miércoles, 21 de diciembre de 2011

La encina

Jamás pudo entenderte
el viejo Walt, encina solitaria.

Nunca pudo entender
cómo hay almas que pueden
vivir sin un amigo,
vivir en la oquedad
de una tierra sin nada, sin espejos,
¿cómo?

Pero es así
como resistes,
el corazón guardado, sola
bajo el punzón del cielo, tal vez huraña.

Igual y como
resiste mi canción.

Vive. Que tu inacción
no envidie mi cansancio.
Que las hormigas velen tu corteza.
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sábado, 17 de diciembre de 2011

De clan

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Nicolás del Hierro
¿De cla?, me preguntaron
No, dije con cierta indignación.
De clan entonces, sentenciaron.
No había escapatoria, había sido descubierto. De clan, de tribu. Bien se veía que no era el deber del trabajo lo que me había llevado el lunes 12 a Leganitos 10. Al borde mismo del Hostal La Perla. Al corazón mismo del siglo XIX. Por si quedaban dudas, las conocidas caras de los tres mosqueteros de La Mancha que me protegían hablaban con descaro. Leía Nicolás del Hierro, mi paisano, en su lugar y día asignado del ciclo Narradores, ciclo que, con cierta penuria de asistentes, se desgasta en la AEAE. Leyó Nicolás dos cuentos que hablaban de amor y soledades, de voluntad y negritudes. Luego, en el tiempo del rueda, del vino fresco, lejos, lejos ya, de la vetusta sala, alcanzó la conversación la agilidad intensa que precisa.

Julio Mas era el martes 13, a media tarde y en una Sala del CBA, un sujeto poético vacilante y delgado. Apenas una pavesa de niebla londinense y vacilante. Le costaba responder a las inquisiciones que Alejandro Céspedes, resueltamente seguro, le dirigía. Libre al fin de sus dudas y pecados, aceptó su papel de lector, de agente protagonista en la presentación de “El niño que bebió agua de brújula” que le ha editado Calambur. Leyó Julio con anglosajona languidez unos poemas nacidos de la provocación onírica y de la solidaridad con la buena poesía. Hay algo nuevo y bueno en esos versos a pesar de la exageración crítica del “El Cultural”. Por lo oído, es posible caminar a su lectura. Otro clan, el de Vitruvio, no todo, estuvo por allí: Capi, Raúl Nieto de la Torre, Paco Moral/Ana Ares, José Luis Nieto, el propio Pablo Méndez. Juan Carlos Mestre hizo de chamán estupendamente. Julio es un niño con el dedo meñique de marfil.

Natividad Cepeda
Y vuelta a las inmediaciones del Hostal La Perla, a Leganitos 10. Ya solo, sagazmente solo, por evitar preguntas. Allí estaban Ángela Reyes y Juan Ruiz de Torres, el clan-pareja de Prometeo. Leía para cerrar el citado ciclo, miércoles 13, mi Natividad Cepeda, tomellosera, compromiso sin traición. Ella es, en esencia, poeta, pero allí y en su prosa leyó la verdad gozosa de la infancia, de un Regalo de Reyes, como leyó después la verdad campesina, el corazón agrario de su tierra, una tierra que no ha dejado de parir reciedumbre, trabajo y creación.
La penosísima presentación de Pilar Aroca estuvo a punto de arruinar el acto. Lo salvó Natividad.

Antonio Daganzo
Respiró Pepa Nieto al ver la sala casi llena. Antonio Daganzo lo había conseguido. ¿para cuándo que las tertulias tengan su propio público y no sea el poeta-lector el encargado del acarreo? El de Arganda es un valor seguro. Leyó el jueves 15. Su público, vario de edades, sabe de su calidad humana, de su calidad poética. En esta ocasión, lo emocional recorrió los muros de la Biblioteca de Retiro. Así lo quiso él. Desde los poemas del doliente, ese niño que mira la primavera tras los cristales, pasando por el vals en lino de los enamorados, quiso Antonio terminar, muy alto, en los verdes de sus ancestros gallegos. Mas la emoción, sufrió después la pena de coloquio. Él lo quiso.
Hubo vino después, tiempo que Maxi Rey y Pepe Cereijo quisieron prolongar y consiguieron. Cosas.


domingo, 11 de diciembre de 2011

Lo están pasando mal, pero viven aún


No hablo de palabras como impoluto,
como arrebol, rosicler, pentagrama, gaviota,
abisal, enlutado, crisálida,
véspero, inmarcesible, luciérnaga,
enramada, cantil… (y perdonen)
ese hatajo de sillas desvencijadas,
repipis comodines del poema cartón piedra.

Hablo de palabras de verdad. Hablo de ausencia,
de sombra, olvido,
de memoria, ceniza, luz, silencio,
noche, soledad o lluvia… Son palabras poderosas
tanto que usadas con la tensión precisa,
con inesperada intención, con la exactitud que piden,
son en sí mismas poema. Siempre lo fueron.

Siempre lo fueron antes del abuso, antes de ser
manoseadas, devaluadas en sus significados
y así prostituidas, humilladas, arrastradas por todos
los sumideros de los convencionales
usos poéticos, encadenadas por la rutina a triste oficio:
de lo socorrido, de lugar común,
de material de relleno, de derribo.


Pero viven.
Tan poderosas que bastaría
la mano en el arpa de cualquier verdadero
para que, sin mácula, volvieran a ser lo nuevas
que son, a retar al cielo, a significar cuanto significaron.


jueves, 1 de diciembre de 2011

Que 10 días no es nada

Tras el azacaneo de la primera parte de la temporada, y mediado noviembre, el blogero tuvo días de descanso en su asistir. No días moscosos. Alejado del furor de tertulias, lecturas y presentaciones, sí; libre de empleo y sueldo, también -me dijo el jefe- y oxigénate.

Mientras durara el asueto, les rogué que callasen, pero el poeta ¡ay! siguió leyendo.


Rafael Soler en la Tertulia Montesinos

No pudo evitarlo Rafael Soler en la Tertulia de los Montesinos, inaugurando la temporada (martes 22). Me contaron (pregunté) que estuvo brillante e incisivo. Es un poeta de enorme éxito. Su libro Maneras de volver va por la cuarta edición y su Las cartas que debía, además de excelentes y numerosas críticas, va por el mismo sendero. Es poeta distinto, sugerente a la vez que claro. Dice de manera muy tácitamente suya. Sé que en estos momentos está en el cráter físico de la poesía occidental. El ojo editorial de Pablo Méndez se ve con él confirmado. Dolor de ausencia.

No pudo tampoco evitarlo Jesús Riosalido, poeta, diplomático y arabista. Tras la nueva edición, por él firmada, del Cancionero de Upsala, en donde reafirma sus numerosas influencias de la lírica árabigo-andaluza, ahora se ha decido por revisar antiguos textos suyos, modernos zéjeles y muwashajas. Los ha reunido en un libro preciosamente editado por las fundaciones Almedina y Al-Aissiya. Tengo el libro Zéjeles y Muwashajas delante –cortesía de la sonrisa y de la mano de Carmina Casala- y siento no haber podido estar en el Instituto Egipcio, lugar donde fue presentado, lugar en donde Estela Uriarte, argentina, intérprete y compositora, cantó algunos zéjeles y muwashajas de los 20 que ha musicado, y cuyo disco acompaña la edición del libro. Lugar donde se tomó la fotografía. Hay veces que la ausencia sigue procurando dolor.


Jesús Riosalido, Estela Uriarte y Carmina Casala

Vuelto al oficio y/o a la devoción de oyente, fue un placer oír de nuevo (martes 29) la voz sosegada de Manuel López Azorín, un hombre bueno, buen poeta. En algún rincón de este blog está escrita mi impresión de Sólo la luz alumbra. Quiero decir ahora que me impresionó, que me emocionó la lectura del poema Me llevo, ejemplo de poesía que araña el corazón, la más útil de todas las que conozco, de todas las que escucho. Manolo anunció, en la casa de los Montesinos, que después de este año de ajetreo se tomará un descanso por la grama.

Ayer, para ir engrasando la máquina de asistir, acepté la invitación del grupo poético que navega por el Círculo de Bellas Artes bajo el rumbo de Alfredo Piquer. Hicieron (miércoles 30) lectura colectiva y entregaron el premio anual a Evaristo Cadenas, poeta de tesón y amigo. Cristina Cocca leyó, excelsamente, poemas de su próximo libro en torno al agua. Leyeron también Aureliano Cañadas, José María Garrido, José María Herranz… entre otros. Escucharon hasta el final conmigo Juanjo Alcolea y Ana Garrido, magníficos en su labor.