Reconozco que para mí, José Luis Morante siempre está
de actualidad, en este caso acentuada. Y lo está porque su atención a lo que
sucede en el mundo de la poesía es permanente, curiosa y eficaz. Y lo está porque
su afán creador permanece excitado. Es además un grandísimo divulgador, un
consciente oteador y propagador de los vientos más nuevos de la poesía española. Digo
también que para mi persona ha sido un acicate la amistad casi reciente con el
poeta, con el profesor de Rivas. Amistad cercana y fértil. Vienen al caso estas
palabras porque estoy con dos libros suyos sobre la mesa. Uno que habla de su
mirada exterior y otro de la llamada interior. Atraído desde hace unos años por
las formas cortas, por las fugacidades próximas, cultiva las estructuras del
haiku y el aforismo como recipientes del fulgor poético. Varios libros, y
recientes, dan testimonio. En las presentaciones de algunos tuve la fortuna de
acompañarle. Y sus haikus han visitado Mientras la luz como invitado. Añadan a
ello su perenne atracción por lo que le acude significativo de sus alrededores. Son legendarias
sus aproximaciones, en Cátedra, a la obra de tres poetas claros: Margarit,
García Montero y Rosillo. También su búsqueda de poetas jóvenes que vehiculen
el milenio. O el abrir las páginas de su blog a compañeros que transitan por senderos que
le son queridos o viven cerca de sus afectos. Todo ello sin abandonar su obra creativa, aunque tengo la
impresión de que la mantiene agitada, pero en stand-by, permítaseme el oxímoron.
Junto a José Luis Trullo y Manuel Neila, José Luis Morante aboma y vigila la producción aforistica española, Dios se lo pague. Ahora, aprovechando la encomiable voluntad editorial de José
Mª Cumbreño, ha aparecido en Liliputienses la antología 11 aforistas a
contrapié en la que, tras una selección personalísima, se ocupa en
diseccionar –qué magnífico prólogo lleno de sabiduría analítica, y qué precisión de vocabulario– la obra de 11 poetas que han caído en la tentación minimalista. Es difícil el
aforismo, quiero decir el buen aforismo, sofocado como está por las zarzas de
las ocurrencias, de los juegos del lenguaje, de lo ya dicho, de la boutade inane, de…
pero es preciso ponerle la atención a un fenómeno que tiene cada más más
cultivadores y con mejores frutos. Me he sentido muy cómodo leyendo los que se ofrecen de Mario Pérez Antolín y subrayando algunos, otros, muchos de diversos autores:
Comendador, Iribarren, Elías Moro, Felix Trull, AP Cañamares, JM Cumbreño, LA
Guichard, JA Olmedo, R Troncoso y S Nuño. Y he disfrutado y aprendido leyendo
la introducción en donde, y aprovecho sus palabras, se crean vínculos con la
claridad. Qué difícil ser a la vez buen crítico y buen poeta. Qué reto establecer un diálogo entre ambos afanes. Y qué fácil lo
hace José Luis. Tal vez porque acompaña y facilita.
Otra realidad, la llamada interior, que a veces parece
confundida y tímida entre la fronda de tanto dedicarse a los otros, es la que se contiene
en Ahora que es tarde. Son 160 página de La Garúa que contienen
su selección personal de 30 años de poesía. Desde aquel Rotonda con estatuas
de 1990 hasta los inéditos de 2020. El discurso poético de JL Morante está
teñido de emoción intelectual, las provocaciones deben atravesar el tamiz de la
idea para poder plasmarse en el poema. Hay una elaboración cuidadísima para que
se muestre tan sólo la esencia de lo que se pretende, pocas veces estorbadas por
las anécdotas o los detalles, que cuando
aparecen forman parte indispensables de la historia. Leo y veo tras los poemas
al hombre que escribe y se escucha, al hombre que no entiende de equilibrios ni justificaciones,
al hombre que busca y mira el azar del paisaje que fluye, que es de la Vida a la vez que el de la Naturaleza. Tal vez por eso la cámara, si
lo fotografía, le sorprende casi siempre de espaldas a lo andado. Amigo intenso
de tantos poetas reconocidos, ha elegido a Antonio Jiménez Millán para
el prólogo. Y ha acertado. Se señala en él su anclaje en la mejor tradición de
poesía española de la segunda mitad del XX, su búsqueda permanente del otro,
del azar del otro que le habita y al que es difícil sosegar. Y la metáfora continuada de la marcha, tan presente en su vida como en los poemas. Siempre a la espera, sabedor
de que el futuro no ha terminado, nos ofrece 11 poemas de su meditado próximo libro, Nadar
en seco, en donde lo enjuto del lenguaje hace más patente la presencia vigorosa
del tiempo, la necesidad de acordar con lo vivido si el trayecto ha merecido la
pena. Y cómo. Y cuánto. Termina el libro con un poema ensayo de autobiografía –desde
el guiño a Gil de Biedma– que resume ávidamente lo que el arte y la vida se
juegan en la entraña del que escribe. Del poeta que escribe. De José Luis Morante.
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Don
Juan
La vida imita al arte
Ocar Wilde
Un día de pasión no es
más que un resto,
una filosa esquirla
que la tarde enmohece.
La realidad futura se
convierte
en solar insalubre:
un mercadillo antiguo
en el que trapichean los
recuerdos.
Cuando no queda nada,
respirar es el modo de
esparcir las cenizas.
El reguero biográfico malvive
en su estiaje; se cansa y
aborrece.
Aquí la vida desconoce el
arte.
(Del libro futuro Nadar en seco)
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Estrategia
Mantengo una estarategia rigurosa
que supone continuo aprendizaje,
con ella maduré tu encarnadura,
hice de tus espejos refugio protector.
De pronto la vigilia
impone su aspereza.
Te desgajas de mí,
adquieres vida propia
y encaminas afanes a otro sueño.
No pongo en entredicho
tu postura
ni te,pido consuelo.
Pero es larga la noche
y habito un caserón destartalado,
sin salidas de urgencia.
(De La noche en blanco)