miércoles, 29 de mayo de 2019

Seis haikus de Teo Serna



Manos de luz 
tus manos, que se incendian 
cuando me tocan.

***
En el espejo 
otro espejo y la luz 
suma infinitos.

***
En la manzana 
agoniza la luz. 
Perfecta muerte.








Asciende un pájaro 
y es, en la niebla, sombra 
sin gravedad.

***
Sombra del perro 
siguiendo como perro  
fiel al fiel perro.

***
Se acaba el día. 
En las fuentes lejanas, 
peces sin sombra.






TEO SERNA (Manzanares, 1954)  Diálogo entre lo breve y lo bello: con la contemplación y la ironía como testigos. Teo Serna acude al haiku, libre de contagios, sin reverencias ni transgresiones, desde la conciencia de lo percibido y sus metamorfosis. Artista a tiempo total cultiva, en los alrededores del lenguaje, las creación sonora y la plasticidad imaginada. Su hacer, color y geometría, es siempre una inauguración de los sentidos. En Libro de las mariposas recoge sus haikus publicados.


jueves, 23 de mayo de 2019

Manuel López Azorín: Un poema, Septiembre 1

     

      No sólo la luz alumbra, la voz protege. Ya desde los mismos títulos, Manuel López Azorín proclama la acción sanadora de la poesía. Así lo siente, así lo pregona. Termina de aparecer su última entrega La voz que me protege, que el próximo lunes 27 se presenta en el Comercial. Antes, el viernes 24, le entregan en un acto solemne su título de hijo adoptivo de San Sebastián de los Reyes. Pasado fértil y presente activo en torno a su persona, a su escritura, a su hacer en pro de la poesía y de los poetas. Es un gozo decirlo, aventarlo. Es el murciano Manuel López Azorín (Moratalla, 1946) luz alta, voz enhiesta entre los poetas madrileños. Amigo de los grandes que nos han ido dejando poco a poco, siempre ha manifestado orgullo ante su amistad. Guarda el recuerdo de sus entrevistas a fondo en la televisión, allá por los noventa. De entre todos, Claudio Rodríguez fue a la vez maestro y pradera. De él aprendió que la poesía debe ser un vaso de agua clara que se ofrece. Manantial del que ha surgido su último libro.

      “La voz que me protege” es un libro nacido en mitad de la campiña madrileña, de su sierra norte durante el verano de 2018. Uno de esos libros que se escriben por impulso emocional, a modo de dietario, en los que el poeta no puede contener desazones y alegrías, esperanzas y miedos, sensaciones y ataraxias. Abierto y cerrado con dos sonetos en donde el temblor existencial habita, sus poemas aparecen titulados con las fechas de su confección. Hay tras ellos un hombre que busca el cobijo seguro de la palabra, ese que desde la infancia le acompaña, que se alimenta del sosiego de los amaneceres, de la bondad con la que las mañanas le visitan. Bien sabe la acechanza del tiempo en donde inexorablemente se interna, bien sabe la emboscada que ciertos informes, que espera, pueden tenderle, bien sabe que el abandono y el olvido pueden acudir. Pero conoce el escudo, el protector auxilio que el poema puede procurarle y a él se aferra. Necesita palabras y las encuentran. Necesita casarlas o enfrentarlas, y lo consigue. Necesita levantar muros en forma de versos, y los alza. Precisa construir la casa del poema, techarla, amueblarlo, ser su habitante… y lo alcanza. Porque no sabe vivir en otros lugares si no es entre las palabras y entre los que aman las palabras. Su cielo protector, la poesía. Por todo el libro se derrama la implacable y precisa sucesión de los días, el tórrido verano, la templanza de las vegetaciones, las noticias que le azoran, una esperanza feble, un hilo de algodón, la hebra de Ariadna que indica la salida a las preocupaciones. Y aparecen sus páginas teñidas por la horaciana comprensión de la Naturaleza amiga, ese campo de consuelos para el hombre que vive en la acechanza, en la duda del futuro, en el conflicto indeclinable de lo finito frente al tiempo. Y, claudiamente hablando, la voz que le protege, que le cuida, que le hace justo, que le sana.

     Hemos escogido el poema con el que el poeta inaugura septiembre, el amarillo temor de lo que espera, la luz dorada de los alrededores, la soledad acompañada del sol cansado, la timidez de las nubes: esos hospitales en horizonte que juegan con el azul.
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Septiembre 1


Hoy la mañana gris se ha presentado
y auspicia una borrasca
con la duda que horada el pensamiento
de una tierra que siente el invierno y la nieve,
por los años vividos,
por tanta incertidumbre en el asfalto
mancillado de ruidos y de prisas:
sirenas, ambulancias, hospitales,
un tráfico agresivo y prepotente
y parques infantiles solitarios
–huidas ya la risa y la alegría
de la inocencia plena, conducida,
hacia el método impuesto–.
Sentado en este banco, el silencio
me grita el abandono de la voz
que a veces me acompaña y me saluda
y me ofrece palabras que disipan
las sombras. Claridad son y siempre
con su luz se despejan las tormentas,
nubes grises de dudas y temores
que, al final del verano, en la mañana,
parecen amenazas que desbordan los ojos.

Y esta tierra, en el banco, solitaria,
mira entre los visillos de las nubes
esperando la luz, la claridad
de una mañana alegre y luminosa.

lunes, 20 de mayo de 2019

Consejo de redacción de mayo: El auriga sabe

Foto: MCBarri



        Me preguntaba el expuesto auriga, el de Delfos, cual era la razón por la que se había puesto de moda en Madrid la costumbre del vermut poético. A mí, que, tras sortear la maleza que encubre la fuente, subía de humedecerme los labios con un buchito de agua castalia. A mí. Puedo deciros que su mirada de marfil sereno e inquisitivo esperaba mi respuesta. No supe qué decirle. Él estaba seriamente preocupado. Me habló de nuevo: No tenéis suficiente con haber conquistado las tardes de los viernes para vuestros jubileos y presentaciones, ahora pretendéis ocupar el sagrado rito del vermut sabatino para dar la barrila a la gente, y va a ser que no. Terminaréis derrumbando los templos, convertiréis el hacer poético en un campo de ruinas, os abandonarán por cansinos, por okupastodo. Y yo no sabía qué responderle admirado como estaba de su precisa información. De la que os traigo noticia. Con tales palabras justificaba el Jefe su prolongada ausencia. Cierto –subrayó la becaria– yo fui testigo de la increpación, y puedo asegurar que el rostro del auriga trazó un rictus airado al preguntar: ¿Es cierto que también pretendéis hacer vuestro el vermut de los domingos? ¿No tenéis otro momento para honrar a vuestros maestros mayores que a la salida de misa mayor? Y supimos que hablaba por el homenaje previsto a Jesús Hilario Tundidor en el Alambique. Tuve que corregirle. Eso todavía no ha llegado, le dije, porque el homenaje será el sábado 1 de junio, pero todo se andará. Ratifico que el Jefe continuó callado, que bajó las escaleras del santuario confuso, mas también asombrado de que ni lejos de su tierra, ni lejos de su blog, tan abandonado, remitiera el runrún de la nuestra poetiquería. Habló preguntando el redactor víbora: ¿Tanto ruido armamos que se escucha tan lejos? ¿La poesía española no es tan inane como nos parece?  La poesía española –contestó el Jefe­–, y en especial Lorca, fue capaz, a los pocos días, de callar a multitudes variopintas en el Teatro de Epidauro. Será preciso que nos respetemos un poquito más. Tengamos algo de orgullo. Si no por el presente, por el pasado.

domingo, 5 de mayo de 2019

Un acto

     El Ayuntamiento de Piedrabuena, con su alcalde José Luis Cabezas al frente, ha tenido la gentileza de querer reconocer públicamente mi contribución a la vida cultural del pueblo en estos últimos años. Ayer, sábado 4 de mayo, en el lugar mágico de la Bóveda del Castillo, se celebró un acto lleno de cariño hacia mi persona. Acto que agradezco y que me colmó de emoción. Al cuidado de la Concejala de Cultura Isabel Herrera, sonaron las guitarra y el violín de las dos Lauras y la caja de David, dijeron las palabras de Félix Ortega Albalate, Eugenio Arce, José L. Morales y Davina Pazos. El alcalde me entregó una placa para que recordara un acto que ya se había grabado en mi corazón. Tuve la ocasión, y así lo hice, de agradecer a tantos amigos como me acompañaron su amistad y su andar juntos durante tanto tiempo. Gracias Piedrabuena. Es aquí donde espero a que el viento me llame. (Las fotos son de Alfonso Gómez)