miércoles, 16 de marzo de 2011

Mena Cantero. Alzar el azul


Francisco Mena Cantero  (Fotografía de Manuel R. Toribio)

Para alzar su azulísima locura. Tal vez con ese fin ha escrito Francisco Mena Cantero (1934) su último libro: Volver a Ciudad Real. Para alzar sus años de mediodía, para volver al añil antiguo que ceñía las cales, para mirar la enajenada herida de los cielos tan limpios de La Mancha. Solamente conociendo a Mena Cantero, a su poesía, es posible entender la identidad manchega de alguien que nace en Madrid y vive (desde 1971) en Sevilla. No conozco a su persona, pero lo conozco. A través de otros, a través de sus libros.

El viernes 18 de marzo presenta en Madrid el citado poemario. La Biblioteca de Autores Manchegos, que dirige José Luis Loarce, lo ha editado en su colección Ojo de Pez. Es un canto de origen. Al lugar donde la luz sorprendió su inocencia, al sol calizo de los muros de la ciudad pueblerina que era por entonces Ciudad Real, al sitio del amor y los primeros rezos, a las calles y a las tardes paseadas, a la toma de conciencia cristiana. Y no sólo. El poeta ha querido incorporar sus actuales preocupaciones: la nueva savia de la familia, la estatura del ciprés que advierte, el decir de la campana, el descanso, el azar y la bruma de los amigos. Pasado y presente en una voz que sabe de la inspiración y el trabajo callado, permanente. De Mena Cantero dice José María González Ortega “que es un apasionado de las palabras que no conocen el odio y saben perdonar”. Sea.



Patio con flores y fuente

Encuentro en mi diario los recuerdos
esparcidos y en paz, cuando la vida
era una eterna apoteosis.
                                                              Flores
alrededor del agua hacían
más puro el tiempo,
tierna la luz y transparente el patio.
Era nuestra presencia
enredadera loca que ascendía
a la elevada cúpula del aire.

Feble escarcha del limpio amanecer
que en líquido temblor se deshacía,
obligada a olvidar
sus horas de colegio, porque aquí, en este patio
que hoy traigo
con el fervor de una caricia,
el vuelo de la luz
encendió para siempre nuestras manos
creándonos el mundo,
hecho a imagen de nuestros propios sueños.
.

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