viernes, 26 de junio de 2020

Carta pública a y dos poemas de Federico Gallego Ripoll






Carta pública a Federico Gallego Ripoll

Por Las travesías.



       Querido Federico, he dudado si escribirte. Por lo menos de forma pública con motivo de la gentileza y la lectura de Las travesías. Es el caso que he recorrido, escudriñado, los anteriores textos sobre ti que pueblan Mientras la luz, y creo haber dicho de tu poesía cuanto de ella percibo y me hace sentir. Posos que vienen de lejos, y que este libro no ha hecho sino remover. Acrecentando. Tienes la virtud de no extender tus modos de acercarte a rodear la poesía, sino la de hacerlos más intensos, más profundos, más significativos. Incluso más despojados. Con la edad los poetas se vuelven vagabundos. Tú también. Saben que los adornos, los lujos y las muecas, las exhibiciones y los compungimientos no ayudan a conservar la memoria del paisaje, sino que lo desvirtúan. Y qué otra cosa es un hombre sino su sombra y por tanto su paisaje. Esa dilatada llanura en donde la sorpresa es siempre – y todavía– asunto esperable. Cuando se atisban, desde un balcón sereno, los territorios puros de la melancolía, tiene el hombre que fuimos obligación de no engañar. Y tampoco engañarse. Saber que la sorpresa y la ruina nos conforman. Hoy decía a Raúl que escribir poesía (de leerte y leerte lo aprendí) no es entrar en los abismos –Dante lo hizo por todos–, sino acercarse con tiento a ellos, escuchar sus reflejos, mirarlos cara a cara en sus rugidos, degustar sus olores. Y saberlos. Escribir es remarcar con tiza sus bordes, porque se sepa que somos testigos, porque se sepa que sabemos que las cosas están a punto de inaugurarse, pero que conocemos lo pronto que llegará la lluvia para borrarlo todo. Escribir poesía es hacer lo que haces. Es ser y sentirse fungible, vagabundo paciente, y por lo tanto dueño y siervo de las cosas a las que rescatas. Es disponer las agujas, las palabras que bordan, sin otro anhelo que la propia belleza de lo bordado. Qué es el poeta sino ese bastidor que atusa la tela. Ese tiempo pacífico, casi en silencio, casi frescor de patio, en donde sólo lo que importa importa. Y es entonces, casi a las ocho de una tarde de verano, cuando alguien comienza a cantar la copla antigua: Diez bosques son un ángel. Y un coro que responde tras el medianil del patio: Diez ángeles, un niño. ¿De dónde a dónde la travesía, Las travesías? Cuando hayan pasado todos los barcos en busca de todos los soles, cuando todos los tiempos y todas las agujas hayan atravesado todas las lenguas –¿recuerdas el poema de Ángel Crespo?–, alguien, en algún rincón, sobre un papel que muerde, escribirá un poema. Tendrá al lado un plato con los restos de la sal, de todas las sales del mundo, con que secar la tinta. De lo que venga después no quedará memoria, Federico. No quedará. La única travesía cierta será la del amor gastado. 
Por quieta. Por la permanencia fugaz con que nos acompaña.

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Dedicatoria

Así en la tierra como en tu cuerpo
hágase la voluntad de los amantes.

Así en el miedo como en la espera
crezca la flor azul de la cumbre prometida.

Así en la plenitud como en el tedio
no se extingan los besos de las madres.

Así en el mar oscuro como en el fuego blanco
sobreviva la luz a la tormenta.

Así en la tempestad como en tus ojos
amanezca la esperanza
y el canto de los pájaros persista.

Así en tus horas lentas como en los ríos altos
sea la espuma azúcar para los labios tristes.

Así en tu corazón como en mi alcoba
no huya el amor al alba.

Y en el mundo que hereden nuestros hijos
no persevere la sequía
ni se expanda ningún dolor inútil,
y la paz recupere la memoria,
y se callen los hombres si no dicen verdad.
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La quieta travesía

Es bajo el agua que el agua mueve el mundo.

Su fuerza está en su móvil paradoja,
cuando en verdad regresa mientras va.

La espuma pone música a ese gesto de avance,
pero es bajo la ola que el mar vuelve a su origen,

a su silencio, al nuestro,
al silencio,

una y otra vez,
interminable.

Quién pudiera sentir, en medio de esta duda
que nos alza la tienda y nos cobija,
la cierta claridad de su memoria.

La memoria del agua:
de ahí venimos todos, mientras vamos.

6 comentarios:

miguel ángel dijo...

Es extraordinario.

fcaro dijo...

Sí que lo es, Miguel Ángel

blog del poeta Manuel López Azorín dijo...

"La memoria del agua:
de ahí venimos todos
cuando vamos"
Siempre me pareció Federico Gallego Ripoll un poeta verdad,un hombre sin engaño, la vida y la poesía en su razón de ser con hondura y honestidad, con lenguaje preciso, lírico y consecuente, con la claridad y el misterio del agua que discurre por su cauce y canta,llora, evoca, himnico en la belleza vital de la palabra, elegíaco en la materia de los sueños, humilde en su discurrir, claro en su discernir, un poeta que calma la sed de los que le leemos,un poeta como el agua,que viene del agua y al agua, como todos, se encamina porque es agua para la vida, necesario, agua para la travesía, para las travesias como esta que nos ofrece ahora y que precisamente ( me lo acaba dd contar mi hija) he recibido hoy. Como estoy en el campo sierra, aún no he podido verlo, pero lo leeré " Y se callen los hombres que no dicen verdad" porque, seguro estoy, las travesias de Federico calmará mi sed con poesía verdadera.

fcaro dijo...

Una vez me dijiste que Claudio definió la auténtica poesía como un vaso de agua clara, no es poco. Y si además es fresca. En ello está Federico, tanteando ñas cosas que se le ofrecen por sus alrededores, hablando con ellas y contando. Te gustará Las travesías. No sólo no hay traición a los supuestos que conforman su decir, sino intensificación. Y claridad. Un lujo. Pásalo bien en la sierra, amigo.

Esperanza Párraga dijo...

Es un gozo leeros, la carta de Paco en su poesía, los poemas en sí de Federico. Impregnados quedamos y dentro nos hallamos con todo compartido. Gracias a ambos.

fcaro dijo...

Esperanza, estar en los alrededores de Federico, bien lo sabes, es contagiarse. Es un placer leer su "Las Travesías", su manera de aposentarse entre las cosas. Espero vernos pronto.