los mismos, invernales, de Daimiel
era calma
la avaricia del aire, y la
conversación,
apenas avanzada, moría en los
cercanos
pozos quietos.
Hablabais, con desgana, de iberos pobladores,
de construidos cerros y sus cercas,
cuando alguien dijo de un
Enrique
Ruano y la noticia
del patio que detuvo también el
sueño,
también el cuerpo.
Caminabas con otros, parecía
indigno aquel andar, indigna
aquella tarde
confiada y pacífica de sol,
de tierras ocres y sus
necesidades.
de la ciudad abierta, de las
imperfecciones
de todos, de la infamia de ser
sólo testigos.
Y aunque nace
escondida entre hierbas de
artificio,
sigue siendo
seca la luz ahora y seco
todavía el sendero
apenas si respira la llanura,
no hay concilio,
todo es siglos de polvo
y amenaza de cardos incipientes.
Escribir, escribir para ser, hoy
como entonces,
denso nombre, mirada resistente,
la herramienta,
que aún vencidos, nos salve.
4 comentarios:
Que hermosura por dios.
Un hermoso recuerdo a Enrique, Paco.
Y mucha tristeza de ver que las cosas están tan parecidas a entonces, aunque a esto se le llame Democracia.
Besos
Precioso poema, Paco. ¿De dónde sacas esa envidiable serenidad para golpearnos en la herida abierta de la memoria?
Un abrazo
Elvira
Mis queridas Paloma, Ana Y Elvira. A veces hay instantes que se resisten al difumino. Instantes tras los cuales uno no vuelve a ser la misma persona.
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