sábado, 28 de julio de 2012

Ha muerto Vicente Martín



El poeta Vicente Martín Martín falleció el día de ayer, 27 de julio, a punto de cumplir los 67 años. En Torrejón de la Calzada, su lugar de residencia. Vicente tuvo durante muchos años escondido el tremendo don de ser poeta. Y en los últimos diez, la inmensa alegría de escribir. El inmenso regalo que nos hizo. Fue poeta a cada instante, en cada momento de la jornada. Poeta de la imagen imposible, siempre al borde de la interrogación, de la sorpresa. Obtuvo numerosos reconocimientos en forma de premios y de ediciones, pero, y sobre todo, obtuvo con su hacer numerosos amigos. Entre los que me cuento. Entre los que le cuento. Era hombre de porte tranquilo, exento de vanidad, laborioso, preocupado siempre por el próximo poema.

Hace unos años estuvo con todos nosotros en Piedrabuena, leyendo. Le pedí que rescatara el inmenso poema a la muerte de su madre y apenas pudo hacerlo en su primera parte. Con aquella misma emoción, hoy le recuerdo. Ahora que su cuerpo aún nos acompaña. Con aquella misma emoción quiero compartir con vosotros aquel fragmento de poema. Compartir con él ese instante de ternura. Mi abrazo siempre.

Era la noche, madre, y un silencio
de océanos vacíos
se desplomaba, nieve, entre los muslos.
La carretera toda era la noche
y a un lado y a otro lado, las encinas.
Era la noche, madre, y nadie más en el mundo
que tú y yo,
nadie más en el mundo que tú y yo,
la noche y las encinas intentando
alargar ese instante de ternura
que aún quedara en tu cuerpo.
Fueron diez,
once,
doce o trece curvas.
El taxista callaba y yo veía
detrás de cada encina a un par de ángeles
desplegando sus alas.
El taxista callaba y yo callaba
hasta que fue imposible por más tiempo
negarse a la evidencia.
Dije sólo: está fría.

Y era la noche, madre,
eran la noche y las encinas juntas.

viernes, 13 de julio de 2012

Las ventanas azules de Jesús Aparicio



Ahora, cuando tantos prefieren insistir en la poesía como experimentación del lenguaje, de su genio y sus signos, como único camino; cuando tantos creen que no es posible decir lo mismo de siempre con maneras nuevas, pero reconocibles; cuando la destrucción y la abstracción se ofrecen como puertas entreabiertas al decir poético sugerente; ahora, cuando es preciso a tantos hacer exhibición, bien de novedad en alambres, bien de mímesis anglosajona, todavía quedan poetas que entienden la poesía con la necesaria sencillez para que sea transparente, con la necesaria honestidad como para dejar en ella jirones de su biografía. Tal es el caso de Jesús Aparicio, poeta alcarreño, una vida dedicada a decir cuanto ve y cuanto le pasa, y a decirlo de manera que sea bellamente trasmisible, claramente contagioso. Como si fuera visto tras ventanas azules.

Ha publicado Jesús Aparicio dos libros de poema en un solo volumen (La papelera de Pessoa y La luz sobre el almendro) en la editorial Libros del Aire que dirige Fernando Sáenz. Dos libros separados por fechas distintas de creación, que el autor no ha querido disimular. La Papelera de Pessoa creció entre 2001 y 2002 y  La luz sobre el almendro a lo largo de 2009. Son libros diferentes, aun y cuando conserven señas de identidad comunes, pues son nacidos de una misma voz. Entre ambos libros aparecieron las ediciones de El sueño del león (2005) y de Las cuartillas del náufrago (2008).

No abdica Jesús, en esta nueva entrega, de sus características fundamentales: el hecho de escribir desde la duda de un yo, potente y débil a un tiempo, que busca su reconocimiento -y/o concilio- con el enigma de lo creado, como tampoco lo hace del tono sereno con que describe las miradas, los lances, los afectos, las siempre provisionales conclusiones.

En La papelera…, el poeta se detiene en la preocupación por su estar en el mundo, por la manera de resolver los retos. Siempre desde el orgullo de la humildad, desde la conciencia de despojamiento, desde el acto de reconocer lo existente y aprender, desde la voluntad de aceptación, de sentirse parte, necesariamente armóníca de las cosas: árboles, casa, colores, aguas... y todo para justificarse como hombre, como ser con otros, como camino de felicidad. Poemas de corte breve, a veces sentencioso, meditativos, anotadores de sensaciones, de propuestas, y siempre alejados de inútiles moralejas. Los poemas avanzan con voluntad de árbol que crece para ofrecer sombra futura. El árbol es para el poeta símbolo del cambio y de la vida externa; así como la piedra lo es de la vida interior y de lo permanente; árbol y piedra, dos señales con que el poeta hace más visible su discurso. 

Un libro que discurre con voluntad de día, desde el despertar de la luz a su discurrir, a lo pleno, hasta llegar a la finitud que el ocaso avisa. Con voluntad de día que descansa en lo minúsculo: en el milagro del fruto, en la mano de un niño que dibuja, en una hoja o en las canicas. Esas canicas que el autor perdió, con la infancia, y que aparecen el el poema que da título al libro. Poemas que caminan desde los ingenuo a la pregunta hiriente, desde la espera hasta el escepticismo. Poemas en donde palpita siempre ese goce y esa pérdida que supone el oficio diario de vivir, oficio en el que no es extraño que aparezca una ligera sensación ascética de fracaso.

Me gusta especialmente, por lo que tiene de síntesis, tanto en el estilo como en la intención del libro, este poema que aparece en la página 40..

Completar una estrella
                Vivir, eso sería una aventura terrible.
                                        J.M. Barrie, Peter Pan

Para ser algo hay que cambiar la voz 
y hablar alto y claro. 
Para ser alguien hay que irse de casa 
y andar otros caminos. 
Mas de mí no esperéis más que el silencio 
que se sueña en la silla de un teatro. 
No voy a hablar. Me guardo mi palabra 
para otro ángel náufrago que espere 
completar una estrella. 
No me deis un bastón ni atéis mis zapatillas. 
No voy a caminar. Mi camino es esa nube 
que descansa en la torre del castillo 
un instante tan sólo sin dejar 
ni gota de su cielo.

En La luz sobre el almendro, el segundo libro del volumen, Jesús Aparicio pone especial cuidado en la elegancia del lenguaje. Lo que en un principio puede aparecer como cierto desprecio del valor intrínseco del verso, puede verse con prontitud que no es tal. En el poeta el verso está, como debe ser, siempre al servicio del poema, subordinación que permite disfrutar de una poesía limpia y transitiva. Y sobre todo eficaz.

Jesús Aparicio
en la Feria del Libro 2012
Aquí, el poeta intensifica el diálogo con la Naturaleza, que quiere ser mirada desde su misma altura, a la que mira, y a la que se mide sin orgullo, pero si con la decisión de ser con ella a un tiempo. Nacer con ella, sufrir con ella, aprender con ella, morir con ella. Ser, como apunta en el haiku incluido en el poema El rincón japonés, “En la ceniza/ una gota de agua/ para vivir”.

Poesía de intimidad, de cosas cotidianas, minúsculas, también de juego metapoético. Parece que el poeta busca encontrase en cuanto escribe, que tras el poema ha descubierto algo nuevo de sí. Y que la circunstancia que ha provocado la exploración y el hallazgo no es sino un eslabón más en el trabajo de los días, del que no hay que sorprenderse. Y que es preciso anotar para poder construir, para dejar, para permanecer. Jesús parece ser consciente de esta actitud que le impulsa a la escritura, que está en la base de su hacer poético, y así lo hace constar en el poema Autorretrato, en donde se describe como "una tela cortada dispuesta para el hilo" o "el viento en su isla dando vuelta a sí mismo".

Algo alejado de la perspectiva oriental de la fusión con el mundo, que a mi entender no está explícita en La luz sobre el almendro, si me parece que el libro de Jesús Aparicio busca en la Naturaleza el interlocutor necesario. Su yo poético no precisa de los otros -aunque haya apuntes históricos, autobiográficos- para levantarse. Todo crece desde la piedra de la reflexión y desde la sorpresa de la luz sobre los muros, desde el fragor de las manzanas verdes, del gorrión en los ojos o de las primeras hojas… materia y vida inconsciente; todo lo que sencilla y calladamente nos rodea necesita ser mirado, vocea para ser descrito, busca permanecer en tanto que testifica. Como en el poema

Las cuartilla futuras

Pienso en las cuartillas que vuelan 
sin huellas en el aire 
cuando escribo, 
son la piel del árbol 
que plantó mi abuelo; 
ese árbol que alimenta 
el mismo sol que dora 
la misma agua 
que bebe hoy mi hijo. 

Los días, las caricias, 
los signos los destellos, 
las notas, lo colores, 
las líneas, los silencios… 
pasan para volver. 

Las cuartillas futuras 
serán el aire 
que moverá las hojas de ese libro 
en el que aprenderán mis nietos 
cómo se planta un árbol.

martes, 3 de julio de 2012

Nihil


Pasear junto a viñas
arruinadas -tal vez eso deseas-
junto a las inseguras
mariposas
y olvidados racimos de noviembre

sentarte luego
entre los contrafuertes de la ermita,
los nocturnos
del sol en la conciencia, lentamente,
como el miedo

muy lejos de los otros
y de las humaredas
lejanas, campesinas

voltear con el lápiz un erizo,
dejar
el libro -que es la hoz- sobre la tierra

apreciar
la inacción en los aires, 
oír el bisbiseo
de Gottfried Benn:
ocúltate, tu máscara es tu obra

cerrar los ojos, ver,
ver  pasar el cadáver
enésimo de Dios.