Puede suceder. Son los riesgos del directo y de la vanidad. Son tantas las lecturas que en algunas alguien puede reventar. Tal parece que sucedió en una a la que no asistí. Uno de los presentes en aquella tertulia, me contó el sucedido. Como le sé aficionadillo a las medidas y con cierta carga de mala leche, le rogué que me lo dijera en verso.
El jefe no quería que lo publicásemos porque dice que serían muchos los aludidos, a más que, conocido el hecho, pudiera repetirse, hacerse moda. También dice que solemos ser respetuosos con los nombrados. Conseguí convencerlo cambiando el nombre del sujeto por la expresión el gran poeta.
La cosa parece que sucedió así.
Se oía el gran poeta, la voz grave,
otra lectura más y él (complaciente
con el vulgo modesto, con las gentes
cuyos gustos soborna y hombre suave)
leía con piedad, como el que sabe
perdonar auditorios; los oyentes
repetidos, pero él (algo inconsciente
cuando espera que el público lo alabe)
demoraba su fin: qué triste precio.
Porque antes que premiasen, ovejiles,
diez palmas su leer, habló un paisano
que no era del aprisco, y habló recio:
cesen tus versos de alcanfor, pueriles,
poeta macramé, alzado enano.
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