(Teo Serna. Pastel) |
Buenos días, buen humor, sepan que vengo refrescado en cuerpo y mente. Y contento. Contento porque veo que la redacción ha seguido funcionando en mi ausencia. Nadie es imprescindible, ni siquiera ciertos poetas ciertos, ni siquiera esos que en las presentaciones suelen ser tildados de necesarios. Mi felicitación a todos. Venía el Jefe renovado y feliz. Y contagiaba. La becaria se entretenía abriendo los sobres que han acarreado libros en la última semana. Por la mañana, ella misma había franqueado otros tantos en la estafeta. Do ut des, volvió a repetir el mandamás a pesar de ser ágrafo en latines. Cada libro, se puso serio, debe ser respetado y leído con atención hasta el mismo instante que muestre si es verdadero o impostado. En el segundo caso cedan sin rubor a la tentación de su abandono; en el primero, entiendan que hay en él un conflicto permanente entre la “voluntad extenuada y el fracaso asumido”. No, no… por favor, no aplaudan, la frase no es mía se la he tomado a José Luis Morante, que sabe de los asuntos. Con claridad: estaba contento. ¿Ha leído usted mucho en su retiro de siete días?, preguntó por preguntar el redactor novato. Lo suficiente como para saber que son escasos los rematados. Descendimiento de Ada Salas, por ejemplo, aunque la máscara de unos estilemas esperados embarre un poquito. La poesía es un revolver... del renacido y "sucio" Roger Wolfe, comprado en su presentación de Madrid a la que asistimos 15 personas,. Todos los relojes de Antonia Álvarez Álvarez, leonesa de Gijón, que sabe como pocas del orden y el temblor. Un repaso al trallazo existencial, ay los 60, de la Pizarnik y la Vilariño, dos que vienen a ponerme las cosas en su sitio. Y mostró los libros. Ufano. Casi todo mujeres -dijo el del colmillo avisador-, bien guardado ese flanco, Jefe, pero… ¿y traducidos?, aquí nunca se habla de traducidos, y esa carencia nos quita prestancia, seguidores, favores editoriales, sueldo en definitiva. En España, quien no traduce es pura filfa, léase nada, quien no se extasía ante un nombre nuevo, sueco o danés, ni es alguien ni saldrá jamás en Babelia. El Jefe, descubierto en sus flaquezas pieldetoro, no supo qué responder. Él sabe, y bien, que no es Jordi Doce. Y se azoró. Miró al soslayo, callose, silbó sin notas, inició un amago de tos como de arte y ensayo, escarbó en los bolsillos, palpó su papada cara, hurgó en el móvil, sintiose raro. Levantose. Cerró desde el pasillo con suavidad la puerta. En bar, en humo, en vino, en sombra, en nada...