viernes, 31 de enero de 2020

Consejo de redacción de febrero. Lo terapéutico






      El invierno hace de las suyas. Y China. El Jefe, transido de tantas auscultaciones, llegó con cierto rastro de incomodidad tras de sí. Respiró hondo. Tanteó. Buscó su sitio. Miró más allá de un horizonte rectangular y acristalado. Dudó un instante. Comenzó a hablar. Buenos días. Al fin y al cabo toda poesía es un ejercicio de autognosis. Qué otra cosa puede hacer un hombre solo, una mujer sola frente a un papel y un paisaje, ante la pantalla del ordenador. A veces levantamos edificios de bonitas fachadas y carentes de argumentos que los demás aplauden; en otras, las menos, acertamos la mano con la herida, que dijo aquel. Nosotros sabemos bien cuándo suceden cada una de estas situaciones. Por eso es tan habitual la tentación elegíaca, como si la persona que somos se hubiera ido corrompiendo con el tiempo, alejándose de un paraíso adolescente pleno de sueños y verdades. Por eso es tan habitual el lamento ante la realidad que acosa, la insatisfacción ante nuestra historia. Y tan extraña la poesía celebrativa, la que canta y no cuestiona. Ojalá nos fuera dado recordar el futuro. Después, calló profundo. Daba la impresión que no sabía hacia dónde dirigir su deshilvanado discurso. Alguien hizo misericordia y ayuda. ¿Es por eso que la poesía es tenida a veces por práctica sanadora, Jefe? He oído decir que el psiquiatra de Anne Sexton, aparte de intentarlo con otras actuaciones, le propuso el ejercicio de la escritura poética como medio para restablecer sus equilibrios emocionales? ¿Puede curar la poesía estas cuestiones? ¿Puede llevarnos al nosce te ipsum deseado? Preguntó el redactor novato. Sí, claro, por supuesto, ciertamente. Pienso en Leopardi y su drama vital, en su dolorida necesidad. Pero si bajamos del estrado y nos ocupamos de lo que vemos y oímos en la madrileña sociedad poética de hoy, suele emplearse más como placebo que como medicina. Y tampoco está mal, no seamos savonarolas de cartón. Decía Javier Egea que la poesía es un pequeño pueblo en armas contra la soledad. Sentirse con otros, rodeado de otros, es algo que necesitamos. La becaria, que está un poco enfurruñada con tanta intemperie y tanta alerta levantó la mano: Debatir sobre la función social de la poesía y su valor terapéutico es tema cansino. Como el mundo. Ya lo despreciaba Boccaccio en el siglo XIV. Yo simplemente creo que todo lo que no mata engorda. Y en eso sigo. He visto gente feliz a su alrededor. Aunque también sé que ha sido ocupación señera de muchos suicidas, a los que no les sirvió. Volvió a hablar, trémulo, el Jefe: La poesía es el más bello de los objetos inútiles. Por ello seguimos aquí. Silencio denso. Un sollozo infantil cruzó los rostros de los fieros guerreros. Por vez primera sonaron aplausos finales y sinceros en la sala de redacción.

martes, 28 de enero de 2020

Dos poemas de Hortensia Higuero. (De Los dioses...)

Hortensia Higuero
(Foto de Carlos Paverito)



Con ella hemos compartido numerosas soirées en los eventos poéticos madrileños. Es persona y poeta vivaz que gusta de la compañía, de la conversación con sus contemporáneos. Hablo de la poeta de Alcorcón Hortensia Higuero, que visita por vez primera esta casa. Recién termina de publicar y presentar el último de sus poemarios, Los dioses que olvidaron ser mortales (Lastura 2019), título que parece remitir a un proyecto mitológico, pero que ampara algo muy distinto. Lo cierto es que alberga un recorrido por la cotidianeidad de un existir descrito en primera persona. Y como en poesía  -digo la que se precie de tal nombre- siempre hay una adecuación del fondo con la forma, el lenguaje de Hortensia Higuero, casi conversacional, encuentra la tensión precisa para narrar con intención. Para volcar al papel los sentimientos y las provocaciones que la poeta trae a casa al regreso del día mientras es vigilada por los ojos de la noche. No es un diario, no es un testimonio confesional, pero narra el palpitar de las vivencias, esas que los aconteceres acercan unas veces al desánimo y otras a la aceptación. Incluso a la exaltación.  Aunque debemos advertir, y pronto, que sus textos no se abisman en la tentación autobiográfica de la intimidad, sino que los poemas nos encaminan a que el lector (o la lectora) y la poeta confluyan en estadios emotivos que puedan ser, y de hecho son, compartidos. Un libro escrito desde la sencillez de una poesía a ras de cuerpo, nacida del arañar en las entrañas, que busca más en lo que hay en cada uno de carnalidad, de tacto, de memoria y corazón heridos, que en las abstracciones o los edificios estéticos. Hortensia Higuero escribe aquello que le sirve, lo que mana con naturalidad de sus confrontaciones con los páramos del existir. Desalientos, escalofríos y diciembres se miran cara a cara con el canto de los pájaros, la excitación de los estíos y los amaneceres. Y es que sus poemas escarban en esa sucesión de tristezas y epifanías con que el almanaque, en su rodar, nos obsequia. El cuenco del amor en la noche/ es para sostener el alba, nos dice en uno de ellos. Todos sin título. Y es que la poeta comprende que vivir es renacer cada día, un continuo sin excusas. Y que la vida es bella a pesar de los pesares, que nos decía Goytisolo. Asunto que Hortensia Higuero parece aplicar a su vivir, a su escribir.
El libro se presentó en la Casa de Castilla-La Mancha madrileña, y fue glosado por Francisco Gª Marquina que remarcó la vigencia de los particulares en la poesía de Hortensia frente a los universales; al tiempo que señaló que el libro es un hilo que va desde la infancia a la madurez y que, a lo Gaston Bachelard, la identifica con la casa, ese cuerpo de imágenes del que extraemos razones e ilusiones de estabilidad. Pero en donde, nos advirtió, también se hacen visibles los espacios de soledad que la construyen. Soledad y refugio: las dos médulas del libro. Siempre hemos dicho que la poesía tiene muchas puertas y la de estar atentos/atentas a lo que pasa en nuestros interiores es una de ellas. La que ha usado en esta ocasión Hortensia Higuero.

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La casa está llena de rumores
que a veces me sobresaltan,
como este sonido de nudillos en los cristales,
de galope de caballos preguntando al ayer
la forma que tiene el recuerdo en los insomnios,

son ruidos apenas perceptibles,
ligeros y cercanos
que resurgen para que vuelva a sentir el chasquido
que hace el ruido en la boca de aquel beso
que surgió a lo Humphrey Bogart,

ruidos que en la nocturnidad de la noche saben
por qué las amapolas tienen un verano tan corto
y esa tristeza diurna en sus pétalos
cuando me perturban los recuerdos.
Ruidos.
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Lo primero, el canto de los pájaros
y un poco de agua y tierra;
después la coraza del día,
el pintalabios y una sonrisa permanente de felicidad;

la ecuación dos al cuadrado
suma esquinas desde donde se cuentan las horas;

lo último, la noche,
el refugio de una habitación
y un libro con el mismo título que siempre lees.
La vida es bella.


viernes, 24 de enero de 2020

Dos poemas de José L. Torrego (de "Una novia judía")

José Luis Torrego
(Foto: Moreno Galán)




       Un poeta capaz de escribir anagnórisis en un poema y que el poema no sucumba es un poeta a considerar.  Un poeta capaz de trenzar, a lo TS Eliot, una espléndida amalgama de alusiones culturales en elementos visuales y al mismo tiempo beber de la sencillez humana y poética de personas como José Luis Morales, es un poeta a tener muy en cuenta. Tal es el caso de José Luis Torrego (Segovia 1967), que desde la doble fecundidad de sus lecturas y su despierta sensibilidad está siendo capaz de levantar un edificio poético de recia personalidad y novedad profunda en el panorama hispano. Si ya Suzanne era un texto que lo consagraba como el Eliot español del siglo XXI, ocupando un espacio vacío en el mosaico poético español, el vigor de este Una novia judía (Lastura 2019) viene a asegurarle en un camino que debe y tiene que atravesar en beneficio de todos. En su edición el libro viene rematado en la contracubierta por un texto que no nos resistimos a reproducir y que suponemos de alguien cercano a sus estadios creativos. Dice así: Una novia judía es una elipse generada por dos focos adversarios y proteicos. Cambiantes parejas de opuestos que van tomando en el desarrollo del poema las siguientes dimensiones y formas: una historia de amor en pleno conflicto, la serenidad y el orden de la poesía de Heine frente a las vanguardias aniquiladoras de Schwitters, el mythos y el logos; la fecundación y la incineración; el consumismo de neón y la ciudadela de Corinto; la muerte de la amada y su resurrección. De ahí que la obra desarrolle su avance alternando campos narrativos y planos expresionistas. Una lucha entre opuestos que tiene como resultado una obra de arte de autoría compartida, como definió magistralmente Mijail Tal la partida de ajedrez. Y es que tal planteamiento responde rigurosamente a su contenido. Una novia judía bebe del momento de la cultura germana de entreguerras y está empedrado tanto de textos en alemán como de los referentes existenciales de una época convulsa. Un territorio poco propicio al amor, pero, fuerza incontenible, siempre existen un él y una ella que se aman. Alrededor de esa tensión, alrededor fundamentalmente de la propuesta de Max Frisch, en Homo faber, se van creciendo los poemas, que abandonan lo narrativo para proponernos la connotación como lugar de maniobras. Razón y azar, ajedrez y silencio, exactitud y probabilidad, moral y amor. José Luis Torrego, con un decir de cruzados fragmentos, de teselas vividas y leídas, construye un poemario exigente con el lector. Sin lugar a dudas menos pensado en el para los otros que levantado desde la convicción del afán propio, del hacia dentro, desde un canon estético de fortísima personalidad. El poeta pretende ser hallado, no buscar. Al lector atento le es posible intuir citas, paralelismos, paráfrasis, intertextualidades y diálogos con aportaciones anteriores de filósofos, pintores, músicos o poetas. Todo ello fagocitado con enorme delicadeza por un texto que subyuga y enriquece. Que premia con creces la paciencia y el atrevimiento de quien permanece fiel a tan original propuesta. Una novia judía camina, como texto poético, más allá de un asunto de vida efímera, tiene trazas y vocación de permanencia dentro del totum revolutum que supone la oferta poética actual. Le vendría bien verse arropado por un potente aparataje crítico –hay personas en los alrededores del poeta muy capaces– o tal vez, como hizo Eliot en su momento para La tierra baldía, acompañarlo con unas notas que remitieran con prontitud a los referentes utilizados. Y es que el impresionante montaje ucrónico de los poemas y la esmerada acumulación (a la manera de Schwitters y el collage) le añaden aromas mágicos, pero también crípticos. Algo que sugerimos para una próxima edición, que seguro sucederá. Sirva esta modesta nota para acusar recibo de esta ambiciosa propuesta.  
 
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No,
no somos como el agave: tras la flor seguimos vivos.

Nos adosan mascarillas
de oxígeno, nos mantienen
sin consulta respirando
torpemente, desvalidos.

Y sólo nos queda
–alguna noche de vez en cuando– el sueño
con una novia judía de Berlín en los tiempos de Hitler
para aliviar la paz de todo desierto.

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Nadie lee hoy

Die Welt als Wille und Vorstellung.

Literatos diletantes, no dramaticemos:
nadie lo compró tampoco entonces, hace ya más de dos siglos.
El editor subastó la primera edición completa
en un lote por arrobas como papel de desecho.

Schopenhauer lleva ya tres días muerto
con su gato
cuando lo descubre la mujer que va a limpiar la casa.

En todo momento previsor,
le había dejado comida



miércoles, 22 de enero de 2020

De los presentadores. Hoy: Francisco García Marquina

Francisco Gª Marquina y José Luis Torrego
(Foto: Romero Galán)




      El arte de las presentaciones de libros, lanzamientos le llaman los hispanos ultramarinos, va evolucionando, pero con lentitud. Las conversaciones con los autores, alternadas con lecturas, de poemas, se van imponiendo poco a poco. El antiguo formato permanece. Una persona peroratea sobre el libro y el autor toma de seguido la palabra y lee algunos poemas. A veces un exceso. De cuando en vez se suelen trufar con ilustraciones musicales de amigos/as que no cobran. Y que se agradecen. Así vamos tirando. Con estas costumbres se mueve el espectáculo. Sepan que las ventas de libros de poesía se realizan en un 90 % en estos aquí y ahora. Ventas provocadas tanto por el interés como por el compromiso personal con el autor. Sin estos actos se hundiría el mercado editorial de los/as pequeños/as. Hay que aceptarlo. Quien esto escribe ha participado por activa y pasiva. A veces con unas sensaciones y en otras con distintas. Dependiendo de según. Digamos también que existen personas solicitadísimas para estos lances. No es cuestión de dar nombres. Ellos/as lo saben. Alguno con afinadísimas técnicas elusivas.  

Hortensia Higuero y Francisco Gª Marquina
(Foto MCBarri)


Predela necesaria lo anterior para enmarcar que Francisco García Marquina –poeta, novelista, articulista y hombre sabio– ha sido requerido durante dos jornadas consecutivas, de vientos y aguas casi heladores, para el menester. Viene de lejos porque vive lejos, lo que es muy de agradecer. Con cuidado atavío. Usa humor de altos vuelos, del aprendido cuando había. Y suele leer los libros de los que habla. De sus virtudes destacaría que parece encantado con el encargo recibido, emoción que hace sentir cierta. También que es exquisito en sus apreciaciones. Vino a Madrid a presentar dos libros de Lastura: La novia judía, de José Luis Torrego y Los dioses que olvidaron ser mortales, de Hortensia Higuero. Dos libros muy distintos, muy distantes, sin embargo García Marquina hizo dos soberbias intervenciones, lúcidas y cariñosas, que nos reconciliaron con esta actividad y dejaron a los autores frente a oyentes avisados y esperanzados, que es de lo que se trata. Añadan a esto que habla y desaparece de la escena, sin ocupar otro foco que el que deja el aroma de su sabiduría. Su lado oscuro reside en que todavía no tiene agente para contratar estos lances, algo por lo que ha sido reconvenido por la recién creada AEPPRP (Asociación Española de Presentadores, Prologuistas y Reseñistas Profesionales) –de la que hablaremos­– y quizás tenga problemas para ejercer en el futuro.

viernes, 17 de enero de 2020

Dos poemas de José Iniesta: Dar el pan y Con viejas palabras







        El poeta está de gira por España. A su lectura del Ateneo valenciano -cuánto bien hace Vicente Barberá con ese ciclo- añade ahora otras próximas, Salamanca y Badajoz, a la espera de la ya anunciada en Madrid. Es José Iniesta (Valencia, 1962) y ha editado reciente con Renacimiento Llegar a casa. Tuve oportunidad de saludarle durante el pasado encuentro de Náufragos. Es hombre entregado a la pasión poética. Como una vocación indestructible. Escribir poemas, parece, se ha convertido para algunos en costumbre social, en un modo de presencia, en ocio culto que dicen los norteamericanos. No es el caso. Aquí hablamos de necesidad, de urgencia. De amor si me lo permiten. Más allá de los poemas, la persona de José Iniesta trasmite la verdad del concilio que la poesía procura. No puede decirse de otros. Cree en lo que hace porque le sostiene, porque lo necesita. Es poeta que dice de las cosas que habitan sus alrededores: las ciertas y las sospechadas. Digamos que es celebrativo, esa etiqueta que desde Claudio nos recorre. Digamos que su lectura me recuerda los tonos de César Simón, tal vez por ese escribir andando sobre las cosas, sin dañarlas. Sin retorcimientos lingüísticos ni conceptuales. Pero sin el eco desvalido que a veces asomaba en César. Y porque sin duda sabe que los versos pueden ser un pálido reflejo de la vida, procura abrir ventanas a la luz y al goce del existir mientras escribe. También al amor, para él motivo manantial, como proyecto amparador, como fusión con lo creado. Dice: Ahora solo escribo cuanto amo, en el poema “Amanece en el jardín”. Sabe del tiempo y de sus afluentes: el enigma y los miedos, pero conoce al olmo de la plaza, al granado de su jardín, las noches de piel abierta. Y recorre el camino del crepúsculo de Basho con sandalias gastadas, mas sin prisa. Es un canto donde la muerte no tiene razón, donde el vértigo y la soledad aparecen maniatados por la alegría del abrazo y las plenitudes del aire y del sol alerta. Un poeta de la contemplación como incentivo, de la mirada como semilla, de la paz y la sed como frutos. Fluido, generoso, tan alejado del malestar difuso como de la ácima queja gratuita. Llegar a casa, a ese lugar en donde el mundo se resuelve, es un libro de alto vigor poético. Un libro que camina entre la sencillez del discurso y la fortaleza de aquello que la vida no consigue erosionar. Ofrecemos dos poemas. El primero de los cuales se lo escuché en Cuenca y permanece en mi recuerdo.
 
DAR EL PAN

En torno de la mesa qué aventura
servir a mi familia el pan reciente,
repartirlo en la cena con mis manos.
De golpe todo significa más.
Hoy nada soy,
                          ni sombra,
                                               al alumbrarme
aquí con el amor de vuestros rostros,
y se abre al alborozo mi existencia
como un árbol creciendo desde dentro
para ser en el aire las ramas de la luz.

Ahora si he llegado donde estuve.
Ahora sí que vivo en hora buena
porque es vuestro mi pan,
                                             y en ese darme
que ya no exige nada me descubro
más justo y más real al repetir
el gesto recordado de mi padre
al rebanar la hogaza, al ofrecerla
a mi madre riendo y mis hermanos
en la casa de adobe, cuánta luz.

Hay actos que traspasan su sentido
en este viaje extraño al desconcierto.
Aunque es fría la noche de la carne
estos gestos irradian
                                    claridad y quietud,
son fuente de la sed en el camino,
y siempre son destino, para siempre.  

Ahora se ha quebrado por amor
el cristal de mi edad al asomarme
a la alegría,
                     y todo en nuestra casa
en torno de una vela que nos une
se encala en su sentir, es alimento
en esta noche única que se repetirá,

este pan necesario de la entrega
su hondo entregarse,
                                   a su miga caliente,
este sabor de vida a nuestro lado.


CON VIEJAS PALABRAS

Estas viejas palabras donde fluye mi vida
tan nueva en este día que se acaba
de otoño y de nostalgia, los adioses,
estos versos del tiempo, temporales,
derramándose a veces como música
sobre el cansancio amigo de la carne
como lluvia primera sobre el polvo,
la boca que me besa en mis desiertos,
la viva transparencia de tu amor
colmándose de risas y de auroras
en la cárcel del agua,
                                   la fuente que eres tú.

miércoles, 15 de enero de 2020

Un poema: El tiempo es un jaguar










El tiempo es un jaguar insatisfecho
que jamás abandona sus quehaceres
y sigiloso juega
con nuestras torpes ansias

ante sus fauces 
-de taimados bostezos-
nos deja hacer y hacer, como si ausente

y se sonríe
con tanto esfuerzo inhábil
de quien procura
escapar ocultándose
en versos y papel
de su campo de acción, de su mirada

benévolo,
nos deja hacer, sé que nos deja

en ocasiones parece distraído, 
ajeno en su quietud, mientras decide,
harto ya de la escena,
cuándo será el zarpazo.

                                               (Para Pilar Blanco Díaz)


domingo, 12 de enero de 2020

Un auténtico vermut poético: Alfonso Brezmes

Alfonso Brezmes y Rafael Soler
Foto: Ana Ares

       

       Tiene un altillo la librería Cervantes y cía maravilloso. El sábado sirvió de territorio para un vermut de los de verdad. Se ha puesto de moda llamar vermut poético a los actos de los sábados por la mañana -esto es ya una locura–, pero la mayoría sólo usan el título como reclamo. Este no. Vermut y tapas tapas como testigos precisos de los posteriores comentarios convivenciales. La gente estaba contenta, feliz. Alfonso Brezmes, cuya persona no conocía, presentaba su último poemario, Vicios ocultos. En edición argentina. No es normal que un poeta de la casa Renacimiento excursione. Luego aclaró que espera este mismo año una nueva entrega en su sello matriz, y que este libro ha sido un extraño capricho solicitado. Merecen la pena estos caprichos, sobre todo si se hacen acto en una sala a reventar de amigos, compañeros, familia, poetas y alrededores. Vinieron convocados para la conversación entre el autor y el poeta Rafael Soler, que supo provocar subrayando los matices y excitando con preguntas.  El autor, tan dado a los desdoblamientos de identidad, tuvo que fajarse con la verdad del yo más cercano. Tiene otros. (Se nota que ha leído a Miguel d´Ors.) El libro se distribuye en cinco capítulos: Examen de conciencia, Dolor de corazón, Propósito de enmienda, etc… (lean a Ripalda). El poeta Alfonso busca con la tinta de las páginas a su otro, al que navega entretenido por los rincones del amor y la vida; con pocos vicios públicos, pero en muchas sospechas encendido. Brezmes es alguien que tiene voluntad de juego con lo leído. Y decisión por el goce y el recreo que supone existir. Hubo abundantes lecturas de poemas. Y hubo alguna confesión. Como esa de que al poeta le llega siempre menos calor del que espera cuando entrega una obra al afecto y al juicio de los demás. Siempre es así. Alfonso Brezmes es poeta tardío, pero ciertamente ya conoce las astillas del oficio. Declaro aquí que fue un disfrute sabatino la alegría, el aire desenfadado de la poesía de Alfonso y la concreción material del vermut, que en esta ocasión dejó de ser metáfora raquítica. Que cunda. Porque se vendieron todos los ejemplares.

La casa sin puertas

Homero vio a Dios:
esa fue la causa de su ceguera.
Borges leyó a Homero,
y en sus hexámetros las naves
surcaban el mar para llevar el sol
hasta el ciego horizonte de sus ojos.
Yo he leído antes a Borges
y otro me lee a mí ahora.
Así viaja la luz
por esta casa sin puertas
cuyos muros son palabras:
iluminando unos cuartos
tras dejar otros a oscuras.

                           (De Ultramor)

Vagones perdidos

Hora punta.
Rostros dormidos.
Cuerpos en la corriente.      

De pronto mi rostro en un cristal,
viajando
en dirección contraria
a mi propia vida.

                              (De Vicios ocultos)


miércoles, 8 de enero de 2020

Un poema: ¿Dueños o súbditos?


Hay costumbres que aún
no han marchitado, me decías,
regar cada maceta
del patio, por ejemplo,
algo que puede parecer sin gloria,
pero que es
providencia sutil que nos convierte
en cotidianos dioses,
en dueños de otras vidas,
tal vez sin merecerlo.

Hubo otras 
que fueron necesarias
y ya son abandono:
recuerdo aquella, matutina,
la de mirar y darle, como primer oficio,
cuerda al reloj con parsimonia,
un gesto que era un acto de conciencia,
después de él, vivir ya no era un hecho 
confuso, inconsecuente, 
sino plazo otorgado.

Solos frente a la esfera, 
la vida y su rigor nos advertían
-¿nos advierten?-
como súbditos los límites del tiempo.

                                        (De Conversacciones)

jueves, 2 de enero de 2020

Consejo de redacción de enero: Veinte 20

Foto de Mercedes Espinosa Victoria





 Buenos días, buen año. Este veinte 20, viene con brisa salvífica, con el aroma de las piedras moradas. . El jefe llegaba cursivo y próspero en sus metáforas. Por lo cursi de su saludo, no sé si nos llega harto de lecturas o del industrial panetone que Manitú confunda, susurró más fuerte de los debido el redactor novato. Lo más probable es que haya estado leyendo alguna traducción nueva de Tranströmer, apostilló el idem colmillo, y venga obnubilado. De ambos supuestos podría dar cuenta cierta la becaria, que parecía encerrada con llave en un arrítmico silencio momentáneo. Y les diré más –continuó el prota, vista baja a los apuntes–, sé por JL Martín que los críticos franceses de hace unas décadas descubrieron que un poema comprensible que hablara de un determinado tema es simple periodismo poético. ¿Qué les parece? Afirma que se lo contó Zagajewski en Venecia. Dicen ambos que hay que procurar librar a los poemas de un relato demasiado accesible para que puedan acercarse, balbuciendo, a los alrededores de la poesía. La becaria bebió, déjala que beba San Cristobalón. Humedecidos los labios, puso nervio: Parecen valentianos henchidos esos franceses de tentación onfálica. No sé qué opinarán de tal boutade nuestro Rosillo y nuestro d´Ors. Yo por supuesto no estoy con ellos, pero tampoco lejos. Remachó. Alguien, bajo el tablero, tecleaba su móvil para traducir el fraseo anfibológico. El jefe, que ya se lo había escuchado en ocasiones, traía su réplica como espuerta de cal. Miren, piensen lo que les parezcan, o no piensen, pero –sin llegar a lo gabacho– ojalá que para este 2020, construir un poema sea algo así como trazar un camino y que por él transiten los fragmentos del aire, un mundo sin costumbre, la verdad intranquila. Y lo flanqueen  ruidos pobladores, los árboles morados de los desasosiegos. Luego calló para escucharse bien. Lo tiene por rutina. Alguien dijo desde el cansancio: Cada mes nos descubre usted una Cibeles nueva. ¿Un camino? ¿eso propone? Cualquier poema que se respete es siempre un camino o no es nada. La cuestión es hacia donde, hacía qué vértice, hacia qué lugar soñado, junto a qué acantilado trazarlo. Añádale lo necesario de encontrar el mojón desde el que iniciar el regreso. Entonces podrá ser poema. El jefe, que lo es aquí y en Siracusa. no tardó en su argumentario. No importan tanto los condicionantes, importan sólo apenas. Tal vez tenga usted razón, pero la que tiene es poca y además no sirve. Mire la fotografía, lea usted en el metro el pasquín de Berta García-Faet, el camino del poema es, o debe ser, apenas penumbra ensimismada, qué importan las adherencias. Nadie intuye ni sabrá nunca la meta de la poesía. Ni la nuestra. Camino, sólo camino e incertidumbre. Eso sí, el poema que propongo debe dejar abiertos, muy abiertos, para actor y lector, sus dos puntos de fuga. Para poder volar. En eso soy irreductible.  Algunos lo entendieron como el momento propicio para la huida.  Y ejecutaron. Veinte–veinte, piedras moradas, caminos. Veremos.