Carta
pública a María Luisa Mora Alameda
Por
Los frutos siderales
Una
isla es lo más parecido a un universo. Una isla puede contener todas las
emociones erizadas. En una isla cabe una mujer y un hombre que se buscan. Y la
ocupan plenamente. Una isla son ellos: el amor y sus cuerpos. Leer tu libro Los
frutos siderales (que Torremozas, a donde vuelves, ha editado con justeza) es llegar en barca hasta una de sus playas, la de más doradas
arenas. Y saber del milagro. Pienso que los poemas con que arquitectas el libro te arañaban, te pedían con urgencia salir al aire, construirse su propia
casa. Se negaban a habitar habitaciones prestadas. En ellos respiran pájaros y
deseo, cuencos y terremotos, cúspides y avaricias. Hay una mujer desnuda que espera.
Hay una mujer desnuda que cuenta. Hay una poeta en excitación. Si algo fresco
cunde por los escaparates poéticos del siglo es la desinhibición de la mujer
para contarse en las apetencias del pubis, en las venas poderosas, en la
manta tibia de las caderas. Tu libro, que has tenido a bien hacerme llegar,
es un cántico, un salmo continuado al goce de amar en cuerpos y alma. Para eso
existe la noche –la noche es de los amantes–, para eso existen las islas de a dos. Tu libro es grafiti. Tu libro es publicar la fiesta de los sexos. Decir que es bella, que es la
culminación de todas las expectativas, la llama que convierte la ceniza en
leña, la cotidiana sed, la hierba húmeda. Has querido dividir el libro en tres etapas, en tres fogaces maneras. La del descubrimiento y
el éxtasis, la de la madurez frutal y dilatada, la que resiste y no se deja vencer. Y en
todas tres, el deseo del cuerpo amado explosiona hasta romper metáforas y
comparaciones, hasta verterse y hacer jugo del poema. Has escrito en ocasiones de la vida con
pasión, has escrito de penas, de la infancia, de la muerte más fiera, la que vino
desde abajo, era preciso abrir ahora la espita de la celebración, enarbolar la
bandera del goce como plenitud que sana y limpia de impurezas. Las ingles, los
sueños anchos que penetran, la pulpa de los dedos tibios, los
desasosiegos de la ausencia, los caminos del pulso compañero, los vientos raros que detuvieron las pasiones, el ardor y el temor, el juego nunca igual
de las caricias y las nucas. Todo en Los frutos siderales es vegetación que nos aroma Todo en esta isla que te habita, y a la que dejas hablar con palabra pausada y cálida, es licor que llena los arroyos, licor que embriaga. No es posible leerte sin saber de
tu libertad, sin saber de tu valentía, sin saber de tu pulso mantenido, mirada
frente a mirada, con la poesía, con el amor. No cejes, María Luisa, en tanto empeño. La realidad, la felicidad
que a veces en ella se refugia, sólo pueden ser contadas desde la emoción del poema,
desde el pecho en flor de una poeta como tú. Quiero decirte que tu libro ha
sido una sorpresa. Y su lectura un campo de almendros en mitad de los secanos,
un aldabón que reparte sus sonidos por todas las etapas de la vida. Bien sabemos
de la necesidad de amar y ser amado, algo que en nada encuentra tanta verdad
como en el instante de dos cuerpos tan hondamente unidos que solamente quepa
entre ellos el filo de un poema.
Y tú lo escribes. En y desde tu isla______________________
Amapolas rusticas
Penetra
dentro de mí.
Camina
con mi cuerpo
igual
como lo hacías
con
ese fuego abrasador de esponja
que
templa al mismo tiempo la cabeza.
Y
llora de alegría entre mis brazos.
Yérguete
sobre esta enorme cama
en
la que se refugia
la
soledad de nuestros cuerpos.
Que
fue dura
lo
sé
la primavera,
el
extraño teatro de esta vida
en
la que el mundo suele
delatarse
claramente ante su pena.
Porque
no está perdida
para
siempre
la
esperanza.
No
se acaba tampoco nuestra pasión.
En
nuestros campos crecen
las
amapolas rústicas.
Y
en la cóncava plenitud de nuestras venas
vibra
la radiante campana del amor eterno.
Todo
puede
volver a ser incendio caudaloso,
río
de lava infinita que desciende
hasta
mi pubis.
Todo
puede
volver a ser tan hermoso
como
entonces,
antes
de
que llegara el mes de julio
y
su tristeza.
______________________
El camino de tus piernas
Paladeo
la pulpa de tu pecho núbil.
Desciendo
por el camino de tus piernas.
Vago
en pos de ese delirio en el que suelen
navegar
tus pupilas,
incendiando
aún
más la luz del norte,
el
fuego fatuo
que
desconoce aún el origen
exacto
de su esplendor.
Tengo
en mi vientre un poco de tu vientre
y
siento una especie de rayo caudaloso
en
el interior de mi garganta,
que
me impulsa a pronunciar
frases
auténticas,
olvidarme
de batallas grises
y
penetrar contigo en un planeta hermoso
en
el que la pasión es más inmensa que la luna.
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