sábado, 30 de diciembre de 2017

Dos poemas de Eduardo Merino

      

      Antes estuvo, siempre estuvo, siempre estuvimos en un tiempo que se va deshilvanando con lentitud, pero sin pereza. Hay un lugar en nuestro presente que ya fue presentido, y otros muchos que, vividos, respiran quedo en nuestros alrededores. Nada nuevo. En ese perfume pasan las horas, se quema el aire. En ese vaho inaprensible vive la poesía, mucho más que del hoy. Y sobre todo muchísimo más que de los mañanas. Hay poetas que se acercan así mismos desde ese desencadenamiento. Y aunque hay una potente corriente crítico-literaria que denuncia, como acto de soberbia interior, la construcción del poema en base al territorio del yo íntimo, y aunque añaden que el poema es un objeto público que se debe al conjunto de los hombres, es preciso declarar que no insisten lo suficiente. Que no logran cegar los manantiales del hombre solo. Un hombre es todos los hombres. Un volcán, con todas las diferencias, es todos los volcanes. Una intimidad busca otra con que encadenarse. Desde la modestia que él mismo atribuye a su voz, Eduardo Merino Merchán (Antes estuve yo, Vitruvio, 2017) está construyendo una obra sólida nacida de la exploración de lo que le perturba. Un hacer que crece desde la conexión que supone lo vivido con la conciencia de la finitud. Que busca explicar el gobierno de una existencia necesitada de, por y con los otros. Sin hacer balance, no es ese su propósito, sus poemas buscan la anotación emocional o moral de los instantes. Y aunque a veces duda de su capacidad en el trato con el lenguaje –hay varios textos en el libro sobre el asunto- y siempre agradece las lecturas, el poeta consigue de largo que al lector le asalten limpias las emociones, las sensaciones, los disturbios y las complacencias sobre las que construye. Tanto como limpia queda la ternura cierta, la certeza de que lo escrito viene provocado por la extensión y lo intenso de lo vivido. El poeta se exige esa veracidad. El necesario temblor. No le basta la socorrida verosimilitud. Por esa razón no escribiría. Como tampoco escribiría para contarnos, sino para contarse y ser compañía. Para romper la soledad a la que estamos destinados.

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Antes estuve yo
y busqué entre las piedras
las palabras que se agarraran
a tu nombre recién oscurecido
como un dolor de encinas calcinadas.

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Casas para la calma (II)

La lluvia de jazmines
que alfombra la mañana
de un jardín en rocío
la renuncia de agosto 
a seguir siendo agosto
el ocio que se acaba
sin tiempo de escribirlo
el montón de palabras
apenas sin pasar la página
el poema que deja
su voz a media tinta

volver a saberse habitante
en un mundo delicado y confuso.

                   (Sitges, Sotavent, fin)

jueves, 28 de diciembre de 2017

Poema: Esta mano













Tejera de los Sierra. Piedrabuena. 1923
El del centro es mi bisabuelo Críspulo, el de la derecha, mi abuelo José, la niña mi madre, Teresa.





Esta mano
   
                   Para mi familia

Esta mano que ahora,
veinticuatro y diciembre,
se ocupa en escribir nubes, renglones,
es la misma que usaba
José el tejero
para domar la greda,
para decirle al barro que somos uno,
sin que el agua y la paja osaran nunca
contradecirle.

La misma mano
con la que el otro abuelo,
por el cual llevo el nombre,
guiara mulas yuntas a conocer auroras
y al que no conocí, porque dicen que tuvo
necesidad urgente de morirse
veintisiete
años antes de que yo conociera.

La misma, sin dudar, con que mi padre,
sastre por el destino, extendiera las telas
que con tiza y con mimo remarcaba
para el dolor del corte;
sé que entonces
madrugaba el invierno
y yo era compañía
aprendiendo lecciones de memoria,
el libro bajo el arco
de una máquina singer de coser.

Sí, esta mano
que amasa, guía, corta, que se atreve
en los días de niebla
al oficio sutil de las palabras,
sabe que su saber
es un saber prestado, siempre lo supo,
por el sudor y el sueño de los míos.


                         (24 de diciembre de 2017)

La primera lectura pública de este poema (Libertad8 y 27 de diciembre) estuvo dedicada a mi amigo Manuel López Azorín

martes, 19 de diciembre de 2017

Vermut, Míguez y el poetiqueo. Tres estampas de la semana


Vermut 

Valentín Martín con Ana Montojo
      Martes 12. Un hombre como pocos, un escritor audaz e inteligente –hay alguno más, pero no demasiados– presentó un libro como los de antes, como los de nunca. Es el asunto que  Valentín Martín suele escribir, escribirnos, escribirse, crónicas de actualidad trufadas de recuerdos ardientes, y que a una editora audaz e inteligente le ha dado por reunirlas y ponerlas en el medio físico llamado papel para que se hablen y nos hablen. Él es periodista de sangre zurda y salmantino de alma alada. El libro se titula Vermut y leche de teta, y subraya ser la mirada de un mirón reclinado. No hay trampa ni sueño. Léanlo. Lo ha editado Lastura. Se inauguró en la sala Trovador. Ayer me llamó Enrique Gracia Trinidad para decirme que está entusiasmado con él. Hasta la cachas. Salen todos, presente y pasados. Es un libro de personas. Papel que agita.

Míguez

Mario Míguez
       El jueves 14, día de gran ajetreo, de múltiples convocatorias, mientras hacíamos un nuevo recuerdo a mi paisano y amigo, al poeta Nicolás del Hierro, otro poeta, alguien que resistía en la memoria de unos pocos, dejó de respirar para comenzar otra respiración. A veces ocurren estas cosas. Hablo de Mario Míguez (1962) que desde tiempo vivía retirado del ajetreo público y a quien no conocía en persona. Mas sí por cómo de él me hablaba José Cereijo: con verdadero culto. Por su exquisitez, por su memoria. Pepe Infante ha dicho de Mario que era un magnífico poeta, henchido de lecturas, de una extraordinaria sensibilidad. Publicó poco y en Pre-Textos. Dedicaba su último tiempo a cuidar a personas terminales. El poeta jerezano José Mateos, en su propio sello, ha editado el presente año una antología de Mario bajo el título Ya nada más, que recomiendo. Y que incorpora algún poema inédito.  De ella es el poema Agonizantes que ofrecemos al final. Sabemos que la editorial valenciana valora editar su obra completa, la cual incorporaría libro nuevo. Nadie mejor que la complicidad con su hacer y la amistad de José Cereijo para su realización. Ojalá.  
 

Poetiqueo

García Montero y Margarit al final del acto
      La traca mediática ocurrió el sábado 16. Residencia de estudiantes. Explícito poetiqueo. Y politiqueo. Dicho sea sin afán peyorativo.  Programa doble en sesión matinal. Con famosos de testigos: Ana Belén, Gabilondo, Llamazares, Mendicutti, Victor Manuel, el jemed Rodríguez ¿dónde lo colocaremos?. El que escribe resistió codo con codo con el ugetista Cándido Méndez al costado, aplaudía como un poseso. Hasta Juan Cruz se acercó para hacer la crónica de su País. El Mundo también estuvo. Parece que en tiempos de desencuentros la poesía se ofrece. García Montero y Margarit aprovecharon sus novedades en Visor para echar agua concordia al fuego catalán. Jordi Gracia, que presentó, habló de vivir en la herida. Y allí acudieron todos, los que eran, éramos, niños mientras Raimon cantaba en el edificio B de Filosofía. Con el mismo espíritu de conciencia progre. Inmaculada, ingenua y futura. Luis, que recordó a Ángel González –no teman, no lo olvida– leyó su conocido poema del suspenso general a nuestra historia (personal y colectiva). Margarit, poemas de ambiente madrileño. Aplaudidísimo su poema Coraje, que también leyó en catalán y fue el delirio. Momento que le permitió levantarse a saludar. Lo estaba echando en falta. Dicen que repetirán el acto en Barcelona antes del 21. Como si la poesía sirviera. A la salida Chus Visor, seguido por su corte, buscaba el solecito de invierno y recriminaba amablemente a Benjamín Prado, de la casa, que hubiera llegado a misa dicha. Se vendieron libros, claro.  Tal vez se vendan en Barcelona.

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AGONIZANTES

Luchan por respirar otro aire nuevo
como si el aire nuestro de esta vida
no les valiese ya, fuese muy turbio,
enrarecido y denso, y los ahogase.
Luchan por acceder a otro aire limpio
distinto del de aquí, de una indecible
pureza que es mortal para la carne.
Y hacen gestos de esfuerzo, que parecen
impotentes, inútiles, absurdos:
dificultosamente empujan con el pecho
una puerta de bronce, y la entreabren;
tras ella está el espacio inconcebible
de ese aire que es luz pura y que es la muerte.
No bastan los pulmones. Todo el cuerpo
resulta insuficiente. Sin embargo
su expiración postrera nunca es signo
de abandono o fracaso: es la llegada.
Quedan quietos de golpe: al fin respiran.

                                                         Mario Míguez

domingo, 10 de diciembre de 2017

Un poema de Miguel Ángel Velasco: Grecia 2010

     

      En ocasiones visita uno la librería Litec, en Ciudad Real. En esta para reclamar el último libro del profesor Félix Pillet, Geoliteratura. Paisaje literario y turismo, lugar en donde une sus dos obsesiones manifiestas. Se presentó apenas un mes. No poseían ningún ejemplar a la venta. Sabían de su existencia, eso sí. Parecen libreros atentos y profesionales, pero... Dejé el encargo. Así de desconfiado está el mercado actual. Y se entiende. Aproveché para una rápida ojeada a la columna estante donde aguarda la Poesía. Pongamos mayúscula. Continúa desnutrida, ajena de criterio. En cierta momento, años, lo hice notar. Ellos me hicieron notar, tristes, que apenas hay compradores, que los poetas, salvo excepciones, sólo les visitan para depositar sus libros. Sin curiosidad por obra ajena. Que no han suprimido la sección por dignidad. Callé. Siguen siendo títulos añejos que sobreviven sin conocerse ni hablarse unos con otros. Aprovechamos para comprar La muerte una vez más (Tusquets, 2012). 300 páginas que nos han ayudado a cruzar el puente  de la Consti rediviva con cierta dignidad. Reúne, en edición de Isabel Escudero, los tres libros que el balear Miguel Ángel Velasco tenía preparados cuando la muerte vino a preguntarle. Su decir culto y su tentación hermética, conviven con argumentos de la experiencia a los que traba con la argamasa de la emoción, de lo exquisito. Es un gozo íntimo, perdurable, leer poemas tan alejados de la facilidad, de la andante sensibilería, del pensamiento débil. Tanto como cercanos al vigor, al respeto. A un triple respeto: a la poesía, al poeta que escribe y al lector que llega.
Ha sido un contento retirarlo del ignorado anaquel, romper sus cinco largos años de espera, comprar y leerlo. Aquí les dejó este poema fusta que el autor fecha con el aquí y ahora.   
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GRECIA 2010

                      En hermandad con los jóvenes 
                      atenienses en airada revuelta 
                      contra el Régimen del dinero     

Tuviera yo las fuerzas
de antes y corriese a defender
la dignidad vendida como antaño
hacían los poetas, cuando aún
había en este mundo
cantores orgullosos de su nombre,
no gestores de un nombre y un medroso
valor en almoneda.

Qué mansos nos llevaron al pesebre
a masticar la paja del raquítico
prestigio adocenado.

Nos llenaron la boca
con la palabra Grecia, mientras iban
desnutriendo la vena
de nuestra educación, mientras faltaba
cada día un recurso
distinto del pupitre,
una vieja herramienta
de luz, una raíz del tronco antiguo.

Del vasto capitel,
de aquel nuestro alimento necesario
para catarle a la verdad su dátil,
al saber su sabor, para saberle
las vueltas a la trampa, ese diario
fabricarnos el miedo, el ruido ruin
de tanta alpaquería como asorda
la canción del ahora,
la vida del espíritu,
cada día saltaba una viruta
hacia el olvido, hacia la nada eterna
desde la urgencia del cepillo frío.

Hasta este deslucido muladar,
esta patria de noche
que santifican firmas y academias.

Pujad, yo doy cinco poetas, seis
reservados orfebres de su ombligo,
por sólo un gramo de esta masa ardiente,
por uno solo de estos 
desgajados oscuros
de la breada carne
de cañón de su tiempo,
y al joven de mi ayer, al que gasté
en consentidos bríos y bravatas,
lo pongo a combatir a pie de calle
codo con codo con el pueblo griego,
ramo con ramo con el viejo olivo.