Óleo de L. S. Lowry |
De acuerdo –aceptó el Jefe–, pero en este territorio de masas virtuales es
posible encontrar a francotiradores excepcionales, preocupados por la calidad y
cualidad del lenguaje, borgianos empedernidos, tal es el caso del talaverano Alfredo
J. Ramos que sigue destilando romero casi a diario. No me resisto a darles su
aportación de ayer en fotocopia. Hela:
(Hablarle
a Borges, 73). Dicen que Borges dijo o escribió: «Eso de que el plagio es la
forma más sincera de la admiración, creo que es cierto».
Y nada más leerlo se me ocurre: «A mí también me lo parece. Nunca he entendido esos enfados monumentales de quienes han sido suplantados sin mayor menoscabo que el mero intercambio de nombres. Es más, intuyo que esas actitudes, con el ridículo egotismo que revelan, acaso demuestren un no estar a la altura del azar favorable».
Y nada más leerlo se me ocurre: «A mí también me lo parece. Nunca he entendido esos enfados monumentales de quienes han sido suplantados sin mayor menoscabo que el mero intercambio de nombres. Es más, intuyo que esas actitudes, con el ridículo egotismo que revelan, acaso demuestren un no estar a la altura del azar favorable».
Adenda: Hay, además, una
definición del plagio en el “Diccionario del Diablo” de Ambrose Bierce que lo
subraya: «Coincidencia literaria entre una prioridad carente de mérito y una
posterioridad honorable». Y es que el plagio, como un directo homenaje, lo que
muchas veces acaba fundando es el valor de la obra plagiada. El caso del
«Quijote», con la reacción que Cervantes tuvo ante el “agravio” de Avellaneda
—y ahí sí que había, además de una probable querella y afrenta personal, un
conflicto económico—, es paradigmático: sirvió para que Cervantes traspasara,
por así decir, los límites de su propia obra llevando la escritura de ficción a
un terreno inexplorado y radicalmente nuevo: la invención de la novela moderna.
Confundir el arte con la propiedad y las segregaciones del ego es, como mínimo,
un signo de profunda miopía.
Esto si me interesa, Jefe, aunque venga en fotocopia, soporte viejuno –dijo el redactor colmillo–; en el XVII era muy celebrada la
costumbre del centón. Aquellas enormes cantinelas
versiculares fabricadas tomando versos conocidos, o no, de poetas de éxito. Las
cosas son distintas ahora. Dicen que la justicia ha sancionado a algún atrevido oportunista que había remozado con éxito, y con nocturnidad, lo del corta, une, lima y
pega. El asunto es que su afición no buscaba divertimento, sino que era usada
para obtener ganancias económicas en ciertos premios. Fue a los tribunales por decisión de algunos de los plagiados. Hubo juicio y condena. El artículo de Alfredo y Borges
llega tarde para él. Hubiera sido excelente testimonio ante el juez. Poder alegar que los demandantes en lugar de perjudicados debían sentirse alagados,
acariciados. Así está el mundo de los poetas antiguos.
El Jefe recordó que las televisiones decían que haría calor. Lo
virtual es ahora lo real –dijo severo–, tanto en poesía como en
meteorología. Ante el agobio anunciado, y lo áspero de la meseta, la asamblea acordó autodisolverse hasta
septiembre. Nadie dijo donde iba. Ni si tenía patio.