miércoles, 2 de noviembre de 2011

Juan Carlos Aros, poeta, chileno y premio "Nicolás del Hierro" 2011

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Carmina Casala, José Luis Cabezas, Juan Carlos Aros, Nicolás del Hierro

Hasta el último instante. Hasta el último duelo duró la decisión. Juan Carlos Aros tenía clara la voluntad de volar hacía España. Hubo inconvenientes, pero se resolvieron. Estuvo en Piedrabuena el pasado sábado 29 para recoger su premio y la edición de su libro “No hay barcos a la vista”.

Mientras volaba, Dios nos libre de Iberia todavía, con imprevista escala en Buenos Aires, el blogero escuchaba a Miguel Ángel Curiel, poeta decidido. Miguel Ángel escribe bajo el agua, en inmersión, allí donde las palabras, depuradas por el frío y por la densidad del medio, se mueven cautelosas. Bajan, arrastradas por el poeta, viven en las burbujas últimas del aire, apuradas, nerviosas por encontrar los cuerpos de los amantes, que las esperan. Guadalupe Grande presentó bellísimamente"Los sumergidos" en la Librería Rafael Alberti, un recinto pequeño y lleno. Esperanza Vives leyó un poema. Miguel Ángel es un poeta que gusta a los poetas. Le hubiera gustado a Juan Carlos Aros haber llegado antes para estar con JCereijo, con Paca Aguirre y FGrande, con AMasieu, con PAGonzález Moreno, con APorras. Seguro que hubiera disfrutado.

Pero llegó. Recio y emocionado desde Talca. Sin que nadie le intimidara. Satisfecho tras tanto tiempo dedicado a la poesía, al silencio de la poesía. Este blogero tuvo la suerte de poderlo acompañar durante su estancia en Piedrabuena, junto con el poeta que da nombre al premio, Nicolás del Hierro. Juan Carlos, hombre humilde, como se confiesa, conectó por la vía del afecto y la sinceridad con las gentes que le acompañaron el sábado 29 en la tarde-noche.

Carmina Casala, que fue miembro del jurado, presentó el libro, sobria y eficazmente. Fijó su atención en el discurso sumergido que recorre el poemario, en esa visión de un pasado sin recompensa, aunque tranquilo en la cotidianeidad. También señaló que en los poemas vive un anuncio de futuro, una búsqueda de concilio con la realidad. Antes, Nicolás del Hierro anotó la fuerza de las imágenes y la singularidad de las motivaciones de No hay barcos a la vista.

En todo momento el rostro de Juan Carlos reflejaba la emoción desbordada, la tensión del anhelo. La fuerza de creer. Leyó textos de poetas chilenos y españoles antes de hacer lo propio con los suyos. Durante unos minutos habló de cuanto el premio suponía para él, para su oficio de poeta, para su compromiso con la poesía. El abrazo final con el alcalde, José Luis Cabezas, liberó la intensidad de sus sentimientos.

Es la vez primera que el premio Nicolás del Hierro, en su XV edición, se entrega –bien merecido- a un poeta americano. Buena excusa para una cena en excelente compañía.

II

Antes del amor no había nada.
No estaba el huevo, ni la gallina.
No había tiempo, no existían los diarios.
Antes del amor era todo extenso y breve.
La vista se perdía en las marismas
o se alojaba en el musgo de los ríos.
Antes del amor no había nada.
Nadie deseaba a la hembra del vecino
y la palabra envidia no se pronunciaba.
(Los diccionarios no existían).

El amor tiene una fuerza de miles de bombas nucleares.
Pero antes del amor tampoco había bombas nucleares.
No había nada.
Unas cuantas medusas locas
y uno que otro pez ciego en los intestinos de la tierra.
Antes del amor no había nada.
Después sí.
Después el hambre, la sed.
Después la guerra, la alambrada.
Después el verbo y la orina.
Después el ciclo y las cábalas.
Antes del amor no había nada.
Después sí.
Aparecieron los sacerdotes y sus guarismas.

Recién inaugurado, llegó el fin del mundo,
el miedo a lo desconocido, las tinieblas.
Antes del amor no había nada.
Después sí, llegaron las pesadillas.
Las musas, los ministros, las prostitutas.
Los ruidos, los militares, los héroes, los mártires.
Es tan corto el sentimiento y es tan largo el olvido.
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