Ha convocado de urgencia el Jefe. Domingo y tres de
enero. Ayer, como de pólvora, se extendió por nuestro pequeño mundo la noticia de
la muerte de Guadalupe Grande. Rápida, terrible. Ella, tan en sí, tan de la
pelea, de la justicia. Con todo el peso detrás de una herencia y una historia
que llevaba digna y sola. Qué será de la calle Alenza, de esa casa en donde
Paca Aguirre vigilaba el sueño de la niña y de Félix mientras ascendía
escribiendo trescientos escalones. Poeta de luz precisa. La recuerdo en Valdepeñas
acompañando a su madre, acompañando a un padre ya señalado por la mano de Dios,
demacrado y feble. Ella como sostén del mundo y sostenida. La recuerdo presentando
a Crespo Massieu, amigo de la casa, en su lectura de la impresionante Elegía
en Portbou que los recreaba. La recuerdo en Sanse como mantenedora del acto
en que recibí el Pepehierro de 2010 y, esa misma noche, sentada junto a Félix
en el frío y el banco de la plaza, esperando el taxi que los llevase al
velatorio de Morente. O, en otras ocasiones, volviendo con ella en coche a Madrid.
Impenetrable, atenta y tierna. Indecisa a veces. Poeta. No fui del círculo de
sus íntimos, muchos de ellos buenos amigos comunes, pero supo distinguirme con
su sonrisa, con su amistad y su elegancia. De los momentos juntos y justos que
vivimos, la guardo en pie, enhiesta, clara, leyendo en la sesión primera –junio
2017– de la tertulia Poesía en el Bulevar, levantando un poema inmenso y lento a
la memoria de su padre. ¿Con qué silencio, con qué palabras despedirla? ¿Es
esto la vida? ¿Cómo nombrarla?
domingo, 3 de enero de 2021
Consejo de Redacción, enero: Guadalupe Grande
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