Hay veces que las semillas
llegan para quedarse, también la poesía. Es preciso que encuentren un suelo
húmedo y fértil, un pecho y una voz abiertos al asombro. Hay veces en que el
tiempo hace posible el milagro de la encina, de la obra bien hecha. Tal es el
caso de Nicolás del Hierro, poeta que presenta en estos días su obra, su poesía
reunida y seleccionada, justo a los 50 años de la aparición de su primer libro,
“Profecías de la guerra”. Será en Piedrabuena, su pueblo natal, hoy, viernes, 12 de octubre y posteriormente en Toledo, en la Biblioteca Regional,
el lunes día 22.
Hay veces en que la poesía se
siente habitada cuando habita y es entonces cuando el poeta necesita contar el
diálogo que se establece, la convivencia del autor con su obra. Tal es el
argumento, tan rotundo como sencillo, que el lector puede encontrar a lo largo
de las 600 páginas que componen El color de la tinta (Vitruvio, 2012), y que
ya nutre nuestras librerías. Ha querido el poeta mostrar en él las líneas
argumentales de su hacer, lo que le importa que permanezca. A los libros ya publicados que recoge, se
añaden dos nuevas entregas, “Desde mis soledades” y la que da título al conjunto,
“El color de la tinta”.
Escribir es siempre una
confrontación dialéctica, tras la cual el creador se trasforma en conductor de
intenciones contrapuestas. Fue Cernuda quien habló del deseo y la realidad. A
lo largo del camino poético de Nicolás del Hierro es posible encontrar
múltiples provocaciones, intereses que han ido necesariamente variando, pero
también una línea argumental que ha sostenido y sostiene su obra. Tal línea no
es otra que su compromiso con el hombre, con los hombres, con el nunca resuelto
problema del hombre entre los hombres. Ese concilio casi imposible de
intereses, esa amalgama de solidaridad y egoísmo que es el hombre, tanto si lo
tomamos como individuo o como cuerpo social, ha impregnado el diálogo poético
del autor con su obra. Lo que la llena de coherencia y solidez.
En El color de la tinta es
posible observar las diversas etapas de su escritura, sus instantes de fiebre.
Pedro A. González Moreno, en un estudio primoroso que sirve de prólogo, las
explicita y analiza con la exquisitez que suele, lo que nos libra a los demás
de tal labor. Pero es preciso decir que este libro era necesario, muy
necesario. Hay una generación poética manchega, de enorme valía para la poesía
española, que surgida alrededor de los años sesenta ha desarrollado una obra de
valor considerable: Mena Cantero, Valentín Arteaga, Beño Galiana… son otros
nombres, generación que precisa de estas ediciones para poder ser conocidos y
estudiados en profundidad. Nicolás del Hierro, aún en plena vigencia creativa,
ha tenido el tiempo, la paciencia generosa y la voluntad de reunir aquí, para
la luz, y en muy cuidada edición, sus 14 poemarios.
Por los primeros libros
recogidos en “El color de la tinta” desfilan ansiedades, susurros y gritos,
demandas de paz y justicia, también el rumor de la desolación frente a la
imposibilidad de la utopía. Luego se hará patente su preocupación por el
lenguaje como núcleo esencial de su hacer y el latigazo del amor como estímulo
creativo, de ahí surgirán Lejana presencia y Muchacha del sur, dos de sus
mejores entregas. En los tres poemarios que aparecen al filo del cambio de
siglo, el poeta se verá provocado por el paisaje de su tierra y de su infancia,
por la pureza del origen, por el decir de las pequeñas cosas. También por el
sosiego en la mirada. Pero será en los dos nuevos poemarios, testigos del
tiempo último, donde la dialéctica entre obra y autor, entre poesía y poeta,
alcance la altura del interrogatorio, de la duda, de la tiniebla de las
preguntas, de los laberintos de las respuestas, de los enigmas como futuro.
Hay veces que las semillas
llegan para quedarse, para fructificar, para levantar el árbol de nubes que
habrá de alimentarnos. Y hay veces que al aventar la poesía, la poesía encuentra entre el azul un pecho y una voz insobornables,
como los de Nicolás del Hierro. Y se queda, voluntariosa y tenaz. Y dialoga a
lo largo de 50 años. Sin deserciones. Y crece. Y produce frutos hermosos, como
este libro.
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