miércoles, 27 de febrero de 2008

La magnitud de los puentes rotos



Un artículo de Nicolás del Hierro
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Pedro A. González Moreno, con la publicación de esta novela, Los puentes rotos (Calambur. 2007), y ya reconocida su obra anterior, viene a justificar en plena juventud su maestría dentro de cualquier terreno de la literatura. Principalmente poeta, recurre con frecuencia a la metáfora, incluso por la selección y utilización del vocablo eleva la narrativa hasta una expresión lírica que puede recordarnos la mejor novelística del boom sudamericano. Pero, contrario a aquéllos, no es el suyo un realismo fantástico, sino una fantasía real que nos cuenta cómo buena parte de nuestra sociedad vive en tribulación individualizada. Es el oscuro sello de la soledad colectiva acercándose al naufragio, cuando la rotura de los puentes no permite llegar de una a otra orilla.

La acción temática se desarrolla sin referencia al orden numérico de sus apartados. Sin embargo, las piezas de este puzzle no falsean en nada el mosaico de la narración; el lector queda prendido por el acierto literario. Aunque llevada en tercera persona, muchas veces escribe desde los propios personajes, y sus pensamientos tejen un trenzado con la demostración de un idioma culto y sencillo a la par; minucioso y detallista, monologuizante en ocasiones, en otras saben poner su desarrollo al servicio de un autor omnisciente que amarra al lector.

Yo no afirmaría, aun cuando se diga en la sinopsis de la novela, que son tres los principales personajes de la misma; pues el origen de toda esta narración radica en ese padre de carácter firme y en la apacible madre, incluso en Laura, la sufrida novia que lleva “toda la vida despidiéndose” y que permanecen en el pueblo. Sobre todo radica en aquél, en el viejo Juan. Importante es la tenacidad del hombre rural, su obsesión de padre, convencido de que todo lo suyo y cuanto viene desde sus orígenes dinásticos quedará roto con el curso de su vida y tras la metamorfosis social que acosa a su familia dado el avance cultural del hijo, su carrera y su marcha del pueblo. Se crea aquí un drama social repetido y multiplicado en el amplio espectro de las zonas agrícolas, que sufriera España en los principios del último medio siglo. Si ello no fuera así no reconocería el propio narrador en el pensamiento del principal personaje, Pablo, hijo de aquel hombre de campo, que, al final, “sólo la sombra de su padre y la de los demás muertos de la casa se pasearían por allí, errantes y desconcertados, sin la cercanía ni el calor de los vivos”. (Pag. 282). El cambio de rumbo social deja solos en los pueblos a esos hombres de esfuerzos agrícolas y mujeres rurales con olor a orzas antiguas y cocinas con sabor a aceite de oliva virgen. “Los hombres del campo están obligados a morirse en el campo”, recuerda Pablo en una rotunda afirmación del padre.

Luego sí, a través de esos tres personajes: un profesor inconformista y rebelde, un oficinista recién separado y un viejo poeta sin éxito, irán surgiendo algunas escenas del Madrid actual, de la España presente. La principal simbología de “Los puentes rotos” nos está mostrando una sociedad fría, escéptica y repleta de individualismos e incomprensiones. La ruptura de los puentes es casi siempre la falta de entendimiento, porque cada quien va a lo suyo, incluso tratándose sólo de amistad. Buena parte de los personajes (Anselmo, Alberto, Angelines...) no son otra cosa que marionetas en círculos dominados por los silentes don Leandro y don Lorenzo. Entre unos y otros está el comportamiento de Pablo que, como diría un pasota, “va a su bola”, porque lo que busca es ser él, sabiéndose muela importante en la rueda de la vida.
Podría pensarse que Anselmo y Alberto son vidas paralelas, aunque aquél desarrolle su trabajo en un colegio y escriba versos, y éste cumpla con su jornada laboral en una oficina y lea novelas policíacas; pero ambos están envueltos por una existencia vacía, un presente nulo y un futuro sin caminos.

Muy diferente a los personajes del poeta y el oficinista, es el del profesor inconformista y rebelde. Sobre Pablo pesa y se mantiene toda la fuerza de la novela. Tenemos símbolos de su infancia con los que juega el subconsciente: la araña y sus telas. Varias veces recurre a este entramado de hilos, ya sean los que teje el propio padre en la cámara, la situación de Alberto ante la psicoanalista o también la que encontramos en Anselmo del Álamo cuando recuerda a Ariadna dentro de su laberinto.

Quizá porque un similar entramado está en la vida de casi todos ellos, a tela de araña es suplantada por un puzzle, que viene a ser un laberinto similar, con la diferencia que en aquélla los personajes han de luchar por construirla y en éste es el personaje quien construye. Otras dos estelas que perduran en el recuerdo infantil de Pablo son los pozos, como puertas de infierno a manera dantesca, y la higuera que talara el padre, pero que no impidió con ello su fantástica disposición hacia las ensoñaciones que, desde la retentiva, flotaban en la mente del profesor recordando al muchacho.

Estas escenas, hijas de la infancia y de la adolescencia, se mezclan y entrelazan con otras más cercanas, pero que dan forma literaria a una fantasía realista y tétrica, como son aquellas que se nos narran tras la subida a la cámara donde el padre se ahorca, el encuentro con sus cosas personales y luego cuando éstas son quemadas o recordando las que se produjeran 20 años antes con la también quema y exterminio de los árboles frutales que Juan, el padre, tenía en la huerta y acabó por no dejar ni uno, convencido de que toda la familiar labor de agricultura terminaba al extinguirse su propia existencia.

A pesar de ello hay en todo una gran ternura y sensibilidad por parte del hijo recordando al padre, destreza literaria como dominio de autor. Y es que, de lo que no nos cabe duda es de hallarnos ante un novelista que, aun siendo un extraordinario poeta, dado el acierto y magnitud de su primera novela, puede que le aguarde una rica metamorfosis de géneros donde se imponga la narrativa como método futuro.


Fotografía de Nicolás del Hierro por Cristina F. Zambrano

viernes, 22 de febrero de 2008

"Lecciones de cosas", de Francisco Caro, obtiene el premio Ciudad de Zaragoza



El poemario Lecciones de cosas, de Francisco Caro ha obtenido el premio Ciudad de Zaragoza de poesía. El fallo se dio a conocer ayer, jueves 21 de febrero.


Entre los más de 350 trabajos presentados el jurado, cuyos miembros no se han dado a conocer, señaló el poemario de Caro para la concesión del primer premio. Fueron accésit los trabajos de Orlando Morejón, poeta cubano asentado en Zaragoza, y Antoni Casado de Rocha, traductor de Collins.


Esta prevista la edición de los trabajos coincidiendo con la Feria del Libro de Zaragoza que tradicionalmente se celebra a primeros de junio.


Fotografía: Cristina F. Zambrano
Poema: Alcohol
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Como un hijo de puta
cualquiera que conozca de asesinos

como el indio
cualquiera al que París hubiese reventado

como cualquier de absenta y malaquita
poeta que maullara con los yambos,
que volcara botellas sobre hadas

este Rubén me tiene secuestrado

y muero cobre, pobre, tul con él,
como cualquier alcohol: sangre de boca.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Presentación en Madrid de MIENTRAS LA LUZ


El viernes, 15 de febrero, en la acogedora Sala Trovador, que regenta el poeta Jesús Javier Lázaro en la cercanía de la calle de las Huertas, se llevó a cabo la presentación de MIENTRAS LA LUZ, segundo poemario de Francisco Caro, poeta tardío.

La sala estaba repleta de amigos del autor y entre ellos algunos que además ejercen de poetas. Cabe citar entre estos a Pedro A. González Moreno, Miguel Galanes, Sonia Fides, Ana Garrido, Teo Rubio, Manuel Cortijo, Lola Murillo, Pablo Méndez, Julio Más, Juan Pedro Carrasco, Emilio Ruiz Parra, Pilar de Vicente-Gella y Antolín Amador.
Cristina Zambrano, de Habitación Desdoblada, hizo las fotografías. Y Maxi Rey, el ojo de la poesía madrileña, guardó en su archivo las imágenes.

Presentó el acto Nicolás del Hierro, hermano mayor poético de los allí presentes, con palabras tan cálidas como sencillas, para dar paso a la voz de los que intervenían.

José Luis Loarce, en nombre de la Diputación, editora de poemario en su prestigiada colección “Ojo de pez”, resaltó la oportunidad de ésta en el ambiente literario de la provincia y su indiscriminada apertura a modas y tendencias.

José Luis Morales, con su brillantez habitual, desgajó los entresijos del libro: su génesis, su argumento, su técnica. Hizo hincapié en el “don de la sobriedad” que acompaña al poeta desde su primer poemario, su capacidad para la insinuación y la síntesis, así como en las formas de su lenguaje: parcas y puras. El poemario, dijo, se constituye con los informes que la segunda mujer de un supuesto poeta castellano – vuelto, a mediados de los setenta, del exilio americano e instalado en Málaga- escribe a la primera mujer. A través de ellos es posible atisbar fragmentos de su cotidianeidad: amor, poesía y olvidos, miedos... Eso dijo.

Francisco Caro agradeció la asistencia de todos tanto como agradeció las palabras de sus compañeros de mesa, habló algo sobre el anterior título del libro, se mostró complacido con la edición y leyó, parsimoniosamente, algunos de los poemas.

El libro se terminó. Quiero decir los ejemplares que se pusieron a la venta, que no fueron pocos. La verdad es que el precio provocaba: 4,20 euros.

El acto concluyó con un vino manchego, blanco y fresco, que satisfizo.


MIENTRAS LA LUZ
Francisco Caro
Biblioteca de Autores Manchegos
Colección “Ojo de Pez”. Ciudad Real. 2007

4,20 euros.

sábado, 16 de febrero de 2008

Los puentes rotos

Artículo de Eulogio Carretero

Una excelente novela del manchego Pedro A. González Moreno (Calzada de Calatrava, 1960), ganadora del IX Premio Río Manzanares. Una novela notablemente elaborada, con un estudio bien definido de sus personajes, que arranca con una excelente presentación, tanto de escenografía como de puesta en marcha de sus protagonistas.
Podríamos empezar diciendo, sobre la original estructura de esta novela, que los seis primeros capítulos están dedicados a la presentación por orden y primacía de sus personajes. En el primer capítulo, el narrador (a través de un monólogo) nos presenta la figura de Pablo como principal protagonista de su historia, acercándonos y descubriéndonos el mundo de la ciudad –en este caso Madrid–. Un Madrid madrugador que despierta a la rutina. Un Madrid de mendigos, de rateros, de trabajadores supervivientes y conformistas cuya única lucha es llegar a fin de mes: “Gentes que no son de aquí y que tal vez no serán nunca de ninguna parte: hombres y mujeres que tuvieron algún día una infancia feliz de la que no se acuerdan o que prefieren no recordar”.El autor nos perfila una serie de circunstancias y personajes cotidianos de la ciudad, que van a ser los protagonistas del relato (“héroes de qué historia sin héroes”) y nos muestra la condición de Pablo, un profesor de colegio, comprometido por sus ideas y enfrentado a una sociedad sumisa y conformista.
El otro personaje, eje secundario de esta novela, está representado por la figura de Alberto, (presentado en el cap. 2). Éste cohabita en el mismo apartamento de Pablo, son dos viejos amigos de sus años de estudiantes, aunque hoy dicha amistad y dicha convivencia, más que unirles, les separan.La obsesión o pesadilla que caracteriza a Alberto y lo persigue a lo largo de la novela es siempre esa mudanza o esa huida de un lado a otro, de una convivencia a otra, y que viene siempre precedida de aquellos ruidos en los que “se mezclaban un resonar de cascos y un traqueteo de muebles y cacharros de porcelana”, una mudanza que, sobre un carro, sufrió durante su infancia. Alberto, además, es un hombre separado, tiene un hijo, y es bebedor de whisky y lector de novelas policíacas. A consecuencia de todo ello, su jefe le ha aconsejado ir a visitar a un psicoanalista (Mercedes).
El tercer capítulo de la novela está dedicado a la presentación de su tercer protagonista, Anselmo del Álamo, un profesor de Literatura “agazapado detrás de sus gafas y como rodeado de un velo de musas”. Un poeta que acude a las tertulias en el Café Comercial y vive encerrado en un mundo ficticio. Un personaje curioso, bien definido y caracterizado, y en torno al cual giran otros personajes o poetastros de su misma condición. La novela está estructurada, por tanto, sobre tres protagonistas principales, tres ejes básicos, tres escenarios o mundos diferentes (A,B,C). Y en torno a los cuales giran una serie de personajes, representativos cada cual de los ámbitos a los que pertenecen. La trama y la vertebración de la novela está sustentada sobre el personaje de Pablo (o eje A), que tiene relación con el eje B (Alberto), pero no tienen ninguna relación B con C (Anselmo) a excepción de ese pequeño punto (Angelines), que conecta de forma esporádica con estos tres ejes, aunque no así con los tres escenarios.
De dos en dos
Los capítulos –un total de 47– se agrupan y se van sucediendo prácticamente de dos en dos. De esta manera se va interrumpiendo la acción, que encontrará su continuidad en los capítulos siguientes, haciendo avanzar así, con un ritmo entrecortado, la peripecia argumental de cada uno de sus personajes. Y así vamos pasando de un escenario a otro, como de un personaje a otro y de un capítulo a otro, en una singular técnica de trenzado narrativo.
Como he expuesto anteriormente, aparte de estos tres ejes principales en la novela se pueden apreciar o distinguir otros tres mundos o escenarios diferentes: el mundo rural (representado por Pablo, Carmen, Juan y Laura), el mundo urbano, (albergado por Pablo, Alberto, Mercedes, Angelines), y ese otro mundo ficticio (el ámbito de los poetas o de Anselmo del Álamo). Escenarios éstos enriquecedoramente tratados y conseguidos. Con lo cual en la novela todos estos ejes o mundos de los personajes, vienen a entrelazarse como los capítulos del libro, en una mecánica de trenzado, de dos en dos. A veces, sin embargo, sucede que los capítulos que pertenecen al eje A (Pablo), no pertenecen al escenario A, sino al escenario B… (por ser un personaje que está inmerso en ambos escenarios). Una novela aparentemente sencilla en su elaboración y en las relaciones entre sus personajes, pero un tanto original y calculada en su estructuración técnica. Tres personajes, tres ejes, tres mundos, –y en torno a los que giran otros tantos submundos, otras tantas subvidas y otros tantos “supervivientes”–. Esta es la técnica que se ha utilizado para la construcción de la novela. Todo casual, estratégica o matemáticamente entretejido y ensamblado. Prácticamente se trata de la misma técnica artesanal de trenzado que Juan venía a utilizar en la confección de sus cuerdas: Cogía y presentaba seis cabos, los anudaba, metía entremedias los dedos y los separaba (de dos en dos) en tres extremos (tres ámbitos); y sumergido en el desván de su casa, en la soledad y en el abandono, pasando los dedos de un lado a otro y cambiando sus cabos, los iba entrecruzando y entretejiendo, de dos en dos, de dos en dos…
Analizada la fórmula y expuestas las figuras en sus ámbitos respectivos, el siguiente paso a seguir o los siguientes tres capítulos a reseñar, están dedicados a la presentación del otro escenario, el mundo rural y sus protagonistas (no menos significativos en la novela), y que representa ese otro escenario de Pablo: el mundo del pasado y de su infancia, donde se quedaron sus padres (Carmen y Juan) y su amor de juventud (Laura), encerrados entre cuatro paredes, con la esperanza sólo de que Pablo regrese un día.Los padres –y es aquí donde la trama de este relato adquiere mayor dramatismo y angustia–, van sufriendo ese desengaño de la vida, viendo cómo Pablo abandona su hacienda en el pueblo y corta con todas las ligaduras y tradiciones que lo ataban a los suyos y a sus antepasados; en un pueblo que había visto nacer a toda su estirpe, y a quienes casualmente les había sorprendido la misma muerte de golpe, en el campo o en su casa; en una casa donde hay un pozo y una higuera que ha dado la sombra y cobijado bajo sus ramas a toda su progenie.
Registro narrativo
En el apartado técnico, se puede apreciar también en esta novela el diferente registro narrativo que se utiliza en función de los personajes y que sirve para acentuar las diferencias entre ellos. Así, la escritura en los capítulos de Pablo, narrados a veces en primera persona, es más narrativa y reflexiva. Mientras que en los capítulos de Alberto, siempre narrados en tercera persona, viene a ser más dialogada y circunstancial… Los Puentes Rotos viene a novelarnos, en definitiva, las extrañas relaciones de unos personajes desarraigados y solitarios, que cortaron sus vínculos con el ámbito rural de sus orígenes y de sus antepasados, en ese éxodo hacia el mundo moderno de las grandes ciudades; personajes fracasados e insatisfechos, descontentos e inadaptados en una sociedad que ha experimentado ciertos cambios en los últimos tiempos, tanto en el medio rural, como en el medio urbano. Unos seres que prescindieron de su comunicación con el pasado y que en el presente no se encuentran realizados: “Supervivientes” y “héroes de qué historia sin historia”, que son semejantes a esos puentes rotos, aislados y sin comunicación por ninguna de sus orillas.
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Los puentes rotos
Pedro A. González Moreno
Calamur Narrativa. Madrid. 2007
18 euros