Ha obtenido críticas inmejorables,
decía el cartel que lo anunciaba. Tras la lectura, J. Lostalé, también presente, me confirmó el aserto cuando inquirí
¿quién es?. El asunto ocurrió antes de que abril se agostara. En la librería Enclave.
Doce personas para escuchar a tres poetas. Juan
A. Marín, impecable y melancólico premio José Hierro 2014 y la gallega
irredenta Luz Pichel eran los otros
dos. La verdad es que la lectura del así anunciado fue sorprendente, tanto por la longitud
desacostumbrada de sus poemas, como por la intención de crear con ellos, o en
ellos, un mundo onirico-real a la manera de las grandes folletines del Señor de
los Tronos o los Anillos del Juego.
Isamel Belda (Foto de la red) |
Es el caso -me amplió Lostalé- que en ABC salió
una crítica escrita de rodillas por Andrés
Ibáñez, y el libro se vendió como la espuma. Un Andrés Ibáñez, supe luego,
contrito y feliz porque con la lectura y reseña de La universidad blanca le había
llegado su momento culmen: la ocasión de ser el descubridor de la voz poética que marcará el
siglo XXI español y europeo. Una voz que culmina los intentos, ahora sabemos
que frustrados, de Yeats, Wallace
Stevens, Lezama Lima, Rubén Darío, LM Panero, Roberto Bolaño y Vladimir Nabokov. Una voz que añade a
tal arquitectura “los colores traídos por Rilke,
por Kleist, por Hölderlin”. Todo esto lo supe cuando llegué a casa y tecleé. (Pueden ustedes hacerlo aquí.) Y como uno es así, crédulo de nación, intenté retener autor y
libro: La universidad blanca, de Ismael
Belda. Dice la solapa que, nacido en 1977, lleva 10 años escribiendo una novela que
llama Vesperal y nuevo en esto de publicar, aunque no en la crítica. Es colaborador habitual de Revista de Libros. Me dijeron
también que se había agotado la primera edición (La Palma, 2014), por eso me
alegré tanto cuando encontré un ejemplar de ella en la reciente Feria del Libro
Antiguo. Y lo compre, 8 euros, no fuera a escapárseme la joya, amigo Andrés, y
la posteridad. Y voy leyendo sin prisas. Y con sorpresa alejandrinos en rima
pareada y consonante. Una rima que busca, pienso yo, lo facilón, roces de ripio, lo no
afectado ni literaturalizado, porque así se provoca y/o remueve. Véase: rayo con gallo, pocos con locos, viejos con
lejos, lento con viento (en varias ocasiones), bellota con gaviota… ya saben, el
mundo del rap elevado en su dignidad, que bien lo merece. Recuerdo de aquel
acto en Enclave, y en su favor, que leyó una sextina sin que mi persona huyese,
algo que no han lograron conmigo ni David Coll ni Aaron G. Peña. La misma que
hoy termino de abandonar. La que ha provocado este pequeño apunte.
El núcleo del libro lo construye un
poema largo, narrativo y largo… que da título al libro, y en pareados. Como estos que les adjunto
En el
suelo una lámpara rota. Guada barrió
los
cristales. Cerró la ventana. Tomó
varias
fotografías sin saber bien por qué.
De la
ventana, el techo, la alfombra y el parqué.
Más
tarde al revelarlas (salió de su lavabo
iluminado
en rojo, tomó un pequeño cabo
de vela
– le gustaba de pronto la costumbre
gótica
de mirar sus fotos a la lumbre…
por si animan y me acompañan.
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