La escena ocurre en el blog “Crisis de
papel”, donde JLGM ejerce la crítica-reseña de los libros que le llegan
y le apetece. Conozco la amistad de José Cereijo con su persona, el
respeto y el afecto continuado. He leído el texto (1) que JLGM le dedica al último
libro de Cereijo, la intervención (2) de un comentarista habitual y la respuesta (3) a
ambos del poeta escrutado. Me han parecido dignas de traerlas a “Mientras la
luz”. Para ustedes. Posteriormente se produjo la intervención de Abelardo Linares, el editor de Renacimiento (4), que hemos añadido. Al final la cosa se complica (vean aquí si les apetece) y a uno le da la impresión de que JLGM y su comentarista habitual son la misma persona en desdobladas voces. Son igual de listillos y sobraos. Y lapizrojos.
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José Cereijo y José Luis García Martín a las puertas de Valdediós con motivo de unas jornadas poéticas |
Ejercicio de despojamiento
La luz pensativa
José Cereijo
Pre-Textos. Valencia, 2021
Algo de libro de autoayuda –en el mejor y en el peor
sentido de la palabra-- tiene el nuevo libro de José Cereijo, uno de esos
poetas que no acostumbran a crecer en extensión, que no buscan la variedad
temática y formal, sino la claridad expresiva y el ahondamiento en unas pocas
obsesiones, en los grandes temas de siempre: el tiempo, el amor, la muerte.
Sorprende,
en primer lugar, el abundante uso del imperativo, apenas hay poema que no lo
emplee: “desnuda tus ojos”, “mira”, “míralo”, “no lo olvides”, “escucha y
agradece”. El destinatario de esas órdenes o consejos es no solo el
propio autor –el libro abunda en ese “tú-testaferro” del que hablaba Bousoño--,
sino también el lector.
La
lección, la moraleja, se vuelve a veces demasiado explícita. Copio entero uno
de los poemas, como todos ellos sin título, en el que claramente sobre el
último verso: “Contempla una vez más / el sol en la ventana, / la alfombra de
oro viejo de las hojas caídas, / la ausencia de los pájaros, / el azul transparente,
luminoso y sereno, / y tan hondo, / la vejez de las casas, lo que evoca, / y
piensa: eso no miente, / no pregunta, no juzga, solo espera / y acompaña, en
silencio. / Así debiera ser tu vida”.
La
luz pensativa (en el título aparece uno de los recursos estilísticos
característicos del libro: la personificación) puede considerarse como una
serie de variaciones musicales y conceptuales sobre unas pocas notas. Da la
impresión de haber sido escrito casi de un tirón, en un único impulso creativo.
El poeta insiste una y otra vez y, de pronto, entre las titubeantes tentativas,
nos sorprende el milagro.
José
Cereijo no le teme al tópico, todo lo contrario, lo bordea deliberada y
continuamente. ¿Cuántas veces se ha comparado a la mujer con una rosa? Él lo
hace una vez más y consigue un poema nada miméticamente juanramoniano, pero que
Juan Ramón Jiménez no habría desdeñado firmar: “Una rosa, tu cuerpo. / No, no
es eso, solo / su perfume; no, apenas / el aire en torno a ella, / o acaso únicamente
la mirada / que la recoge, que la envuelve: eso / es lo que ahora / eres, no
eres, /tú”.
El
paisaje que aparece en los versos de José Cereijo es un paisaje minimalista,
casi siempre de invierno, a menudo visto a través de una ventana. Habla de las
ramas secas de los árboles, del canto de un pájaro, por lo general sin más
precisiones. Si menciona una rosa, ya lo hemos visto, parece referirse más al
arquetipo de la rosa que a una flor concreta. También el ruiseñor del primer
poema es el de la literatura: “No hables del ruiseñor / cuando canta. Demasiado
se ha dicho. / Piensa en él cuando calla, / cuando habita en el frio, / cuando
ya nada tiene que decir, / cuando solo es él mismo”.
De
vez en cuando, nos disuena algún adjetivo facilón (“Has estado escuchado a
Chopin, / esa música bellísima”), echamos de menos cierta poda en esta serie
–quizá algo monótonamente excesiva-- de variaciones. Pero de pronto, ya lo
hemos dicho, se produce el milagro y entonces al poeta, al poeta excepcional
que es José Cereijo, se lo perdonamos todo.
Consciente
de la dificultad de esta poesía hecha con tan pocos y reiterados elementos, de
vez en cuando introduce alguna anécdota: el imposible intento de John Cage de
lograr el silencio total, las palabras de Montaigne sobre el manuscrito robado
de sus ensayos, el diálogo con Platón, el canto de las sirenas, Schubert tocado
por Alfred Brendel, el eterno retorno de Nietzsche.
Pero
no necesita la poesía de José Cereijo demasiadas apoyaturas externas, una
explícitas y otras implícitas, como la variación sobre un poema de Antonio
Machado (“Ese árbol que tú creías seco”) o sobre el verso final (“en tierra, en
humo, en polvo, en sombra, en nada”) de un famoso soneto gongorino: “Hoy es un
día gris. Las hojas / que todavía no cayeron de los árboles / parecen más
hermosas, / más significativas, en la luz tamizada. / Serenas ellas mismas, /
podrían enseñar serenidad a quien las contemplase. / Lo que dicen, lo dicen en
voz baja; / y esperan, / sin temor ni impaciencia, / la hora de ser polvo,
sueño, nada”.
En
voz baja nos habla José Cereijo, sin temor ni impaciencia, de la muerte
inevitable –qué hermosos sus poemas sobre las ausencias tan presentes en
cualquier vida--, y nos invita a nos desperdiciar el precario presente “que es
todo lo que tienes, / que es todo lo que eres”.
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Pablo de P.3
de septiembre de 2021, 8:05
Buscando poemas de ese libro en internet, caigo sobre
éste, cuyo último verso me parece
excelente:
"El árbol poco a poco se desnuda
en esta luz tranquila,
y se queda sin hojas, sin frutos y sin pájaros,
reducido a sí mismo.
En la luz del otoño,
levemente dorada, de atardecer del tiempo,
ya no caben ficciones."
https://www.tiposinfames.com/libros/la-luz-pensativa/65581/
El problema es que en otro sitio, me encuentro el mismo poema, pero
"completado" por un verso final que le quita todo el encanto:
"El árbol poco a poco se desnuda
en esta luz tranquila,
y se queda sin hojas, sin frutos y sin pájaros,
reducido a sí mismo.
En la luz del otoño,
levemente dorada, de atardecer del tiempo,
ya no caben ficciones.
¿Qué sentido tendrían?"
https://www.agapea.com/libros/La-luz-pensativa-9788418935060-i.htm
Es exactamente lo que dice JLGM: "La lección, la moraleja, se vuelve a
veces demasiado explícita. Copio entero uno de los poemas, como todos ellos sin
título, en el que claramente sobra el último verso."
Y cuando se sabe que el primero y el último verso son los más importantes de un
poema, el defecto es grave.
José Cereijo, el poeta que no sabía acabar sus poemas.
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Jose Cereijo 5
de septiembre de 2021, 9:16
Gracias, en primer lugar, a JLGM por la generosidad de
sus palabras, que son con mucho lo más importante y suponen para mí un ánimo y
un estímulo. De veras, repito, gracias.
Respecto a las objeciones que aquí se hacen, sólo puedo hacer constar mi propia
opinión. El verso final al que él objeta en el poema que empieza “Contempla,
una vez más” (verso que, por cierto, aparece mal reproducido; en su forma
correcta es “Así debiera ser TAMBIÉN tu vida”), como al que igualmente pone
reparos quien firma “Pablo de P.”, diré que en ambos casos el poema fue
concebido y escrito así, y que la supresión del último verso me parecería una
mutilación injustificada y poco natural; así lo vi entonces, y así me sigue
pareciendo ahora.
Y sobre lo de los “imperativos” (que son, pienso, algo menos frecuentes de lo
que JLGM da a entender), se trata de poemas más bien auto-exhortativos, del
tipo (por poner un ejemplo, y salvando naturalmente las inmensas distancias) de
los que son frecuentes en la poesía de Ricardo Reis. Cuando él dice, en un
poema bien conocido (y espléndido) lo de “Para ser grande, sé entero”, y todo
lo demás, está haciendo eso mismo. No son en ella menos frecuentes los
imperativos (que, de acuerdo con lo dicho, yo llamaría más bien exhortativos):
hagamos, rehusemos, tengamos, antepongamos…, y cumplen una función (repito,
salvadas todas las distancias) semejante.
Pero en fin, ésas son cuestiones menores. Lo más importante, con mucho, es lo
que ya decía en la primera frase; repito, para terminar, el agradecimiento.
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Abelardo Linares 9
de septiembre de 2021, 14:03
Tu reseña a LA LUZ PENSATIVA te ha salido
absolutamente “venenosa”, en el mejor y en el peor sentido de la palabra. Los
poemas de Cereijo no tienen nada que ver con los libros de autoayuda, como no
tienen nada que ver con los libros de derecho notarial y, desde luego, está
clarísimo (al menos para mí) que no sobra ningún último verso, en especial en
el poema que citas. Del mismo modo, lo relevante no es si el adjetivo
“bellísima” es o no “facilón”, tal como tú depones en cierta desmayada
argumentación, sino si está justificado. Cereijo es muy parco siempre a la hora
de adjetivar y si lo hace, lo hace por alguna razón y con toda la razón.
Además, lo realmente importante es no abusar a menudo, es decir, imperdonablemente
de ciertos substantivos y adjetivos. En este sentido, se me ocurre proponerte
que cuentes los bellísimo y bellísima que hay en todos los poemas de Cereijo y
yo me resignaré a contar las veces que aparece la palabra fantasma en tus obras
completas, verso y prosa.
El efecto tóxico de tu reseña se aprecia especialmente bien en los comentarios
(¿?) del desconocido, por embozado y rebozadamente anónimo, “Pablo de P punto”,
quien, viendo los pescozones que tú propinas a Cereijo, se anima valientemente
(por eso del anonimato) a atizarle, él también, unas cuantas patadas y tirones
de oreja a nuestro buen amigo, exclamando que no le perdona a Cereijo noséqué,
que nosecuantos le quita a tal poema todo encanto, que es grave que Cereijo
cometa un pleonasmo (que solo existe en la suponible o supuesta imaginación de
P.de P.) e incluso, poniéndose jardinero o de jardinero (a la mismísima manera
del propio García Martín que habla también de podas en su reseña), tilda a
Cereijo de poeta mediocre y encarece las virtudes de la “poda” aplicables a su
poesía y quien sabe si al propio poeta. En fin.
El libro de Cereijo es un libro excepcional, uno de los pocos grandes libros de
temática amorosa de los últimos cien años. En otro tiempo, tú te hubieras dado
cuenta de eso y hubieras señalado y defendido precisamente eso. A lo mejor
estás envejeciendo, amigo.