lunes, 1 de junio de 2020

Consejo de redacción de junio: El poema objetivista


Foto: McBarri





    Feliz fase epidémica esta que nos permite dejar la pantalla y vernos, aunque tapabocados, buenos días –dijo el jefe y en continuidad–, por contraste con el afán subjetivista, ya saben, la excesiva implicación del yo en el poema, y en respuesta a los que consideran génesis de los mismos las tormentas emotivas, me dicen que el poema objetivista trata de refugiarse: 
a) en una observación casi neutra de afectos,
b) en la contemplación incisiva de los actos y/o las cosas, 
c) en el cuido de una destilada descripción.
 Añadan, en paralelo a esos intentos, el uso mínimo, hasta procurar su desaparición, de recursos lingüísticos y retóricos habituales, de manera que la narración no se vea alterada, o lo sea en mínimos. Negación de los símbolos, negación de las metáforas. Incluso limitar el número de adjetivos al preciso para no dejar gris, sin ningún colorido, el discurso. Lo contemplado debe ser trasmitido en su pureza, sin que inoportunos calificativos lo desvirtúen. El poeta aparece fuera del poema. El poeta fotografía. La belleza está en su exterior y no puede ser alterada ni aprehendida, sólo mirada, sólo contada. Los ángulos, las luces, los encuadres, los fragmentos, los enfoques, la profundidad de campo, adquieren todo el protagonismo. El poema está fuera del poeta. Nace en él, pero inmediatamente busca el camino –y se convierte en camino– del objeto, de la acción. El hálito poético, sin el cual no hay poema, debe impregnar como aroma apenas insinuado, el cual se procura gracias a una tensión perceptible, pero nunca agobiante ni castradora, entre palabras y silencios. Añadamos para aquel que desee internarse –como lector, como escribidor, en este paraje– que debe renunciar a la lección moral, al final trascendente, al verso develador: las cosas, los hechos, sencillamente son­. Cierto es que a veces alguna moraleja acude, concedamos, pero lo hace a la manera de un vapor apenas perceptible.  
Habló el novato y preguntó: Parece hablar usted, Jefe, de haikus extendidos, de poemas horros de conciencia. ¿Y cómo sabemos que eso es poesía, porque acostumbrados a…? El Jefe y sus atrevimientos no se amilanan nunca, ellos lo saben. En estas circunstancias -responde raudo-, quien se adentra debe saber que la claridad del trazo, el ritmo en el decir, lo preciso de la observación, el juego del rigor y la caricia en el contar, la creación de un ambiente que recoja y ofrezca lo que pueda tener de celebración o hallazgo –o de contradicciones– y la ausencia de desaliño se convierten en elementos más precisos y atendibles que nunca. Es en ellos y en su armonía interna donde debe residir lo que el poema pueda tener de poesía.
Todo ello escuchaba y mascullaba escéptico, despacio, el redactor-colmillo, que mientras la perorata inmisericorde tecleaba impaciente el tablero de la mesa. Después espetó: Bueno, yo digo lo que el Gallo: tendrá que ser así. Ojalá y en el atrevimiento estos jóvenes no confundan lo sencillo y la simpleza. Qué sin emoción. Y no quiso decir más. Lea usted a Ortega –le recomendó el Jefe–, la pureza del arte no debe buscar su complacencia en nuestro pecho o vientre, eso es un truco, un subterfugio, una forma inferior del arte, un melodrama. No debemos esperar el viaje de fuera a adentro sino al contrario, que la búsqueda surja de nuestro interior y vaya hacia. 
La becaria sí tenía ganas, va en su instinto. Por lo que nos ha contado, Jefe, creo que el poema objetivista es algo más que prescindir del simbolismo o que la presencia de lo objetivo en poesía. Camino arriesgado, a mi entender, se trata de pasar del sujeto al objeto, y trasladar los criterios con que se aborda el fondo también a la forma. Es hacer objetivo el artefacto que llamamos poema, tanto en intenciones como en recorrido, despojándolo de su tentación de escaparate, de vector, de foco de atracción. Lo cual es dejarlo muy desnudo, desvalido casi, sin asideros. Es situarlo en el borde del no ser. Quiso precisar el Jefe: Alguien dijo que arropar el poema oculta la poesía. Viene de lejos, de JRJ y él lo tomó de otros. Si el poema disminuye su fulgor puede que no deslumbre, pero ilumine. 
La becaria, siempre a lo práctico: Yo conozco un poeta muy enamorado de este modo de hacer, al que se aplica con excelentes resultados. Y yo otro –irrumpió el Jefe, deseoso de no quedar atrás en nada, qué cruz–, hablaremos con los dos, si es que no son el mismo, no hay tantos. Se hizo un receso. Se hicieron gestiones. Jefe y becaria aportaron sus modelos. Que se añadan al acta ­–dijo–, que se valoren, que se cierre la sesión.

Modelo 1  /  Autor: José Luis M.

EL MANTERO

A veces pasan cosas que no importan a nadie,
pero tú las escribes.
Cosas como un olvido o como una farola
golpeada y a oscuras. Cosas sin más. Apenas
menudencias sin eco. Sucesos invisibles
para quien sólo atiende sus afanes.

Cosas como una mancha 
de sangre, fresca aún, en el asfalto
o como la sonrisa luminosa
del mantero angoleño que atravesó la calle
a la vez que el camión.

Cosas como un descuido
o una fatalidad. Pero tú las escribes.

No puedes hacer nada. Estás allí.
Lo ves. Lo apuntas. Sabes
que ningún transeúnte apresurado
va a tener malos sueños por unas gafas rotas
y unos vuittones falsos. 
                                      (El conductor tampoco
se lo explica, no lleva
todavía diez horas al volante.)

No es que tenga importancia. Algunas cosas
pasan porque es así, porque tenían
que pasar. Y tú estabas
allí. Y las escribes.


Modelo 2  /  Autor: J. L. Morales

EL OFICIO

HACE tiempo renunció a los discursos
lirilocuentes. Este
poeta enuncia seco, escribe claro.
Para decir amor dice amor; para llorar
su dolor usa lágrimas. Apenas
utiliza figuras retóricas, imágenes
o el estilo indirecto.
Pone las cosas tal como las ve: perfiles,
siluetas, quietud o movimiento, masas
sin identificar; o rostros, ojos, cuerpos.
No inventa, no maquilla, no confunde.
Este poeta sabe
que el oficio consiste en encontrar su voz,
en hallar su mirada.
Necesita herramientas, es verdad,
palabras y silencios. No otra cosa. Por tanto
casi siempre le sobran
adjetivos, circunloquios, metáforas.
Y además es consciente
de su fugacidad. Por eso
escribe poco. O calla.

6 comentarios:

a dijo...

Es bueno que se hagan poemas en los que tengan su lugar lo objetivo y lo subjetivo, siempre que resulte de ello una composición poética. Para los objetuvistas no les recomiendo mi último poemario. Un gran abrazo.

fcaro dijo...

Seguro que sí le gustará, si hay poesía da igual de que tono sea, no hay que ser sectario. Sería bueno saber cuál es ese último libro y tal vez su autor.

a dijo...

Pido disculpas por haberme olvidado de poner en el comentario mi nombre: Isabel F. Bernaldo de Quirós y el libro "El aire que rompe la niebla".

fcaro dijo...

Ay, Isabel, qué alegría, seguro que les gustará: alma, corazón y vida.

David Morello dijo...

Qué maravilla de poemas de José Luis Morales. Sus versos son tan naturales que acarician sin que se note, como un abecedario sin curvas, baches, ni consonantes broncas. Es capaz de transitar por la crudeza trasladando dulzura a la dermis del lector, pero un profundo dolor en la epidermis.

fcaro dijo...

Los describes perfectamente, buen David, es lo que pretende, esa manera suave de contar las cosas sin que parezcan poema, sin que parezca que son, pero con una increíble belleza. Me alegro que te gusten. Este blog pretende ser la casa de...