El
invierno hace de las suyas. Y China. El Jefe, transido de tantas auscultaciones, llegó
con cierto rastro de incomodidad tras de sí. Respiró hondo. Tanteó. Buscó su sitio.
Miró más allá de un horizonte rectangular y acristalado. Dudó un instante. Comenzó a hablar. Buenos
días. Al fin y al cabo toda poesía es un ejercicio de autognosis. Qué otra cosa
puede hacer un hombre solo, una mujer sola frente a un papel y un paisaje, ante
la pantalla del ordenador. A veces levantamos edificios de bonitas fachadas y
carentes de argumentos que los demás aplauden; en otras, las menos, acertamos
la mano con la herida, que dijo aquel. Nosotros sabemos bien cuándo suceden cada una de estas situaciones. Por eso es tan habitual la tentación elegíaca, como si la
persona que somos se hubiera ido corrompiendo con el tiempo, alejándose de un
paraíso adolescente pleno de sueños y verdades. Por eso es tan habitual el lamento ante la
realidad que acosa, la insatisfacción ante nuestra historia. Y tan extraña la poesía celebrativa, la que canta y no
cuestiona. Ojalá nos fuera dado recordar el futuro. Después, calló profundo. Daba la impresión que no sabía hacia dónde dirigir su deshilvanado discurso. Alguien hizo
misericordia y ayuda. ¿Es por eso que la poesía es tenida a veces por práctica sanadora, Jefe? He oído decir que el psiquiatra de Anne Sexton, aparte de
intentarlo con otras actuaciones, le propuso el ejercicio de la escritura poética
como medio para restablecer sus equilibrios emocionales? ¿Puede curar la
poesía estas cuestiones? ¿Puede
llevarnos al nosce te ipsum deseado? Preguntó el redactor novato. Sí, claro, por supuesto, ciertamente. Pienso en Leopardi y su drama vital, en su dolorida necesidad. Pero si
bajamos del estrado y nos ocupamos de lo que vemos y oímos en la madrileña sociedad
poética de hoy, suele emplearse más como placebo que como medicina. Y
tampoco está mal, no seamos savonarolas de cartón. Decía Javier Egea que la poesía es un pequeño pueblo en armas contra
la soledad. Sentirse con otros, rodeado de otros, es algo que necesitamos. La becaria, que está un
poco enfurruñada con tanta intemperie y tanta alerta levantó la mano: Debatir sobre la
función social de la poesía y su valor terapéutico es tema cansino. Como el
mundo. Ya lo despreciaba Boccaccio en el siglo XIV. Yo simplemente creo que todo lo que
no mata engorda. Y en eso sigo. He visto gente feliz a su alrededor. Aunque también
sé que ha sido ocupación señera de muchos suicidas, a los que no les sirvió. Volvió a hablar, trémulo,
el Jefe: La poesía es el más bello de los objetos inútiles. Por ello seguimos
aquí. Silencio denso. Un sollozo infantil cruzó los rostros de los fieros
guerreros. Por vez primera sonaron aplausos finales y sinceros en la sala de redacción.
viernes, 31 de enero de 2020
martes, 28 de enero de 2020
Dos poemas de Hortensia Higuero. (De Los dioses...)
Hortensia Higuero (Foto de Carlos Paverito) |
Con ella hemos compartido numerosas soirées en
los eventos poéticos madrileños. Es persona y poeta vivaz que gusta de la
compañía, de la conversación con sus contemporáneos. Hablo de la poeta de Alcorcón Hortensia Higuero, que visita por vez primera esta casa. Recién termina de publicar y
presentar el último de sus poemarios, Los dioses que olvidaron ser mortales (Lastura 2019), título que parece remitir a un proyecto mitológico, pero que ampara algo muy
distinto. Lo cierto es que alberga un recorrido por la cotidianeidad de un existir descrito en
primera persona. Y como en poesía -digo la que se precie de tal nombre- siempre
hay una adecuación del fondo con la forma, el lenguaje de Hortensia Higuero, casi conversacional, encuentra
la tensión precisa para narrar con intención. Para volcar al papel los sentimientos y las
provocaciones que la poeta trae a casa al regreso del día mientras es
vigilada por los ojos de la noche. No es un diario, no es un testimonio
confesional, pero narra el palpitar de las
vivencias, esas que los aconteceres acercan unas veces al desánimo y otras a la
aceptación. Incluso a la exaltación. Aunque debemos advertir, y pronto, que sus textos no se abisman en la tentación autobiográfica de la intimidad, sino que los
poemas nos encaminan a que el lector (o la lectora) y la poeta confluyan en estadios
emotivos que puedan ser, y de hecho son, compartidos. Un libro escrito desde la
sencillez de una poesía a ras de cuerpo, nacida del arañar en las entrañas, que
busca más en lo que hay en cada uno de carnalidad, de tacto, de memoria y corazón
heridos, que en las abstracciones o los edificios estéticos. Hortensia Higuero
escribe aquello que le sirve, lo que mana con naturalidad de sus
confrontaciones con los páramos del existir. Desalientos, escalofríos y diciembres se miran
cara a cara con el canto de los pájaros, la excitación de los estíos y los
amaneceres. Y es que sus poemas escarban en esa sucesión de tristezas y epifanías
con que el almanaque, en su rodar, nos obsequia. El cuenco del amor en
la noche/ es para sostener el alba, nos dice en uno de ellos. Todos sin título. Y es que la poeta comprende que vivir es renacer cada día, un continuo sin excusas. Y que la vida es bella a pesar de los pesares, que nos decía Goytisolo. Asunto que
Hortensia Higuero parece aplicar a su vivir, a su escribir.
El
libro se presentó en la Casa de Castilla-La Mancha madrileña, y fue glosado por
Francisco Gª Marquina que remarcó la vigencia de los particulares en la poesía
de Hortensia frente a los universales; al tiempo que señaló que el libro es un
hilo que va desde la infancia a la madurez y que, a lo Gaston Bachelard, la
identifica con la casa, ese cuerpo de imágenes del que extraemos razones e
ilusiones de estabilidad. Pero en donde, nos advirtió, también se hacen visibles los
espacios de soledad que la construyen. Soledad y refugio: las dos médulas del
libro. Siempre hemos dicho que la poesía tiene muchas puertas y la de estar atentos/atentas a lo que pasa en nuestros interiores es una de ellas. La que ha usado en esta ocasión Hortensia Higuero.
__________________________
__________________________
La casa está llena de rumores
que a veces me sobresaltan,
como este sonido de nudillos
en los cristales,
de galope de caballos
preguntando al ayer
la forma que tiene el recuerdo
en los insomnios,
son ruidos apenas
perceptibles,
ligeros y cercanos
que resurgen para que vuelva
a sentir el chasquido
que hace el ruido en la boca
de aquel beso
que surgió a lo Humphrey
Bogart,
ruidos que en la nocturnidad
de la noche saben
por qué las amapolas tienen
un verano tan corto
y esa tristeza diurna en sus
pétalos
cuando me perturban los
recuerdos.
Ruidos.
___________________
Lo
primero, el canto de los pájaros
y
un poco de agua y tierra;
después
la coraza del día,
el
pintalabios y una sonrisa permanente de felicidad;
la
ecuación dos al cuadrado
suma
esquinas desde donde se cuentan las horas;
lo
último, la noche,
el
refugio de una habitación
y
un libro con el mismo título que siempre lees.
La
vida es bella.
viernes, 24 de enero de 2020
Dos poemas de José L. Torrego (de "Una novia judía")
José Luis Torrego (Foto: Moreno Galán) |
Un
poeta capaz de escribir anagnórisis en un poema y que el poema no sucumba es un
poeta a considerar. Un poeta capaz de
trenzar, a lo TS Eliot, una espléndida amalgama de alusiones culturales en
elementos visuales y al mismo tiempo beber de la sencillez humana y poética de personas
como José Luis Morales, es un poeta a tener muy en cuenta. Tal es el
caso de José Luis Torrego (Segovia 1967), que desde la doble
fecundidad de sus lecturas y su despierta sensibilidad está siendo capaz de
levantar un edificio poético de recia personalidad y novedad profunda en el
panorama hispano. Si ya Suzanne era un texto que lo
consagraba como el Eliot español del siglo XXI, ocupando un espacio vacío en el
mosaico poético español, el vigor de este Una novia judía (Lastura 2019) viene
a asegurarle en un camino que debe y tiene que atravesar en beneficio de todos.
En su edición el libro viene rematado en la contracubierta por un texto que no
nos resistimos a reproducir y que suponemos de alguien cercano a sus estadios
creativos. Dice así: Una novia judía es una elipse generada
por dos focos adversarios y proteicos. Cambiantes parejas de opuestos que van
tomando en el desarrollo del poema las siguientes dimensiones y formas: una
historia de amor en pleno conflicto, la serenidad y el orden de la poesía de
Heine frente a las vanguardias aniquiladoras de Schwitters, el mythos y el
logos; la fecundación y la incineración; el consumismo de neón y la ciudadela
de Corinto; la muerte de la amada y su resurrección. De ahí que la obra
desarrolle su avance alternando campos narrativos y planos expresionistas. Una
lucha entre opuestos que tiene como resultado una obra de arte de autoría
compartida, como definió magistralmente Mijail Tal la partida de ajedrez. Y es que tal planteamiento responde rigurosamente a su contenido. Una novia
judía bebe del momento de la cultura germana de entreguerras y
está empedrado tanto de textos en alemán como de los referentes existenciales de
una época convulsa. Un territorio poco propicio al amor, pero, fuerza
incontenible, siempre existen un él y una ella que se aman. Alrededor de esa tensión, alrededor
fundamentalmente de la propuesta de Max Frisch, en Homo faber,
se van creciendo los poemas, que abandonan lo narrativo para proponernos la
connotación como lugar de maniobras. Razón y azar, ajedrez y silencio, exactitud
y probabilidad, moral y amor. José Luis Torrego, con un decir de cruzados
fragmentos, de teselas vividas y leídas, construye un poemario exigente con el
lector. Sin lugar a dudas menos pensado en el para los otros que
levantado desde la convicción del afán propio, del hacia dentro, desde un canon
estético de fortísima personalidad. El poeta pretende ser hallado, no buscar. Al
lector atento le es posible intuir citas, paralelismos, paráfrasis,
intertextualidades y diálogos con aportaciones anteriores de filósofos,
pintores, músicos o poetas. Todo ello fagocitado con enorme delicadeza por un
texto que subyuga y enriquece. Que premia con creces la paciencia y el atrevimiento
de quien permanece fiel a tan original propuesta. Una novia judía camina, como
texto poético, más allá de un asunto de vida efímera, tiene trazas y vocación
de permanencia dentro del totum revolutum que supone la oferta poética actual.
Le vendría bien verse arropado por un potente aparataje crítico –hay personas en
los alrededores del poeta muy capaces– o tal vez, como hizo Eliot en su momento
para La tierra baldía, acompañarlo con unas notas que remitieran con
prontitud a los referentes utilizados. Y es que el impresionante montaje ucrónico
de los poemas y la esmerada acumulación (a la manera de Schwitters y el collage)
le añaden aromas mágicos, pero también crípticos. Algo que sugerimos para una próxima
edición, que seguro sucederá. Sirva esta modesta nota para acusar recibo de esta
ambiciosa propuesta.
________________
No,
no
somos como el agave: tras la flor seguimos vivos.
Nos
adosan mascarillas
de
oxígeno, nos mantienen
sin
consulta respirando
torpemente,
desvalidos.
Y
sólo nos queda
–alguna
noche de vez en cuando– el sueño
con
una novia judía de Berlín en los tiempos de Hitler
para
aliviar la paz de todo desierto.
__________________
Nadie
lee hoy
Die
Welt als Wille und Vorstellung.
Literatos
diletantes, no dramaticemos:
nadie
lo compró tampoco entonces, hace ya más de dos siglos.
El
editor subastó la primera edición completa
en
un lote por arrobas como papel de desecho.
Schopenhauer
lleva ya tres días muerto
con
su gato
cuando
lo descubre la mujer que va a limpiar la casa.
En
todo momento previsor,
le
había dejado comida
miércoles, 22 de enero de 2020
De los presentadores. Hoy: Francisco García Marquina
Francisco Gª Marquina y José Luis Torrego (Foto: Romero Galán) |
El arte de las presentaciones de libros, lanzamientos le llaman los hispanos ultramarinos, va evolucionando, pero con lentitud. Las conversaciones con los autores, alternadas con lecturas, de poemas, se van imponiendo poco a poco. El antiguo formato permanece. Una persona peroratea sobre el libro y el autor toma de seguido la palabra y lee algunos poemas. A veces un exceso. De cuando en vez se suelen trufar con ilustraciones musicales de amigos/as que no cobran. Y que se agradecen. Así vamos tirando. Con estas costumbres se mueve el espectáculo. Sepan que las ventas de libros de poesía se realizan en un 90 % en estos aquí y ahora. Ventas provocadas tanto por el interés como por el compromiso personal con el autor. Sin estos actos se hundiría el mercado editorial de los/as pequeños/as. Hay que aceptarlo. Quien esto escribe ha participado por activa y pasiva. A veces con unas sensaciones y en otras con distintas. Dependiendo de según. Digamos también que existen personas solicitadísimas para estos lances. No es cuestión de dar nombres. Ellos/as lo saben. Alguno con afinadísimas técnicas elusivas.
Hortensia Higuero y Francisco Gª Marquina (Foto MCBarri) |
Predela necesaria lo anterior para enmarcar que Francisco García Marquina –poeta, novelista, articulista y hombre sabio– ha sido requerido durante dos jornadas consecutivas, de vientos y aguas casi heladores, para el menester. Viene de lejos porque vive lejos, lo que es muy de agradecer. Con cuidado atavío. Usa humor de altos vuelos, del aprendido cuando había. Y suele leer los libros de los que habla. De sus virtudes destacaría que parece encantado con el encargo recibido, emoción que hace sentir cierta. También que es exquisito en sus apreciaciones. Vino a Madrid a presentar dos libros de Lastura: La novia judía, de José Luis Torrego y Los dioses que olvidaron ser mortales, de Hortensia Higuero. Dos libros muy distintos, muy distantes, sin embargo García Marquina hizo dos soberbias intervenciones, lúcidas y cariñosas, que nos reconciliaron con esta actividad y dejaron a los autores frente a oyentes avisados y esperanzados, que es de lo que se trata. Añadan a esto que habla y desaparece de la escena, sin ocupar otro foco que el que deja el aroma de su sabiduría. Su lado oscuro reside en que todavía no tiene agente para contratar estos lances, algo por lo que ha sido reconvenido por la recién creada AEPPRP (Asociación Española de Presentadores, Prologuistas y Reseñistas Profesionales) –de la que hablaremos– y quizás tenga problemas para ejercer en el futuro.
viernes, 17 de enero de 2020
Dos poemas de José Iniesta: Dar el pan y Con viejas palabras
El
poeta está de gira por España. A su lectura del Ateneo valenciano -cuánto bien hace Vicente Barberá con ese ciclo- añade ahora
otras próximas, Salamanca y Badajoz, a la espera de la ya anunciada en Madrid.
Es José Iniesta (Valencia, 1962) y ha editado reciente con Renacimiento Llegar a casa.
Tuve oportunidad de saludarle durante el pasado encuentro de Náufragos. Es hombre
entregado a la pasión poética. Como una vocación indestructible. Escribir
poemas, parece, se ha convertido para algunos en costumbre social, en un modo de presencia, en ocio culto que dicen los norteamericanos. No es el caso. Aquí hablamos de necesidad,
de urgencia. De amor si me lo permiten. Más allá de los poemas, la persona de
José Iniesta trasmite la verdad del concilio que la poesía procura. No puede
decirse de otros. Cree en lo que hace porque le sostiene,
porque lo necesita. Es poeta que dice de las cosas que habitan sus alrededores: las ciertas y las sospechadas. Digamos que es celebrativo, esa etiqueta que desde Claudio nos recorre. Digamos que su lectura me recuerda los tonos de César Simón, tal vez por ese escribir andando sobre las cosas, sin dañarlas. Sin retorcimientos
lingüísticos ni conceptuales. Pero sin el eco desvalido que a veces asomaba en César. Y porque sin
duda sabe que los versos pueden ser un pálido reflejo de la vida, procura abrir
ventanas a la luz y al goce del existir mientras escribe. También al amor, para él motivo manantial, como
proyecto amparador, como fusión con lo creado. Dice: Ahora solo escribo
cuanto amo, en el poema “Amanece en el jardín”. Sabe del tiempo y de sus
afluentes: el enigma y los miedos, pero conoce al olmo de la plaza, al granado
de su jardín, las noches de piel abierta. Y recorre el camino del crepúsculo de
Basho con sandalias gastadas, mas sin prisa. Es un canto donde la muerte no tiene razón, donde
el vértigo y la soledad aparecen maniatados por la alegría del abrazo y las
plenitudes del aire y del sol alerta. Un poeta de la contemplación como incentivo, de la mirada como semilla, de la paz y la sed como
frutos. Fluido, generoso, tan alejado del malestar difuso como de la ácima queja
gratuita. Llegar a casa, a ese lugar en donde el mundo se
resuelve, es un libro de alto vigor poético. Un libro que camina entre la
sencillez del discurso y la fortaleza de aquello que la vida no consigue
erosionar. Ofrecemos dos poemas. El primero de los cuales se lo escuché en Cuenca y permanece en mi recuerdo.
DAR
EL PAN
En
torno de la mesa qué aventura
servir
a mi familia el pan reciente,
repartirlo
en la cena con mis manos.
De
golpe todo significa más.
Hoy
nada soy,
ni sombra,
al alumbrarme
aquí
con el amor de vuestros rostros,
y
se abre al alborozo mi existencia
como
un árbol creciendo desde dentro
para
ser en el aire las ramas de la luz.
Ahora
si he llegado donde estuve.
Ahora
sí que vivo en hora buena
porque
es vuestro mi pan,
y en ese darme
que
ya no exige nada me descubro
más
justo y más real al repetir
el
gesto recordado de mi padre
al
rebanar la hogaza, al ofrecerla
a
mi madre riendo y mis hermanos
en
la casa de adobe, cuánta luz.
Hay
actos que traspasan su sentido
en
este viaje extraño al desconcierto.
Aunque
es fría la noche de la carne
estos
gestos irradian
claridad
y quietud,
son
fuente de la sed en el camino,
y
siempre son destino, para siempre.
Ahora
se ha quebrado por amor
el
cristal de mi edad al asomarme
a
la alegría,
y todo en nuestra
casa
en
torno de una vela que nos une
se
encala en su sentir, es alimento
en
esta noche única que se repetirá,
este
pan necesario de la entrega
su
hondo entregarse,
a su
miga caliente,
este
sabor de vida a nuestro lado.
CON
VIEJAS PALABRAS
Estas
viejas palabras donde fluye mi vida
tan
nueva en este día que se acaba
de
otoño y de nostalgia, los adioses,
estos
versos del tiempo, temporales,
derramándose
a veces como música
sobre
el cansancio amigo de la carne
como
lluvia primera sobre el polvo,
la
boca que me besa en mis desiertos,
la
viva transparencia de tu amor
colmándose
de risas y de auroras
en
la cárcel del agua,
la fuente
que eres tú.
miércoles, 15 de enero de 2020
Un poema: El tiempo es un jaguar
El tiempo es un jaguar insatisfecho
que
jamás abandona sus quehaceres
y
sigiloso juega
con
nuestras torpes ansias
ante sus fauces
-de taimados bostezos-
nos deja hacer y hacer, como si ausente
ante sus fauces
-de taimados bostezos-
nos deja hacer y hacer, como si ausente
y se sonríe
con
tanto esfuerzo inhábil
de
quien procura
escapar ocultándose
en versos y papel
de
su campo de acción, de su mirada
benévolo,
nos deja hacer, sé que nos deja
nos deja hacer, sé que nos deja
en
ocasiones parece distraído,
ajeno en su quietud, mientras decide,
harto ya de la escena,
ajeno en su quietud, mientras decide,
harto ya de la escena,
cuándo
será el zarpazo.
(Para
Pilar Blanco Díaz)
domingo, 12 de enero de 2020
Un auténtico vermut poético: Alfonso Brezmes
Alfonso Brezmes y Rafael Soler Foto: Ana Ares |
Tiene
un altillo la librería Cervantes y cía maravilloso. El sábado sirvió de territorio
para un vermut de los de verdad. Se ha puesto de moda llamar vermut poético a
los actos de los sábados por la mañana -esto es ya una locura–, pero la mayoría
sólo usan el título como reclamo. Este no. Vermut y tapas tapas como testigos
precisos de los posteriores comentarios convivenciales. La gente estaba contenta, feliz. Alfonso Brezmes,
cuya persona no conocía, presentaba su último poemario, Vicios ocultos.
En edición argentina. No es normal que un poeta de la casa Renacimiento excursione. Luego aclaró que espera este mismo año una nueva entrega en su sello matriz, y que este libro ha sido un extraño capricho solicitado. Merecen la pena
estos caprichos, sobre todo si se hacen acto en una sala a reventar de
amigos, compañeros, familia, poetas y alrededores. Vinieron convocados para la
conversación entre el autor y el poeta Rafael Soler, que supo provocar subrayando
los matices y excitando con preguntas. El
autor, tan dado a los desdoblamientos de identidad, tuvo que fajarse con la verdad
del yo más cercano. Tiene otros. (Se nota que ha leído a Miguel d´Ors.) El
libro se distribuye en cinco capítulos: Examen de conciencia, Dolor de
corazón, Propósito de enmienda, etc… (lean a Ripalda). El poeta Alfonso busca con la tinta de las páginas a su otro, al que navega entretenido por los rincones del amor y la
vida; con pocos vicios públicos, pero en muchas sospechas encendido. Brezmes es alguien
que tiene voluntad de juego con lo leído. Y decisión por el goce y el recreo que supone existir.
Hubo abundantes lecturas de poemas. Y hubo alguna confesión. Como esa de que al
poeta le llega siempre menos calor del que espera cuando entrega una obra al
afecto y al juicio de los demás. Siempre es así. Alfonso Brezmes es poeta
tardío, pero ciertamente ya conoce las astillas del oficio. Declaro aquí que
fue un disfrute sabatino la alegría, el aire desenfadado de la poesía de Alfonso
y la concreción material del vermut, que en esta ocasión dejó de ser metáfora
raquítica. Que cunda. Porque se vendieron todos los ejemplares.
La casa sin puertas
Homero
vio a Dios:
esa
fue la causa de su ceguera.
Borges
leyó a Homero,
y
en sus hexámetros las naves
surcaban
el mar para llevar el sol
hasta
el ciego horizonte de sus ojos.
Yo
he leído antes a Borges
y
otro me lee a mí ahora.
Así
viaja la luz
por
esta casa sin puertas
cuyos
muros son palabras:
iluminando
unos cuartos
tras
dejar otros a oscuras.
(De Ultramor)
Vagones perdidos
Hora punta.
Rostros dormidos.
Cuerpos en la
corriente.
De pronto mi
rostro en un cristal,
viajando
en dirección
contraria
a mi propia
vida.
(De Vicios
ocultos)
miércoles, 8 de enero de 2020
Un poema: ¿Dueños o súbditos?
Hay
costumbres que aún
no
han marchitado, me decías,
regar
cada maceta
del
patio, por ejemplo,
algo
que puede parecer sin gloria,
pero
que es
providencia
sutil que nos convierte
en
cotidianos dioses,
en
dueños de otras vidas,
tal
vez sin merecerlo.
Hubo otras
que fueron necesarias
que fueron necesarias
y ya son abandono:
recuerdo aquella, matutina,
la
de mirar y darle, como primer oficio,
cuerda
al reloj con parsimonia,
un
gesto que era un acto de conciencia,
después
de él, vivir
ya no era un hecho
confuso, inconsecuente,
sino plazo otorgado.
sino plazo otorgado.
Solos frente a la esfera,
la vida y su rigor nos advertían
-¿nos advierten?-
la vida y su rigor nos advertían
-¿nos advierten?-
como súbditos los límites del tiempo.
(De Conversacciones)
jueves, 2 de enero de 2020
Consejo de redacción de enero: Veinte 20
Foto de Mercedes Espinosa Victoria |
Buenos
días, buen año. Este veinte 20, viene con brisa salvífica, con el aroma de las piedras moradas. . El jefe llegaba
cursivo y próspero en sus metáforas. Por lo cursi de su saludo, no sé si nos llega harto
de lecturas o del industrial panetone que Manitú confunda, susurró más
fuerte de los debido el redactor novato. Lo más probable es que haya estado
leyendo alguna traducción nueva de Tranströmer, apostilló el idem
colmillo, y venga obnubilado. De ambos supuestos podría dar cuenta cierta la
becaria, que parecía encerrada con llave en un arrítmico silencio momentáneo. Y les diré
más –continuó el prota, vista baja a los apuntes–, sé por JL Martín
que los críticos franceses de hace unas décadas descubrieron que un poema
comprensible que hablara de un determinado tema es simple periodismo poético.
¿Qué les parece? Afirma que se lo contó Zagajewski en Venecia. Dicen ambos que hay
que procurar librar a los poemas de un relato demasiado accesible para que
puedan acercarse, balbuciendo, a los alrededores de la poesía. La becaria bebió, déjala
que beba San Cristobalón. Humedecidos los labios, puso nervio: Parecen
valentianos henchidos esos franceses de tentación onfálica. No sé qué opinarán
de tal boutade nuestro Rosillo y nuestro d´Ors. Yo por supuesto
no estoy con ellos, pero tampoco lejos. Remachó. Alguien, bajo el tablero,
tecleaba su móvil para traducir el fraseo anfibológico. El jefe, que ya se lo
había escuchado en ocasiones, traía su réplica como espuerta de cal. Miren,
piensen lo que les parezcan, o no piensen, pero –sin llegar a lo gabacho– ojalá
que para este 2020, construir un poema sea algo así como trazar un camino y que
por él transiten los fragmentos del aire, un mundo sin costumbre, la verdad
intranquila. Y lo flanqueen ruidos pobladores, los árboles morados de los
desasosiegos. Luego calló para escucharse bien. Lo tiene por rutina. Alguien dijo desde el
cansancio: Cada mes nos descubre usted una Cibeles nueva. ¿Un camino? ¿eso
propone? Cualquier poema que se respete es siempre un camino o no es nada. La
cuestión es hacia donde, hacía qué vértice, hacia qué lugar soñado, junto a qué
acantilado trazarlo. Añádale lo necesario de encontrar el mojón desde el que iniciar el regreso. Entonces podrá ser poema. El jefe, que lo es aquí y en Siracusa. no tardó
en su argumentario. No importan tanto los condicionantes, importan sólo apenas. Tal
vez tenga usted razón, pero la que tiene es poca y además no sirve. Mire la
fotografía, lea usted en el metro el pasquín de Berta García-Faet, el
camino del poema es, o debe ser, apenas penumbra ensimismada, qué importan las adherencias. Nadie intuye ni sabrá nunca la meta de la poesía. Ni la nuestra. Camino, sólo camino e incertidumbre. Eso sí, el poema que
propongo debe dejar abiertos, muy abiertos, para actor y lector, sus dos
puntos de fuga. Para poder volar. En eso soy irreductible. Algunos lo entendieron como el momento
propicio para la huida. Y ejecutaron. Veinte–veinte,
piedras moradas, caminos. Veremos.
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