lunes, 13 de abril de 2009

Miguel Galanes

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Publicado en Lanza. Extra de Navidad 2007. Con motivo de la edición en dicho año de "La vida por dentro” (Huerga y Fierro), segundo volumen de la trilogía “La vida de nadie”

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Miguel ya no es, desde “Añil”, el poeta que mira, sino alguien que escribe para sí mismo, para salvarse – y él sabe que es un náufrago – del carnaval de la vida. El poderoso aliento poético de los poemas contenidos en “La vida por dentro”, un libro largo, generoso, surgido a lo ancho de los últimos diez años, no se debe tanto a la memoria de las formas como al afán de búsqueda que trasmiten. El poeta se desviste del tráfago habitual, de las convenciones sociales que le perturban, del ruido de la corte, de la urbe –“tanta gente en la ciudad”- para volver su mirada contemplativa a la senda de lo sencillo. Así, una serie de poemas incluidos en la primera parte insisten en tal intención: léanse “Oficio de claridades, “Rosa de nadie” y “La vida por dentro” en donde se impone el sentimiento de angustia, de incomprensión entre el mundo que está -el interior, el de dentro- y el mundo externo que llega para desasosegarlo. O la dialéctica entre armonía y conflicto que supone la convivencia entre lo necesariamente permanente y lo necesariamente mutable, y que se hace más explícita en los versos del poema “Las lágrimas de Heráclito” donde ve en el ciprés, en el poeta, “como crece y perdura en su fuerza y su color./ Parece que no cambia pero no es el mismo cada día / ni se orienta de igual manera hacia el cielo.”


Luego, en la segunda parte, el poeta, consciente, aunque dudoso, de la desnudez de su yo, recorre el camino que pretende le lleve a la plenitud mística de la comunión con la belleza, al concilio sereno con su espíritu, tras haberse reconocido en el yo descubierto. Y como para tal reafirmación es necesario el otro con quien medirse, con quien fundirse hasta alcanzar la meta de la comunión más silenciosa, lo busca en el sueño, en la mujer, en la palabra más despojada: “Todo tu vestuario / fue el aire de aquella tarde”; trinidad de aspiraciones que el autor deliberadamente presenta confundidas porque son sólo una y única verdad. Miguel Galanes alcanza aquí su más depurada voz, en poemas cortos, intensos como nunca, plenos de significado, de trascendencia. El poeta busca poseer y ser poseído “Profundamente, desde mi ambición a ti / tenerte a mi lado es no tenerte./ Quiero todo. Lo imposible”. Poemas que llegan a ser instante, concepto; alma que desea no el contacto, no la imagen, no la rosa, sino entrar, penetrar en el misterio de la serenidad y de una aceptación inacabada -“me convertiré en un pozo quieto que no va ni viene”, dice en el poema que dedica a Min Yongtae, poeta coreano- aunque en ese camino, abierto a los abismos, queden rastros de fatiga, de dolor, y sea preciso despojarse del deseo bastardo y la impureza, del ahogo de la cotidianeidad. O de la tentación de las ambiciones.

Con la palabra encuentro titula Miguel Galanes la parte final del poemario, la más amplia, compuesta por 33 poemas, en ella, el poeta continúa deseando “estar inmóvil, con mis ojos limpios / en la verdad más pura” pero a los ojos del lector parece dominada por el hallazgo de un espacio donde ser, que es algo distinto al lugar donde se permanece o por donde se pasa. El paisaje físico, que el individuo se ve obligado a habitar, es transformado por el poeta, al percibir lo que hay en él de permanente, en espacio donde quedarse siendo en él, formando parte de su naturaleza. Es la intención de ser raíz, memoria de la vida, ante el caos cíclico de las hojas que el viento, léase el mundo, no deja de agitar en su fugacidad. Todo es más necesario y más único cuanto más sencillo se nos presenta; hay en esto la horaciana reflexión, “todo está aquí, contemplándolo los ojos / que lo miran, sin voz ni cambio alguno / en su movimiento, una y otra vez”, la estoica voluntad de Marco Aurelio: somos parte de partes, infinitud, una mañana de libertad que se despierta; pero también la aceptación de que somos “la sangre coagulada y la ceniza en el fondo de la copa”.

Recorrer con lentitud “La vida por dentro” es acompañar al poeta en el sendero que busca el equilibrio, la vertical del fiel en esa balanza existencial que compara lo vivido con la espera; seguirle hasta el alcance místico de la quietud en la contemplación, camino único para despojar a la esencia de sus circunstancias.

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IMPOSIBLE

El espacio que ocupas
te viste de cristal.

Libre
como el aire, escapas,
te alejas tras haberte
llamado.

Y te encuentro,
realidad desnuda,
inaprensible como la niebla en el mar.
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