pilar Blanco Díaz)

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