Qué problema el asunto del haiku. Tan leve, tan próximo en
su hacer, tan sensación, tan sugerente. Qué tentación desde que el mexicano José Juan Tablada publicara en 1919 Un
día… o desde que Octavio Paz
-La poesía de Basho no es simbólica: la
noche es la noche y nada más- lo revitalizara allá por 1957. Que tentación
para unos españoles que tienen el oído acostumbrado al 5/7/5 de la seguidilla.
Que tentación de fusionarlo todo, asonancia incluida. Lo de las estaciones, lo
del instante, lo del paisaje, lo de la fugacidad cósmica, lo de la sensación de
contraste. Lo de la ausencia de metáfora, de causas y consecuencias. Todo eso que tanto se sabe y tan bien nos repetimos unos a otros. Pero qué tentación tan a la puerta de casa lo de las 17 sílabas
hispanas, esas que nada tienen que ver con las 17 japonesas. Con lo
intraducible. Es conocidísimo que Benedettí
las tomó como juego, como riesgo, y, despreciando el fondo del asunto conscientemente,
se quedó con la atracción de su forma. Con el molde. Dicen que hacía cien en
una siesta. Qué tentación. Tanta que en los llanos de Albacete personas como Susana Benet, Valentín Carcelén, Elías Rovira
y tantos otros se esfuerzan por… Disculpen que interrumpa la digresión, todo
esto viene aquí tan atropelladamente porque Cristóbal López de la Manzanara ha editado (Lastura 2017) un libro
de haikus al que ha titulado EN, y por subtítulo Haikus
para una primavera, del que quisiera decir.
Presentado, 25 de abril, en el Espacio Mercado de Getafe por
voces tan autorizadas como los poetas Manolo Romero y Matías Muñoz, la voz de
Davina Pazos en la lectura y la proyección de imágenes ad hoc con textos en
caracteres japoneses crearon una atmósfera ideal entre las casi 200 personas
que llenaban la sala. Una sala repleta para escuchar haikus. Que no
defraudaron. Haikus asonantados, sí, pero disciplinados en las medidas y en las aspiraciones. Dice
bien en el prólogo Corredor Matheos cuando advierte que procuran atender a los
preceptos ut supra recordados, pero que sobre todo se esfuerzan en establecer
relaciones entre los distintos elementos de la naturaleza que reclaman. Esa
es su gran virtud, reafirmo. Pocas veces, aunque alguna –sobre todo el amor- aparece
lo humano y sus emociones en lo observado y contado. Y menos aún sorprendemos a
la acción estéril entre las partes del todo. El poeta cuida hasta el extremos
sus intenciones. Son haikus escritos con claridad punzante, a prueba de
sencillez, con limpia mirada, con abiertos ángulos de luz. El poeta no intenta
por ningún motivo dejarse influir por los elementos y los acontecimientos observados.
Mucho menos extraer lecciones morales. Hay pues una disciplina cartuja de vigía y densidad que disculpa la aparición de adjetivaciones, única grieta por la que el ánima del autor se vincula, dejándose ir, con el paisaje y su discurso (y que crean escenarios que
el lector agradece por su frescura). Como en cualquier libro de haikus, unos
dejan indiferente a quien lee y otros le remueven. Es el riesgo del haiku, esa
ráfaga que intenta poner en contacto dos miradas, dos sensibilidades en tan
escasos límites, en tan distintos momentos. Pero hay en todo él una dignidad, nacida del rigor, poco
frecuente en quien por vez primera se expone a una prueba de tal dificultad. Es
Cristóbal López de la Manzanara poeta poco prolífico, por eso es tan de
agradecer su valentía y este libro arriesgado. Un mirada pretendidamente objetiva que tanto
dice de su subjetividad. Les aseguro que se conoce mejor al hombre y al poeta
tras cerrar la lectura de este libro.
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cuadro de mayo, rosas
de sur al este.
*
La paz desnuda
recostada en el césped
llena de dudas.
*
Alfiletero:
corazón con la sangre
de terciopelo.
*
El remolino:
humareda de sed
en el camino.
*
Nieve en vilanos
del diente de león
por los majanos.
*
Enrojecida
comunión en la tarde
de luz herida.
*
Cinco aviones
trazan un arco iris
con siete errores.