Carta
pública a Ezequías Blanco
Por
Tierra de luz blanda
Querido
Ezequías: Bien sabes que no es nuevo lo de conformar como núcleo de poemario
una experiencia hospitalaria. Bien sea propia, bien cercana. Tan en juego está
la vida. No nos importe su falta de novedad, no hay tema sin huella en poesía: llevamos mucho leído, aprendido y olvidado. Tú más que nadie. Lo que importa es
lo sagaz, la intención al acercarse y cercar, los modos, la mirada elegida, la
selección de experiencias, el pacto que el lenguaje pueda establecer con el
cuerpo que sufre. Y los geranios. Te enfrentaste a un reto. Tuviste el coraje,
bien lo recuerdo, de enviarnos tu rostro minutos antes de ser expuesto en el
ara. No debe ser fácil intervenir a un poeta, no debe ser fácil soportar su
consciente conciencia, ni sencillo conseguir que el intenso dolor no doblegue
sus labios. Porque hay dolor que nace y crece en Tierra de luz blanda, ese
difuso blanco de luz con que pretenden difuminarlo en los hospitales. Así has
titulado este libro que una editorial de riesgo, como es Libros del Mississippi, no ha
dudado en exigirte y publicar. Y porque crece el dolor, crece también en él, y
en la voz del poeta, la profunda serenidad con que dejarlo dicho. Con que
derramar en papel los miedos y las sospechas, lo ralo o lo denso de las
esperanzas, los futuros ineludibles, la decidida no-compasión. Es tierra de
Zamora, generosa y sufrida, esta en donde se levanta tu luz blanda, tu palabra,
tu poesía. Porque tú, suelto prosista, has querido que fuesen los pies de los
poemas quienes anduviesen el camino que se debía recorrer. El asunto era, iba,
en serio. Y había que domarlo, sujetarlo. Lo supiste cuando la camilla recorría
pasillos, serpenteaba esquinas. Lo supiste al ver en el techo las garras de las
águilas esperando. Los sucesos son lineales. Y los recuerdas: quirófanos, ventanas
vacías, las ciudades ásperas, los sentidos callados, los candiles queriendo
alumbrar túneles. Tú solo con la herida a solas, la que ellos escribieron en tu
espalda. También el tiempo de las esperas, de las sábanas, de la incomodidad de
los que acuden a comer de tu ruina y los goteros ahuyentan. El alma
–dices– hecha metal incandescente. Lo
que fuera aventura se convierte en tensión. Tus versos se hacen fuertes, se
repliegan, aceptan encargarse de tu cuerpo como una vía más de las que buscan
vena. Para eso, para reconstruirte, te buscó la poesía, la buscaste. Ambos
necesitabais morada. Necesitabas, y así lo dices, que la seca herida besara el
rojo corazón. Leerte es un pizárniko ejercicio de compañía, saber que es
posible hacer tinta del mal, encontrar sabor en los bombones sucios, imaginar
que la ficción nos espera vírgenes de rencor y de lamentaciones. Fuiste poeta
seriamente enfermo, eres poeta. Esencia sin accidente. Poema en encarnación.
Este Tierra de luz blanda, aparte del pañuelo pirata de su cubierta, está lleno
de tatuajes. Cada poema es un trozo de piel escrito por un buril, mapa para las
islas de los cien tesoros, un portulano de bancos y de parques, de caminos.
Una convocatoria. Volviste a caminar mucho más fuerte que antes, tal vez porque
eres heredero, no lo dudes, de un poderoso orgullo campesino.
Por
repetir el abrazo, te la envío.
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Volver a caminar
Todo lo que tiene una historia
y ha sufrido algún daño
se vuelve más hermoso
en algunas culturas orientales.
No ocultes tus defectos ni tus grietas.
Haz lo mismo que los campos
recónditos e inciertos.
Celébralos porque se han convertido
en la parte más fuerte que hay en ti.
Y así como en la cerámica rota
reparada con polvo de oro y sellada
con laca de oro y plata
el japonés aprecia más belleza
así considérate más bello por haber
estado roto y por haber sido reparado.
Eres mucho más fuerte que antes
y tu valor ha crecido
al regresar al corazón oscuro del tiempo
donde comenzó el ansia del hombre
y su deseo inmenso de camino.
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Balance
Por delante la tristeza y por detrás la
niebla.
Y no hace falta ya que muera nadie.
Eso ha sido la vida en esta estancia:
trenes vacíos con estaciones sin destino.
Desde entonces conoces mejor la soledad
y ese pavor que tienes
a los días llenos de medicinas
ya cobra su sentido primigenio.
Esto sucede cuando un corazón
sin arrugas llora con ansia
por un dolor imponderable
(el dolor del planeta)
del que nadie sabe sus orígenes.
2 comentarios:
Había leído a la ligera las cuatro últimas entregas. Ahora les he echado un buen rato porque me habían quedado ganas de insistir en ellas. Cada una a su modo, son una maravilla. Y la modalidad esta de "cartas públicas" también lo es; agudas y cálidas, orientan al lector divinamente, y hacen la mejor crítica que se puede hacer: la que nace de la comprensión cabal y de la cordial sintonía. A Ezequías Blanco no lo conocía de nada; los poemas me han recordado (claro) a 'Tanto abril en octubre' (ahora lo volveré a leer); buscaré el libro enseguida, que, además de lo dicho, para esto debe servir fundamentalmente la crítica: para atraer nuevos lectores. Misión cumplida pues, amigo Caro. Enhorabuena.
Pues gracias siempre por la lectura y por las apreciaciones, Pedro. Si cualquiera de estas cartas sirve para que los posibles lectores concreten su decisión y se hagan con el libro, estupendo. El motivo fundamental es extender el abrazo a los autores que han provocado algún corrimiento de tierras con sus obras. Y a los que uno conoce con más o menos proximidad. Ezequías lleva muchos años en este oficio. Ha editado Cuadernos del Matemático desde ni se sabe. Es quien es. Mi abrazo agradecido.
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