martes, 4 de octubre de 2022

El papel de la memoria en Pedro A. González Moreno

Pedro A. González Moreno
(Foto de Rueda Villaverde en La Tribuna de Ciudad Real)
 

  La memoria, la buena memoria, debería ser un presentimiento de futuro más que un confuso depósito de pasados, y nada como la prosa del calzadeño Pedro A. González Moreno como lugar y sangre en donde confirmarlo. Pedro siempre ha preferido, frente al machadiano “palabra en el tiempo”, el crespiano “el tiempo en la palabra”. Hace años ya, en un ingenuo artículo en donde intentaba acercarme a su hacer poético, escribí algo así como que en su poesía “la memoria de la vida pasada precede siempre a lo vivido”, y que vivir es “contar la luz que la memoria desprende” mientras se anotan caricias y erosiones. En otros momentos, y a lo largo de barísticas conversaciones, hemos acordado que vivir es un ir perdiendo, con lentitud de bruma, el aroma de los momentos en que fuimos felices, aquellos en que la vida se nos ofrecía como posibilidad, como aventura sin bordes, que vivir es venir de la apuesta y la alegría del sueño adolescente, juvenil, a la contienda de los otros, a la disputa de caminos sin señales (a veces de vino y rosas, en otras de quemante basalto).

Siempre creí que el enorme poeta que es Pedro A. González Moreno se vería abocado a contar con precisión pausada, más allá de lo ya apuntado en bastantes de sus poemas (léase “El ruido de la savia”), la patria proletaria de su infancia, el paisaje de cerros de su adolescencia, las ropas y lecturas con las que atravesara el dintel del mundo –siempre en obras– de los adultos. Sabíamos que necesitaba decírnoslo y decírselo. Ponerlo en papel. Lo ha hecho, joven aún, mas sin urgencia, en “Contra tiempo y olvido”, volumen que Valentín Arteaga ha presentado recientemente y que ha sido editado por Almud, la animosa editorial manchega que dirige Alfonso González-Calero.

Las memorias, el libro, son un modelo de estilo y naturalidad. El escolar y el bachiller que fuera el poeta, el novelista que las escribe ahora, pasa por las calles y las horas de Calzada, todavía hoy, como si no hubiera otro paraíso. Un paraíso vallado en donde los aconteceres de un mundo, de un país tardofranquista en cambio acelerado, apenas enturbian los pasos necesarios y los atrevimientos. El año 70, sus diez años, del pasado siglo aparece de continuo por sus páginas como un ecuador de conciencia, como ese pasar la raya que va desde los imaginarios de la infancia a los fermentos de la pronta adolescencia. Y en esa levadura hierve la palabra, el gusto por la lectura, la tentación de lo escrito. Hay un arca en la cámara de su casa que le sirve de tabla salvadora, de ara en donde la escritura acude a visitarle desde los 13, 14 años. Junto a la evocación de una Calzada dormida frente al Cerro Convento y Salvatierra, las páginas recorren los rincones emocionales de la infancia: el kiosco verde de la plaza, la papelería de las primeras cuartillas, la bocina de la Semana Santa, la chiquillería de la calle Ancha, los abuelos y las casas, la transformación de los hábitos rurales: es el momento de pasar de las lavanderas junto al Puente de Hierro a los primeros electrodomésticos, a la tele como ensueño. Y todavía y mientras tanto, el cine, esa costumbre, ese diálogo con un mundo extraño tan deseado como ajeno, pero siempre provocador. Qué bien contado ese contraste del apego a la ruralidad de lo manchego en la España del Lute con la multitud de chispazos (desde Pink Floyd a Woody Allen) que deslumbraban ya a los jóvenes de entonces.

Todo el libro es un cofre de afectos a la tierra natal, a una Calzada de Calatrava a la que nunca negó ni le negó, y en la que desde niño es conocido como “el poeta” según nos cuenta. Y todo el libro es la historia de una anticipación, la de saber que había un mundo más allá, un tiempo más allá, para el que las puertas estaban entreabiertas y era necesario buscar rendijas, atreverse a cruzarlas. Para este lector, la parte más clara y potente del libro es esa donde narra sus últimos años de bachillerato como una ceremonia de iniciación: allí sus primeros textos manuscritos y la maga aparición de una Lettera 22, aquella portátil de Olivetti que tanto supo después, allí el reto de escribir en larguísimo romance la historia de una excursión cordobesa, y, sobre todo, el regalo de ser bibliotecario municipal, dueño de las estanterías, con solo 16 años. Todo ello en el mismo espacio vital de los primeros cigarrillos, el póker y los bares iniciáticos. Luego, trasladado ya a Ciudad Real, la ilusión de los primeros premios y del primer libro colectivo – “Hacia la luz”–, de vivir el primer ambiente literario en la capital provincial antes de marchar a Madrid, a lo que vendría.


Extendida sobre la prosa elegante con que suele, de tan clara estructura como sobria y precisa adjetivación, queda expuesta, a lo largo de 33 estancias, la verdad expectante de una infancia en su lugar exacto y de una adolescencia forjadora de frutales porvenires. Porque ese es el papel de la memoria: establecer puentes transitables entre lo que quisimos ser y lo que tal vez somos. Es por eso por lo que, para guardar un tiempo de cambios, que bien merece, para ser salvadoras de las trampas del olvido, ha escrito Pedro A. González Moreno estas sábanas blancas de su memoria, páginas salpicadas hábilmente de textos recobrados, algunos de ellos inéditos, que le devuelven y nos devuelven los pasos, los instantes. Nos lo debía. Pero sobre todo, se lo debía.   


Contra tiempo y olvido

Pedro A. González Moreno

Almud. Ediciones de Castilla-La Mancha

216 pags.  18 euros

 


3 comentarios:

miguel ángel dijo...

"Vivir es un ir perdiendo, con lentitud de bruma, el aroma de los momentos en que fuimos felices... "
Preciosa reseña de un libro que, por lo aquí leído, tanto paralelismo tiene con mucho de nuestras vidas. Pedro A. González Moreno hombre enjuto de faz severa (que sólo es corteza de una inmensa sensibilidad) en un escritor grande que se desliza siempre hasta el corazón. Abrazo doble, querido Caro...

fcaro dijo...

Hablando hace unos días con el autor, que es amigo, me dijo que esta nota estaba escrita con palabras calientes. Puede que sea así, Miguel Ángel.

Mayusta dijo...

Es.