lunes, 14 de diciembre de 2015

Arañando los últimos


      Terminaremos por convertir diciembre en un mes inútil. No sólo laboralmente sino también para el ajetreo poético. Entre puentes a revisar –Constitución e Inmaculada dicen que huelen moribundos– y la alegría comercial de las Navidades, la cosa se queda en nada. Apenas si 10 días, del 9 al 18, por lo que todo se presenta apretadito. Estuvo por aquí el maestro Eloy S. Rosillo, en la Alberti. Cada vez más reconocido como el espejo de la claridad aparente. Álvaro Valverde habla de esas aguas cristalinas (de esos versos cristalinos y en calma) que nos engañan sobre la profundidad del fondo en que muestran y guardan las cosas. Lo presentó Andrés Trapiello. Me perdí saber en directo cómo se consultan y corrigen versos mutuamente, y escucharle leer con pausa una buena cantidad de poemas. También oírle cómo animaba a los asistentes a participar en el coloquio y cómo uno de ellos le agradeció que trabajara (como poeta se entiende) para nosotros. Por allí estuvo Eduardo Merino, poeta y lector. Y José Luis Morante, poeta y antólogo de Eloy.

Miércoles 9. Paco G. Marquina

Marquina mostrando la escarapela
Foto: Cecilia García Baena
      En Trovador, la renovada sala que ahora gestionan Raúl y Fabián. Sigue siendo sede de la tertulia Prometeo coordinada por Ángela Reyes, que en esta ocasión apostó por un lector único y por la ausencia de los sobados poemitas navideños. La cosa iba en serio. Y es que García Marquina, Paco Marquina, el especialista en Cela –sabemos que anda ajetreado con la biografía de Camilo- es un peso pesado de la poesía española. Dueño de una obra longa y firme. Y amo de un sentido del humor tan sigiloso que suele envolver, aprisionar, al personal sin ser apenas notado. Es cosa de elegancia. Leyó con voluntad de estilo, como en un autoexamen, una selección sorprendente de poemas. Digo sorprendente porque escarbó en los baúles de los enamoramientos, de los ensañamientos, de los tiempos en que la mirada y la acción se convertían en tigres. Los oyentes, que casi llenaban el anfiteatro, se lo agradecieron. En especial Elvira Daudet, Carmen Rubio y JL Morales que ocupaban la primera fila. Poco a poco fue acercándose al prado de los sonetos, a los alrededores de la sonrisa, a los pozos de su sabiduría. Hondos. Honda. Poemas dejados por el aire a lo balduendo, como en desgaire, que semejaban bombas de racimo. La voz le fue creciendo hasta un soneto final esplendoroso. Y muy aplaudido. Tanto que, y esto fue sorpresa, al levantarse para el saludo final le había crecido en el pecho la escarapela verde de la gratitud. La cual mostró orgulloso a petición del público. Lectura, ya pueden suponer, que reconcilió a la clientela con los vinos que siguieron. Porque siguió comentándose. Que se repita.   

Viernes 11. Rafa Mora

López Azorín y Rafa Mora
      En la librería Lé (Castellana 154), que mantiene una decorosa sección de poesía. Allí adquirimos Barbarie de Andés G. Celdrán. Editado por Adonáis. Editorial de referencia, pero en retirada, como Hiperión. Ya no apuestan, Sólo o casi sólo publican premios. Una lástima. Todo lo contrario que Eirene, pequeña y con fiereza. Que mana con el empuje de Chelo Altable, su promotora. Hace poco editaron un precisa antología de Antonio Hernández bajo el título Distancia que regresa, y de la que ofreceremos noticia. El viernes se trataba de presentar el primer poemario de Rafa Mora por parte de Manuel López Azorín, responsable de la sección de poesía. El poemario de Rafa se titula Naturaleza urbana, y según se dijo forma parte de una preocupación pretérita del autor: la ciudad es un libro que se anda con los pies. Preocupación, se dijo luego, que ya va por otros barrios y estéticas, pero que consideraban necesario hacerla pública. Lleno a rebosar en la librería. Apenas si pudimos escuchar el primer poema leído por el autor –debíamos ausentarnos– no sin observar como Alberto Ávila, Ana Montojo y Julio Santiago seguían el resto de la lectura. Rafa Mora forma con Moncho Otero un dúo musical conocidísimo en los ambientes literarios de Madrid. Suelen musicar poemas de diversos autores y mantienen mensualmente, en Libertad 8 y bajo el título de Versos sobre el pentagrama, un acto al que acostumbran a invitar, para intercalarle recitando entre sus canciones, a un poeta con gancho de la nuit poética.


Viernes 11. Blas Muñoz 

Rafael Soler y Blas Muñoz.
Foto: Vitruvio
      El 27, Castellana abajo, nos traslado casi a Colón. Muy cerca, en el Centro Riojano, Rafael Soler presentaba la antología de Blas Muñoz Pizarro que, bajo el título De la luz al olvido, ha editado Vitruvio sobre la obra del valenciano. Queríamos estar por el autor. Y por el presentador, uno de los pocos que a más de marcar los tiempos –para, templa, manda– suele combinar generosidad y justicia en sus análisis. Rafa Soler se ha convertido en un puente necesario entre lo valenciano y lo madrileño en los afanes que preocupan al mundillo. Imprescindible, dicen algunos. Llegamos cuando ya leía el autor. Voz ronca, tomada, que añadía un toque de trascendencia. Blas ha sido un poeta intermitente. A la manera de un Halley. Tras una aparición fugaz y luminosa a principios de los 70, se alejo para volver a la fiebre hace ya unos 10 años. Una década, esta última, fructífera en actividad, en escritura, en creación de mundos. Respetó el orden cronológico para la lectura de sus poemas, el mismo que guarda la antología. Nos fue posible apreciar la evolución hacia una poesía cada vez más reflexiva, más nacida desde las emociones de la naturaleza, más íntima, más sencilla también. Preocupada siempre por la fugacidad, por la proximidad de la nada, por el necesario goce de la luz, de la vida. Y atenta a cuanto de pérdida se advierte en derredor. Al haz y al envés del olvido. Construida desde la sonoridad clásica pero sin someterse. Es autor excelente de sonetos. Sonetos de donde la rigidez se ausenta, donde apenas se observa su tentación de caja Y aunque no forma escuela, es posible observar en su obra el toque sensorial que baña a la poesía valenciana actual. Oriente a donde tantos miran. José Elgarresta, Alberto Infante, Alfonso Berrocal, escucharon a nuestro lado. Pablo Méndez, el editor, dijo que esta fue la 80 y última presentación del año. No está nada mal. Luego, fue imposible no prolongar la tarde en el cercano Platea, lugar más que actual para dejarse ver y ser visto.

2 comentarios:

JOSÉ LUIS MORANTE dijo...

Me hubiese encantado encontrarte el día de Eloy Sánchez Rosillo en la Alberti; sé que disfrutas de la puesta en escena de la poesía y el poeta murciano siempre elige un tono íntimo, hecho de sentimiento, sembrando en los lectores la idea de que la emoción es la piedra de toque del poema. Un gran abrazo y feliz jornada.

fcaro dijo...

Por supuesto, José Luis, que me hubiera encantado, pero no poseo ese don afamado de estar en sitios distintos a iguales tiempos. Habrá ocasión, pero esta era estupenda. Seguro que disfrutaste porque tengo noticias de que disfrutaron todos. Buenos días y buen año, poeta.