De
no usar el tiempo,
han
nacido en las losas
que
forman la escalera
mares
de líquenes.
Contemplo
la sorpresa,
su
menudo decir y su sosiego
atrevidos,
tenaces, han logrado
crecer
en la humildad de la caliza,
viven.
Un
caracol de sombras
los
vela compasivo,
tal
vez su voz recorra cada tarde
tanto
existir sereno, el minúsculo
amparo
que la piedra
parece
permitirles.
Me
he negado a pisarlos
no
seré yo quien hiera su miniada
levedad
de colores,
su
luz raíz, en donde no distingo
ni
baldíos reclamos
ni
renuncias.
Mi
casa recobrada,
mis
hierbas minerales, la conciencia.
6 comentarios:
Es un poema con alma y detenimiento en esas cosas que casi nadie ve, ni se detiene. Me gusta. Es hermoso. Hay belleza en lo que veo con la mirada del alma.
Son ciertos los líquenes, Natividad. Están en mi casa manchega. Es fácil escribirlos, porque provocan.
Hermoso poema, Paco: se ve bien, como explicas, que nace de una atenta contemplación para poder sonar así, luego, desde dentro. Esos versos encabalgados: «no seré yo quien hiera su miniada / levedad de colores», me parecen de una precisión extraordinaria. Noraboa.
los líquenes son delicados mundos en miniatura. me parecen una exaltación de la belleza, Alfredo. Un abrazo.
Hermoso poema, Paco. La naturaleza, como estos líquenbes delicados, que nos aborda y nos contempla a su vez a nosotros. Un abrazo grande
Javier
Un abrazo, Javier. Ayer me sonó bien mientras lo leía.
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