miércoles, 7 de octubre de 2009

Cristina Cocca, la palabra


Cristina Cocca, es una poeta de recia intimidad, volcada siempre en los veneros por donde la caricia y las ausencias manan; sabe poner en la palabra una espiral contenida de lirismo. Así lo debieron apreciar en el premio "Poeta Mario López" que le fue concedido en 2008 con su libro Mujer de esta memoria. Libro al que tuve la oportunidad de prologar. Hoy quiero, porque es de justicia, dejar aquí constancia de aquel prólogo al que titulé


Rumor de Nostalgia


No siempre la nostalgia es un camino, a veces es lugar, a veces nos ocupa estaciones enteras. Pero siempre es fuente, murmullo entre las piedras de unas aguas que dudan entre acercarse a nosotros o esperarnos. Después de muchos libros, tras tanta poesía, Cristina Cocca, poeta repartida entre dos tierras -España y Argentina, donde nació- poeta de claro decir, cuya obra ha sido valorada innumeradamente por jurados y críticos, ha decidido acercarse al manantial, a la fiebre de un rumor que nunca cesa, que no es sino escribir en los salinos senderos con los cuales la memoria acude a la memoria, a la fragilidad.

Cristina ha querido en este libro, aprovechando las horas que a veces discutimos a la soledad, buscar sobre las aguas del mar la ruta, la corriente que la devolviera hasta la orilla americana, a los acantilados colores de los óleos, a los cuadros que el padre le pintara, a las dulces mareas, a la música que abría baúles maternales en las doradas mañanas de los domingos. Y en aquel hontanar, que fuera lecho / remansaban su cauce las caricias.

Pero Mujer de esta memoria es un libro que no se puede levantar sin dolor. Tampoco sin alegría, porque cuando la voz escarba cerca del vientre desata la ternura en vendavales. Es entonces cuando descubrimos a la poeta, a la mano que sabe de los materiales con los que dominarlos, con que traerlos al poema. Cristina sabe de una palabra tan coloquial y amiga, tan de todos y tan suya, como aquellos escolares lápices que mordíamos para hacerlos todavía más nuestros, más solamente nuestros; sabe de un verso que busca la paciente promesa de la melodía, de un verso que subraya tembloroso cuanto el ayer le dicta, y sabe también que el poema debe ser emoción que nos erice, y el cuenco donde quede guardado el testimonio de la provocación que lo hizo surgir. Que no es sino el rumor de la nostalgia.

Con tales materiales está construido el libro con el que Cristina Cocca ha conseguido el Premio de Poesía Poeta Mario López del año 2008. Lean estos 16 poemas como quien se deja mecer por una antigua brisa porteña, porque es allá, junto al Mar del Plata, a donde la autora quiere llevarnos. Y de donde nos regresa. Con ella por el mar, con el mar, en el mar. Porque la inmensidad atlántica no es sino el territorio de espejos en donde atreverse para añorar, donde entregarse para volver a escuchar los incesados arroyos de una niñez, de una adolescencia, de una primera juventud que todavía revolotean, que todavía arañan. De repente ese mar abrió mis ojos / hacia el otro universo de la ausencia.

Dicen que el poeta ama al lenguaje como a su única patria. En Mujer de esta memoria, Cristina Cocca tiene la generosidad de fundirlos, y hacer con ellos mitades para dos latitudes, para dos tiempos distintos: el de su hoy, cautivo por los días, y aquel de la nostalgia, aquel que la hiciera sentirse libre, hija de sueños, futura. Por eso la poeta abre su intimidad: padres, querencias y colegio, Beatles, embozos, Puccini –siempre la música- vestidos y balcones, vidrieras y jardines... Intimidad que es también de doble sentido que va desde el ahora hasta el pasado y vuelve desde allá con el consuelo. Y todo ello lo anotan, con extremado mimo, unas manos que quieren ignorar cicatrices.

Nunca estalla la nostalgia en los versos de este libro, siempre es un dulce regato, claro y sencillo. Una pequeña corriente cálida que vivífica cuanto baña a su paso. Una música leve, una flauta que evoca tristezas y esperanzas. Un piano que guarda los recuerdos. Un solo clarinete que interroga. Vicente Sempere ha sabido entenderlo, trasladarlo. En esta partitura, de la cual solamente aquí se anuncian los primeros compases, nos cuenta y canta las vivencias, los ensueños, las reservadas melancolías que las palabras de Cristina le despertaron. Nunca estalla. La música discurre y se prolonga en un cauce de susurros, en los hilvanes con que el azar cerrara cada tiempo gastado, en los presentes imperfectos de la lágrima, en el “quizás”, ese quizás que alguna vez emplea Cristina y que no es sino el saber que nada está perdido, que siempre habrá ventanas. Me acuerdo que la luz era un balcón / de tibios humedales.

Por ser las estaciones también un estado del ánimo, han sido tan precisas en el libro. Primero fue el verano, la plenitud del ansia, el deber de crecer, de conocer maderas y limones, de retar a la naturaleza, de quemar almanaques envueltos en lavanda. Después, como sorpresa, la primavera austral, los mares de violetas, abril como la tierra prometida, el escondido sitio de los sueños, los tejados de bruma adolescente. Le seguirá un otoño de cálidos comienzos, que duerme a las muñecas, que enciende temblorosos candiles en lo oscuro, que deletrea uvas y tristezas, que detiene la voz de los relojes. Y ahora sí, el invierno, aquí, junto a la última certidumbre, resumen de los gozos, el invierno bajo los vientos blancos del viejo Bóreas, el invierno que sabe que allí, al sur, en la memoria, se guardan en un cofre los estíos.

Y en todo tiempo, en cada una de las estaciones, las aguas del recuerdo que bañan Mujer de esta memoria. Aguas que alguna vez pudieron ser tentadas por la desolación como cauce, pero que han preferido el camino de la caricia para su curso hacia un mar que siempre espera. Nunca estalla la nostalgia en estas páginas: contenida, suave, prefiere perfumar, como el espliego, las orillas de un viaje que la llamó, que se hizo por ella necesario. La cálida morada de tu abrazo / en el claustro silente de los chelos.

Porque así, como el roce sosegado del arco sobre la cuerda, es la palabra de Cristina Cocca.

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