jueves, 3 de julio de 2014

Las “Voces” de Davina Pazos



     Es una suite, es una sucesión de música y susurros, fragmentos de amor barroco. Es el ensueño que rueda despeñándose en los abismos de lo que fue. Es rebanar el tiempo que sucede a la muerte. Lo que queda de vida. La memoria sin cuerpo. Si hay algo que pueda derrotar a la ceniza, es el amor, es el deseo. El deseo perdura, hace revivir la carne del que todo dejó, de la amada que queda. Araña, crece, surge, vuelve, llega junto a la noche: llama. Todo el poemario es un solo delirio, un solo texto. Es una sola espera, una lumbre. Todo el libro es un cuerpo temblando, es una luz horizontal surcada por diez dedos. Dice su autora que lo comenzó a escribir mientras participaba en un recital junto a otros dos poetas. Que fue inevitable, que sentía como alguien le ascendía su cuerpo desde la misma tierra. Que allí comenzó el trance. Lo inmediato del pálpito.

    El libro ha sido editado por Vitruvio en su colección negra (Nº 418). El libro es un trallazo que conmueve. Davina Pazos, ecuato-española, poeta hasta la raíz de las batallas, belleza que duele, sugeridora, luz urgente, pómulos donde el presagio anida, ha escrito las voces del amante muerto, del que se sabe muerto y sabe que su amor ha muerto inacabado. Un enorme poema de 28 estancias y 60 páginas, en donde la poeta otorga al cadáver voz en primera persona, una voz que solamente, y sola, la amada siente, que la sacude, que la llena de fiebre. Una voz derrotada, pero en guerra civil desde lo oculto. La poeta ha creado un escenario distinto, tanto para la erosión como para la supervivencia que supone el amor. No habitan los recuerdos ni se agitan en aquel de los dos que sobrevive, sino en el otro, en quien es ya polvo, o su camino.

     La autora titula a su libro Voces, dejando por el aire la sospecha de la alucinación, pero el lector siente algo más que voces al leerlo: siente la inquietud de morir sin haber respondido cuando a su puerta llamó el deseo, o bien la sensación de no poder ser nunca calmado. Perro de sombra el amor, que no deja de ladrar, de llamar. Un lenguaje ceñido, de verso corto y afilado, justo, medido entre lo sublime y lo carnal, perfilado con cuido, permite la claridad del decir. Se alza con el poema la voz del amante muerto, su voz cuanto reclama, cuando ruega o exige. En Voces vive tanto el temblor de quien ya no es, pero desea amar, como la clara conciencia de su imposible. El inmenso riesgo que ha asumido Davina Pazos, escribiendo desde el yo (personal y poético) de un amante en el mármol, invirtiendo el esquema clásico de la elegía, demuestra su calidad de poeta: decidida, nueva, distinta. Desde el riesgo ha levantado un edificio poderoso, un libro de amor, de amor creíble, vigilante, cierto. Es Davina poeta que juega con el hambre de la muerte. Y el azul del amor.

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XXV

Recuerda,
no sólo yo estoy muerto,
sino todo conmigo,
esta ciudad, el cine,
los paseos, tu mano
pequeña
al fondo de la mía,
y pese a todo
yo aquí,
pendiente de tu sombra,
alerta ante tus ojos,
tu perro, hasta tu almohada,
el dedo que te muerdes
para que nadie sepa
cuando me ves y lloras,
y es precisamente
lo que quiero,
que llores,
qué otra cosa de ti
por saber que me Amas.
Y que me llores mucho
como el nombre que llevas
colgado de tus ojos
y que quema en los míos;
que guardes mis zapatos
debajo de la cama;
mis besos y mis labios
adentro de tus labios,
porque ahora soy eterno
y no te olvido,
y este hielo que empuño
no deja que te olvide,
es mi lápiz azul
de dibujarte peces
de selva que te cantan,
es el canto de lluvia sobre el cielo
que transformó mi voz en un ladrido
rodeando la humildad de tu cintura;
y en esa tarde, Amada,
en esa noche en la que te diluyes,
en la voz de tus ojos
te esperaré abatido,
y triste todavía,
como quedan los huesos
del cadáver de un niño enamorado.       

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