Crístobal lópez de la Manzanara y Eugenio Arce Foto: Lanza digital |
Estuvo Mientras la Luz, redacción al completo, en Ciudad
Real el fin de semana. Gozando de una espléndida otoñada seca. Sufriéndola. La lluvia es rehén de las premisas, una taimada desesperación, un agravio en los modos, lo imposible. Mientras, la poesía. Como defensa, como ruego. La tarde-noche del sábado 18 estuvo en el museo López Villaseñor con la entrega al haijin. Cristóbal
López de la Manzanara del premio Guadiana que otorga la Asociación del
mismo nombre. La culpa fue del poema Dos viajes, que relata sus visitas a
La Mancha en estaciones diversas y en donde las emociones conservan su color
primero. Dos poetas le flanqueron, Eugenio
Arce, que presidió el acto, y Manuel
Cortijo, que le hizo entrega. Le acompañó su editora Lidia López, de reciente
motorización. Al salir, tampoco el agua.
Joaquín Brotons Foto: La Tribuna |
Ni el lunes 20, fecha de tantos aniversarios muertos, llovía
cuando nos dirigíamos a la Facultad de Letras manchega. El poeta valdepeñero Joaquín Brotons leía, en aula abierta,
a los jóvenes universitarios. No es fácil apartarle de su ciudad-isla-vino,
pero sí en esta ocasión. Nervioso y feliz escuchó la presentación, leve y
precisa, del profesor y paisano Matías
Barchino. Dijo que hace tiempo que no escribe lo que es verdad que escribía:
poesía homoerótica. Aclaró que su poesía es vivencial y cuando las experiencias
faltan no es posible relatarlas. Aunque leyó poemas a lo Wordsworth, buscando
la belleza en las hojas de hierbas del recuerdo. En los cuerpos adolescentes
disfrutados. Habló de sus maestros Cavafis
y Cernuda y de su amistad con Baena, Vicente Núñez y LA de Villena.
Se dijo, él y otros, de su valentía por escribir con claridad del amor
homosexual en épocas cerradas, en tierras hostiles. Y de la marginalidad, ese
horizonte de días con quien habla. Hizo buena lectura. Y temblorosa. Con emoción
final. Su última publicación fue Joven
ilicitano (2007). Desde hace un tiempo es poeta de antologías más que
de novedades. Pedro A. González Moreno
condujo la más reciente, Pasión y vida que editó Verbum. Textos
tozudos, espirales que le niegan la inmediata reducción a poeta invisible. Ese pozo,
casi agujero negro, que a todos amenaza No
llueve. Y la mirada no halla recompensa.
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Joven ilicitano (fragmento)
Los mancebos de ojos negros y suave piel africana, cobriza, cuyo
tacto calcinaba sus manos en la antorcha de los anhelos, que forma dunas de
arena incendiaria en el fascinante oasis en el que se bañan los cuerpos
adolescentes; los muchachos turbadoramente hermosos coronados de erotismo puro,
inmaculado, cual dioses que pasean orgullosos por el césped seco del solitario
y desvencijado embarcadero del amor imposible; el puerto en el que sestean y
bailan las barcas de porcelana iluminadas por sus blancas velas; el malecón de
los descorazonados de alma frágil, sensible, en el que los trasatlánticos que
surcan los mares de petróleo encallan contra las rocas, hundiéndose lentamente,
hasta alcanzar las profundidades marinas en las que yacerán para la eternidad,
ocultando sus tesoros a la codicia humana que pisa la flor del azafrán y no
aprecia el olor de las acacias.
Te coroné y adoré, amor mío, como a
un dios -eras mi dios del Olimpo, mi Apolo- con pámpanos y uvas en la alta
noche báquica, en la que en las viejas tabernas bebíamos el vino empalagoso,
dulzón de la felicidad, que bellos efebos coperos escanciaban de cráteras
helénicas adornadas con sátiros y faunos, en copones con incrustaciones de oro
y diamantes, engarzados con perlas, cuyas ostras aún nadaban en un mar
adormecido, somnoliento, que acariciaba los pies de los amantes que tomaban el
sol en las playas griegas, junto al dorado sexo prohibido que dormía en su cama
de mullido algodón lujurioso, cubierta con dosel de delicado paño impregnado de
aroma de alhelí.
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