Dice que comenzó tarde a escribir, temprano en la lectura. Que fue un médico quien le llevó, en libro, a san Juan de la Cruz para aliviarle los tiempos de un enfermedad adolescente. Que desde entonces sabía que hay una luz distinta. Ahora recién, ha publicado con SIAL un libro fundamental: Sólo la luz alumbra. Un libro sin duda conocido para muchos de los lectores de este blog y necesario para aquellos que no lo conozcan aún. Hablo del poeta Manuel López Azorín. Estuve en la presentación del libro en el Casino de Madrid, en plena primavera. Y aquí dejamos nota.
De cuidadísima edición, el libro comienza con el poemario inédito del mismo nombre para continuar con una selección amplisima de sus anteriores poemarios. Sólo la luz alumbra es el lugar en donde deposita López Azorín sus esperanzas en la poesía, fulgor que ilumina y salva. Discípulo y maestro al mismo tiempo, hombre que concibe también la poesía como un impulso moral a la par que estético, compañero que ha sido de innumerables nombres propios (Claudio y Hierro entre tantos), amigo de todos, organizador de encuentros poéticos, divulgador… y sobre todo preocupado por ese misterio irresoluble que es la poesía, ha querido en este libro ofrecerse, ofrecer cuanto ha podido ir observando -y haciendo suyo- a los nuevos poetas.
Así comienza Sólo la luz alumbra: Sólo el amor nos salva. / Lo demás es un caos. Nos envuelve / y en plena claridad nos hace ciegos. Así, con ese afán de desbrozar un camino lleno de dificultades, cegado por la excesiva luz o tapiado por la luz nunca encontrada, que es el oficio de poeta, el autor, a la manera confesada de Rilke, abre su libro de consejos a jóvenes poetas. Consejos que son brazos en el hombro, alimentos con los que llenar la mochila, fuentes de agua clara, advertencias de peligros. Sabe mucho de todo esto Manuel López Azorín: por lo visto, por lo escuchado, por lo vivido. La libertad, la verdad, el ritmo, las trampas del yo, los profanadores, los prontos triunfadores, la envidia y la impaciencia… están en la atención de los poemas, pero Manuel sabe la pregunta que esencia toda intención: ¿para qué se escribe? Pregunta de más difícil respuesta que la de por qué se escribe. Y que tantas veces tantos auténticos poetas han sido incapaces de responder o se han respondido de tal forma que dejaron abruptamente de escribir.
Pepe Hierro y Manolo López Azorín, fotografía tomada de su blog |
Elegía
Yo tenía un amigo que se llamaba amigo.
Yo tenía un amigo
del que me prevenían los amigos.
Yo tenía un amigo y lo acunaba.
Le vi pintar el último dibujo, con ojos de agua,
entre las camas de los hospitales,
aspirando el tomillo que purifica el aire,
comiéndoselo a golpes de hostia consagrada
por el gran sacerdote de la leve esperanza.
Yo tenía un amigo.
Se marchó una mañana rumbo a un parque
de pichones nevados, tiritando de frío.
Yo tenía un amigo.
He clamado a la vida para ver si regresa
y la vida, en silencio, me ha ofrecido la noche,
la luna sarracena y la vigilia
del último recuerdo,
del último dibujo,
de las palabras últimas, cuando soñando juntos,
nos pusimos a hablar de tantas cosas.
Yo tenía un amigo y lo acunaba.
Olvidado de otoños, un invierno,
se marchó hacia la casa del olvido.
(Y yo aún lo recuerdo.)
Dedicado, sin nombralo a José Hierro, este poema pertenece a La ceniza y la espuma, poemario incluido en Sólo la luz alumbra.
1 comentario:
Qué buen análisis o semblanza de un autor como Manuel.
Muchas gracias por ello. Yo también creo que es un poeta entre poetas. Y eso es mucho, mucho más de lo que muchos llegaremos a alcanzar en este ir y venir entre las letras para..?
Un beso grande para él y para ti.
Laura
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