Foto de Miguel Ángel Yusta para la entrevista que le ha realizado Antón Castro en el Heraldo de Aragón. (Autor Oliver Dusch) |
No está pensado ni escrito el prólogo de Valentín Martín para los días de los bochornos. Es tralla, es una potente emergencia. Aconsejo leerlo. Bien hizo el autor en encargarle a VM el pórtico. Arco de entrada que predispone. Sé que dudaba el Miguel Ángel Yusta en extender sus publicaciones, y creo que ha acertado dilatándolas. Aunque cubra y rotule esta con ese personalísimo título Postludio que hace referencia tanto a la pieza musical con que se despide las funciones mientras el público busca la salida como a un posible anuncio de próxima finitud editorial. Veremos. La producción de Lastura es impecable.
Postludio es una recolección de emociones. Pocas
veces un texto está tan ligado a los estadios anímicos del autor con tanta
autenticidad. Desde los manantiales del otoño y la soledad, que no nacen tan
separados, se vierte un torrente delicado de nostalgia, desencanto, denuncias y
aceptación. Tanto de lo vivido –de reconciliación con lo vivido– como de conciencia
cierta de un futuro ya sin ansias cegadoras. Lo que me ha impresionado el tono
desde el que está escrito, que se mantiene en su forme ternura a lo largo de los
44 poemas que lo conforman. Desde la crónica de una epidemia en soledad
(primera parte) hasta el refugio de los paisajes y atardeceres de la segunda
parte para desembocar en la tercera, en donde el esplendor en la hierba de los
recuerdos aviva en un casi presente los momentos esplendorosos de un amor
cierto, todo permanece hilado en la armonía del que sabe qué decir y cómo
decirlo. La poesía se ha ido decantando en Miguel Ángel Yusta aliada con el
buen hacer de la armonía y en buen gusto. Enemigo de lo desapacible, buen
amante de la música, dice preferir “la palabra de los árboles a las disquisiciones
de los necios”. Solo así es posible transitar desde la desolación –Mar de Aral
como ejemplo– a “los volcanes que surgen impetuosos en las cimas sin fin de tus
caderas” con que abre unos de sus poemas de amor. Parece un libro escrito desde el enigma del tiempo, desde
la necesidad de decirse, que es de donde deben surgir los libros, mas con la
intención de ser transitivo, río en curso en busca de sensaciones lectoras
fértiles, acompasadas. No es un libro de juventud, no, pero tampoco de limes y fronteras, en un libro que va de la mano con lo vivido y lo por vivir. La
última y cuarta parte, el auténtico postludio, es una declaración de serenidad ante los noviembres: clara, precisa, en donde las palomas oscuras –y le
parafraseo– aletean sobre los silencios de lo que fueron nuestros juveniles
ideales. Saber lo que hemos sido es la mejor moneda con que la vida premia a quienes
la han honrado. Desde ese mirador he leído el libro del poeta aragonés. Muy
cerca de los montes turolenses de sus manantiales.
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1 comentario:
Y qué decir ya, ante este caudal de palabras llenas de amor, cercanía, sino expresar una gratitud sin límites. De tu mano, querido Francisco, paseo por esos caminos de la amistad y la poesía con una sensación de felicidad y plenitud. Tu lectura ilumina ese manojo de versos arrancados, eso sí, del corazón.
Gracias, amigo, maestro, hombre generoso y bueno...
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