lunes, 28 de diciembre de 2020

Carta pública a y dos poemas de Manuel Cortijo




  Querido Manuel Cortijo: quien escribe ama aquello que nombra, no otra cosa es el secreto de la hacienda poética. No sé si explícita o implícitamente me lo dijiste muchas veces en aquellos albores, cuando yo nacía y vosotros ejercíais. He terminado de leer de nuevo tu Cuando quiera la noche, cuarto de tus libros entregados, y bastaría detenerse en las palabras, sólo en las palabras usadas, para conocer tus afectos poéticos, tus tensiones, tus fronteras. Dices en él que perteneces a la noche, pero yo te advierto que tan sólo porque vienes del camino de la luz, porque has andado los decididos senderos del canto, los abismos de la voz; porque has descerrajado los poemas y amado a los poetas. Tu vicio es la armonía del lenguaje, tu opción la arquitectura del poema. Si en libros anteriores has levantado edificios para albergar infancias, amor, paisaje cielos, en este atreves tu decir a convocar sin congojas ni temor la noche que nos ronda. A suponer en ella, a rastrear en ella las últimas y mínimas claridades. Claridad, palabra tan querida, tan atada. Hablas de la noche y con la noche para disputarle la luz que nos roba, consciente de lo imposible, pero el poeta que eres todavía conserva entre las manos la ceniza de lo ardido, como dices en el poema. Hay un destino en lo oscuro que el hombre acepta y el poeta rechaza y desde esa dialéctica se levanta Cuando quiera la noche, libro que has tenido la voluntad de editar en una editorial joven y cercana, y getafense: Luceat, colección “Isla de Delos”. Dijo Vicente Núñez que solo puede averiguarse lo que está escrito, y en ello reside tu decisión. Has dedicado tantos de tus poemas a pregonar la luz, el canto en los aires, el resplandor de la palabra, que te era preciso este internarse en la noche convocada. Ni la sombra ni la oscuridad aparecen en ella como símbolos de acabamiento, sino de territorio a explorar, porque –y son tus versos– De nada sirve el agua si en la noche no hay cimientos de sed. Desde el peso del ayer hasta el mañana presentido, jamás renunciaremos a buscarnos. Y la noche nos permite, te permite, la intimidad de recorrerla sola, de recorrernos solos. Es tanta la quietud de su idioma, tanto su anonimato, que no es preciso huir de los otros ni de nosotros. Quiero que sepas que admiro de ti la capacidad para elaborar poemas sin páramos, poemas que no alejan de su discurso al lector, poemas sin descuidos formales, poemas de selectísima cadencia. Recuerdo tu lectura en Santa Cruz de Mudela y la exactitud emocionada de tu decir. Tal vez el momento en que más asocié tu persona con tu obra. El silencio habla en ti a su pesar. Escribes ahora de esa costumbre tuya de perseguir lo que se aleja y me parece que ese es el secreto de la buena poesía, esa ambigüedad de las certezas, ese tacto sutil de ciego con que calibrar las emociones. Quiero decirte que en esa avaricia está escrito tu libro. En ese convencimiento. Por eso te escribo.


Has hecho muy bien en dejar que te hable la noche, que te hable durante cuarenta noches, durante otros tantos poemas. La noche, esa vieja hoja del mundo.

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Confirmación
 
Pertenezco a la noche, me recojo
en ella para oírme
respirar y quedarme
en el canto triunfal de tantas noches
que ya fueron en mí, por mí una sola
pronunciación de un todo que confirma
que no podré ser yo sin otra luz y guía.
 
Pertenezco a la noche, ahora lo sé,
a la noche de Juan en noche oscura,
la que se va y que vuelve
con ansias de amores, inflamada,
la que viaja no sabe
a qué silencios,
a qué hondos miradores de lo oscuro.
 
La tengo en su lugar, donde me quedo
a oírla en piedra o lágrima,
oírla como puede
sonar como si fuera campo solo,
música sola sosteniendo el aire
que da a la noche el sueño y la inmovilidad.
 
Pertenezco a la noche que va en mí
allí donde yo voy,
allí donde me oigo y soy en todas
las palabras de Juan en noche oscura.
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Ofrenda


Para encender la noche
–lo mismo que un poema– no hace falta
sino que llegue a tiempo una emoción,
una emoción que tenga lo que debe
tener, si está queriendo temblar en el poema,
si el poeta ha buscado un agua limpia,
sabe por dónde va
y viene lo que alumbra.
 
No hace falta más luces que el saber
que la noche se basta por sí misma
para dar en ofrenda a cualquier pecho
el aroma en acción
de las palabras,
y lo dice en apenas un sollozo,
como lágrima suya
que hace más claro el resplandor del llanto.
 
Así la noche puede iluminarnos,
alumbrar las palabras
donde somos.


domingo, 20 de diciembre de 2020

Carta pública a y dos poemas de Jesús Aparicio

 




Querido amigo Jesús,
 cuánto agradezco, y muchos conmigo, que mires y escribas. En este tendedero de vanidades con que habitamos la terraza de la poesía, tu palabra es el pañuelo blanco, la humildad de Asís, lo povero, lo que no grita ni discute su existir ante nadie, lo que no pide perdón porque a nadie ofende, lo que extiende la alegría de ser para los otros. Sé que eres lector frutal del Evangelio, que lo practicas a diario como gesto de amor prolongado. Y que escribes porque escuchas los silencios con que hablan –y los motivos porque callan– las cosas pobres a las que nadie atiende. Como todo en el mundo, las palabras también buscan su acomodo. Y te buscan. Sé que las palabras te acuden en hileras, hormigas laboriosas, y se elevan en voz hasta tu oído, porque te saben cerca de aquello que perdura sin molestar, son palabras que ignoran que el ruido del vivir pretende dividirnos en víctimas y verdugos. Escribo esto porque en tu Lirios, última de tus entregas en Ars Poética, avanzas hacia la quintaesencia de los espíritus depurados. Tu mirada y tu lápiz sanan y salvan. Nos advierten que la poesía puede nacer de manantial sereno y de almas puras. Y lo hace para que lo enfermo, lo desvalido, lo casi nada, el llanto, el barro de los tristes, todo lo que la palabra camilla es capaz de soportar, pueden ser en la palabra y en la vida el fermento de donde nazca la esperanza: tal es la esencia de tu decir, la esencia de tu poesía: para eso vives y escribes. Qué bien haces extendiendo estos poemas-povero, qué bien haces poniéndolos a secar a la vista de todos, qué bien haces. Sé que no buscas otra cosa sino el sosiego de tu corazón y el concilio con otras almas. Quienes te leemos sabemos que, más allá de las justas ambiciones mediáticas o estéticas, la palanca que nos anima a construir un poema debe ser el diálogo, íntimo, justo y tenso, entre el yo que soportamos y la voluntad del mundo. Ser capaz, como tú, de dotarlo de verdad y belleza, añade armonía a lo necesario. Y unas gotas de paz sobre la herida. Cuánto agradezco, y muchos más conmigo, que existas y escribas, Jesús. Cristo, tu luz, refuerce tu fortaleza. Permíteme un breve paseo por tu vocabulario: piedra, espiga, grano, agua, pan, leche, sal, brasa, esperanza, hombre, hojas, lluvia, orilla, ángel, asombro, mendigo, arena… Has reforzado en Lirios tu visión humanista de la Naturaleza añadiendole el compromiso del hombre con los próximos, con los prójimos, como señal auténtica de humanidad. Y lo haces sin olvidar el decidido lazo con el que atas la plenitud del hombre al respeto minucioso de lo creado. En la vida pequeña, en los pequeños gestos, encuentra la inmensidad el poeta que eres.

Poesía franciscana, dirían algunos con razón. Poesía, digo. Lo franciscano habita en tu mirada, que es tu modo de estar.

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Tus ojos
 
El paño con que limpias las tinieblas
despierta a ese sol que llevas dentro.
 
En silencio nombra esa luz
que te hace crecer,
te conduce y recuerda
que tu vida será
lo que te diga el ojo.
 
Vela porque tu ojo
sea sencillo.
 
Espera que tu ojo
sea amable.
 
Trabaja porque tu ojo
toque el ser sin herir.
 
Tu ojo es esa lámpara
que dará forma al mundo
en el que se asienta
tu mirada.
 
La manera en que ves
ilumina ese pozo
en el que bebes.

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La camilla
 
Portada por los brazos y los hombros
de hombres que no miran
ni color ni certeza de tus huéspedes,
cirineos que ofrecen
tiempo y sudor al desvalido.
 
Conducida por sendas empedradas
de miedo, oscuridad y desesperación,
acoges al herido
del constante tropiezo que es vivir,
soportas como un ángel
el alarido del enfermo
pide para
sí la atención de los cielos,
la salida de todos sus infiernos,
y acompañas el llanto
del que ha olvidado
el asombro diario
que ayer les regalaba la esperanza.
 
¡Bendita seas!,
por la paciencia con la que has cargado
el barro de los tristes.
¡Gloria a ti!,
nada te rompe y cansa
y en tu tela reposa
todo el dolor del mundo.
 

viernes, 18 de diciembre de 2020

En 100 palabras / 10 / Los reseñistas



      Reseñar es dar cuenta de un libro, subrayar estilemas, gracias. Cuenta Álvaro Valverde que se descubrió reseñista de oficio cuando alguien le escribió: Puesto que te dedicas a las reseñas, te enviaré mi libro, pero sólo si prometes comentarlo. Y que se removió incómodo. Con distinta frecuencia, libertad y/o sabiduría, en muchos blogs se practica. Valverde, Morante, Domínguez, Blesa, Alcorta, Martín… Algunos las reproducen luego en diarios de papel. La amistad o el interés sano suelen ser sus motores. Ahora las preguntas: ¿Es reseñar melancólica o alegre ocupación? ¿Aceptaría ser llamado reseñista? ¿Y solapista? ¿Y prologuista? ¿Preferiría critico como eufemismo?

lunes, 14 de diciembre de 2020

Un poema: Nocturno en el refugio





El corazón del hombre
observa el fuego
 
llevan horas moviéndose
su mirar y su sangre con las mismas
intenciones secretas,
con el mismo compás
que se mueven las llamas
 
el corazón del hombre
 
como las llamas gime,
vibra,
busca,
gastándose, hacia arriba,
respuesta a la erosión,
respuesta al pánico
 
aún no acepta
que todos sus afanes,
los latidos,
los deseos que viven en el ápice,
en los dedos de cada llamarada,
se resuelvan en humo.
 

                         (De Paisaje en tercera persona)

viernes, 11 de diciembre de 2020

De Miguel Ángel Yusta, "La copla. Emoción y poema"

 


      Cuatro octosílabos, asonantes los pares. No hay más. Pero dentro cabe el mundo. Todo el amor, toda la ausencia. Hechos para la voz alta, para la íntima, para ser cantados o dichos al oído. Hasta que el pueblo las canta/ las coplas coplas no son. Hijas del pueblo, el poeta que las quiera debe bajar a beber del río del pueblo, del viento y las gentes que pisan las calles, trabajan, aman y desaman. Demos gracias a Ferrán, a Fernán Caballero, a Demófilo y a tantos otros que en el XIX levantaron una casa para ella en donde tantos se cobijaron. Besando la carretera/ hay una ventita blanca/ y una mocita que cose/ a la sombra de una parra, escribirá después Villalón. La copla, ese milagro, ese vibro del aire, esa cuarteta emocionada a la que un poeta de raíz, un amigo, ha consagrado tiempo y afectos. Hablo de Miguel Ángel Yusta, aragonés de pro, que lleva décadas manteniendo en el Heraldo de Aragón una sección semanal dedicada a la copla.  Propias y ajenas, buscadas y rogadas, actuales e históricas. Y comentadas con una sabiduría que ha hecho sazón y escuela.

    La copla, base de la jota y de tantos otros cantares, ha recibido de Miguel Ángel Yusta una atención, un tiempo, una constancia y un estudio que nos redime a todos. Somos los españoles muy dados a no valorar lo nuestro, a dar por bueno lo ajeno y mirar con menosprecio lo que nos brota de forma natural y corre libre. Si nos parásemos a la pregunta ¿cuántas sentencias, haikus, aforismo, quejas, lamentos, loas, alegrías caben en la copla?, qué fácil sería responder, y a coro:  todas. Editado a dúo por Lastura y Juglar, el libro La copla. Emoción y poema, que así se titula, tendrá el temblor de un estreno de lujo en el atrio del Teatro Principal de Zaragoza, donde junto al estudioso Javier Barreiro, actuarán Nacho del Río y Beatriz Bernard, intérpretes de jotas, a más, claro está, del autor, que con paciencia y hambre ha esperado este momento. Será el próximo miércoles 16 de diciembre (19 horas). Con mascarilla, sí, distanciados, sí, pero sabiendo quienes somos.

    El libro concita y concilia, principio y final, los textos de Susana Diez de la Cortina y de Javier Barreiro, dos estudiosos del tema, además de un prólogo de Juan Domínguez Lasierra. Pero halla su enjundia en las dos jambas que abren la puerta de ese portal de los sentimientos donde se aloja la copla. La primera está compuesta por coplas extraídas de la mejor tradición de la lengua castellana (Lope, Quevedo, Cernuda…) seguidas de poetas actuales contagiados de su hacer. La segunda, por las 130 coplas seleccionadas de tantas como ha fabricado y publicado su autor, Miguel Ángel Yusta, y que le han dado justa fama, haciendo de él un autor solicitado. No es esta la primera publicación que le nace, la anterior (en Olifante) lleva ediciones y ediciones. La copla siempre, ese cantar que va buscando gargantas, que el aire propaga y aleja hasta dejar en glorioso anonimato el nombre de quien lo levantó. Algo que ya comienza a pasar con nuestro autor. Un aviso de que va para clásico. Conviene disfrutarlo ahora, que todavía es mortal.

Os dejo con algunas de las que componen el libro:


El día que tú naciste
no quiso salir el sol
porque al mirarte se dijo:
No podemos lucir dos.        
  

Mi pena es grande y profunda,
mi alegría yerma y seca,
nunca derramo mi canto
que soy tierra aragonesa.
  

Por la calle donde vives
paseo siempre en silencio
porque cerca de tu casa
musita tu nombre el viento.
  

Me arrebatas por las noches,
te enfadas por las mañanas,
a mediodía me riñes…
qué complicada eres, maña.

viernes, 4 de diciembre de 2020

En 100 palabras / 8 / Margarit a Marisa

 





Por eso –respondió Margarit a la argentina Marisa M. Pérsico, reciente antologadora– un poeta debe leer poco el diccionario, debe llevar, ya, dentro, el suyo propio. Contestaba así a su pregunta de si era más certero emplear en un poema duermevela o entresueño. Estoy con el catalán. Las palabras del poeta, sobre todo las hastiales, deben ofrecerse a nuevos y múltiples significados. Deben permitirle caminar por senderos más allá de los que dibujan el lápiz del diccionario. No se trata de escogerlas cotidianas o exquisitas, se trata de que, al igual que las mujeres de Girondo, puedan y sepan volar.

martes, 1 de diciembre de 2020

Carta pública a y dos poemas de Isabel Fernández Bernaldo de Quirós



      Querida Isabel, tengo de nuevo entre las manos tu quinto libro, El aire que rompe la niebla, publicado como los anteriores en esa casa abierta que es Vitruvio, con ese negro de cubierta amparador de tantas ilusiones. Y es sorprendente que una vocación poética tan tardía haya dado en ti frutos tan deleitosos. No sé si mientras ejercías tu magisterio en la Complutense ya escribías o si el impulso ha sido más cercano, cuando el dolor del tiempo se te hizo albor. Admiro tu vocación decidida, yo diría que sanadora, con la cual te transparentas. Escribes para dejar testimonio de ti, y ese -conviene saberlo- es un hilo madeja que te atrapa y nos atrapa. Y ese es tu viento, capaz de aventar las nieblas, capaz de despejar caminos y aventuras. Me ha sorprendido cómo el cuido minucioso de las formas con que te manejas no supone velo alguno en el discurso, todo discurre diáfano, potente, cierto en tus poemas. En este El aire que rompe la niebla has querido que los cinco capítulos que lo componen carezcan de titular y vengan abiertos por las citas, tú sabrás. Del primero te señalaría la potencia de tu confesión amorosa y la decisión de mantenerla aún y cuando el otoño siga perforando los cuerpos; del segundo, el tono elegíaco de una infancia fugaz, mas cobijo resistente, y de una adolescencia encajonada entre los valles negroverdes de tu Mieres natal, ignotos todavía de la ventura vital que seguiría; del tercero, el más amplio y denso, esa introspección, que pienso configura la base de tu hacer, ese horadar en la piel, ese deseo de entender y entenderse que es la raíz de la poesía, ese sentarse en la encrucijada de caminos y otear que es siempre la vida. A los poemas en los que dominan palabras como pesadumbre, desconcierto, miedo, invierno, niebla, se oponen lenta, pero sostenidamente, otros que se alzan sobre abrazos, ternura, dignidad, resistencia, viento. Una tensión entre contarios que tal vez se alojó en ti en una hora crucial, en unos momentos en los cuales has sido sometida a prueba y en donde la escritura fue siempre tu aliada. Tensión dialéctica en que la síntesis aparece en tu pacto sellado e irrenuncaiable con el tiempo y la palabra (Palabra en el tiempo, recordamos a Machado) para posibilitar el sendero, para lograr que, a la tarde de la jornada que andamos, la niebla deje paso a la esperanza. Y es en los dos apartados finales en donde abres tus ventanas al mundo de los otros: al de los abandonados en una, al de los amigos y sus paisajes en la otra. Bien sabes que un corazón no puede latir solo.


Quiero decirte que sé, por nuestras conversaciones, cuánto te salva la poesía. Y como es cimiento de tu voluntad. No la dejes. La necesitas, te necesita.


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Suponen que duerme
 
Un poncho de lana virgen
cubre sus hombros
y el dolor entumecido de sus días.
Por el gran ventanal
que mira a la balconada,
se cuela un sol tímido
que funde el hielo de su cuerpo.
 
Unos folios confundidos,
una vieja estilográfica
y una lupa de mano
esperan inquietos sobre la mesa.
 
Demasiado tiempo dormido.
 
Un surco en el disco de vinilo
interrumpe la Misa Brevis de Mozart.
 
Tu vida atrapada en la espiral
de un Kyrie eterno, padre.
 
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La razón de mi desorden
 
Aquí,
al otro lado del orden de las cosas,
me sorprende el desorden de mi llanto
cuando escucho el sonido medio roto del reloj
que precede al último minuto de la noche.
 
Y es que la noche tiene las manos frías.
Y es que a mí me duelen las manos frías de la noche.