Hay
libros de poesía que convocan a pocos lectores y otros que se desparraman. El
que traemos hoy es de estos últimos. Tal vez porque su disposición pública
viene a glosar y cantar un sentimiento colectivo cierto y sano. Y para estos
asuntos está también, desde Homero, la poesía. Para ser canto en alto que une,
para ser dicha juntos, para alzarnos en identidad colectiva. Mi buen amigo, el
poeta de Albacete, Francisco Jiménez Carretero (aclaremos que nacido en Barrax)
disfruta estos días, y yo con él, de la tercera edición de su libro sobre la
navaja. Es un clásico en la tierra llana del solar manchego. Nació de puntillas
y va crecido. Uno de estos pasados días se presentó la edición actual de Aún
se forjan navajas, tal el título, que ha impreso la Diputación
Provincial. Fue en el Museo de la Cuchillería, en ese palacete modernista que
es cofre y orgullo del acero labrado, de la artesanía que ha dado nombre
mundial a la Ciudad. Los poemas acuden al molde clásico, donde con suma
habilidad se desenvuelve el poeta, y lejos de complicaciones metafóricas,
buscan el lugar donde los lectores guardan la emoción y el cariño por tan
cotidiano objeto. Décimas, sonetos, romances y algún versolibrismo, acarrean en
su decir una defensa a ultranza de ese bien humilde y proletario que es la
navaja. Y de sus usos. Cierto que la vida moderna la va alejando de nuestros
diarios quehaceres, pero las gentes del campo, esas que ahora levantan con
justicia su voz, saben de lo que hablo.
Digo que la navaja necesitaba un poeta.
Y lo tiene. Digo también que el libro agotará esta edición como hizo con las
anteriores, y que está a la venta siempre en el citado Museo de la Cuchillería. Por
si.
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Así es una navaja
Hoja bruñida de acero,
cachas de ciervo o de nácar,
talón, rebajo, “carraca”,
corazón de cuchillero.
Pestaña vitola, esmero
y filo de luna llena.
Noches de yunque que suena
a ritmo de martinete.
Templa su acero Albacete
para escapar de la pena.
Navaja estilete
Esa acerada finura
que acunaba entre mis manos
aquellos años lejanos
de mi inocencia más pura.
Esa delgadez, ternura,
que en mi niñez primavera
labró sobre la madera
el perfil de una sonrisa.
Esa estilete sumisa
fue mi navaja primera.
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