Ángel Caballero, alcalde de Alcolea (a la izquierda) acompaña a Juan Vicente Piqueras mientras se dirige a los asistentes |
Ha sucedido en un pequeño pueblo manchego, en Alcolea de Calatrava. Pequeño, pero grande de ánimo y corazón. Allí nació Ángel Crespo hace 89 años. Allí vivió sus años jóvenes. En el paraje de la Cuesta del Jaral. Años antes aún de su época postista. Cuando era el niño milagro: culto y poeta. Allí obtuvo su mitología agraria para los libros primeros, allí el misterio de sus ojos sorprendido y niños. Allí, en Alcolea, vive alerta la madre de su hijo, su primera mujer: María Luisa Madrilley, atenta a todo lo que signifique poesía. Y es allí, en Alcolea de Calatrava, donde el Ayuntamiento convoca desde ha tiempo un premio que recuerda su nombre y que han obtenido grandes poetas. Recuerdo entre los últimos a José Luis Morales y a Vicente Martín, tan con nosotros siempre, amigos ambos de Mientras la luz. Pues bien, hasta allí ha querido llegar uno de los poetas más poetas de la actualidad hispana, el valenciano Juan Vicente Piqueras, hasta la raíz del nombre de Ángel Crespo. Motivado sin duda por la actualidad del autor de una de las obras de más alto vuelo y hondo fuego de la segunda mitad del siglo XX. Desde Argel, donde defiende el idioma castellano, ha querido Juan Vicente participar en esta edición de un certamen que tiene ahora carácter bienal. Y lo ha conseguido. Ha logrado que el jurado estime la validez de su propuesta: siempre nueva, siempre irónica, siempre cálida. Juan Vicente es niño de pueblo -nadie que no lo haya sido escribe Aldea- y hombre de mundo -nadie que no lo sea escribe Atenas- y así, dual de mundos, ha querido acercarse a la cuna de Ángel Crespo a recoger el premio. Lo hizo el pasado día 26 de abril acompañado de su madre. Poesía para el pueblo, poesía para Juan Vicente. Aquí el poema.
CONFESIONES DE UNA CAMISA
Es
de luna el armario del que salgo.
Es
de luna el armario donde he escrito
mi
vida sin palabras, a oscuras, desde el día
en
que supe quién era.
Callé.
He pasado años
encerrada
entre otras
camisas
encerradas, una camisa más,
con
las mangas caídas, abrochada,
sin
color ni valor para salir,
mirándome
al espejo, viendo nada, entablando
silenciosa
amistad con la carcoma,
temiendo
a las polillas.
Me
veía en las voces que venían de fuera,
las
veía en lo oscuro:
Dime,
ven, hasta cuándo, buenas noches,
voces
de vidas que yo no llevaba,
de
cuerpos que podrían
haberme
dado su calor, su pálpito,
de
alguien que me eligiese. Pero nadie
se
vestía de mí. Nadie cubrió
su
pecho con mi seda, o perdón: con mi sed.
Y
así fui poco a poco pasándome de moda.
Deseaba
salir y no salía.
Quien
desea y no hace genera pestilencia.
El
mundo entero, fuera, era una fiesta,
un
incendio, escuchaba
los
gritos, los gemidos. Aún recuerdo
la
noche (¿o era el día?)
en
que alguien dijo: No me siento libre.
Y
pensé: ése es mi dueño.
Me
llamó la atención esa palabra, libre,
tal
vez porque ignoraba
qué
quería decir, qué fruta fuera.
Echo
de menos, dijo, mi vieja libertad.
Y
alguien le respondió: ¿Qué libertad?
Tú
nunca has sido libre,
has
sido libertino, libertario,
pero
libre jamás.
Frases,
comprenderán, que una pobre camisa
encerrada
en su armario no puede comprender.
Libertad
me sonaba como a nombre de percha,
a
país que no existe, a bicicleta.
Y
esa extraña palabra
comenzó
a perforar laberintos en mí,
fue
mi peor polilla,
y
con su d final de imperativo
me
ordenaba salir,
se
me convirtió en lámpara, en ganzúa, en coraje.
Con
ella abrí la puerta del armario
y
salí y miré el mundo, y quise amarlo.
Vagué
como un fantasma
y
aquí estoy, orgullosa de mi herida,
oh,
perdón: de mi huída,
aquí
estoy con mi percha coronada
por
este signo de interrogación.
Pero
fuera hace frío, no es como imaginaba.
Busqué
por todas partes un cuerpo que ponerme,
alguien
a quien poder darle las gracias
por
haberme llamado sin saberlo.
Pero
no lo encontré. Vuelvo a mi armario.
Ya
no se escuchan voces.
Ya
estoy de nuevo sola.
Así
es la vida, dicen. Por lo menos
la
vida que llevamos las camisas
olvidadas,
soñando algún sudor
que
nos empape, nos desgaste el cuello,
nos
dé olor y sentido, nos bendiga.
Hay
un viento que viene del espejo
y
me mueve una manga
levemente.
Juan Vicente Piqueras