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En este ágrafo y atlántico verano he tropezado con este artículo de CAIUS APICIUS sobre el vino, que bien parece escrito sobre poesía. Hagan como yo, amables lectores, donde ponga vino lean poesía. Se entiende todo.
Es conocido el lento, pero imparable, descenso del consumo de vino en España, uno de los principales productores: en unos 30 años hemos bajado de 50 litros por persona y año a menos de 20. Espectacular. Normal que se busquen las razones. Y no menos normal que se encuentren unas cuantas.
El problema está, sobre todo, en que ese descenso de consumo afecta sólo al vino. El español aumenta cada año la cantidad de cerveza que ingiere, ya anda por los 90 litros por persona. Y no parece que disminuya significativamente el consumo de destilados como el whisky y, sobre todo, la ginebra, en un país que ha enloquecido con el gin tonic.
Los que defendemos y defendimos a capa y espada el consumo de vino, los que creemos y proclamamos que el vino es la más noble de las bebidas, hemos complicado las cosas hasta el extremo de dar, al no iniciado, la imagen de que para disfrutar de un vino hay que adquirir una serie de conocimientos casi esotéricos, custodiados por un grupito de sabios.
Hemos pecado, y pecamos, tanto los periodistas como los sumilleres, los enólogos y los bodegueros. Hemos creado un léxico casi incomprensible para el neófito, que se pregunta aterrado cuál será la diferencia entre un rojo picota y un rojo cereza, o qué será eso de las notas florales en la vía retronasal, o de qué va el que le habla de polifenoles, o de esqueletos tánicos... Conocimientos exigibles a un enólogo, y que, es cierto, no le vienen mal a un aficionado -cuanto más se sabe de algo, más gusta-, pero que no son imprescindibles para tomarse un vino.
Supongamos que a usted le apetece una cerveza. Va al bar, pide una caña, y santas Pascuas. Se la tiran bien, está fresquita, con su espuma justa, se la bebe usted y la disfruta... sin entrar en averiguaciones sobre la procedencia de la malta o la proporción de lúpulo. Está buena, y ya está.
Va usted a un restaurante con sumiller; hoy hay superávit de sumilleres, deseosos de demostrar sus múltiples conocimientos, con los que abruman al cliente bienintencionado e incauto. Desplegarán ante usted una lista de vinos, zonas y uvas de las que usted nunca había tenido noticia... ni, en general, falta que le hacía. Porque a base de recomendar vinos que no conoce nadie, y tal vez aprovechándose de la superioridad que le da a él estar de pie y mirarle a usted desde un plano superior, acaba metiéndole un muerto que usted, por si acaso, no se atreve a criticar.
A mí acaba de pasarme en un gran restaurante, bien es verdad que en ausencia de su sumiller titular: me puse en manos del segundo y... qué desastre de vinos. Y me los recomendó como si fueran sendas joyas. Para él puede que lo fueran: a mí no me dieron la menor satisfacción. Lo malo es que llueve sobre mojado, porque a base de recomendar vinos raros estamos olvidando los grandes vinos.
Va uno a las publicaciones especializadas y el desconcierto aumenta: escriben para iniciados, cuando no para auténticos doctores. El lector busca vinos que le suenen, pero no los encuentra; en cambio, se entera de que hay una variedad anterior a la llegada de los cistercienses en Villavieja del Conde, con la que un enólogo visionario elabora mil botellas de un vino único... Pues que le aprovechen, hombre, que le aprovechen.
Es mucho más fácil que todo eso, pero nadie quiere reconocerlo. Hemos envuelto al vino en un aura de misterio, de iniciación casi mística; hemos formado templarios del vino. Saber de vino, o aparentar que se sabe, queda bien. Abundan los libros, mejor o peor escritos, sobre el tema; incluso los manuales, que a mí me recuerdan aquellos libritos de hace años que prometían al comprador que hablaría alemán en diez días. Entender de vino para hablar de él con conocimiento de causa lleva, sí, su tiempo; adquirir los conocimientos convenientes para disfrutarlo, no tanto.
Y que se vayan preparando los amantes del gin tonic, porque llevan el mismo camino. Señor, qué afán de complicarlo todo.
miércoles, 27 de julio de 2011
miércoles, 29 de junio de 2011
Con Manuel López Azorín, de la mano
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Dice que comenzó tarde a escribir, temprano en la lectura. Que fue un médico quien le llevó, en libro, a san Juan de la Cruz para aliviarle los tiempos de un enfermedad adolescente. Que desde entonces sabía que hay una luz distinta. Ahora recién, ha publicado con SIAL un libro fundamental: Sólo la luz alumbra. Un libro sin duda conocido para muchos de los lectores de este blog y necesario para aquellos que no lo conozcan aún. Hablo del poeta Manuel López Azorín. Estuve en la presentación del libro en el Casino de Madrid, en plena primavera. Y aquí dejamos nota.
De cuidadísima edición, el libro comienza con el poemario inédito del mismo nombre para continuar con una selección amplisima de sus anteriores poemarios. Sólo la luz alumbra es el lugar en donde deposita López Azorín sus esperanzas en la poesía, fulgor que ilumina y salva. Discípulo y maestro al mismo tiempo, hombre que concibe también la poesía como un impulso moral a la par que estético, compañero que ha sido de innumerables nombres propios (Claudio y Hierro entre tantos), amigo de todos, organizador de encuentros poéticos, divulgador… y sobre todo preocupado por ese misterio irresoluble que es la poesía, ha querido en este libro ofrecerse, ofrecer cuanto ha podido ir observando -y haciendo suyo- a los nuevos poetas.
Así comienza Sólo la luz alumbra: Sólo el amor nos salva. / Lo demás es un caos. Nos envuelve / y en plena claridad nos hace ciegos. Así, con ese afán de desbrozar un camino lleno de dificultades, cegado por la excesiva luz o tapiado por la luz nunca encontrada, que es el oficio de poeta, el autor, a la manera confesada de Rilke, abre su libro de consejos a jóvenes poetas. Consejos que son brazos en el hombro, alimentos con los que llenar la mochila, fuentes de agua clara, advertencias de peligros. Sabe mucho de todo esto Manuel López Azorín: por lo visto, por lo escuchado, por lo vivido. La libertad, la verdad, el ritmo, las trampas del yo, los profanadores, los prontos triunfadores, la envidia y la impaciencia… están en la atención de los poemas, pero Manuel sabe la pregunta que esencia toda intención: ¿para qué se escribe? Pregunta de más difícil respuesta que la de por qué se escribe. Y que tantas veces tantos auténticos poetas han sido incapaces de responder o se han respondido de tal forma que dejaron abruptamente de escribir.
Manuel López Azorín sabe para qué escribe. Escribe para saberse. Para saberse solo, para saberse con los demás, por los demás, ante los demás. Sus poemas son agujas que penetran, suave, pero decididamente, en el corazón de lo que importa. Pocos poemas son juego, salvo aquellos que él desea como tales, salvo aquellos que él desea vivir con los suyos, con sus compañeros, con sus poetas, con aquellos que le han abierto la posibilidad de saberse mejor. Él dice que es poeta de voluntades clásicas. Yo digo que es un poeta. Yo digo que ha sido y es poeta entre poetas. Poeta de la luz y a veces de la rabia. Poeta con quien quiero caminar de la mano.
Elegía
Yo tenía un amigo que se llamaba amigo.
Yo tenía un amigo
del que me prevenían los amigos.
Yo tenía un amigo y lo acunaba.
Le vi pintar el último dibujo, con ojos de agua,
entre las camas de los hospitales,
aspirando el tomillo que purifica el aire,
comiéndoselo a golpes de hostia consagrada
por el gran sacerdote de la leve esperanza.
Yo tenía un amigo.
Se marchó una mañana rumbo a un parque
de pichones nevados, tiritando de frío.
Yo tenía un amigo.
He clamado a la vida para ver si regresa
y la vida, en silencio, me ha ofrecido la noche,
la luna sarracena y la vigilia
del último recuerdo,
del último dibujo,
de las palabras últimas, cuando soñando juntos,
nos pusimos a hablar de tantas cosas.
Yo tenía un amigo y lo acunaba.
Olvidado de otoños, un invierno,
se marchó hacia la casa del olvido.
(Y yo aún lo recuerdo.)
Dedicado, sin nombralo a José Hierro, este poema pertenece a La ceniza y la espuma, poemario incluido en Sólo la luz alumbra.
Dice que comenzó tarde a escribir, temprano en la lectura. Que fue un médico quien le llevó, en libro, a san Juan de la Cruz para aliviarle los tiempos de un enfermedad adolescente. Que desde entonces sabía que hay una luz distinta. Ahora recién, ha publicado con SIAL un libro fundamental: Sólo la luz alumbra. Un libro sin duda conocido para muchos de los lectores de este blog y necesario para aquellos que no lo conozcan aún. Hablo del poeta Manuel López Azorín. Estuve en la presentación del libro en el Casino de Madrid, en plena primavera. Y aquí dejamos nota.
De cuidadísima edición, el libro comienza con el poemario inédito del mismo nombre para continuar con una selección amplisima de sus anteriores poemarios. Sólo la luz alumbra es el lugar en donde deposita López Azorín sus esperanzas en la poesía, fulgor que ilumina y salva. Discípulo y maestro al mismo tiempo, hombre que concibe también la poesía como un impulso moral a la par que estético, compañero que ha sido de innumerables nombres propios (Claudio y Hierro entre tantos), amigo de todos, organizador de encuentros poéticos, divulgador… y sobre todo preocupado por ese misterio irresoluble que es la poesía, ha querido en este libro ofrecerse, ofrecer cuanto ha podido ir observando -y haciendo suyo- a los nuevos poetas.
Así comienza Sólo la luz alumbra: Sólo el amor nos salva. / Lo demás es un caos. Nos envuelve / y en plena claridad nos hace ciegos. Así, con ese afán de desbrozar un camino lleno de dificultades, cegado por la excesiva luz o tapiado por la luz nunca encontrada, que es el oficio de poeta, el autor, a la manera confesada de Rilke, abre su libro de consejos a jóvenes poetas. Consejos que son brazos en el hombro, alimentos con los que llenar la mochila, fuentes de agua clara, advertencias de peligros. Sabe mucho de todo esto Manuel López Azorín: por lo visto, por lo escuchado, por lo vivido. La libertad, la verdad, el ritmo, las trampas del yo, los profanadores, los prontos triunfadores, la envidia y la impaciencia… están en la atención de los poemas, pero Manuel sabe la pregunta que esencia toda intención: ¿para qué se escribe? Pregunta de más difícil respuesta que la de por qué se escribe. Y que tantas veces tantos auténticos poetas han sido incapaces de responder o se han respondido de tal forma que dejaron abruptamente de escribir.
Pepe Hierro y Manolo López Azorín, fotografía tomada de su blog |
Elegía
Yo tenía un amigo que se llamaba amigo.
Yo tenía un amigo
del que me prevenían los amigos.
Yo tenía un amigo y lo acunaba.
Le vi pintar el último dibujo, con ojos de agua,
entre las camas de los hospitales,
aspirando el tomillo que purifica el aire,
comiéndoselo a golpes de hostia consagrada
por el gran sacerdote de la leve esperanza.
Yo tenía un amigo.
Se marchó una mañana rumbo a un parque
de pichones nevados, tiritando de frío.
Yo tenía un amigo.
He clamado a la vida para ver si regresa
y la vida, en silencio, me ha ofrecido la noche,
la luna sarracena y la vigilia
del último recuerdo,
del último dibujo,
de las palabras últimas, cuando soñando juntos,
nos pusimos a hablar de tantas cosas.
Yo tenía un amigo y lo acunaba.
Olvidado de otoños, un invierno,
se marchó hacia la casa del olvido.
(Y yo aún lo recuerdo.)
Dedicado, sin nombralo a José Hierro, este poema pertenece a La ceniza y la espuma, poemario incluido en Sólo la luz alumbra.
jueves, 23 de junio de 2011
La camisa de Federico Gallego Ripoll
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Cubiertos, cuerpo y palabra, por la albura del lino, por la blanca pasión del verbo. Juntos en Valdepeñas, al mediodía del domingo 19. Sucedió. Lo habíamos anunciado. Cuerpo y palabra por fin en la luz, en la tierra, en la proximidad de lo querido.
Prevenida por los pronombres, María José Maeso, poeta en voz alzada, habló, nos habló con belleza de la belleza de las geografías de Federico, de tantos territorios como le buscan, de tantos otros con los que huye. De cómo le gusta a Federico llevar a las palabras de la mano. De cómo gusta pasearlas por playas o jarales. De cómo juega a abandonarlas, apenas un instante, para así poder volver a consolar su miedo. Habló María José de cómo las conforta con su claridad. ¿O dijo, tal vez, ternura?
Porque era la camisa de Federico tierna claridad sobre el empotro. Y era su voz pregonera. Y él pregonero que aún no sabe -sigue en la búsqueda- si es el hombre o es la tierra. El hombre que se fue o la tierra que ahora le encuentra. Dijo que a veces halla luces, aromas, sonidos que fueron de su infancia cuando recorre la frontera de Manzanares con la llanura, o cuando pasea la voz de los poetas que caminan con él. Porque de la camisa, del corazón de Federico, salieron nombres, los nombres de tantas personas con quienes ha bebido el dulce licor del verso.
Estuvieron conmigo, testigos de todo: Mari Carmen Matute, Elisabeth Porrero, José María González Ortega, Eugenio Arce Lérida, Esteban Rodríguez Ruiz, Teo Serna, Manuel Cortijo Rodríguez, José Luis Morales, Carmen Bermejo, Maxi Rey, Pedro A. González Moreno, Miguel Galanes, Joaquín Brotons, Cristóbal López de la Manzanara, Vicente Martín... También, claro, Agustín Gil, atinado como anfitrión. Como Julián Creis. Como Matías Barchino, que fue, siempre lo es, buen regidor. Parece que tendrán nueva compañía, nuevos apoyos, en los próximos años, que vendrán, de A/7.
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Cubiertos, cuerpo y palabra, por la albura del lino, por la blanca pasión del verbo. Juntos en Valdepeñas, al mediodía del domingo 19. Sucedió. Lo habíamos anunciado. Cuerpo y palabra por fin en la luz, en la tierra, en la proximidad de lo querido.
María José Maeso en la presentación |
Federico en la lectura |
Luego una lectura de poemas, creo que cinco, suficiente, emocionada, emocionada. No eligió poemas que ligan a la tierra, sino al gozo de la palabra, al gozo de escribir. Nada de elegía, sino esplendor, sino futuro visible, sino abrazo presente. De su camisa, de su hilo tintado de pureza, surgía la convocatoria, a todos, para hacer de la poesía un bien útil, una tela de araña capaz de atrapar, capaz de retener, a cualquier insecto-lector, a cualquier insecto-oyente que pase por su cercanía. No la poesía para todos, no, no, sino con todos. Todos cuerpo, todos palabra, todos lino blanco.
Federico Gallego Ripoll rodeado |
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miércoles, 22 de junio de 2011
El afán por dejar indicios
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Agitado, exprimido antes de ser arrojado al silencio. Así el blogero este fin de temporada. Adicto, ya sin dudas, a ver y estar. Mala cosa este tozudo afán por dejar indicios. Un buen amigo le ha dicho que contra vicio del muy decir está la virtud del no leer. Mala cosa si no fuera por las tentaciones.
1
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Jorge de Arco |
2
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Jesús Riosalido |
Muy cerca, en el Centro Sirio Español, el doctor Jesús Ríosalido, a sala llena (no está solo el blogero) explicaba los porqués de su aventura con el Cancionero de Upsala. Explicaba la génesis de su hallazgo, los estudios anteriores y su valor, al tiempo que se atrevía a insistir en el origen árabe-español de sus ritmos y sus mundos galantes. Allí estaban los zéjeles que el Ciego de Cabra inventó como regalo a la sensualidad de un mundo andalusí destrozado y repartido, pero negado a desaparecer. Al libro le acompaña un cd que se grabó en el Kuwait con algunas canciones. Carmina Casala, Manolo López Azorín, María Sangüesa, Elvira Daudet, Rafael Borge y algunos más hicieron la tarde amable. E. Porta, otro forzado de la ruta, le acompañó en el doblete, y aún dijo que le quedaba trabajo. ¡Qué oficio, Dios! .
3
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Luna Miguel leyendo (fotografía de Antolín Amador y su móvil) |
Ni la delicada posibilidad del descanso. Antolín Amador y María González convocan al blogero a una cerveza (o dos si son pequeñas) en Tapas y Fotos, Lavapiés y viernes 17. La excusa: Luna Miguel, 789 seguidores en su blog y apenas 20 añitos, presenta su tercer libro Pensamientos estériles. Unos meses después del argensola Poetry is not dead. El blogero entiende que no está solo del todo, que cierta gente quinceeme le sigue en esto de la producción feraz. Buena edición de El Cangrejo Pistolero, cuyos sevillanos editores hicieron acto de presencia activa, 12 euros. El bar se fue llenando. Alguien habló de Luna, de fans, de tatuajes, de alteridad, de espera. Alguien tocó con suavidad una guitarra mientras Luna leía. Leía de la pureza, de los padres, de bocas ocupadas, de sexos rasurados, de buscar poesía y encontrar muerte. Lo que no recuerdo es el número de las cervezas.
4
Sábado 18, Socuéllamos. El corazón agrario de La Mancha. Para llegar, un lento recorrido por la maravilla. Verdes organizados parra a parra, tenues amarillos en el rastrojo nuevo, los ocres. Tembleque, Villacañas, Quintanar, El Toboso, Pedro Muñoz, el agua humilde, pero el agua, del río Záncara tantos años después. A las 12.00 horas presentaba Juan José Alcolea su libro Cuadernos de Socuéllamos en el lugar que lo provocó. Le desbordó la emoción primero y la alegría de todos después. Ana Garrido lo presentó endecasilábicamente, todo un lujo. José Luis, la guitarra y María Jesús cantaron a lo divino. Y aunque sé que es raro, hay veces en que los poetas y las gentes en redor comen en lugares dignos, como Casa Francisco. La suavidad de la tarde y unos campos labrados como versos larguísimos indicaban el sendero que conduce a La Solana.
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miércoles, 15 de junio de 2011
Voy terminando, vamos terminando
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Me quejaba, allá por los octubres, del escaso vigor de mi nueva temporada poética madrileña. Poco barullo y menos nueces, le decía a un amigo. Pronta a su fin, he de reconocer que el ruido ha ido creciendo y que, en ocasiones, alguna nuez se ha desprendido. Sobre todo al final. La consolidación de Vitruvio como editorial ha sido una de ellas. La poesía reunida de Fernando Beltrán: más que fruto, caricia; como el Ashbery nervioso de Julio Mas. Las cartas al 50% de su almohada de Rafael Soler y la alta voz de Elvira Daudet. También la inquisición sosegada de José Cereijo, el adelgazamiento espirirual de Mestre, la cueva de los hazversos... lugares, emociones, en donde algunos hemos podido encontrar refugio, micas de tranquilidad. De los premios, el reconocimeinto valenciano a Pedro A. González Moreno y sus poemas de voces últimas. Tal vez, y como nota discordante, el desatino al premiar, en cierta convocatoria metálico-poética, cierto libro invendible. Equivocaciones merecedoras de perdón piadoso.
Al final, en esta última semana, he visto colas de compradores. Fui testigo. Sí, colas para comprar libros de poesía, o libros casi. El miércoles 8 en el Salón del Instituto Cervantes, Santiago Castelo, extremeño y abc, presentaba La hermana muerta, homenaje a Lola Santiago, su hermana, a quien traté, ya desaparecida. Público otro, numerosísimo. Luis G. Jambrina lo presentó, o mejor dicho lo fusiló. Leyó después Santiago. mucho y bien, remarcada la intención. Verso claro, directo, aunque también previsible. Enormes filas de compradores. No quise competir. Sí lo intenté el viernes 10, pero los ejemplares se agotaron; sí, sí, se agotaron en la sala de Mapfre donde José Luis Nieto Aranda presentaba su segundo poemario Rastros perdidos. Poesía tallada desde la melancolía, poesía del hombre acompañado y solo, poesía escrita desde el secreto de lo vivido. Paco Moral, ya como una rosa, y Alejandro Céspedes leyeron poemas de forma alternativa (y mejorable a jucio de Julio Mas, no al mío). Dos éxitos del motorista y editor Pablo Méndez, dos más para unir al de un tobillo muy pronto recuperado.
Me quejaba, allá por los octubres, del escaso vigor de mi nueva temporada poética madrileña. Poco barullo y menos nueces, le decía a un amigo. Pronta a su fin, he de reconocer que el ruido ha ido creciendo y que, en ocasiones, alguna nuez se ha desprendido. Sobre todo al final. La consolidación de Vitruvio como editorial ha sido una de ellas. La poesía reunida de Fernando Beltrán: más que fruto, caricia; como el Ashbery nervioso de Julio Mas. Las cartas al 50% de su almohada de Rafael Soler y la alta voz de Elvira Daudet. También la inquisición sosegada de José Cereijo, el adelgazamiento espirirual de Mestre, la cueva de los hazversos... lugares, emociones, en donde algunos hemos podido encontrar refugio, micas de tranquilidad. De los premios, el reconocimeinto valenciano a Pedro A. González Moreno y sus poemas de voces últimas. Tal vez, y como nota discordante, el desatino al premiar, en cierta convocatoria metálico-poética, cierto libro invendible. Equivocaciones merecedoras de perdón piadoso.
Al final, en esta última semana, he visto colas de compradores. Fui testigo. Sí, colas para comprar libros de poesía, o libros casi. El miércoles 8 en el Salón del Instituto Cervantes, Santiago Castelo, extremeño y abc, presentaba La hermana muerta, homenaje a Lola Santiago, su hermana, a quien traté, ya desaparecida. Público otro, numerosísimo. Luis G. Jambrina lo presentó, o mejor dicho lo fusiló. Leyó después Santiago. mucho y bien, remarcada la intención. Verso claro, directo, aunque también previsible. Enormes filas de compradores. No quise competir. Sí lo intenté el viernes 10, pero los ejemplares se agotaron; sí, sí, se agotaron en la sala de Mapfre donde José Luis Nieto Aranda presentaba su segundo poemario Rastros perdidos. Poesía tallada desde la melancolía, poesía del hombre acompañado y solo, poesía escrita desde el secreto de lo vivido. Paco Moral, ya como una rosa, y Alejandro Céspedes leyeron poemas de forma alternativa (y mejorable a jucio de Julio Mas, no al mío). Dos éxitos del motorista y editor Pablo Méndez, dos más para unir al de un tobillo muy pronto recuperado.
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Miguel Montesinos Pañeda |
De Mapfre al Ateneo con Rafa y Lucía. Miguel Montesinos Pañeda, hijo y nieto de camborios, quiero decir de poetas y servidores de la poesía, se bautiza con El orden de las cosas. Abunda el público joven en la sala grande, colas ante la mesa -compré- atendida por Ángel Rodríguez Abad, que vendía expectación: ¿narración? ¿narración poética? ¿cuentos? ¿poesía? ¿provocaciones? Iñaki abrió fuego leyendo suavemente, como presentación, el prólogo. El periodiusta Ponce recriminó, al autor, no ser atléticomadrid, lo que encendió a los mous. Juanjo el editor -Polibea- lucía feliz. Tomó Miguel la palabra, negó la necesidad genética: escribo porque quiero. Sabe que es el inicio, que está dispuesto a escribir más y mejor. Que nada hay de su abuelo, y menos -sería peor, eso dijo- de su padre. Que nadie les culpe, pidió generoso ante la insistencia de la gente del coloquio -léase Emilio Porta- que le recordaba sus manatiales. Y leyó, leyó historias de cada una de las partes que conforman el libro. No pude quedarme para la firma: cuando salía, cerca de la medianoche, había colas inmensas esperándola, buscándola. Le dejé a Maxi, gratamente sorprendido de lo escuchado, mi ejemplar.
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Epílogo
A Foni, compañero de disquisiciones
Escribir es lo último que hago.
Cuando la noche abraza mis hombros
yo escribo. Traduzco
las crónicas obscenas de la vida:
de los hechos a los versos.
Lo último que sueño es escribir.
Garabateo trazos
en una línea tensa,
quebradiza, parapléjica... Síntomas
de sílabas desgarradas.
Escribir es lo último que hago.
Mi fe
puesta en la noche (o en el día: siempre
hay esperanza).
Lo último que hago es escribir
tantos remotos recuerdos que no quedan
rastros en el olvido.
Lo último que vivo es escribir.
José Luis Nieto Aranda. De Rastros perdidos
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sábado, 11 de junio de 2011
¿Dónde la chicha?
Julio Santiago |
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Una conversación con Julio Santiago, enemigo del aburrimiento poético, y una pasada por el blog de Julio Mas, me han devuelto a la anciana polémica de los Claros y los Herméticos. De la emoción frente al frío. De las entrañas contra las dudas en la expresión poética. Del discurso de la calle ante el discurso de la mente. J. Santiago me hablaba de la confesionalidad limpia como arma, como necesaria provocación. J. Mas defiende la no superioridad moral de ninguna poética -comunicación o pensamiento- sobre otra . Hace un tiempo, Neorrabioso organizó un partido de fútbol entre representantes de ambas tendencias, creyendo que la cuestión tendría así arreglo.
Julio Mas |
Advierte Julio Mas que la polémica es tan vieja como son viejas las puñaladas poéticas. Que viene de los órficos y luego Cicerón, que se sepa. Por si sirve, que sé que no, en el libro Paisaje (en tercera persona) se esconde, en nocturnidad, este poema que doy aquí a la luz. (Quiero decir a la nada.)
LA PRADERA DE ARGOS
El hombre escribe:
lo oscuro es el poema.
Comprende que
si llegase
al refugio sería
la luz como el error,
como una daga
a sus ojos
que se alzaría
la luz sobre su cuerpo,
devorándolo, muertas
de cuajo las vocales, sin batalla
que bajo las alzadas
horcas los verbos que le ocultan,
sin soldados las últimas
razones de la noche,
derrotada
la trompeta y la aurora
derribarían densos
nombres y muros,
y quedaría sola
y alrededor la luz, blanco
silencio solo
nada.
jueves, 9 de junio de 2011
De oca en oca
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Tirando sin azar el dado, recorriendo casillas, tardes y calles oscuras, este blogero sigue, con decisión sedente, en su tour obligado y/o querido por tertulias y presentaciones. Estaba firmemente decidido a no contar nada de lo visto, de lo oído, y menos de lo vivido, pero las exigencias profesionales y mercantiles (el blogero tiene que dar de comer a su prole) le han hecho recapacitar su decisión. De oca en oca anda el hombre hasta el silencio granado y veraniego.
Primera tirada
La primera tirada lo depositó en la casilla jueves 26, junto al puente manchego de Manuel Juliá, que presentaba entre los muros jesuitas del Icade su corazón lento, de 40 latidos, que le edita Endymion. Poesía a renglón prolongado. La h/ojeó con delicado humor y buen criterio Moncho Alpuente, coetáneo mío de Castañuela 70, insumiso y autónomo cotizante de la SS. Manolo leyó después aquello de la mili y los olores acres, aquello del verano que pasó junto a Dionisio Cañas (autor con cuyos versos vive, a quien mantiene frescamente édito). Escribe bien este manchego amigo, provocador, sin él saberlo, de nocturnales conversaciones y nuevas amistades.
Un cinco
Nueva tirada. El dado muestra en su faz un 5. Saca ficha el blogero. La coloca al seguro de la sala repleta, por fin, de la Tertulia Montesinos. Espiritual, más que nunca yepes, traspasado o herido, redivivo casi, apareció Juan Carlos Mestre. El temblor aguzado de su voz agradeció la maestría de Niall Binns, escocés y chileno, en su presentación. Habló, leyó la casa y roja, leyó nuevo. El sastre de las mariposas ha hecho con él un buen trabajo, para nuestro gozo. Hace falta fortaleza para atravesar un desierto, hace falta ternura para vivir confundiendo poesía y sed. Marisa Montesinos, elegantísima, tuvo la generosidad de evitar preguntas.
Tres unos seguidos
Un 1 dicta el dado. Miércoles y 1 en el Ateneo. Mi Elvira Daudet. Por nada del mundo este blogero se perdería su lectura. La precedieron, contándola, torre izquierda: Rafa Soler, sereno y blanco; torre derecha: Carmina Casala, rosa y alma. La tertulia siguió en el remozado bar del Ateneo. Hubo vino y cosas. Hubo Maxi. Hubo calle León. Vuelta a lanzar. Otro 1. La ficha, movida por el dedo o el deseo, llega a Arganda. Se cierra Poesía de OídAs por este año. Las dos voces, los dos corazones de Carolina y Antonio hablan, para la radio, de Machado. Y sin descanso apenas, el tercer 1. Para su suerte, deja el blogero su ficha, viernes 3, en la celda de Trovador. Con alegría le advierte Jesús Javier Lázaro de El verano de los flamencos, su nuevo libro en Polibea. Lee Carmen Rubio poemas del agua, de varias lluvias envueltos. Lee Rafa Soler poemas nocturnos, de debidas madrugadas epistolares. El blogero comenta con Isabel Miguel y Laura Gómez Recas la próxima jugada. La posibilidad de ser comido.
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Tirando sin azar el dado, recorriendo casillas, tardes y calles oscuras, este blogero sigue, con decisión sedente, en su tour obligado y/o querido por tertulias y presentaciones. Estaba firmemente decidido a no contar nada de lo visto, de lo oído, y menos de lo vivido, pero las exigencias profesionales y mercantiles (el blogero tiene que dar de comer a su prole) le han hecho recapacitar su decisión. De oca en oca anda el hombre hasta el silencio granado y veraniego.
Primera tirada
La primera tirada lo depositó en la casilla jueves 26, junto al puente manchego de Manuel Juliá, que presentaba entre los muros jesuitas del Icade su corazón lento, de 40 latidos, que le edita Endymion. Poesía a renglón prolongado. La h/ojeó con delicado humor y buen criterio Moncho Alpuente, coetáneo mío de Castañuela 70, insumiso y autónomo cotizante de la SS. Manolo leyó después aquello de la mili y los olores acres, aquello del verano que pasó junto a Dionisio Cañas (autor con cuyos versos vive, a quien mantiene frescamente édito). Escribe bien este manchego amigo, provocador, sin él saberlo, de nocturnales conversaciones y nuevas amistades.
Un cinco
Nueva tirada. El dado muestra en su faz un 5. Saca ficha el blogero. La coloca al seguro de la sala repleta, por fin, de la Tertulia Montesinos. Espiritual, más que nunca yepes, traspasado o herido, redivivo casi, apareció Juan Carlos Mestre. El temblor aguzado de su voz agradeció la maestría de Niall Binns, escocés y chileno, en su presentación. Habló, leyó la casa y roja, leyó nuevo. El sastre de las mariposas ha hecho con él un buen trabajo, para nuestro gozo. Hace falta fortaleza para atravesar un desierto, hace falta ternura para vivir confundiendo poesía y sed. Marisa Montesinos, elegantísima, tuvo la generosidad de evitar preguntas.
Tres unos seguidos
Un 1 dicta el dado. Miércoles y 1 en el Ateneo. Mi Elvira Daudet. Por nada del mundo este blogero se perdería su lectura. La precedieron, contándola, torre izquierda: Rafa Soler, sereno y blanco; torre derecha: Carmina Casala, rosa y alma. La tertulia siguió en el remozado bar del Ateneo. Hubo vino y cosas. Hubo Maxi. Hubo calle León. Vuelta a lanzar. Otro 1. La ficha, movida por el dedo o el deseo, llega a Arganda. Se cierra Poesía de OídAs por este año. Las dos voces, los dos corazones de Carolina y Antonio hablan, para la radio, de Machado. Y sin descanso apenas, el tercer 1. Para su suerte, deja el blogero su ficha, viernes 3, en la celda de Trovador. Con alegría le advierte Jesús Javier Lázaro de El verano de los flamencos, su nuevo libro en Polibea. Lee Carmen Rubio poemas del agua, de varias lluvias envueltos. Lee Rafa Soler poemas nocturnos, de debidas madrugadas epistolares. El blogero comenta con Isabel Miguel y Laura Gómez Recas la próxima jugada. La posibilidad de ser comido.
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miércoles, 1 de junio de 2011
Federico Gallego Ripoll
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De Federico Gallego Ripoll hemos escrito alguna vez en este blog. Es poeta mío. Es amigo mío.
Junto a Miguel Galanes y Pedro A. González Moreno, es uno de los más sobresalientes poetas manchegos de los que alumbraron Poesía Última, antología que preparó José Mª González Ortega hace casi 30 años.
Vuelve por ser doble noticia. Recién ha salido su poemario Dentro del día, acaso, editado por Algaida, del que hablaremos, y a la vez ha querido acudir a Valdepeñas, el próximo 19 de junio, para beber con todos el vaso de vino de la tierra que ofrecen cada año los bodegueros poéticos de A-7, la elevada tertulia valdepeñera de Agustín, Julián y Matías.
Sé que ha preparado para el día 19 un Cuaderno de Valdepeñas muy a lo federicogallegoripoll. Con la ternura, la elegancia y los guiños precisos para unos lectores manchegos (y no manchegos, por supuesto) apenas recordados, apenas intuidos, pero hecho con enorme decisión. Su poesía es la transparencia tras la cual el poeta se muestra. Uno, múltiple. Él es la suma de todos sus poemas, repartido está en ellos de forma inagotable. Es imposible no verle. Hay en todo el Cuaderno un canto a la vida, a la existencia como un don digno de ser atravesado de forma gozosa. Hay en todo un aroma de algas y trigales, de alegría no equivocada. Incluso en el poema final, ese que intenta sellar la lejanía y la certeza, la distancia y el regreso, el olvido y el recuerdo de una tierra que nunca y siempre, al mismo tiempo, dejó de ser suya. El dibujo que abre esta entrada, obra también de Federico, es el que abre el editado Cuaderno de Valdepeñas.
Como también sé que Dentro del día, acaso (Algaida, 2011) comprende ocho poemas esenciales, parto de emociones sabiamente conducidas, limpiamente proclamadas. Dispuestas transitivamente con la claridad interior que la poesía precisa para ser, simultáneamente, conocimiento y comunicación. Dos maneras de entenderla que no se contradicen cuando crecen en manos como las suyas. Confesiones de esperanza, de deseo, proclamaciones de la voz como puente, del instante, de recuerdos que gustan de las alas, de gratitud por sentir el sol de la tarde en las palabras, acunándolas. Afán por saberse gota en el río. Gota que canta cuanto espera. Gota que es herencia, semilla. Por cuantos fueron soy lo aún no amanecido, dice.
Ahora y aquí, dos poemas de Federico: el primero pertenece a Quién, la realidad, el segundo a Dentro del día, acaso.
MUDANZA
En cuál de las cien cajas estará el corazón.
LOS NIÑOS DEL PIREO
Voy a morirme un poco solamente
para ver que respiras a mi lado,
que me cierras los ojos con dulzura
y bajas la persiana para que no me inquieten
las risas y los juegos en el jardín cercano,
ni el vuelo de las moscas por la tarde que deja
gotas de miel contra los ventanales.
Un poco solamente para oír que tus pasos
siguen llenando de alma las estancias,
que recorres cajones con tus manos,
y doblas mis camisas y planchas mis pañuelos
como si me esperaran todavía,
para sentir que cantas suavemente
meciendo en tu murmullo mi pecho silencioso,
mis piernas recién quietas
y este miedo que tuve –que tengo todavía-
a no poder contarte lo hermoso que me ocurre,
a que tú no comprendas que sigo siendo tuyo,
que el amor continúa creciendo tras la muerte
como crecen los ríos debajo de sus cauces.
Voy a morirme sólo lo preciso
para que puedas desplegar tus alas,
encender los balcones
y reclamar el peso de los ángeles
que tanta compañía nos hicieron,
a ver si permanecen al menos unos días
ocupando mi lado de la cama,
mi sitio en la cocina frente a la cafetera,
recordándote
que hay que cerrar la puerta y apagar las estufas,
y no gastar todo el dinero en rosas,
que algunos años tienen un invierno
tan largo como esta sombra fría
que va ganando lenta mi palabra
como la pleamar
gana el festón dorado de la arena
hasta empaparla, azul, de mar callado.
Voy a morirme tan pequeñamente
que no te des ni cuenta, y no sepas llorarme
ni echar de menos esos ratos torpes
en los que sin porqués nos abrazamos
dándole preferencia al no hacer nada
sobre cualquier otra tarea inútil,
dejando disolverse los minutos
como la última flor de chocolate
que un niño saborea en la penumbra
del cine de las cuatro.
Voy a morirme, amor, tan cuidadosamente,
que cuando llegues tú dentro de muchos años
al borde de este umbral que ahora yo piso
puedas sentirte triste pensando que me dejas
esperándote abajo,
en el portal de casa, como siempre,
mientras terminas de arreglarte,
y yo fumo impaciente de tu risa
y entretengo la espera –sabiendo que vendrás-
silbándote tan mal como tanto queriéndote
esa canción antigua que habla, nunca en domingo,
del amor con que sueñan,
ungidos de esperanza, los niños del Pireo.
.
De Federico Gallego Ripoll hemos escrito alguna vez en este blog. Es poeta mío. Es amigo mío.
Junto a Miguel Galanes y Pedro A. González Moreno, es uno de los más sobresalientes poetas manchegos de los que alumbraron Poesía Última, antología que preparó José Mª González Ortega hace casi 30 años.
Vuelve por ser doble noticia. Recién ha salido su poemario Dentro del día, acaso, editado por Algaida, del que hablaremos, y a la vez ha querido acudir a Valdepeñas, el próximo 19 de junio, para beber con todos el vaso de vino de la tierra que ofrecen cada año los bodegueros poéticos de A-7, la elevada tertulia valdepeñera de Agustín, Julián y Matías.
Sé que ha preparado para el día 19 un Cuaderno de Valdepeñas muy a lo federicogallegoripoll. Con la ternura, la elegancia y los guiños precisos para unos lectores manchegos (y no manchegos, por supuesto) apenas recordados, apenas intuidos, pero hecho con enorme decisión. Su poesía es la transparencia tras la cual el poeta se muestra. Uno, múltiple. Él es la suma de todos sus poemas, repartido está en ellos de forma inagotable. Es imposible no verle. Hay en todo el Cuaderno un canto a la vida, a la existencia como un don digno de ser atravesado de forma gozosa. Hay en todo un aroma de algas y trigales, de alegría no equivocada. Incluso en el poema final, ese que intenta sellar la lejanía y la certeza, la distancia y el regreso, el olvido y el recuerdo de una tierra que nunca y siempre, al mismo tiempo, dejó de ser suya. El dibujo que abre esta entrada, obra también de Federico, es el que abre el editado Cuaderno de Valdepeñas.
Como también sé que Dentro del día, acaso (Algaida, 2011) comprende ocho poemas esenciales, parto de emociones sabiamente conducidas, limpiamente proclamadas. Dispuestas transitivamente con la claridad interior que la poesía precisa para ser, simultáneamente, conocimiento y comunicación. Dos maneras de entenderla que no se contradicen cuando crecen en manos como las suyas. Confesiones de esperanza, de deseo, proclamaciones de la voz como puente, del instante, de recuerdos que gustan de las alas, de gratitud por sentir el sol de la tarde en las palabras, acunándolas. Afán por saberse gota en el río. Gota que canta cuanto espera. Gota que es herencia, semilla. Por cuantos fueron soy lo aún no amanecido, dice.
Ahora y aquí, dos poemas de Federico: el primero pertenece a Quién, la realidad, el segundo a Dentro del día, acaso.
MUDANZA
En cuál de las cien cajas estará el corazón.
LOS NIÑOS DEL PIREO
Voy a morirme un poco solamente
para ver que respiras a mi lado,
que me cierras los ojos con dulzura
y bajas la persiana para que no me inquieten
las risas y los juegos en el jardín cercano,
ni el vuelo de las moscas por la tarde que deja
gotas de miel contra los ventanales.
Un poco solamente para oír que tus pasos
siguen llenando de alma las estancias,
que recorres cajones con tus manos,
y doblas mis camisas y planchas mis pañuelos
como si me esperaran todavía,
para sentir que cantas suavemente
meciendo en tu murmullo mi pecho silencioso,
mis piernas recién quietas
y este miedo que tuve –que tengo todavía-
a no poder contarte lo hermoso que me ocurre,
a que tú no comprendas que sigo siendo tuyo,
que el amor continúa creciendo tras la muerte
como crecen los ríos debajo de sus cauces.
Voy a morirme sólo lo preciso
para que puedas desplegar tus alas,
encender los balcones
y reclamar el peso de los ángeles
que tanta compañía nos hicieron,
a ver si permanecen al menos unos días
ocupando mi lado de la cama,
mi sitio en la cocina frente a la cafetera,
recordándote
que hay que cerrar la puerta y apagar las estufas,
y no gastar todo el dinero en rosas,
que algunos años tienen un invierno
tan largo como esta sombra fría
que va ganando lenta mi palabra
como la pleamar
gana el festón dorado de la arena
hasta empaparla, azul, de mar callado.
Voy a morirme tan pequeñamente
que no te des ni cuenta, y no sepas llorarme
ni echar de menos esos ratos torpes
en los que sin porqués nos abrazamos
dándole preferencia al no hacer nada
sobre cualquier otra tarea inútil,
dejando disolverse los minutos
como la última flor de chocolate
que un niño saborea en la penumbra
del cine de las cuatro.
Voy a morirme, amor, tan cuidadosamente,
que cuando llegues tú dentro de muchos años
al borde de este umbral que ahora yo piso
puedas sentirte triste pensando que me dejas
esperándote abajo,
en el portal de casa, como siempre,
mientras terminas de arreglarte,
y yo fumo impaciente de tu risa
y entretengo la espera –sabiendo que vendrás-
silbándote tan mal como tanto queriéndote
esa canción antigua que habla, nunca en domingo,
del amor con que sueñan,
ungidos de esperanza, los niños del Pireo.
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