lunes, 30 de marzo de 2009

Federico Gallego Ripoll


(Publicado en Lanza. Extra de Navidad 2007. Con motivo de la edición en dicho año de "Los poetas invisibles (y otros poemas)" que obtuvo el premio Alarcos LLorach).

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La poesía de Federico es una isla poblada de archipiélagos, es un mar reflejado en sus fragmentos, en las múltiples formas de sus identidades. Una voz sobre agua, cuya deriva no deja de atravesar nuestra llanura. En contraste con Pedro y con Miguel, parece en constante vigilia creativa. Es un poeta que parece abocado a la poesía, su isla, a la que necesita poblar con sus poemas para poder recorrerla desde su invisibilidad. Un poeta que indaga lo que de vivo tienen las cosas. Un poeta que palpa, que se deja impresionar, provocar, casi religiosamente, por la luz y la piedra, por el aire y el vuelo, por los libros, por la gente, por la madre y la infancia, por el yo o los yoes, por el otro o los otros. Un poeta que es siempre “hombre en mudanza”.

Es habitual en la voz del poeta la compleja armonía de sus símbolos, también la serenidad de su discurso. Hay, así mismo, una búsqueda de nuevos caminos en el lenguaje poético, riesgos calculados, experiencias, espacios novedosos para el juego, tanto en lo fónico – aunque hay más de esto en “La torre incierta”, su anterior libro- como en la construcción sintáctica; y todo sin alejarse nunca, nunca, de la claridad.

Pero ¿es Federico un poeta invisible como sarcásticamente insinúa en el poema inicial de su libro? Habría que contestar que sí, o casi. No para sus lectores, claro, pero es evidentemente que la inexistencia de un aparato crítico riguroso que singularice la obra de un poeta - en lugar de intentar encuadrarlos en rebaño, o en flotas, donde tanto el poeta como el crítico se sientan seguros y protegidos- es la responsable de que muchos poetas necesarios padezcan semejante mal. A lo que añadiríamos nosotros la pertenencia a una tierra incapaz no ya de levantar sino ni tan siquiera de sostener a sus creadores. Haber nacido en una tierra tan hermosa, tan recia, pero con una identidad tan desvaída tiene tales consecuencias.

“Los poetas invisibles (y otros poemas)” es una introspección, una mirada profunda del poeta sobre sí mismo. A veces explícita, como en los poemas que titula autorretratos, pero que continúa en la diversidad de personajes que desfilan, tanto masculinos como femeninos, - impresionan “La lavandera”, “La mujer inmóvil”- y que no son sino “otros” en donde también mirarse, haciéndoles hablar, escuchándoles, acogiéndolos, siendo ellos (hay algo en esto de técnica cubista, al hacer simultáneas las distintas perspectivas del que mira, del que cuenta). Y es también un poemario amoroso – “No se regresa del amor./ Ningún lugar tiene retorno”- serena y delicadamente amoroso, dominado por el sentimiento de entrega como lugar de encuentro de los amantes “llevas mi vida entre tus manos/ y nadie se da cuenta de ese brillo”. Gallego Ripoll experimenta a lo largo del poemario, voces, máscaras, obsesiones: confiado, oscuro, secreto, absorto, cierto, equivocado... que no son sino escenarios, calles por donde transitar hasta cruzarse con el yo buscado, hasta verlo cada vez más desnudo “Abro el libro en penumbra para no/ ver mi cuerpo desnudo reflejado”, cada vez más lejos de lo que fue, más solo con el amor, tan asustado como dichoso de ser único don: “nací de ti, de ti moriré, de ser tanto en tus labios”.

El poeta hace descansar sus poemas sobre cosas, sobre seres concretos, tangibles, para a partir de ahí provocar la emoción. Su poesía se dirige, con preferencia, a la emotividad intelectual del lector, a quien pretende sorprender y conquistar mientras dura su juego poético, hacerle partícipe de las fugaces motivaciones que le incitaron a comenzar el poema – “Viene la brisa; y sé que soy el campo,/ y me callo para que nadie sienta/ deseos de usurpar mi tanto gozo” -, cómplice de su reflexión, aventurero en las nunca cerradas conclusiones. Una poesía que partiendo de los sentidos acostumbra a busca la complicidad; tanto en nosotros, sus lectores, como en el otro que en él habita.
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LOS POETAS INVISIBLES
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Los poetas invisibles
escriben poemas invisibles
con palabras invisibles
sobre cuadernos invisibles.

Hay lectores invisibles
que les regalan sus ojos invisibles
y estantes invisibles
sobre los que descansan sus sueños invisibles.

Reciben premios invisibles
y aceptan las críticas invisibles
que a veces subrayan la evidencia
de su absurdo intento de visibilidad.

Pero a nadie privan de su sitio,
su ventana o su columna:
nadie habrá de preocuparse
de retrasar su camino por ellos.

Porque también tienen vendas invisibles,
quirófanos invisibles
y sufridos enterradores invisibles
que, tras cumplir con su trabajo,
beben a su salud en tabernas invisibles,
de regreso hacia sus casas invisibles.

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