domingo, 29 de noviembre de 2020

Consejo de Redacción de diciembre: Más Brines




        Acudimos al Consejo de Redacción con una foto en la mano, la de Brines elegante recibiendo sobre el ajedrezado la caricia de la luz, una casi tabla flamenca. Acudimos contentos para acrecentar esa inmensa ola que se ha levantado en los estadios de la opinión publicada y poética. Habla el jefe: Dicen que está flojito de cuerpo, mas pocos premios Cervantes con tanto aplauso alegre  y tanta unanimidad, aunque hayan obviado la costumbre de atravesar el Atlántico en años alternos; creo que pos si acaso. Para mí,, y de entre tantas, la glosa de Rodríguez Marcos en El País subrayando su poesía de síntesis, jamás ecléctica, es de las que han interesado; sostiene en ella que Brines concilia, por supuesto sin pretenderlo, las tensiones entre comunicación y pensamiento que tanto preocuparon a los de su generación, o la más reciente de la experiencia contra el silencio, que le sucedió. La de Francisco Brines es un ejemplo de cómo la poesía cierta arrasa con las forzadas o estériles taxonomías. La redacción asentía y agitaba las fotos a manera de coro, nadie quería quedarse atrás. Ni siquiera la becaria, cuya memoria lo sitúa en Valdepeñas, acompañado por su fiel banderillero Carlos Marzal: Recuerdo que leyó uno de sus poemas franquicia, Oscureciendo el bosque, porque dijo que le había conmovido recibir una carta de un enfermo abocado a la muerte que le decía cómo ese poema le había confortado. El más antiguo de los redactores esconde su colmillo y se aplica al elogio: Miren, cuando yo comenzada en esto Brines asombró con su Adonais, con Las brasas, y desde entonces ha sabido jugar su voz y su tiempo como pocos, además digo que ese presentimiento de la muerte, tan querido por los poetas hispanos, suena en él distinto, suena a acabamiento en hermosura y necesario, sin hallar jamás contradicción con el buscado goce de vida. El novato, el redactor que no ha visto publicar obra nueva de citado, señala cómo es bueno saber callar a tiempo y no querer alargar lo que de suyo no puede dilatarse, y advierte en voz alta: Parece que el saber callar, el saber estar, realza la persona y la obra, difumina los detalles inhóspitos, lima lo contingente, disimula los defectos y hace aparecer el todo con la firmeza y la hondura que suelen tener los poemas con capacidad para atravesar el tiempo. Apenas quería el Jefe añadir nada a un Consejo de Redacción por fin plácido y en cierta armonía, pero incapaz de no cerrar con su palabra: A veces pienso que la generación del 50 ha dejado en la poesía española más semilla, más reguero, más poso que la del 27; sus modos, temas y actitudes han calado y perdurado hasta tal punto en los lectores que son el suelo abonado desde donde sigue creciendo la poesía española, aunque muchos de sus cultivadores no lo sepan o quieran olvidarlo. Entonces la becaria: Permítame, jefe, que terminemos con los últimos versos del poema que nombré. Y lee sin esperar licencia: …cercado de tinieblas, yo he tocado mi cuerpoy era apenas rescoldo de calor, / también casi ceniza,/ y sentido después que mi figura se borraba./ Mirad con cuanto gozo os digo/ que es hermoso vivir.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

En Getafe: Los poetas de la Venida

Manolo Romero y al fondo
Cristóbal L. de la Manzanara
 



       Fue en Getafe. Tuvo de fiesta lo que el ambiente permite. Poco. Pero hubo alegría, hubo savia, hubo saberse. Lo vi en las caras de Antonio Huerga y Charo Fierro, editores no quejosamente dolidos por la situación –ocho  meses ya–, y sí felices por un libro como este que surge de la generosidad fraterna, vivencial, bebencial, del poeta y boticario Cristóbal López de la Manzanara, más maese que nunca. Digamos que es una entrega heterodoxa, un libro colectivo de poetas madridsureños bajo el título Los poetas de la Venida, que vive su aventura en la prestigiosa colección Signos. Participaron con lectura de algún poema diez de los 14 del índice. Abundan en la relación los manchegos, con alguna inclusión de castellanos del norte, gentes del fuerojuzgo.

José Luis Morales
 

         Espléndidamente editado, cada autor ofrece cinco poemas anteriores y cinco de su trabajo reciente. Vario, abierto, desigual, extraño, atrevido y tan necesario / innecesario como cualquiera otro. Nacido a los asfaltos con la misma voluntad que nacen las flores: sin intento ninguno de crear tendencia y/o selección, sino de ser degustado. El acto fue el martes 24 y en la tarde, ante y con setenta personas –distanciadas, tapabocadas– de las que normalmente disfrutan poesía y abrazos en esta aldea gala que fue sede de Cuadernos del Matemático. Los nombres de los poetas invitados que ocupan el libro son: Ezequías Blanco, Francisco Caro, Juan Pedro Carrasco García, Manuel Cortijo, Isabel Flors Aparicio, Miguel Galanes, Federico Gallego Ripoll, Pedro A. González Moreno, Cristóbal López de la Manzanara, José Luis Morales, Matías -Muñoz, Davina Pazos, Manolo Romero y Teo Serna.

Huerga y Fierro. 330 pgs. 20 euros.

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Avispero insurrecto


Contigo, cada vez, es aprenderme,
conocer el camino de mis ansias
que lleva al palpitante acantilado
en que renaces,
y mueres como un hombre en pie de guerra.

Contigo la derrota y la conquista,
solsticios de gemidos que en la cumbre
remontan hasta fuego y cataclismo.

Tormenta de verano en la extensión
entera de tus besos,
latido seminal de la alborada,
calor de ahogarse mucho en tu marea.

Avispero insurrecto que te crece,
a derramarse en mí, para vestirme
tan solo de sudor y de agonía.

 

             Davina Pazos (Inédito)
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La maestra


En memoria de Casilda y de los miles de maestros y maestras de las escuelas de la República asesinados por serlos y que aún permanecen desparecidos.

 
Mamá, mamá. 
¿Dónde estará mi madre, la maestra?
Llora la anciana huérfana.
Aquel jabón de olor sobre la ropa,
                                         un retrato,
de la mano, las dos, junto a la escuela.
Mamá, mamá, ¿por qué te empujan?
Son todos sus recuerdos…
                                        y el miedo desde entonces.
¿Dónde estará mi madre?
Ochenta años pesa
                                        la losa del silencio.
¿Dónde estará mi madre?
Alguien dice que más allá del río,
en un hoyo, camino del hayedo:
el abrigo del bosque también se lo negaron.
                                       Allí la buscarán,
a mi madre, la maestra del pueblo.
Mamá, mamá.
                                       Hoy es el día.
Medio metro de tierra, pies abajo,
son quinientos milímetros de sombra.
                                      Mi madre, mi madre.
Apenas cien paladas, cuidadosas,
para alcanzar la luz el primer hueso:
                                      fémur de mujer,
cuarenta y seis centímetros y medio.
Allí alumbran su tibia, su cadera,
un pie completo dentro del zapato,
sus dos manos atadas con alambre.
Hay girones de ropa y un anillo.
                                      Mi madre, mi madre.
Mamá no volveremos a estar solas.
 
                   Matías Muñoz (De Un temblor compartido)
 

sábado, 21 de noviembre de 2020

Un poema: Los clavos
















Llevo días quemando
la casa de mi abuelo,
sus maderas
 
las que elegí, las que hice mías,
las que guardé con cuido
desde el marzo dolor de aquel derrumbe,
cuando cedieron
las tapias ocres y quedó
a la intemperie el antes, mi memoria,
y ellas libres de oficio.
 
Nunca las quise leña,
en su quietud sumisas,
tras décadas guardadas por mi orgullo,
el ocio estéril y el afán
de la lábil carcoma las llenaron de heridas,
fue entonces cuando enfermas me pidieron
el fin de tal custodia, que cediera,
que al venir de los fríos las juntara
por el ansia del fuego con el ansia del mundo.
 
Llevo días en ello,
por turnos alimentan
mi hogar con sus severas cicatrices
las encorvadas ripias de madroño,
los tirantes de pino y su ajada prestancia,
los serios contrafuertes,
la altivez de las cerchas…
y en esta tarde fría,
mientras escribo,
mientras dejo del hecho testimonio,
humilde y lento cumple
el bondadoso fresno que ejerciera de umbral.
 
Arden sin prisa, sin angustias, oigo
hervir sus savias densas, deshacerse mi tiempo
y el suyo doblemente retenido
desde aquel mil
ochocientos sesenta que una mano grabara
–para que yo supiese–
sobre el haz descubierto de una viga.
 
Miro en sosiego
su manso crepitar, las rubias ascuas,
la despaciosa luz de nuestras dos historias;
el aire huele tibio, hay pavesas
que preguntan al borde del papel,
escribo lumbre y las palabras
acuden ya vencidas:
orígenes, edad, juego, desvanes,
José y Emilia.
 
Después, cuando la luz se hunde,
converso con lo gris,
con cuanto queda;
de las cenizas salvo parvamente
la ruda clavazón que las tramaba,
cómplices
hierros de forja,
dobladas furias, óxidos donde hallan
los recuerdos el último cobijo
 
tal vez porque me salven
de la claudicación, porque no quede
mi conciencia sin rastro de lo que ya es desierto.


(De Aquí. Próxima publicación) 

 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

En 100 palabras / 7 / Sobre los poemas confesionales

 







          Dice José Luis García Martín que el dolor personal puede hacerse poesía, confidencia susurrada, pero no convertirse en espectáculo. Recuerda que Ángel González decía que era incapaz de leer en voz alta sus poemas más íntimos. Que a él le pasa igual. También que solamente con sugerir su dolor sobre el papel, al alcance solo de un puñado de confidenciales lectores, se siente como el mendigo que muestra sus llagas para obtener más limosnas. O como quien convierte en oficio exhibir su monstruosidad –vean al hombre elefante– de feria en feria, o de libro en libro. ¿Le comprendes? ¿Lleva razón?

viernes, 13 de noviembre de 2020

10 de América / 2 / Julia de Burgos

 





       Murió sin nombre en un hospital de Nueva York. Depresiva y alcohólica fue recogida de la calle por la policía. Había llegado de su Puerto Rico natal con 25 años. Divorciada, fue luego amante del cubano Juan Isidro Jimenes. Tras el nuevo fracaso, casó de nuevo y obtuvo una nueva soledad como premio. Mayor de trece hermanos, vio morir a seis, maestra, rechazada por la bien pensante secta cultural nacionalista, fuerse por feminista, fuese por su origen (de rastros africanos). Y poeta.

Su carácter libertario y decidido hizo insoportable su estancia en la Isla, donde siempre defendió su identidad hispana frente al coloso protector. Y a los pobres. Con 24 años publicó su primer libro donde ya figura su poema Río grande de Loiza, que la identifica. En 1938 publicó Poema en 20 surcos. Pero fue con su segunda entrega Canción de la verdad sencilla cuando recibió reconocimiento, aunque para entonces ya estaba en NY, de donde no regresaría. Siguió escribiendo a ráfagas, como vivía. Su obra fue recogida con posterioridad y elevada a emblema de muchas realidades actuales. Tal vez se dejó morir, 1953, tal vez la vida a veces.

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A JULIA DE BURGOS

Ya las gentes murmuran que yo soy tu enemiga
porque dicen que en verso doy al mundo mi yo.
Mienten, Julia de Burgos. Mienten, Julia de Burgos.
La que se alza en mis versos no es tu voz: es mi voz
porque tú eres ropaje y la esencia soy yo; y el más
profundo abismo se tiende entre las dos.
Tú eres fría muñeca de mentira social,
y yo, viril destello de la humana verdad.
Tú, miel de cortesana hipocresías; yo no;
que en todos mis poemas desnudo el corazón.
Tú eres como tu mundo, egoísta;
yo no; que en todo me lo juego a ser lo que soy yo.
Tú eres sólo la grave señora señorona; yo no,
yo soy la vida, la fuerza, la mujer.
Tú eres de tu marido, de tu amo; yo no;
yo de nadie, o de todos, porque a todos, a
todos en mi limpio sentir y en mi pensar me doy.
Tú te rizas el pelo y te pintas; yo no;
a mí me riza el viento, a mí me pinta el sol.
Tú eres dama casera, resignada, sumisa,
atada a los prejuicios de los hombres; yo no;
que yo soy Rocinante corriendo desbocado
olfateando horizontes de justicia de Dios.
Tú en ti misma no mandas;
a ti todos te mandan; en ti mandan tu esposo, tus
padres, tus parientes, el cura, el modista,
el teatro, el casino, el auto,
las alhajas, el banquete, el champán, el cielo
y el infierno, y el qué dirán social.
En mí no, que en mí manda mi solo corazón,
mi solo pensamiento; quien manda en mí soy yo.
Tú, flor de aristocracia; y yo, la flor del pueblo.
Tú en ti lo tienes todo y a todos se
lo debes, mientras que yo, mi nada a nadie se la debo.
Tú, clavada al estático dividendo ancestral,
y yo, un uno en la cifra del divisor
social somos el duelo a muerte que se acerca fatal.
Cuando las multitudes corran alborotadas
dejando atrás cenizas de injusticias
quemadas, y cuando con la tea de las siete virtudes,
tras los siete pecados, corran las multitudes,
contra ti, y contra todo lo injusto
y lo inhumano, yo iré en medio de ellas

con la tea en la mano.

 

lunes, 9 de noviembre de 2020

Un poema: Patio en Noviembre



Para Antonio Parrón

Tras saber por el cesto
de mimbre que las nueces han sido recogidas  
y que las han dorado
con dulzuras el sol y el fin de octubre,
busca el patio ser otro, se aletarga,
se acuna en sí cansado y tímido,
hace ajuar su conciencia,
quiere un tiempo sin dueño
 
las otoñales manos
y celos que lo cuidan contemplan su mudanza,
observan cómo
teme al frío la fiel salamanquesa,
y cómo las begonias
recuerdan el techado que les sirve de abrigo,
la parra vieja luce
su caldero color de cobre seco 
 

campan
sin temores las hojas, entre verdes
van creciendo los rojos del evónimo,
la luz busca los ángulos,
los blancos turbios, desvaídos; una
mujer y un hombre se retiran,
es noviembre, sospechan
que el patio necesita sólo sueño.


viernes, 6 de noviembre de 2020

En 100 palabras / 6 / Un premio genuino








       En donde sugieren que si no renuevas estéticamente, no envíes, y si tu propuesta no atesora inequívoca calidad, no participes. Las razones del jurado para dejar desierto el Juan Rejano así lo explicitan. Es su horizonte, lo dicen las bases. Para qué un premio que no aporte riesgo, aventura decidida; para qué un premio a lo consuetudinario, para qué un premio porque sí, sin rigor. Recordar las alturas y cinturas necesarias es no engañar a nadie. Dicen también –bases y jurado– que debe ser igual o mejor que el primer ganador: Los lagos de Norteamérica de JD Espejo. Mídanse. Aprendan.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Carta pública a y dos poemas de RAÚL NIETO DE LA TORRE

 



      Querido Raúl, poeta, tu cuaderno sin leyenda en portada agranda la sorpresa. Dentro tú y tu nueva densidad. Por él sé que has ido apartando las cosas que estorban a manotazos leves, para saber tras ellas, para aventar lo que pretenden ocultarnos. Y lo cuentas. Con esa decisión, con ese temblor en rama, está escrito El retrato del uranio. Con la intensa ingravidez de atender a lo que tan escamente se insinúa, pero tanto nos importa: el murmullo del mundo. Es el tuyo un libro compuesto de provocaciones y sujetos alejadas/os en el tiempo. Distintas y concertados. El poeta que eres, el poeta incisivo que eres, se interna en el fragor de los desvelamientos, en un yo de mazos golpeadores; en la madera que en círculos concéntricos engendra la memoria, y se alza en árbol, y es sigilo y vigilia. El poeta que pretendes se refugia en los berbiquíes dialécticos de escribir lo inestable, lo inaprensible, lo sospechoso; en un tú que no se resigna a retirase y te reta. Diluyes demasiada poesía, sal de Urano, en tus poemas –esas oposiciones en aposición-­, y sé que callas todavía urgencias. También sé que en lentitud pautada, pero irrenunciable, nos seguirá llegando tu voz leopardo ya en vuelo abierto, que acamparán los veranos de tu voz en nuestras playas: te oí anunciar que Cuadernos de la Errantía, promotor de tu libro, es un proyecto de ilusión presente y de ambición futuro futura Y tú, ya nacido y lavado para lo tuyo y para todos, eres boca que no cabes en tu boca, por decirlo con tus palabras. Yo digo que este título que encripta tu nombre encierra el punto más alto de tu hacer. La poesía es en él un acto de lenguaje reclinado, un decir puesto al servicio de la mirada, de la interrogación, de lo errante sin respuestas, porque la poesía en tus manos es un titubeo por los alrededores de un abismo, un saber inmoral, por libre, que no atiene a malicias ni a ingenuidades. Y digo item más que, sin caminos pactados, en tus poemas se interna la alegría del azar, lo afrodisiaco del tanteo, las sugerencias que alumbran o equivocan. Digo a tus lectores que El retrato del uranio debe ser leído desde la desposesión, desde la luz abierta. Leído lentamente, buscado como brisa. Hay en él un ansia incontenida de poblar tras ser poblado. Y se derrama. 

Sé que no está en librerías, que debe ser solicitado a cuadernosdelaerrantia@gmail.com.


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38

Los gorriones se mueren cada día
de un giro inesperado.
A veces uno pasa junto a mí
y entonces soy tu casa,
donde no morirá mientras lo miro.
No los matan:
se mueren de gorriones, de inocentes,
de grises, de aire extraño.
Nada los mata ni les hace daño.
Se mueren como yo,
de ser gorriones.
Pero también se salvan por lo mismo.
(Lo que no puede levantar un hombre
a veces lo levanta un niño).
Ved ahora el gorrión volando
y dadle nombre
y agua para saciar la misma sed
y pan para salvarse de lo mismo.

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24

No acabo de llegar
a mi madera. Estiro lengua, manos y ojos
hacia la vieja juventud del mundo,
hacia quien yo era y yo no era
(aquel joven sentado
en esta misma silla, anclando como un barco
a su destino inmóvil).
¿Qué amor mientras camino
se queda donde estuve, en la otra orilla?
¿Qué esfuerzo para no
partirme en dos, cuando ando con dos pies
pero con una sola vida?
No alcanzo mi madera.
No la puedo escuchar,
como si dos extraños pájaros de hierro
tirasen de una sola canción de amor
y se rompiera.