lunes, 21 de diciembre de 2015

Un libro de Paloma Corrales: Celebrar el aullido

    

  Puede parecer que sus poemas no cuentan, que desprecian el discurso. Que están escritos a golpes de emoción y lenguaje, que la poeta se siente llevada por el instante, por la necesidad de verter. Ella sabe que el poema es el continente de la poesía cuando la poesía desea vaciarse, y lo cuida hasta el extremo. Para que sea digno de acoger el temblor, la explosión de la carne, los zarpazos. Puede que sus poemas carezcan de principio, de final. Puede que sus poemas sean instantáneas, disparos, flashes que duelen. Puede que lo sean, sí, porque iluminan preludios de la culminación. Hablo de Paloma Corrales, que ha publicado Celebrar el aullido en Isla de Siltolá. Paloma Corrales es poeta que atiende decidida a lo imprescindible del hacer poético: a construir guardando el orden de la palabra y los huecos, a la sugerencia. Que no es sino desvelar lo oscuro desde la luz pequeña. 62 poemas de trazo leve. 62 silenciosas dagas. Hay tanta vida, vida vivida, como pureza poética. Limpios hasta la desolación, por ellos se enseñorea el verso corto, el que da paso al sosiego y a la herida. Cuesta encontrar endecasílabos. Es preciso leerlo como está escrito, en el atento silencio del sorbo a sorbo. Como el mejor brandy. No es Ada Salas. No es Chantall. No es Isabel Bono. No. Es Paloma Corrales. Siempre ha escrito así. No concibe el poema de otra manera, si no es en depuración, limpio de signos y palabras que no trabajen. Palabras a las que hace que multipliquen sus significados. Hay en ellos tanta levedad como potencia, como provocación. Dividido en dos partes: Con los ojos plagados e Íntimos de miedo, se extiende en la primera la observación, no de la naturaleza física, no de los días y sus afanes. que también, sino de la incapacidad del hombre, de la mujer, para concretar un horizonte de felicidad. La dicha aparece siempre como sombra huidiza en territorios inexplorados.  Devastadora felicidad, imposibilidad que tienta. volverme nadie/ volverme niña/ volverme rama/ escribir/ pues siempre hay otro vuelo/ para un pájaro herido de jaula.

      ¿Escribir como salvación? Para los amantes de alcobaparalela, su blog, la aparición de Celebrar el aullido no es novedad, sino confirmación. Sabemos que Paloma roe el tuétano de la poesía, hace de ella declinación. rehacer la escritura/ como una resonancia del útero/ con el dolor/ el terrible dolor/ de lo sustraído. En la segunda parte del libro Paloma dirige su intención al desencanto del desamor, a los campos de escombros que lo pueblan, a los vientres que viven las bellezas pretéritas. Poemas, cuerpos como habitaciones que conocen porque conocieron, porque sucedieron. Y en todo, la luz como pretexto, como testigo, como razón. Luz que alumbra las contradicciones, las paradojas del vivir. Una luz ante la que los ojos son incapaces de la certeza. Paloma levanta sus poemas con lo inestable, con la duda, con el vuelo, con lo no esperado. Porque busca. Porque busca con los poros abiertos, porque escribe arrugas, susurros, fugacidades, lodos. Y todo lo vuelve piel, andadura descalza, carnalidades sonoras. Sensaciones. si todo es prescindible/ qué rara esta belleza fría/ de lo desposeído// hay nieve en el cajón/ junto a tus guantes. Con ascético dominio del ritmo y el tempo, la poeta obvia la puntuación, las mayúsculas, encierra los títulos en paréntesis (parece que no confiara), pero resuelve los poemas con punto final. Como si quedase agotada tras su escritura, frontera física que no impide a los poemas seguir ocurriendo a pesar de su decisión.

      Esa es Paloma Corrales, poesía forjada en las trincheras que enfrentan a la palabra y al silencio, enemigos necesarios en el combate a muerte que supone escribir:. Léanla.  
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(para escribirme lluvia)

y de nuevo la luz 
en umbral más terco 
ofreciéndose 
con esa tentación 
que inunda los muebles 
sobre los símbolos 
y los misterios 
sobre el papel en blanco 
y lo que invoca 
como una sumisión imprevisible 
hacia la carne 
como una sed crecida 
absoluta 
invasora 
y de nuevo la luz 
en ráfagas de ti 
para escribirme lluvia 
en esta doble sombra de nosotros 
para escribirme lluvia 
y tocarte 
en el poema.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Un poema de Carmen Jodra: Sebastián

    

    Recuerdo que escuché por vez primera este poema en un recital de "Los Viernes de la Cacharrería" en el que Carmen Jodra leía junto a Diego Román, La fugacidad del poema dicho y la pésima megafonía del Salón de Actos del Ateneo no impidieron que su belleza dejase herida en nuestro recuerdo. Se sabe que Carmen publica escaso, no conocemos las razones, pero poemas como este Sebastián, tan limpio en su emoción como bien construido en el desvelamiento, y que hizo público La revista áurea, en su número 9, hace que quienes descansamos en su obra sigamos esperando. Esperándola.


Sebastián

Cuatrocientos otoños me agrietaron, e inviernos 
cuatrocientos dejaron su nieve en el ramaje. 
Por eso la corteza es tan áspera. Dentro, 
detrás de la corteza, mi alma fluye. 

Mi alma mínima anciana, difícil conmoverla. 
Pero qué fina piel, qué dócil al tormento, 
qué fácil de arañar en las escamas duras. 
Cómo hubiera querido por amor desnudarme. 

Exhausto, derramándose en diecisiete heridas, 
descansó todo el peso de su carne en mis brazos. 
Soy un árbol muy viejo y él un hombre muy joven, 
y una vez lo sostuve entre mis brazos.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Arañando los últimos


      Terminaremos por convertir diciembre en un mes inútil. No sólo laboralmente sino también para el ajetreo poético. Entre puentes a revisar –Constitución e Inmaculada dicen que huelen moribundos– y la alegría comercial de las Navidades, la cosa se queda en nada. Apenas si 10 días, del 9 al 18, por lo que todo se presenta apretadito. Estuvo por aquí el maestro Eloy S. Rosillo, en la Alberti. Cada vez más reconocido como el espejo de la claridad aparente. Álvaro Valverde habla de esas aguas cristalinas (de esos versos cristalinos y en calma) que nos engañan sobre la profundidad del fondo en que muestran y guardan las cosas. Lo presentó Andrés Trapiello. Me perdí saber en directo cómo se consultan y corrigen versos mutuamente, y escucharle leer con pausa una buena cantidad de poemas. También oírle cómo animaba a los asistentes a participar en el coloquio y cómo uno de ellos le agradeció que trabajara (como poeta se entiende) para nosotros. Por allí estuvo Eduardo Merino, poeta y lector. Y José Luis Morante, poeta y antólogo de Eloy.

Miércoles 9. Paco G. Marquina

Marquina mostrando la escarapela
Foto: Cecilia García Baena
      En Trovador, la renovada sala que ahora gestionan Raúl y Fabián. Sigue siendo sede de la tertulia Prometeo coordinada por Ángela Reyes, que en esta ocasión apostó por un lector único y por la ausencia de los sobados poemitas navideños. La cosa iba en serio. Y es que García Marquina, Paco Marquina, el especialista en Cela –sabemos que anda ajetreado con la biografía de Camilo- es un peso pesado de la poesía española. Dueño de una obra longa y firme. Y amo de un sentido del humor tan sigiloso que suele envolver, aprisionar, al personal sin ser apenas notado. Es cosa de elegancia. Leyó con voluntad de estilo, como en un autoexamen, una selección sorprendente de poemas. Digo sorprendente porque escarbó en los baúles de los enamoramientos, de los ensañamientos, de los tiempos en que la mirada y la acción se convertían en tigres. Los oyentes, que casi llenaban el anfiteatro, se lo agradecieron. En especial Elvira Daudet, Carmen Rubio y JL Morales que ocupaban la primera fila. Poco a poco fue acercándose al prado de los sonetos, a los alrededores de la sonrisa, a los pozos de su sabiduría. Hondos. Honda. Poemas dejados por el aire a lo balduendo, como en desgaire, que semejaban bombas de racimo. La voz le fue creciendo hasta un soneto final esplendoroso. Y muy aplaudido. Tanto que, y esto fue sorpresa, al levantarse para el saludo final le había crecido en el pecho la escarapela verde de la gratitud. La cual mostró orgulloso a petición del público. Lectura, ya pueden suponer, que reconcilió a la clientela con los vinos que siguieron. Porque siguió comentándose. Que se repita.   

Viernes 11. Rafa Mora

López Azorín y Rafa Mora
      En la librería Lé (Castellana 154), que mantiene una decorosa sección de poesía. Allí adquirimos Barbarie de Andés G. Celdrán. Editado por Adonáis. Editorial de referencia, pero en retirada, como Hiperión. Ya no apuestan, Sólo o casi sólo publican premios. Una lástima. Todo lo contrario que Eirene, pequeña y con fiereza. Que mana con el empuje de Chelo Altable, su promotora. Hace poco editaron un precisa antología de Antonio Hernández bajo el título Distancia que regresa, y de la que ofreceremos noticia. El viernes se trataba de presentar el primer poemario de Rafa Mora por parte de Manuel López Azorín, responsable de la sección de poesía. El poemario de Rafa se titula Naturaleza urbana, y según se dijo forma parte de una preocupación pretérita del autor: la ciudad es un libro que se anda con los pies. Preocupación, se dijo luego, que ya va por otros barrios y estéticas, pero que consideraban necesario hacerla pública. Lleno a rebosar en la librería. Apenas si pudimos escuchar el primer poema leído por el autor –debíamos ausentarnos– no sin observar como Alberto Ávila, Ana Montojo y Julio Santiago seguían el resto de la lectura. Rafa Mora forma con Moncho Otero un dúo musical conocidísimo en los ambientes literarios de Madrid. Suelen musicar poemas de diversos autores y mantienen mensualmente, en Libertad 8 y bajo el título de Versos sobre el pentagrama, un acto al que acostumbran a invitar, para intercalarle recitando entre sus canciones, a un poeta con gancho de la nuit poética.


Viernes 11. Blas Muñoz 

Rafael Soler y Blas Muñoz.
Foto: Vitruvio
      El 27, Castellana abajo, nos traslado casi a Colón. Muy cerca, en el Centro Riojano, Rafael Soler presentaba la antología de Blas Muñoz Pizarro que, bajo el título De la luz al olvido, ha editado Vitruvio sobre la obra del valenciano. Queríamos estar por el autor. Y por el presentador, uno de los pocos que a más de marcar los tiempos –para, templa, manda– suele combinar generosidad y justicia en sus análisis. Rafa Soler se ha convertido en un puente necesario entre lo valenciano y lo madrileño en los afanes que preocupan al mundillo. Imprescindible, dicen algunos. Llegamos cuando ya leía el autor. Voz ronca, tomada, que añadía un toque de trascendencia. Blas ha sido un poeta intermitente. A la manera de un Halley. Tras una aparición fugaz y luminosa a principios de los 70, se alejo para volver a la fiebre hace ya unos 10 años. Una década, esta última, fructífera en actividad, en escritura, en creación de mundos. Respetó el orden cronológico para la lectura de sus poemas, el mismo que guarda la antología. Nos fue posible apreciar la evolución hacia una poesía cada vez más reflexiva, más nacida desde las emociones de la naturaleza, más íntima, más sencilla también. Preocupada siempre por la fugacidad, por la proximidad de la nada, por el necesario goce de la luz, de la vida. Y atenta a cuanto de pérdida se advierte en derredor. Al haz y al envés del olvido. Construida desde la sonoridad clásica pero sin someterse. Es autor excelente de sonetos. Sonetos de donde la rigidez se ausenta, donde apenas se observa su tentación de caja Y aunque no forma escuela, es posible observar en su obra el toque sensorial que baña a la poesía valenciana actual. Oriente a donde tantos miran. José Elgarresta, Alberto Infante, Alfonso Berrocal, escucharon a nuestro lado. Pablo Méndez, el editor, dijo que esta fue la 80 y última presentación del año. No está nada mal. Luego, fue imposible no prolongar la tarde en el cercano Platea, lugar más que actual para dejarse ver y ser visto.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Un poema de Narcís Comadira: Balthus

   
F. Beltrán, V. Molina Foix, N. Comadira y J- M. Micó
 Raro para los
tiempos que corren. Vino un poeta catalán, en lengua catalana, a presentar su libro a Madrid. Y no en Blanquerna. Ocurrió el último día de noviembre en la Librería Alberti. Edición bilingüe de una antología seleccionada por el propio autor. De 17 libros publicados. Es su primera traducción al castellano. Realizada en su mayor parte por José María Micó, aunque se aprovechan algunos poemas traducidos anteriormente por Molina Foix y Dolors Oller (los tres presentes) y otros. El poeta es Narcis Comadira (Gerona, 1942), su título El arte de la fuga y la edición muy Cátedra. Bajo la responsabilidad Jaume Subirana (también presente) y autor de la Introducción, añade un Prólogo de Molina Foix y un Epílogo de Dolors. Inició las palabras previas Fernando Beltrán y las continuó Vicente  Molina Foix, que recordó sus tiempos de juventud en Londres con Narcís y alguna que otra anécdota. El autor insistió en que la Antología -agrupados los poemas por afinidades, no cronológicamente- supone una novedad incluso para los lectores en catalán porque contiene los poemas por él señalados como preferidos. Leyó primero Micó en castellano y luego, espléndidamente, Comadira en catalán. Poemas generosos, inteligentes, claros, receptivos de sensaciones, de arte, de paisajes, de personas. Poemas al servicio de todos y de la poesía. Sugerentes, íntimos, escritos sin afanes espurios de posteridad. Narcía Comadira es también pintor, ensayista y autor dramático. Pocos poetas madrileños entre los asistentes, José Ramón Ripoll y Rafa Contreras entre ellos.

        Ofrecemos (castellano y catalán) un poema deuda, el que dedica a Balthus, glosando uno de sus cuadros más conocidos.   

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Balthus


La cortina, pesada,
cela el paisaje:
campos extensos de Francia,
trigal y robles,
olivares, ruinas
de los cerros de Italia.

Desplomada,
encima de los turbios cojines,
la muchachita sueña.
El muchacho, febril,
en juego adolescente,
esconde cartas.

Quema en la chimenea
el fuego del hastío.
Hay un melocotón con piel de nalga
en el frutero antiguo.
Son los ojos del niño
dos peces asombrados.

Sobre la vulva, luz.
El vidrio del quinqué,
ardiente, erecto,
fascina a la falena.
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La cortina, pesant,
cela el paisatge:
camps estesos de França,
roures i blat:
oliveres, ruïnes
del turonets d´Itàlia.

Deixada anar,
damunt de coixins tèrbols,
la noieta somia.
El noi, febrós,
al joc adolescente,
amaga cartes.

Crema a l´escalfapanxes
el foc del tedi,
Hi ha un préssec pelldenatja
a la fruitera antiga.
Els ulls del nen
són dos peixos atònits.

Sobre la vulva, llum.
El vidre del quinqué,
ardent, erecte,
fascina la falena.

martes, 1 de diciembre de 2015

Hotel en Oxford







Un lápiz que se afila, una

pantalla de cristal que anhela el tacto,
un papel encendido,
un paisaje dispuesto de herramientas
con que pintar aquello que creímos saber
¿que aún creemos?

La noche en el hotel es cenagosa,
los gin-tónics son cuarzo
y es la luz sin fulgor
aire salobre

lugares donde el miedo se refugia 
desde el atardecer,
donde la sien es sola.

Por el bar,
cruzando la moqueta ríen 
aviesas lagartijas la soledad del huésped,
su temor de cisterna, ríen su balbuceo
mientras se afila el lápiz, mientras se incendia
la piel gris y fingida de la tablet

y tú no sabes si pretendes
o no escribirte, estás triste y ya conoces que
solamente lo triste te revela.