1980
La señora Blanca ya está por aquí -dijo el de seguridad-, también el responsable. Vendrán pronto,
yo creo que vendrán. Tarde del jueves 11 y Palacio de Cibeles. A quince minutos
de lo anunciado. Nuevo lugar para la tertulia, sala Andrés Berlanga, desde ella
se ven las pasar las sombras, como poemas dulces, de los caminantes en calle Alcalá.
Vinieron.
Es imposible no hacerlo, no recordarlo. Blanca Andreu ganó
en 1980, cuando Suárez era saco de golpes y Madrid, movida, el Adonais con el
umbraliano título De la niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall. Surrealimo
postculturalista y aguas de tormenta. Blanca ha vuelto a venir. Si antes vino de
Murcia hasta el deslumbramiento, ahora regresa de La Coruña simplemente en
huida. Y ha vuelto a vivir, en Madrid ahora, tras vivir en el Chagall de la poesía, o en
el de Benet. Fue presentada en segunda persona, algo que le hizo sonreír y
recordar a Ionesco y su cantante calva. Cuando pudo hablar, supimos de su
rechazo a tan prolongado tiempo en Galicia y nos dijo de su amor a lo griego,
cultura y gentes. Que no ha estado, ni está, retirada de la vida pública de
forma voluntaria desde 1993, como dicen machaconamente las redes. Que le
horroriza la falta de imágenes de las gentes de la experiencia y sus epígonos.
Que cansa de leer poemarios para los certámenes -en el aire el enigma de por qué
acepta ser jurado- o que apenas la llaman para bolos. Habló feliz, contenta. Y leyó
poco, no más de diez poemas comentados, pre y post comentados. En su mayor parte
de Los archivos griegos. Lo último y discutido. Oda a los perros de Atenas, por
ejemplo. Su poesía se ha serenado. Y con ello, también es más horizontal, más deudora
de lecturas. Ya no busca, parece, sino espera encontrar. Es partidaria, dijo, de
que el poeta siempre aspire a lo máximo, que no acepte rebajas a la hora de
crear, que sus limitaciones, seguras, se hagan evidentes en la obra. Cuánta razón.
Habló, cómo no, de su devoción por
Vicente Ferrer, relación terapéutica, con quien compartía poemas y emociones. Agradeció
la presencia de los 14 que escuchábamos, entre ellos los editores, insinuó, de
sus próximas marinas. Tal vez encuentre otros para sus caballos. El mar y los
caballos, dos grandes referentes en sus cielos poéticos. Durante todo el acto,
el sombrero de Juan Carlos Suñén, su conductor (y del ciclo Favorables), ocupó
el primer plano de la mesa. Al finalizar, Juanjo Ramos y Ángel Rodríguez Abad,
conjurados ellos, hablaban con la poeta.
1970
Más socorrido el título, Lugar común, con el que Pureza
Canelo obtuvo un Adonais que la convirtió en voz propia de nuestra poesía. Rafael
Soler, siempre elegante, llevaba la primera edición de Lugar común en el bolsillo. Martes 9. La librería
Alberti agotó sus 40 sillas. Algo lejos, escuchaba Darío Jaramillo. Manolo Borrás,
pre-textos, editor actual de Pureza y Darío, aceptó acercarse.
Se presentaba Oeste, del que Javier Lostalé hizo pública una
síntesis emocionada. Pepe Teruel, su análisis: crítica pormenoriza. Dijo la
autora que Oeste es un libro que se le ha impuesto. Que tras Dulce nadie quedó
exhausta. Que ha sido el libro, la totalidad que supone el espacio de su natal Moraleja
y aquel tiempo rural, quienes le han exigido de forma permanente. Que sintió miedo
y extrema confianza. Pureza confesó la consciente necesidad que tuvo de
alejarse del paisajismo o la ruralidad. Su Oeste está allí, al norte de Cáceres,
pero no en exclusiva, es más inmaterial. Leyó mucho, quería. Son poemas a caja, de texto continuado,
de extremada tensión perfeccionista. Nacen de lo sensorial para, preguntándose por
su posibilidad poética, terminar instalándose en las emociones o en la búsqueda
de aquello que vertebra. Un corral, la troje, la antigua bicicleta, el bar, la
arcilla, la vuelta de los carros, orígenes todo, todo aquello que rodeó su tiempo de
iniciación poética y vital. Estuvo, como está siempre Pureza Canelo, en poeta. Sin ceder. Habló de su tendencia a la reescritura y, en concilio con Juan Ramón,
defendió que el decir poético debe ser lo espontáneo sometido a lo consciente. Hay
verdad volcada en los poemas de Oeste, y hubo en su lectura, lo que sorprendió
a algunos, un toque de estremecimiento. Y es que Pureza, que se protege habitualmente
con la máscara de los poemas oscuros -para librarse de la marabunta, dijo- ha
querido para este poemario el sol débil de la luz naciente y de la luz poniente,
sin mezclarlas. Moraleja e infancia como razón y excusa autobiográfica para
escribir de poesía, de la poesía como única vida
La poesía resiste
Flor del esparto, he subido al montículo para estar contigo,
dame intemperie y acepta la mía. Toma lo que soy, mi mano y rózala desde flor.
Digo que la naturaleza enamora en paralelo a mi insignificancia.
Pureza Canelo
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