El incansable divulgador de la cultura manchega impresa, Alfonso G. Calero, dice en un artículo reciente en ABC que el núcleo surgido en Albacete en los últimos años es una señal tan potente como renovadora en el hacer poético de la región. Por la calidad de su producción y por la seriedad con la que encaran sus entregas, tan auténticas como libres. Aparte del bien estructurado grupo que, alrededor de Frutos Soriano, cultiva el haiku, y junto al nombre de Andrés García Cerdán, que sirve de enlace con la generación anterior, aparecen con luz limpia en la isla urbana que es Albacete los actuales Antonio Rodríguez Jiménez (1978), Rubén Martín Díaz (1980) y Constantino Molina (1985). Estos dos últimos premios Adonais 2010 y 2014 respectivamente. Nombres llamados a la permanencia, y obras que nos exigen atención, imán de seguimiento. Sin duda que el faro no abatido de Barcarola (Juan Bravo y José M. Martínez Cano) sigue excitando.
Ha llegado a
Mientras la luz, Arquitectura o sueño,
de Rubén Martín Díaz, editado por La isla
de Siltolá, que a la espera del próximo y ya anunciado Fracturas, supone un territorio
abierto para la exploración. El gimferriano título ya indica que nos movemos
por ese espejo en penumbra que supone la ficción de la realidad o la
materialización del sueño, en ese vuelo en curva que mueve sus alas desde la
visión y el tacto a lo ingrávidamente reflexivo. Entre la belleza de la piedra
y el dolor moral, entre el recuerdo como necesidad y la provocación de cuanto
se contempla. De lo lejano a lo vivo: de lo vivo a lo soñado. Son 50 textos de
prosa cuidadísima. Con el esmero preciso, con la exactitud para que sea
prosa, para que sea poesía, ambas en puridad, separadas y al tiempo. Inmersas
en su esencia. No es fácil -y Rubén lo consigue- salir del extendido autoengaño:
unos aprosan sus poemas ya confeccionados en busca de modernidades, otros llenan
de heptas y endecas sus prosas para que parezcan poéticas. Aquí hay 50 textos
limpios y escritos con las punzantes urgencias de la necesidad y el riesgo,
algo que se palpa en cada uno de ellos y que hablan del rigor formal del poeta. El mismo poeta que con El minuto
interior dio el aldabonazo preciso para levantar al Adonais de la
confusión que le arrastra por el adoquinado del tercer milenio.
Dotado todo él de un
color ligeramente culturalista, como si al poeta le fuera necesario sacudirse
el barniz celebrativo y naturalista con que algunos pretende fijarlo, en Arquitectura o sueño los textos
provienen fundamentalmente de los repetidos golpes que sus ojos-conciencia
reciben sin piedad de las piedras, las aguas y la luz parisina. Mas no es ese
el único manantial. A ese viajero perturbado por la belleza histórica, por lo
cementerios de París, por sus parques y gárgolas, por sus puentes, afluyen los
arroyos de lecturas pasadas, la persistencia de fragmentos de Valente o Juarroz,
incitaciones estéticas y/o vitales, la necesidad de la creación como instrumento
para ordenar el mundo. Y todo sin que el hombre poeta pierda nunca la voluntad
antigua y salvadora de ser lluvia, noche, viento, objeto con las cosas, vida
que le observa. Suelo sobre el que sostenerse. El poeta y la realidad
participan de la misma aspiración: ambos se ofrecen para comprender, para
comprenderse y ser comprendidos. Para ser instante con Matisse, con Gutiérrez
Román y con Satriani. Arquitectura y sueño no es un libro de
viajes, no es un dietario. Ni camino ni notas: es la escritura.
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Amanece
Amanece bajo un frío metálico. La ciudad se templa con el paso de las gentes y lo coches por las calles y el aire se cuaja de símbolos terribles, pero bellos. Esta mañana he guardado en la retina el vuelo secreto de las aves nocturnas. Parece que el sueño nunca deja de ocurrir, que es presente continuo en lo real de un pasado perpetuo en la ficción, Pero ¿acaso la vida no obedece siempre a esta mecánica? ¿Dónde acaba el sueño y da comienzo la arquitectura que obra el día y su lucidez? ¿Dónde el alma o el cuerpo, la razón y la palabra, lo ficticio y lo real? Para que exista el objeto material deberá existir también el vacío que lo niega. Fusión de los contrarios, lo llaman. Yo, por lo tanto, estoy adentro del sueño, que es afuera. Y, simplemente, sucedo.
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Amanece
Amanece bajo un frío metálico. La ciudad se templa con el paso de las gentes y lo coches por las calles y el aire se cuaja de símbolos terribles, pero bellos. Esta mañana he guardado en la retina el vuelo secreto de las aves nocturnas. Parece que el sueño nunca deja de ocurrir, que es presente continuo en lo real de un pasado perpetuo en la ficción, Pero ¿acaso la vida no obedece siempre a esta mecánica? ¿Dónde acaba el sueño y da comienzo la arquitectura que obra el día y su lucidez? ¿Dónde el alma o el cuerpo, la razón y la palabra, lo ficticio y lo real? Para que exista el objeto material deberá existir también el vacío que lo niega. Fusión de los contrarios, lo llaman. Yo, por lo tanto, estoy adentro del sueño, que es afuera. Y, simplemente, sucedo.