Había comenzado. Entré a tiempo de verla sentirse extraña con el micro. El torreón de la esquina de Cibeles/Alcalá volvía a ser
lugar, ahora acondicionado, mejor, para la tarde dedicada a la poesía. El ciclo
Favorables, que ha seleccionado a poetas nacidos en los 50, escuchaba a Chantal
Maillard. La belga, la malagueña, barcelonesa e hindú, vestía de negro sólido
su figura menuda, casi recogida. Pasó con cierta cómoda incomodidad el trance inicial
de ser presentada. Tiempo en el que suele pedirse, es la costumbre aquí, que el
poeta se adhiera a la biografía comentada que, en segunda persona, se le
propone. ¿Cuál es tu trayectoria? De preplatónica a Wittgenstein, afirmó para
cerrar. Y era jueves, 16 de mayo.

Había gran expectación. La sala como nunca, plena, 60 personas de
las que
Mientras la luz no podría mencionar siquiera un nombre. Otro público
lector. Parecieran incontaminados, gentes ajenas a las rutinas tertulianas que
tanto acechan. Otro país es posible, pensé, para la poesía. Tal vez porque
Chantal es otra poesía. Ahora publica en pequeños formatos, casi
inencontrables, cuadernos, dijo. Y en
Tusquets, claro.
Que sigue cultivando la intención del dietario, con prosa frontera, híbrida, poética y/o filosófica, puente, subrayó. Después comenzó a leer. La despoblada interrogación de su rostro, su centro, recordaba a algunas de las fotografías más divulgadas de la
Pizarnik. Lo hizo con algún texto-denuncia
de nuestros hábitos exterminadores, de los holocaustos publicitados y de otros que la humanidad se calla, desentendida y culpable. Leyó un poema sobre el
conocido hecho de
Nietzsche y
el caballo de Turín. Luego inéditos.

Y leyó de
Hilos. La incomunicación de
Hilos. O mejor la imposibilidad de la comunicación.
O mejor el hecho de que la no posibilidad de la percepción cierta imposibilita
la comunicación. La lógica no puede hacer al lenguaje sino descriptivo. ¿Y la
poesía? Lee Chantal, de
Hilos, los pasos que abandonan la habitación, lee
Chantal, de
Hilos, el poema
Abre la mano, la extiende y dice calma. La mano y
también… Lee y lo escenifica con duelo, contemplándose, diciéndonos. Ese poema
es Chantal Maillard, nada más hay sino verla leer para saberlo. Pasos, dentro,
cansancio, hilos, balbuceo, escribir, mi escritura es una necesidad, no una
pose, yo no escribo para parecerme a
Beckett: Chantal Maillard: subrayar,
decir adversativamente, dubitativamente, aunque, tal vez, avanzar a través de
lo supuesto, volver a la comprobación, evitar el lastre, distinguir, definir…
tantear el nacimiento del poema, despojarse en él, de él.
Hubo densidad silenciosa cuando terminó la lectura.
Imposible el coloquio durante un tiempo. Luego la dificultad. La Maillard vive
un mundo que se desviste, que abandona, que deja. ¿Habrá algo nuevo, aunque
mínimo, que te impida llegar al vacío? – pregunta alguien. Conozco el camino de ida: desaprender, dice,
no el de vuelta. ¿De qué poeta vivo crees estar más cerca? De mí misma,
responde. ¿Estás de acuerdo con “los dolores del viaje expuestos al sol” para
definir la tensión que precede al poema? El mí es la costumbre del ser, y además
está la conciencia. El mí observador puede intentar desimplicarse y ver al mí desenvolverse, pero hasta qué punto no son cómplices y hacen el relato imposible,
por muy expuesto al sol que parezca. ¿La escritura es también un refugio? Si.
No hubo fotografías. Estuvo algo más contenido Juan Carlos Suñén. Sin
demasiados huecos para. Puso el sombrero a un lado, un gin-tónic al otro. Este
último lo fue ingiriendo a sorbos durante la presentación, la lectura y las
respuestas de Chantal. Con parsimonia. El sombrero, indiferente a todo, apenas se
movió.
2 comentarios:
buena entrega, gracias
saludos
Confieso humildemente que no conozco la poesía Chantal Maillard, pero es tan preciosa tu crónica que me dan muchas ganas de conocerla.
Gracias, Paco.
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