Alguien te dijo:
guárdate de la llaga
que no sangre,
de aquella
que desconozca el
grito.
Y desde entonces,
desde que hablaste
del secreto con él, ya sólo escribes
con afán genitivo de la luz
mientras la luz ocurre,
de la sed
--la que crece plural--
o de tu cuerpo nieve
cuando se sueña copos
de los patios y agostos
que curvan los caminos,
de tu siempre,
de cuanto sigue siendo
heterónimo cauce de tu vida,
de todo aquello que
se oculta en ti
porque se salven, gritas,
de la putrefacción.