Estuvimos, miércoles y 26, en el acto central. La conversación
–más de 200 personas los contemplaban– entre Antonio Colinas y Pere Gimferrer, Pedro
le llamaba en ocasiones Antonio. Dos enormes del panorama poético español. No hubo
tal conversación, sino dos insulsos monólogos recordando cuándo y cómo se
conocieron. En Barcelona, paseando por la Plaza de la Universidad, intercambiándose
folios, leyéndose. Ya lo saben. Advirtió Antonio que estaba allí para presentar
lo último de Pere, el libro con que regresa al castellano. Siete libros lleva editados
el académico de Arde el mar en los 6 años que preceden. Síndrome de efervescencia
o de cajones vacíos llaman a esto. Escojan ustedes. El presentador, no sin
antes recordar que estuvo viviendo cuatro años en Italia, dijo que Gimferrer
sigue escribiendo bien, que se intercambian libros, que su poesía tiene tensión,
que las palabras cuando las escribe él aportan nuevos significados, que la poesía
y el lenguaje… y esas cosas. Nada grave. Luego leyeron alternativamente. El
leonés con serenidad y tono. El catalán de su No en mis días. Sucediendo
que su débil vocalización y su escaso sentido del ritmo frustraran la degustación
de los poemas, inaudibles en la mayor parte de sus fragmentos. Aunque no fuese
por esta anécdota, el barcelonés advirtio antes de leer de la posibilidad de
que su poesía no fuera entendida. Desazonado,
nos pareció, el banquete de los dos colosos. Aquí pueden ver algo
Entre las lecturas de Pere estuvo este soneto alejandrino
que de yuso rescatamos .
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Todo lo contrario en Enclave de Libros, viernes 28. Jordi
Doce había preparado una terna lectora variada -poetas con veleidades críticas- que él se encargó de presentar con viveza y sencillez. Para no más de 10 personas. La librería se transformó en un bistrôt. Media luz íntima para degustar exquisiteces. Era condición leer inéditos, mostrar la obra recién próxima de los tres. Una situación idónea para escucharse uno mismo ante otros y poder testar los textos.José Luis Gómez Toré está, al parecer de los oyentes, en un
poemarios con tintes cívicos, donde la inquietud y la perplejidad ante la
situación actúan como trasfondo de situaciones. ni lo confirmó ni lo negó. Hotel Europa dice que piensa
titularlo, aunque hay en él poemas africanos. Es poeta de escrupuloso decir,
tono lírico y tiempo sosegado. Es Walter Cassara argentino, y fue joven posmoderno.
Dijo de él Doce que es crítico de consolidado prestigio, tal vez por eso su
poesía tiene menos audiencia, ya se sabe. Trasplantado a España vive en la
Sierra de Madrid, de ahí que su poemas hablen del y por el paisaje. El hombre
que pasea y dice, el que se asombra y toma notas. Luego habló de la ajeneidad del
sujeto ante el paisaje. Dos mundos otros que se miran. Pero no poesía rural,
como en algún momento del debate alguien tildó para enfrentarla a la que de
dice urbana. Cerró Pilar Martín Gila, de Aragoneses (Ávila), que suele escribir
sus poemas alrededor de un centro de interés. Si en su anterior Ordet, fue el
film de Dreyer, ahora organiza su próximo en torno a la conciencia de lo violento.
De la respuesta ante lo injusto. Y para ello toma a la Baader-Meinhof de los 80
como referente. Lee como escribe, proyectando desde lo íntimo hacia lo íntimo
su voz interior, voz que parece salir de ella momentáneamente para volver a
entrar. Todo es posibilidad futura o ya frustrada, palabras que se mueven sobre
hilos inestables. Dijo Doce de ella en
el coloquio que algunos de sus versos tienden al aforismo, que podrían
aislarse. Ella dijo después que en la poesía, al contrario que en la prosa, no
es precisa la coherencia, que cada plan previsto termina desbaratado. Y puede que tenga razón.
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Soneto
Me leyeron las manos una noche de plomo.
Un café de París, oscura pulpería,
fue la noche de dagas que mi pecho pedía
y me crucificó con su espada hasta el pomo.
Tanto mi vida era un diamante romo
que leyó la gitana de Bretón mi sangría
en la linea de vida, desfigurada estría
donde a mirar mi muerte cada noche me asomo.
Porque la vida viene hecha de bataclanes
y el silencio nocturno con fragor de batanes
nos repite lo mismo, como Heráclito vio:
así la flecha tensa, así el arco combado
tiene el nombre de vida y el de la muerte al lado,
la tempestad de flores quemándose en rondó.
Pere Gimferrer