lunes, 29 de julio de 2019

Escribo siete sin Vicente Martín



 
       Hoy, 29 y julio de 2019, hace siete años -escribo siete temblando- que dimos tierra al cuerpo de Vicente Martín, el poeta. Tengo cada día presente el amparo de su memoria, el arrojo de su sensibilidad para tratar con las palabras, su coraje decidido para engarzarlas y construirlas nuevas. Casi compartimos el tiempo de iniciarnos en el afán de escribir poemas, allá por los mediados de la pasada década, hechos ya a la edad de lo sereno, pero con la inquietud flotando. Me hizo mucho bien su compañía, la franqueza de su amistad, la latitud de su trato. No ha muerto su poesía, que sigue viva en el corazón de tantos. Una poesía árbol, y de tan enorme personalidad que nos sirve todavía de cobijo a quienes con él hicimos camino. Era abulense sin tacha, de abrazo castellano, ágil de inteligencia, fértil para la imagen sorpresiva. Poeta con todos, para todos. Hoy escribo siete temblando. Y es que es lunes último de julio y estoy un mucho huérfano por este costado. Me faltan él y Nicolás del Hierro.

Este es uno de sus poemas finales, el que dedicó a su nieto Pablo que tanto le acompañaba. Pertenece a Cuanto de mí puedo contaros, libro antología que Huerga y Fierro editó hace unos años y que sigue en plena vigencia.

Poema para Pablete

Ser mayor
no es sólo acostumbrarse a los diluvios
que dividen la carne,

no es sólo columpiarse en un desfile
de doncellas estúpidas,

resulta que he pasado la vida imaginando refugios
cavados en el cielo,
recitando plegarias y aplaudiendo
desnudeces equívocas,

que ahora admito que lleguen sin permiso de hacienda
naufragios repentinos
y el temor se me arruga como un trapo,

pero un día descubro que los miedos estaban infundados,
que si cierro los ojos veo más nítido
y en un solo minuto cabe entera
la magia de un milagro.

Ser mayor me ha traído, por ejemplo,
la alegría de Pablo,
las manos sin cortinas y los brazos minúsculos de Pablo
y con ellos la luz,
un prodigio de luz que me permite mirar al día siguiente
y saber que la vida
se me puede agotar pero no acaba;

y ahora sé que habrá alguien que recorra en sus risas
mis países utópicos,
alguien con mi apellido,
vulnerable,
pequeño,
de quien voy a aprender que desdecirse es muy fácil
y volver a la edad de la inocencia
un gesto necesario,
a quien he de guardar de la impiedad de los lobos
y del gato que duerme en el desván de las prisas.

Yo te voy a advertir, querido Pablo,
que te vas a enfrentar a horas larguísimas
en que a cada minuto te avergüences
de un cuándo
o de un porqué,
que te vas a encontrar aves rapaces donde ayer te dijeron 
que había pájaros
y tendrás que admitir que la distancia más corta casi nunca
será una línea recta.

Y verás que las playas del sur también existen,
que las olas no saben de puntos cardinales,
que en el norte
alguien pone palmeras y no hay nieve,

que a pesar del esfuerzo por hacer de las ruinas un vergel
los desiertos transcienden y nos llevan
a un exilio muy lento.

Pero aquí estaré yo, mientras que pueda
celebrarte en mis versos,
sosteniéndote a ti
y envejeciendo
de vanidad por ti, lleno de orgullo,
sesentón, cascarrabias
pero ufano, dichoso y presumido de un nieto como tú.


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