lunes, 15 de enero de 2024

Carta pública a y siete aforismos de Juanjo Martín Ramos

 


      Nadie es imprescindible, Juanjo, pero tú nos eres necesario, muy necesario. Digo “nos” incluyéndome en la nómina de escribidores que pululamos alrededor de la poesía en Madrid, que no madrileña. Tu nos sabes, nos escuchas, nos atiendes. Eres un hombre merecidamente popular. Y no solo en la Villa. Hace años, ayudado y alentado por algunos amigos, recuerdo especialmente a Ángel Rodríguez Abad, creaste una editorial, Polibea, aprovechando con audacia, y riego propio, una situación que así lo permitía. Y la creaste alentado por una intensa preocupación literaria e intelectual. Digo que, a más de exigente divulgador editorial, eres un magnífico creador, que no renuncia. Preocupado, desde la universidad, por la génesis y el desarrollo del Modernismo en España, diste a la tinta en Huerga&Fierro un estudio recopilatorio sobre el tema. Luego, tres novelas breves, arriesgadas, y una edición crítica del Valle-Inclán gnóstico y místico de La lámpara maravillosa. Añado que trabajé contigo para dar lugar a una plaquette deliciosa en honor a un amigo común, asunto que me permitió crecer en tu amistad, en el conocimiento de tu valía, en el saber de tus destrezas estéticas. Un lujo que hago público.

Todo esto para decir que nos has dado la alegría de romper tu timidez y publicar, por fin, obra tuya en el sello que diriges. Ha sido en la colección “el levitador”, donde –número ciento cuatro– ha aparecido Si no veo mi rostro, una selección de aforismos [152] que te retrata e identifica. No busco los libros de aforismos, lo confieso, pero leo los que me llegan, por eso lo compré, y leo con atención y gusto los que contienen, a mi criterio, auténticos aforismos. Un territorio tan dado a mixtificaciones y variantes como propenso a que la originalidad y la inteligencia acudan al desafío. Algo, esto último, que sucede en tu libro, Juanjo. “Si hablas solo, no esperes que nadie te conteste”, escribes. No hablas solo, por ello contesto. Nota primera: es un libro pulido, seleccionado, cernido con harnero. No sé si faltan, pero no sobra ninguno. Nota segunda: no es amplio, permite volver, releer, recordar, establecer conexiones entre las diversas líneas de pensamiento que lo conforman. No agota, tiende al apetito. Tercera: es posible conocer al autor. Son auténticos. Las dudas y las certezas conversan con esmero, y dicen de ti. Cuatro: no pretende deslumbrar, hacer escaparates de ocurrencias ni ofrecernos bravatas de ingenio. Y sin embargo nada hay vulgar ni suena a déjà vu. Quinta: está escrito para el lector, para provocar el diálogo, para incitar, para ser respondidos. No para ser en sí, para unirse a la moda y a la nómina. Sexto decir: Juanjo, sabes que hay tantos poetas, tantos aforistas, tantos ambos, que no merece la pena añadirse sin zurrón, sin algo que aportar. Tuviste dudas. Otros antes, los nombras, te dijeron avanti. Asunto que habla de tu consciencia, de tu conciencia. 

Siete: quiero que sepas que lo he disfrutado. El amor, la escritura, el tiempo y la vida, la fe de los agnósticos, lo aparente, lo ético y los miedos, la identidad…  el hombre (tan débil, tan creído).

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Todo amor es platónico, nos enamoramos de la sombra que el otro proyecta en la pared

*

El que se queda quieto, ya ha llegado.

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Todos pagamos por una deuda de la que no somos conscientes.

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En el amor siempre hay un cuerpo que se deteriora.

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Retirarse con la amargura de no dejar nada atrás.

Retirarse con la alegría de no dejar nada atrás.

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No sabría buscarme entre la multitud.

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Si no veo mi rostro ¿cómo sé que soy yo?

1 comentario:

Sergio Gaspar dijo...

Leyendo estos aforismos, entiendo más la editorial, su pasión literaria. En esta clase de editoriales, más que editoriales, hay editores. Los leeré.