lunes, 7 de septiembre de 2009

Unos versos sobre Benjamín Palencia


Estas fajas de luz, horizontales
sobre los calmos cerros, esta leve
tarde de aldea ibera,
estas lindes de ocaso que contemplo,
este sol que se acuna
en la pálida pleita

estas llamas de viejos candeales,
los sumisos
olivos y su afán de sangre terca,
este horizonte último, salvado
de los últimos fuegos, esta noche futura
de púrpura y tizón, de plata enferma
¿en dónde te anidaron?
¿cuándo dejó la luz infinitiva
en tus manos su huella?

A ti pregunto, a ti, mientras camino
al lado, Benjamín, de tu pincel,
de tus ojos mayúsculos, Palencia.


¿Qué alcanzó tu mirada,
manchego primitivo,
a ver desde la altura de Vallecas?
¿el calor bermellón del mes de julio?
¿el polvo galeote? ¿los aceros?
¿los carmesíes hombres de la siega?
¿viste acaso barbechos en esquilmo?
¿días de ralas lluvias?
-llueve pobre en La Mancha, como si no quisiera-
¿el vítreo relámpago?
¿viste celestes ábregos heridos?
¿territorios de cardos, de magentas?
¿tuviste presos de color los ojos:
aljibes condenados a mirar
mínimas alamedas,
aguas niñas y juncos, puentes ciegos,
desamparados
espartos y rumores de masiega?


Pregunto porque sé que fue tu infancia
gentes de yunta y hoz,
terreros donde el hambre contuviera
sus ansias de raíz,
de canción labradora, los sufridos
lienzos de sed extensa,
de aradas brasas y de cárdenos
arroyos de sudor;
preguntó porque fue tu infancia puertas
de abocinado añil,
de charcos amarillos y de avispas,
las espirales ruinas de las eras

pregunto porque sé que fue tu asombro
altos zaquizamíes,
patios de verde y cales, la pureza
de tardes golondrinas que dejaran
tu corazón al borde
de los aullidos rojos de la tierra.


Creciste en el calor de quien se atreve
-tu pintura no es viaje a la melancolía-,
tus campos son hogueras,
encendidas encinas, invasoras
y azules dentelladas, cielos ascuas,
son lumbres erizadas;
tus poemas
a mitades de oteros y de óleo
fueron ala, no argolla,
fueron rabia de barros y de glebas;
humanos golpes fueron
sobre la piel callada de lo llano,
hachazos que rompieran su condena.

Tus verticales manos de retama,
tu viento pregonado,
al viajero convocan, que quisiera
aprender los jilgueros, los zarzales,
los gritos que mordieron
tu corazón. Mi Benjamín Palencia,
conmigo vas, andando por los ocres
que antaño te vistiesen ¿no sientes que te aguardan
otra vez sus calizas y sus gredas,
sus tímidas lagunas de lágrimas y juncia,
los pequeños
hogares compasivos de arquitectura seca?

¿qué pintarías hoy? ¿cuál tu paisaje?
¿la muerte de sus ríos?
¿los espejos que roban a los soles su fuerza?
¿los voraces maíces y extranjeros?
¿las sierpes de alquitrán?
¿las suspendidas vides? ¿un ave que se aferra?

Conmigo vas, nos llaman todavía
secanos donde mueren
virginales, viriles las tormentas

camino de Barrax llevo tus ojos
mendigos de colores sin adverbio:
no están aún
tus lejanías muertas.

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