(Para Davina. Con ocasión de Cadáver para un libro.)
Dije con ocasión de Voces,
su libro anterior, que Davina
Pazos, ecuato-española,
es poeta hasta la raíz de las batallas, belleza que duele, sugeridora, luz
urgente, pómulos donde el presagio anida y hoy añadiría: mujer con olor a dama
negra entre campos de dalias y luminarias de acero. Porque Davina vive
transitada por el ansia de la frontera que separa la muerte de la carne y la
vida del amor. Esa oposición de contrarios. Eros y Tánatos con voluntad de
madeja. Es poeta que juega con el hambre de la noche. Y el azul del amor.
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Sometida por
voluntad y decisión, al imperio enamorado de las vegetaciones, al dolor
resignado de las hojas, a los hervidos círculos de las lentejas, al sueño
subterráneo que a los tubérculos atormentan, sueña la muerte de la carne.
Vehículo inútil de las emociones. La carne con su cerco de epidermis estorba en
el poema. Es preciso apretar con fuerza la materia por la cruz de la garganta,
cegar los tránsitos, lograr con la mudez el grito de la poesía. Todo poema es
un crimen. ¿Es preciso borrar de la hoja de acero que lo escribe las huellas
dactilares?
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Asesinar. Vivir
en la certeza de la creación. Ser Díos a la inversa. Tal es el camino.
Convertir el acto de morir en una obra refinada. Solo la voluntad de obtener,
de procurar, placer convierte el oficio en arte. Lo execrable es la rutina. Es
preciso matar como se escribe, como un acto de conciencia, pues ambos confluyen
la plenitud de la belleza. Recuerden a Omar Kayyan, persa poeta y su amistad
con Hassan, el viejo de la montaña, el primer assasins. Una finísima lámina separa lo sublime del horror. Es
preciso conocerla. A un lado, el poeta y su culto; al otro, un vulgar criminal
de a 30 años.
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Davina lee con
aceros. Davina afina su decir. Lo pule. Lo aguza. Lo ancla en intenciones para
que no yerre. Aquí más que en ningún otro de sus libros se aúnan mano, cerebro
y corazón. Escribir, matar, deben acercarse a la perfección del hacer y el
decir. Y en este solo poema fragmentado –qué bien edita Lastura– lo consigue. El
yo poético hace masculino al protagonista, el que dice. Soy un hombre entregado./ Me deleito en mi obra, la disfruto/ y a cada
uno doy lo que merece. Quiere
decir: la forma de muerte que merece. De eso hablamos. ¿Por qué hombre cuando
el único asesino es ella… la vida? No es
justo, no es cruel. La vida mata, escribe JL Morales
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Carne lívida sobre la que escribir. Boca en boca donde la
sangre mana. Luz de acero que perfora y enmudece. Vino tinto vertido en los pozos
de la llaga. La lentitud eterna donde vive el instante. Las fauces abiertas de
lo oscuro y el sur fatal de Borges. El alivio de la penetración y la tensión de
lo anónimo. El fulgor de lo urgente. ¿No es esto poesía? Las horas también
matan y son nuestros oráculos. Tomás de Quincey, Jonathan Swift, Allan Poe,
José Mª Fonollosa lo supieron. Y lo cantaron. Cómo no tú, dama negra, que
habitas los alrededores de su aliento. Exquisito cadáver para un libro de
sangre y de papel.
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XXXIII
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XXXIII
Llega la noche y algo en el poeta
se enciende y es delirio,
sinfonía de luces y de sombras
despiertan en el alma
las ganas de matar,
hallar el huéped perfecto de mi filo.
Decía, tuve ganas, sin más,
de dar con alguien
que llegue tarde a casa
por caminos desiertos,
algún triste
que vaya a caminar por aliviarse
o vaya al cine solo
o llore solo
o busque a quien cortarle la garganta.
Qué ironía.
Dos que saquen los cuchillos a la vez,
dos con ojos incrédulos
y espanto,
dos con el mismo oficio
y con las mismas ganas.
y con las mismas ganas.
1 comentario:
Gracias por descubrirme a Davina Pazos, ya busco el libro querido amigo; Latinoamérica sigue siendo la estación más renovadora de nuestro idioma y está llena de estaciones por descubrir. Un fuerte abrazo.
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