miércoles, 8 de febrero de 2023

Carta pública a y dos poemas de: VICENTE BARBERÁ



        Querido Vicente, llevo dos o tres días –desde que lo recibí– con tu libro entre mis manos. Hablo de tu reciente antología Desde el andén, donde tus amigos del “Limonero de Homero” han hecho señal de amor seleccionando de entre tus poemas. Es una antología amplia que recoge más de un tercio de tu obra publicada. Apenas llevas diez años édito. Diez desde el momento en que explotó en ti la necesidad del lenguaje y la armonía, lo preciso de las emociones insurgentes, lo urgente de dejar testimonio de vida. Nos conocimos personalmente en Gilet, en aquellas jornadas poéticas. Recuerdo que lo primero que escuché de tus labios fue un soneto a tu madre ­¿el que ahora cierra el libro en contracubierta?­ Ya entonces me ganó tu capacidad para la simbiosis entre forma y fondo que tu decir mostraba. Hay contigo un pozo hermoso de dignidad humana, un faro de luz hacia lo fraterno. Has hecho muy bien dejándote llevar por tu vocación última de poeta. Algo sé de ello. Has hecho lo que mereces. Conozco casi toda tu obra escrita: el amor, los padres, la infancia, las lecturas, la Naturaleza, el dolor, la soledad. Conozco tu gusto por los sonetos, la delicadeza de tu verso. Pero no quiero dejar de decir que al mismo tiempo has realizado una enorme labor pública en tu entorno, en tu ciudad, en tu Valencia. Has dinamizado el Ateneo con ciclos poéticos, has formado grupos, has dirigido y diriges colecciones editoriales. Tengo en mis manos las 360 páginas de Desde el andén, con ese prólogo magnifico en afecto y análisis con la abre José Antonio Olmedo. Qué alegría ese puente entre generaciones. Desde aquel De amor y sombras que te inauguró entre nosotros hasta el Cuaderno de soledades postpandémico no has dejado de ser huertanamente fértil. Tienes la suerte de tener casa propia, sé de tu íntima relación con Olé Libros. Recuerdo ahora tu lectura de haikus en el Comercial, como recuerdo tu compañía fraterna y nocturna en la Valencia del otoño del 21 que mantengo “como un cuadro en mis recuerdos”, por decirlo con palabras tuyas. Tengo el libro en mis manos y tengo tu presencia, tu biografía. Escribes desde un yo personal y poético rotundo y desbordante, no precisas ese tamiz del tú autorreferencial, tan socorrido. Te hablas desde ti mismo para los demás, necesitas contar transparente. El aire que circula en tus poemas es diáfano y conmovedor. Cuentas la alegría y el fracaso del amor desde lo soñado y lo sufrido, y todo tiene el tinte exacto de la verdad, de la soledad sobrevenida. En todo la argentina sonoridad de un yo que canta –desde la tierra– a los corazones que amaron tu infancia, tu despertar, los olores del campo y de las rosas. “Cuando era niño/ como niño jugaba/ ahora no sé” dices en esos formales haikus que tu insometida subjetividad mudan en senryus. Eres poeta.


      Qué bien han hecho tus amigos –y tú dejándoles hacer– al levantarte esta magnífica antología. Todos somos palabras, viento al fin y al cabo, que el tiempo dispersará, pero seguimos con el sueño de permanencia intacto. Este libro te prolongará, amigo Vicente. Y a nosotros contigo. Escojo de sus poemas dos. Uno que suena a alfa, el otro a omega. En medio, la vida.

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Cangilones de alegre noria

Cangilones de alegre noria
que riega en el albor de cada día
los campos que con tanto amor labraste.
No fue baldío, padre, tu trabajo.
El granado en el lomo del bancal,
donde crece la hierba, hoy agreste,
me acerca tu silueta y me conforta.
 
Perdido entre las sombras de mi infancia,
amaneces borroso en mi memoria.
   Zurrón,
      pan de centeno,
         arenques fritos con pimiento,
            vino en la bota,
               aceite luna cielo,
                  ensalada,
                     campanas…:
melancolía que me acerca a tu presencia
por sobre las higueras y los pájaros,
el torpe caminar del negro escarabajo
con su sucio botín.


¡Ah, la luz reflejada en tu frente,
donde se funden el tiempo y la mirada!
Es una sinfonía interminable,
real e incomprensible al mismo tiempo,
cuando, por fin,
   ya vienes de lo oscuro
             a reír conmigo
en esta larga noche sigilosa,
    que es nada sobre nada
        si el viento deja de silbar
            y callan las campanas de la iglesia
para siempre.
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Cuando los amantes se devoran

 
Ahora, a estas horas de la noche,
en que, anhelantes, las parejas se aman
y, ansiosamente, se devoran,
¿qué hago yo aquí con este lápiz
rayando este papel,
 
tan solo,
 
tan triste,
 
tan estúpidamente abandonado?

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