viernes, 18 de diciembre de 2009

Alejandro Céspedes presenta FLORES EN LA CUNETA


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Estuve. Diciembre y 16. La gente acude, llega, calla, mira. Igual que el día del accidente. Con la misma atención. Los redondos saludos. Saben que han sido convocados, pero no cómo les han de sorprender. El recolector, Alejandro, de asfaltos desgarrados por el tedio, de insatisfechas carnes fragmentadas, el azor, el poeta asturiano del millón de kilómetros, ha decidido traer, una a una, cada una de sus miradas, ha querido depositarlas sobre el zinc, sobre el mármol, sobre el hielo de quienes las han de diseccionar. Ha traído voces que llevan en sus dientes los poemas, los cuerpos entintados de sus provocaciones. La gente llega y nadie sabe. Llenan la sala. Nada.

La luz que disminuye. El olor a fiscal cuando interroga. Las primeras imágenes. El barco de las rosas. Los hilos. Los filos. Los bordes que confluyen, que confunden. El dolor del momento. Y el primer herido. Y el primer poema. Dos voces de dos padres que no entienden que no entienda el hijo las heridas de su instante. Alejandro y Fernanda interpretan el primer poema. Alejandro susurra sus sílabas concéntricas. Es su último libro, Flores en la cuneta. Y con su voz, tan creíble, las voces como brasas de Ana Lía, de Graciela, de Adolfo Simón, de Sergio. Confabuladas, dispuestas a poner sobre la mesa versos, anuncios de veloces voraces automóviles, imágenes, petas, fragmentos de memoria, derrapes sin balanza, autoemociones, anuncios sin zapatos, cuerpos sin luz en las cunetas.

Oscar es un ente virtual, Martín Centeno un ente que proyecta contradicciones, ansias de ser, volantes que nos vuelan, desconocidas falanges de semáforos, anuncios para ciegos, el dolor sin noticias. Las gentes callan. Sobre la mesa de autopsias van pasando los cuerpos, los días alquitranes, asesinos, de las carreteras. Alejandro pregunta ¿te gusta conducir? mientras las rosas, una a una, se van acumulando en las manos del último, de quien espera. Dos focos son dos ojos que te clhlaman. La gente acude, llega a presenciar la muerte, las heridas, que (como objetos poéticos) trajo Alejandro. Las mismas que nos deja, los mismos que nos deja.

Hay un poema final donde la luz pregunta su misión en la cueva, su por qué de ignorar los horizontes. Sergio ya tiene en sus manos las rosas, todas las que están dispuestas. Se levanta, amanecen ¿por qué no están? en una todas las preguntas, hay un ritmo obsesivo, de rap gallego, litoral y daño. Hay linternas que alumbran a las gentes, muy calladas. El lívido estupor de la belleza.

Vino
conmigo el libro.

Luego vi que el estilete de Julio Mas realiza también su autopsia. Sobre el murmullo de Adorno, Thomas Hardy, Camus, Wallace Stevens, Deleuze, Kandisnky, Derrida, Prieto de Paula, LA de Cuenca, Jaime Gil, Juan de la Cruz, Ricardo Reís, Mallarmé, Sartre Platón, Nietzsche, Paul Celan, Carlos Bousoño, Bonnefoy, Eliot, Yeats, André Breton, Bishop, Gorge Oppen, Ted Berigan, Andy Warhol, Ahmed Abdel Hijazi, Wole Soyinka, Ernestina de Champourcin, Alberti, Brines, Kierkegaard, James Ballard, David Cronenberg, Ramson, The Killers, JRJ, Claudio Rodríguez, Miguel Hernández, JA González Iglesias, Gamoneda, Benítez Reyes, Alberti, Terence Malick, que observan la disección a cierta distancia, se alza su voz epilogal, de cuña, para la descripción forense, para el análisis de los papeles hiperiones de un Alejandro en plena metamorfosis existencial y de redescripción, también readscripción, de su voluntad poética.

Julio Mas, lujo anglosajón de la noche madrileña, imprescindible ya en el spleen poético de la ciudad, mira perpendicularmente los restos esparcidos sobre el zinc y anota, gubia en mano, en su informe lo encontrado: residuos en vena de metáforas, la musicalidad abstracta, los prestamos buscados, secuelas de contactos con topos callejeros, el no abandono de los anteriores escenarios de yo, del no-yo, la ideografía caligramática como valor que añade, la repetición como flujo, mantra y reflujo, la multiplicidad sin adjetivos de sujetos, objetos, aristas y voces, la objetividad de lo amoral, la existencia de comunes nominadores reverberantes, repetidos. Todo lo encontrado. 16 páginas que absorben. Que cierran. Que dictan al lector cómo ha visto su escalpelo las flores cadavéricas que nos mostró Alejandro.

Estuve. Leo, leo.


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Cuando sueñas ¿qué coche conduces?

Lo primero, las piernas.

Los brazos sobre el pecho.

Poned bajo mi cuerpo alguna sábana.

Que en mi espalda este acero inoxidable no recuerde el frío del asfalto. Luego abridme la ropa poco a poco. No hagáis entrechocar los instrumentos. No vaya a abrir sus alas y se escape a través de mis heridas. Me dijeron que a veces tarda en salir del cuerpo varios días.

No me cerréis los ojos, sólo los desgarros.

Dejadme ver mi autopsia.

Así podré saber dónde se oculta el alma que hizo que me durmiese para poder marcharse antes de tiempo.


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martes, 15 de diciembre de 2009

Un poema de "Cuaderno de Boccaccio"

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Sobre el derecho a lo contradictorio

La poesía puede, debe,
alterar el discurso,
pasar de la conciencia a lo real

hachear la verdad, despedazarla,
dejarla sólo caos
e inmaculada

exprimir la abstracción
que hay en lo cotidiano
-y al instante Boccaccio de Certaldo-
anotar sensaciones
percibir el placer del intelecto

la poesía debe, puede,
pasar a la conciencia lo real,
volver de la materia

construir la verdad en sus pedazos
y, despiadadamente,
hacerse orden.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Ámbito y un poema de Federico Gallego Ripoll


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ALEGATO

Estoy lleno de vida, conservo
la memoria feliz de cuando no fui hombre,
un regusto de savia entre los labios
y un dolor en la frente
como de nidos tiernos contra los vientos altos.

Sé que fui árbol, sé
que algo de árbol me queda todavía
en la tos de resina y en el pálpito
del fuego;
a mi sombra se acoge la paz del caminante
y a mi canción acuden los pájaros sonámbulos.

No sé vivir sin cuatro cosas simples:
sin luz, sin aire fresco,
sin lluvia en primavera y sin sol en verano.
Si me han de recluir sólo les pido
que el lugar tenga patio.



ÁMBITO (g.p.ambito@gmail.com pídanla) es una nueva revista de poesía nacida en Málaga. Surge de la voluntad, no venal, de Jerónimo Muñoz y de otros tres poetas, el chileno Benjamín León, la andaluza Sara Castelar y la profesora Isabel Rodríguez. Su número inaugural se despacha con poemas de Ana Rossetti, de Jesús Hilario Tundidor, de L.A. de Cuenca y de María Rosal, entre otros. Hay poemas de poetas amigos: Rodríguez Búrdalo, Mari Cruz Agüera, Francisco Lobo, Carmen Albertus, Carlos Guerrero, Tano García-Page... Pero yo he querido traer aquí, a esta ventana, el de mi paisano provincial Federico Gallego Ripoll, poeta al que sigo con cierta devoción. Es Federico un poeta de amable claridad, un creador insatisfecho, un tanteador de las realidades, un hombre en busca de escritura, que es para él decir de su persona, de sus personas. Conozco sus voces, le conozco en sus voces. Sé que seguirá queriendo ser; ser lo que ya ha sido, lo que desea. Por eso este poema.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Ángel Guinda: Poemas para los demás


Poemas para el contagio.

Estuve. Esta vez sí. En una librería abarrotada donde también se sirven vinos, cervezas, tapas. Isabel de Miguel esperaba en la puerta. No es una librería con un bar, lo llaman bar con libros. Un lugar creado para Ángel Guinda, el poeta que ignora la incorrección profiláctica del beso. Se permite fumar. Eran muchos los agentes convocados a la contaminación del micro. Muchos quienes acudieron. Todos corruptos. Un halo de poéticos venenos rondaba la alcachofa.

Comenzó Trinidad, la de Olifante, la que edita y difunde, la que avisa que el agente pernicioso que convoca sólo escribe estas cosas si está en Trasmoz. Trasmoz, Trasmoz -clamó la masa- o todos o ninguno. Calma, calma. Surgió Forega (Manuel M.) tildando de irreverente, inconformista y saludablemente cívico ¿o dijo cínico? a quien tan sólo escribe por conmiseración con el mundo. Y, ante la rabia oferente de tantos jóvenes como escuchaban, continuó con lo de la blasfemia democrática de los tiempos que corren, con la necesidad de las comunas, de las insurrecciones. Picotas portátiles pareció que pedía. Leyó como si verdad fuese lo que verdad era. Aventada la fiebre, el silencio consciente sonreía. La Notte caminaba hacia su estreno.

Salieron dos tercios de unos desvergonzados, con una guitarra inútil, polizones desde Zaragoza. Que conocían a Ángel, voceaban, que le estrujaban verso a verso en sus representaciones. Sin pudor, sin pudor. Sin pudor leyeron lo que estaba reservado. Oí llorar al micro. Consiguieron aplausos, sardónicas miradas. Ellos, ufanos.

Virtuoso seguía el público entre estantes, en pie, de pie. Con la conciencia cada vez más cocida después de lo vivido. Los ojos levantados. Itziar Miranda, clara y actriz, tomó la responsabilidad de verter el próximo cianuro. Abrió el libro por donde más daño hacía y repartió bacterias que se entienden, virus de línea clara, estafilococos por doquier. Alguien gritó fuerte: “muera el esteticismo decadente”, “castrante” apostilló un segundo con fiereza. La librera, que vendía a 6 euros, clavó su aguja, inoculó impureza, en el griego trasero de tres culturalistas disfrazados. Gritaron. Siguió leyendo Itziar sin inmutarse, ignoraba su saliva las tensiones. Llamó al autor, que por allí aguardaba, alegre, emocionado. Se levantó. Miró al primer hombre. Vio la altura del micro. Declaró: “¿qué griposo me ha sorbido el vino de la copa?”. Pidió de nuevo, por aumentar contagios. Se añadieron a su demanda gargantas otras. Murmullos de aprobación solemne. Echóse a hablar.

Contestó con labradas respuestas esculpidas preguntas. Parecióme que en ellas hubo un aprecio creciente por la vida, por el gozo, por las gentes, y por la utilidad negada de la poesía, por construir herramientas de tinta, útiles que lograsen descerrajar las puertas, por la palabra amigo, por el hervor humano, por el pan, por la miga y el aceite, por las pintadas pancartas y el azúcar, por no declinar en el afán del sexo, por ser imposible para el no abrazo. Por extenderse, por estallarse, por lo incorrecto. Y por la dinamita. Pura contaminación en marcha. Leyó de fuera a dentro, de dentro a fuera, repartiendo bacilos. Leyó plegarias calcetines, convirtió las aleluyas de la religión caótica en martillazos, proclamó rebelde a Jesús Cristo; a la muerte la tachó de inmóvil. Los papeles, los mandos, las pantallas, los tristes pusilánimes que viven en, con, por la citada tríada, tuvieron en su voz mordaz afecto. Nos recordó ¿con queja? los 6 puntos que ofreciera a Tráfico por llevar sus poemas con demasiada prisa hacia los demás. No se arrepiente. Habló de los sinluz, de los Moncayos, de sintechos mortalesy Lavapiés enhiesto.

Vega Del Alambique quiso el romance morisco, generoso. ¿Un agente rabal, alguien del alma, trazó paréntesis al aire convocando a la paz desde los muslos? Deduje que el poeta tiene muchos amigos. Desvergonzados, libres. El final llegó cuando no había, a voz en grito común, nada mejor que hacer. Me vine sin decir adiós. Trasmoz, Trasmoz clamó la masa. O todos o ninguno. Algunas comenzaban a desnudarse. Algunos. El H1N1 avanzaba voraz. La poesía. Contagiado, un ejemplar vino conmigo.
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A PIE DE PÁGINA

El poeta Ángel Guinda
desertó de este mundo.

De espaldas a la muerte
y abrazado a la vida.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Cristina Cocca con el grupo "Manxa"


(De izquierda a derecha: Cristina Cocca, Pedro A. González Moreno, María del Carmen Matute, Juana Pinés, Elisabeth Porrero y Presen Pérez)

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El pasado sábado 14 de noviembre se celebró en Ciudad Real la entrega de los premios Guadiana de poesía. Estos premios suponen al mismo tiempo la ocasión para los miembros del grupo Manxa, que los convocan y sostienen, de reunirse y celebrar su permanencia como asociación poética.

El grupo Manxa fue levantado, años ha, por Vicente Cano y aglutina a gran número de poetas manchegos. Hasta hace unos días ha estado presidido por Antonio Gutiérrez González de Mendoza, que ha presentado su dimisión, por motivos que nosotros ignoramos, en fechas inmediatamente anteriores al acto de la entrega del premio. No obstante tal inconveniente, el resto del grupo sacó adelante el compromiso con enorme dignidad.

La poeta que se alzó con el galardón fue Cristina Cocca, argentina y madrileña. Cristina es amiga en la Villa y Corte de quien esto escribe. Tuve el honor de redactar el texto que prologa su “Mujer de esta memoria”, poemario que obtuvo el premio “Poeta Mario López” de Bujalance, premio que también consiguió Juana Pinés, anterior presidenta del grupo Manxa, así como otros poetas amigos: Manuel Laespada, Juan José Alcolea y Vicente Martín. El segundo premio fue para un poema de José Pozo, poeta de Tomelloso, conocido por haber obtenido también y recientemente el premio Cafetín Croché.

No estuve, pero quien sí estuvo cuenta que la sobremesa estuvo realmente animada. Tras la cena se obtuvo la fotografía que ilustra esta entrada. Todos poetas, demasiadas mujeres para un solo Pedro.
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sábado, 14 de noviembre de 2009

"Detrás de las palabras: Postguerra y Transición en la poesía de Ciudad Real"

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Fotografía de Manuel Ruiz Toribio



Por fin llega a la luz. 13 de noviembre. Es una iniciativa de Almud Ediciones de Castilla-La Mancha. Una antología. ¿Otra? Una necesaria. ¿Ciudad Real? Sí, verán. En esta tierra hubo un poeta llamado Juan Alcaide que inició. Posguerra. ¿Pan ganado?, más bien el hambre de la espiga. En esta tierra hubo un hombre llamado Eladio Cabañero, posguerra pura. El que decía “a los niños dejaron de querernos”. Después vinieron los demás. Unos nacidos antes, durante y después. Otros, en épocas en que los españoles marchaban a Alemania, en épocas que preparaban cambios.

Yo no estuve, no pude ser otro de los espectadores, numerosísimos. Están ahí, arriba, posando casi felices ante la cámara de Manolo, buen amigo. Mirando, mirándonos. Son once poetas. Diez de ellos tuvieron la atención presta y la educación necesaria para acompañar a José María González Ortega en la presentación de Detrás de las palabras, la antología de poetas manchegos que ha estado preparando durante meses. Un guante perdido y solo, que sólo él se atrevió a recoger. Un desafío a veces poco entendido por expectantes interesados. No hay anto sin pole. Antología sin polémica. Bachelard: el adentro y el afuera. ¿Se refería a esto cuando hablaba del espacio de lo poético, de lo poético en el espacio?

Celos, recelos, vivos y muertos. Poetiqueo. Uno menos. Catorce. Eran quince. Luego, ya se sabe, están, son, todos, algunos, son, están, están los que son, son los que son, están porque están, son, por qué están, todos, algunos. Todo esperado, para ello se hacen estos libros para que se hable de poesía. O de poetas, que no es lo mismo. Junto al antólogo, camisa a rayas, posan los antologados. En la foto Valentín Arteaga, Joaquín Brotons, Pedro A. González Moreno, Nicolás del Hierro, Juana Pinés, José Corredor Matheos (arriba). Federico Gallego Ripoll, Francisco Mena Cantero, Miguel Galanes y Teo Serna (abajo). Generaciones. Elegancia. Apuesta. Venidos de lejos algunos, Sevilla, Palma de Mallorca, Barcelona, Roma. Buen hacer. Otros más cercanos. Madrid, Manzanares, Valdepeñas. Juana vive en Ciudad Real.

Cuesta hacer la Antología. Editarla. Alfonso González-Calero lo sabe. Se atreve. Ha procurado ya la de Toledo, la de Albacete, la de Cuenca, ésta de Ciudad Real. Lástima que no todas con los mismos criterios. Pero aplausos desde este blog. Como a la Diputación. (Ya se imaginará por qué quien esto lea). La colección Añil, de Almud, atiende también a otros poetas castellano-manchegos. La colección Loarce / Ojo de Pez también y siempre, antes.

Sugiero a los interesados en la poesía, en Ciudad Real, que busquen la Antología y lean los poemas de los presentes en la imagen. Las palabras introductorias que preceden. Parece que también están los de Félix Grande, que no asistió esa tarde, pero cuya poesía conozco, y está siempre. Tampoco estuvieron, ni esa tarde ni en la foto, ignoro si se les esperaba, Francisco Gómez Porro, buen crítico y recopilador, y Ángela Vallvey, buena novelista y polemista, que según me dicen, aseguran y confirman, ante la insistencia de mis preguntas, parece que también aparecen en la Antología. Ya saben, los criterios. El picante. Leánla. Gracias, José María.
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lunes, 2 de noviembre de 2009

María Sanz en Piedrabuena


Vicente Martín, Nicolás del Hierro, María Sanz, Carlos Valverde, José Luis Cabezas


Sevillana y poeta, María Sanz escribe con vocación profunda, escribe desde la adolescencia, escribe desde Sevilla. Pero María añora su mitad de sangre castellana, la reverente parquedad de las tierras de Soria, de donde procede. Tal vez por ello escribe con una tensión que se adivina contenida, con una belleza aquilatada que nunca busca deslumbrar, sino el acompañamiento.

Sin duda que el jurado que atiende el premio "Nicolás del Hierro" lo tuvo en cuenta al analizar su libro "Los cielos tardíos" y decidieron por ello otorgarle el merecimiento. En consecuencia el pasado día 31 de Octubre el poemario fue presentado en Piedrabuena, en una magnífica edición realizada por Añil e ilustrada por Javier Ramírez.

Hizo la presentación el poeta Vicente Martín, premiado con el mismo galardón el pasado 2005. Destacó el misticismo con que la autora se acerca a la eterna emoción del amor, de un amor carnal y trascendido. Antes de sus palabras intervino el alcalde de Piedrabuena, D. José Luis Cabezas, y el poeta que da nombre al premio, Nicolás del Hierro. Los poetas Carlos Valverde y José Luis Morales estuvieron entre los asistentes.

Se sintió cómoda María en sus palabras de gratitud y generosa en la presentación del poemario al ofrecer algunas de las claves precisas para su mejor comprensión. Leyó. Añadió el alma a la carne escrita del poema. Convenció a un auditorio que seguía atento. Interpretó el bellísimo poema que cierra el libro. Un poema que habla tanto de la esperanza en el encuentro de los amantes, como de la belleza de su presentimiento. El que reproduzco.

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Si todo el mar pudiese contener mi esperanza,
si las olas rompieran contra tanto deseo,
tal vez para estos cielos jamás sería tarde
y se revelarían en su nueva intemperie.
Hay noches que no veo más allá de una playa
con siluetas amándose sin final ni principio,
aguardando la aurora que rubrique su gozo.
Son noches imposibles de vivir sin tu noche.
Si el mar me concediese llegar hasta Citera,
allí te encontraría, bellísimo y distante,
oh soñada aventura de la que ya no quiero
saber otra verdad, obtener más triunfo.
Ahora reconozco que existe una frontera
entre el cuerpo y la noche, entre el mar y la vida,
que toda mi esperanza es resto de naufragio,
oleaje de amor en su sola rompiente.


(De "Los cielos tardíos")



martes, 27 de octubre de 2009

En Moya, en la Casa-Museo del poeta Tomás Morales


Francisco, Luz María y Manuel (Fotografía M.C. Barri)
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En Moya, en la isla de Gran Canaria, se halla la casa natal del poeta modernista Tomás Morales, que el Cabildo de la isla ha transformado en Casa-Museo. La Casa, espléndidamente dirigida por Maria Luisa Alonso, fue el escenario de la presentación de los libros que obtuvieron los premios durante el pasado año. "Las islas en noviembre" del sevillano Manuel Jurado López, "Ciudades" de Luz María Cabrales, colombiana residente en Madrid y "Desnudo de pronombre" de Francisco Caro.

Hicieron la introducción Luis Natera, poeta y profesor y Francisco Quevedo, de la Universidad de Las Palmas.

Los libros han sido editados con mimo, con cuidado.

La fotografía ha sido realizada durante la lectura de poemas por parte de los tres autores

jueves, 22 de octubre de 2009

Antolín Amador y Aute en Alcorcón

Los dos (Foto de Cristina F. Zambrano)
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Ayer, día 21, se celebró en Alcorcón un acto para presentar la revista "LA HOJA AZUL EN BLANCO" que editan los amigos de "Verbo Azul". Estuvo Luis Eduardo Aute, un poeta que a veces pinta y en otras canta. O viceversa. El pasado domingo, por ejemplo, hizo lo segundo durante casi tres horas en el mismo Alcorcón, sin cobrar un duro euro. El buen recaudo a benefico de la ONG del común amigo Teo Rubio, del gremio. La revista también se presentó, no me olvido, sin eclipse de Aute y antes que él leyese sus poemilas de animaLhadas. Aunque después del audioviso de Antonio Pascual. ¿Noté ausencias?

Antes de todo, le regalaron, los de VA, un libro de arte a Cristina F. Zambrano por el asunto de la maquetación y el altruismo militante, luego leyeron algunos de los que participan en el número 13 de LA HOJA. Leyó Vicente Martín, sorprendido y con urgencias milanesas, leyó Antolín Amador un poema surgido de mi pueblo, que me nombra, y que por eso coloco ad yuso, leí, leyó Hortensia Higuero sobre árboles que fueron, Isabel de Miguel de cierta lluvia, Antonio Pascual, Ana Garrido y Juanjo Alcolea. No sé si más. Ana G. preparó a Aute para la lectura.

Y Aute habló. Libro gordo, poemas delgaditos. Con humor, con ironía rabiosa, rabosa, con desparpajo ateo, colateralmente poco belicista, desgastado de cielos y de celos, disciplinario observante del idioma, ¿irreverente? Leyó. Gustó. Cerró el grueso tomo. Se dispuso al sacrificio de las firmas, de las fotos. Lo sabré yo. Y Cristina. Y Antolín, preso por el encargo de su tío.

Bajo el agua soñada, la manada caminó hasta la hostería. Brebajes. El reconocimiento de las amistades. Dos a tres en la tele. A casa.

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Por ejemplo

Soy desurbanizable, lo ha descubierto Caro.
Todo es posible “donde La Mancha ondula” y llueve,
donde las nubes
posan sus nalgas sin vergüenza
y el otoño se vierte talentoso.

Los números aquí pueden escribirse en piedra,
los libros fosilizan,
el río pierde el tiempo
desnudado de orillas y semáforos
y el viento...
el viento es un Don Juan que ronda a Julia
en los alrededores del pantano.

La colosal Castilla resumida
en 560 kilómetros de edad
y el nervioso color de los madroños.

Digamos, por ejemplo, Piedrabuena.

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lunes, 12 de octubre de 2009

VELADA EN ALCALÁ DE HENARES

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El pasado viernes, 9 de octubre, se celebró en Alcalá de Henares la entrega de premios "Ciudad de Alcalá" que atiende a diversos escenarios de la creación artística. El acto contó con la presencia de Ainhoa Arteta que recibió el premio de honor. Excepcional artista y persona capaz de generar un ambiente cariñoso y amable en su entorno. Por ello, y a su alrededor, los diversos galardonados fueron capaces de de sentirse confiados y dicharacheros en una situación que normalmente tiende a la protocolaria frialdad de las formas.
Primero en el Salón Teatro Cervantes y luego en el reciente Parador de Turismo de la ciudad, fue posible que María José Aranguren y José González Gallegos, arquitectos del citado Parador, pudieran hablarnos emocionados de un proyecto rupturista, receptivo, elegante y limpio de formas; en su compañía recorrimos el Jardín Tallado que corona las habitaciones, los dos claustros -piedra caliza y cristal- las voces de la madera, las soluciones del agua, la paz de los colores. Pudimos escuchar la decisión abierta de Juana Cortés por la palabra que cuenta, que vive entre su ropa, que alborota su cama, que embarduña las paredes de su casa, pudimos saber que compartimos en Alcorcón la voz colmena de Carmen Feito. Allí también los silenciosos ojos de Ralf Pascual, serenos, escudriñantes, como flores de nitrato de plata. Alli la mineral altura colorista de Klaus Ohnsmann, alemán de Becerril de la Sierra, pincel fugitivo y libre, de elevada sonrisa, amigo de mis amigos manchegos. Allí García Gascón, periodista de raíz, inteligente, educado, poeta también.

Fue una tarde-noche donde rondó el cariño. Nos veremos otra vez. Juana y yo presentaremos juntos nuestros libros, allá por el próximo abril. Nos veremos. Paco Valladares y Nogales Herrera nos ayudaron con cervantina delicadeza. Un tallado aluminio de Jorge Varas servirá de alcancía para el recuerdo.


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LUCA PINARDI

Volvió a Florencia
-desde Malta y huido de la fiebre-
antes de que nombrasen
gonfaliniere a Cosimo

lo busqué cuando supe
que envejecía cerca de mi casa

dos jóvenes esclavos de Tunicia
cuidaban su taller de mármoles y olíbano

le vi arrancar
a golpes de su mimo la foscura
de pórfidos y jaspes: veneraba las formas
y la belleza lánguida, morada,
que sabía en los ángeles desnudos

con lágrimas habló de exilio y cicatrices,
de huertos y de junios
antes que lo cubriera con esmalte la muerte

bien sabe que le guarda mi memoria
goteante su gusto
antiguo de caoba por lo efebo.

(De "Cuaderno de Boccaccio")

miércoles, 7 de octubre de 2009

Cristina Cocca, la palabra


Cristina Cocca, es una poeta de recia intimidad, volcada siempre en los veneros por donde la caricia y las ausencias manan; sabe poner en la palabra una espiral contenida de lirismo. Así lo debieron apreciar en el premio "Poeta Mario López" que le fue concedido en 2008 con su libro Mujer de esta memoria. Libro al que tuve la oportunidad de prologar. Hoy quiero, porque es de justicia, dejar aquí constancia de aquel prólogo al que titulé


Rumor de Nostalgia


No siempre la nostalgia es un camino, a veces es lugar, a veces nos ocupa estaciones enteras. Pero siempre es fuente, murmullo entre las piedras de unas aguas que dudan entre acercarse a nosotros o esperarnos. Después de muchos libros, tras tanta poesía, Cristina Cocca, poeta repartida entre dos tierras -España y Argentina, donde nació- poeta de claro decir, cuya obra ha sido valorada innumeradamente por jurados y críticos, ha decidido acercarse al manantial, a la fiebre de un rumor que nunca cesa, que no es sino escribir en los salinos senderos con los cuales la memoria acude a la memoria, a la fragilidad.

Cristina ha querido en este libro, aprovechando las horas que a veces discutimos a la soledad, buscar sobre las aguas del mar la ruta, la corriente que la devolviera hasta la orilla americana, a los acantilados colores de los óleos, a los cuadros que el padre le pintara, a las dulces mareas, a la música que abría baúles maternales en las doradas mañanas de los domingos. Y en aquel hontanar, que fuera lecho / remansaban su cauce las caricias.

Pero Mujer de esta memoria es un libro que no se puede levantar sin dolor. Tampoco sin alegría, porque cuando la voz escarba cerca del vientre desata la ternura en vendavales. Es entonces cuando descubrimos a la poeta, a la mano que sabe de los materiales con los que dominarlos, con que traerlos al poema. Cristina sabe de una palabra tan coloquial y amiga, tan de todos y tan suya, como aquellos escolares lápices que mordíamos para hacerlos todavía más nuestros, más solamente nuestros; sabe de un verso que busca la paciente promesa de la melodía, de un verso que subraya tembloroso cuanto el ayer le dicta, y sabe también que el poema debe ser emoción que nos erice, y el cuenco donde quede guardado el testimonio de la provocación que lo hizo surgir. Que no es sino el rumor de la nostalgia.

Con tales materiales está construido el libro con el que Cristina Cocca ha conseguido el Premio de Poesía Poeta Mario López del año 2008. Lean estos 16 poemas como quien se deja mecer por una antigua brisa porteña, porque es allá, junto al Mar del Plata, a donde la autora quiere llevarnos. Y de donde nos regresa. Con ella por el mar, con el mar, en el mar. Porque la inmensidad atlántica no es sino el territorio de espejos en donde atreverse para añorar, donde entregarse para volver a escuchar los incesados arroyos de una niñez, de una adolescencia, de una primera juventud que todavía revolotean, que todavía arañan. De repente ese mar abrió mis ojos / hacia el otro universo de la ausencia.

Dicen que el poeta ama al lenguaje como a su única patria. En Mujer de esta memoria, Cristina Cocca tiene la generosidad de fundirlos, y hacer con ellos mitades para dos latitudes, para dos tiempos distintos: el de su hoy, cautivo por los días, y aquel de la nostalgia, aquel que la hiciera sentirse libre, hija de sueños, futura. Por eso la poeta abre su intimidad: padres, querencias y colegio, Beatles, embozos, Puccini –siempre la música- vestidos y balcones, vidrieras y jardines... Intimidad que es también de doble sentido que va desde el ahora hasta el pasado y vuelve desde allá con el consuelo. Y todo ello lo anotan, con extremado mimo, unas manos que quieren ignorar cicatrices.

Nunca estalla la nostalgia en los versos de este libro, siempre es un dulce regato, claro y sencillo. Una pequeña corriente cálida que vivífica cuanto baña a su paso. Una música leve, una flauta que evoca tristezas y esperanzas. Un piano que guarda los recuerdos. Un solo clarinete que interroga. Vicente Sempere ha sabido entenderlo, trasladarlo. En esta partitura, de la cual solamente aquí se anuncian los primeros compases, nos cuenta y canta las vivencias, los ensueños, las reservadas melancolías que las palabras de Cristina le despertaron. Nunca estalla. La música discurre y se prolonga en un cauce de susurros, en los hilvanes con que el azar cerrara cada tiempo gastado, en los presentes imperfectos de la lágrima, en el “quizás”, ese quizás que alguna vez emplea Cristina y que no es sino el saber que nada está perdido, que siempre habrá ventanas. Me acuerdo que la luz era un balcón / de tibios humedales.

Por ser las estaciones también un estado del ánimo, han sido tan precisas en el libro. Primero fue el verano, la plenitud del ansia, el deber de crecer, de conocer maderas y limones, de retar a la naturaleza, de quemar almanaques envueltos en lavanda. Después, como sorpresa, la primavera austral, los mares de violetas, abril como la tierra prometida, el escondido sitio de los sueños, los tejados de bruma adolescente. Le seguirá un otoño de cálidos comienzos, que duerme a las muñecas, que enciende temblorosos candiles en lo oscuro, que deletrea uvas y tristezas, que detiene la voz de los relojes. Y ahora sí, el invierno, aquí, junto a la última certidumbre, resumen de los gozos, el invierno bajo los vientos blancos del viejo Bóreas, el invierno que sabe que allí, al sur, en la memoria, se guardan en un cofre los estíos.

Y en todo tiempo, en cada una de las estaciones, las aguas del recuerdo que bañan Mujer de esta memoria. Aguas que alguna vez pudieron ser tentadas por la desolación como cauce, pero que han preferido el camino de la caricia para su curso hacia un mar que siempre espera. Nunca estalla la nostalgia en estas páginas: contenida, suave, prefiere perfumar, como el espliego, las orillas de un viaje que la llamó, que se hizo por ella necesario. La cálida morada de tu abrazo / en el claustro silente de los chelos.

Porque así, como el roce sosegado del arco sobre la cuerda, es la palabra de Cristina Cocca.

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sábado, 3 de octubre de 2009

La casa del poema

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Como arcano
cantero del temor,
sin ferralla ni arcilla
cocida –hasta ahora nada quise-
con mis brazos de umbral
arquitrabado, con las voces cimbras
y las ansias
levantadas en yeso y desaliño,
deprisa, muy despacio
–jadeos, piel,
amargos-
con los muslos
o cualquier otra parte de mi cuerpo
ya vacío,
-por ti- con peces en las jambas,
con las cuerdas
–mientras tanto no
debiera morirme-
de hielo y la tramoya
como acero enlabiado, como pira

contemplando a la jácena
lentamente ascender
a las altas clemencias, a tus ingles,
y amar en los vertidos hormigones

voy alzando
–derruyendo, tal vez-
tras cada verso, sobre azar,
la incierta casa
que sostienen -sin tú saber- tus lenes
nombres de nubes y aluminio.



(De Calygrafías)

viernes, 2 de octubre de 2009

Ana Garrido escribe


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Ana Garrido es una amiga mía y de la poesía. Preside la asociación literaria “Verbo azul”, de la que en alguna ocasión hemos hablado en este blog. Pero ahora quiero hablar de ella. Vive en Alcorcón, muy cerca de la esquina donde confluyen las calles del Ritmo y del Buen Gusto. Escribe poesía no sé desde cuando, aunque sí sé como. Con una delicadeza, con un mimo, que atrapan al lector en sus maneras garcilasianas, en la rotundidad de su ternura. Ana escribe deshaciéndose, dejándose en las huellas. Y sin embargo, Ana duda, tantea, busca. Sabe que todo, o casi, en poesía está contado y que la novedad se esconde. Lo sabe porque lee. Se deja entonces llevar por el rumor de las calles que rodean su casa cuando algún misterio la impulsa a la escritura. Y escribe. Escribe, yo os lo digo, como suenan en el alba los arroyos.

Escribe de vez en vez, sin urgencias, con algo de pereza consentida. Luego espera. Y en los últimos meses su espera ha sido recompesada, ya sabe que hay gente que escucha, que atiende a cuanto dice. Ya la había, ya éramos muchos quienes aguardábamos sus versos con delectación, ahora hablo de oídos externos, de gustos dispuestos a la comparación, a señalar lo selecto. Como sucedió en Dueñas este verano, cuando sus palabras, tendidas a los soles, recibieron el oro, el fresco oro, del más genuino recipiente.

Ana es poeta. Y en algunas tardes del Gijón, sublime.


*****


SINCERAMENTE hablando,
alguna vez debiera preguntarme
por qué se me amontonan los suicidios.
Se ha parado el reloj,
las siete en punto,
empiezan a estorbarme las canciones
que saben a destierro.

Porque la carne crece
y desordena
esta estación de paso que recoge
mi piel y mis maletas.

Voy a tomar un tren a cualquier sitio,
voy a beber de un trago los paisajes
de un diluvio de tierra
antes de que la lluvia desentone
y se acueste a dormir pespunteada
como un lento rodar de mariposas.

Pero no me digáis de dónde viene
ese temblor dulcísimo del aire.

Y estaré como siempre,
como antes,
muriendo a cada hora en cada grito,
porque sólo me quedan cicatrices
y algún rastro de sol
entre los ojos.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

MÁS ALLÁ DE LA LLANURA: EL VIAJE DE PEDRO A. GONZÁLEZ MORENO

Más allá de la llanura ocupada por la sombra universal del caballero ocioso, hambriento de aventura, más allá de ese paisaje aprendido que Cervantes nunca describió, más allá de su afán de omnipresencia, los territorios que comprende la provincia de Ciudad Real ofrecen una diversidad que pocas veces ha merecido la atención de una mirada literaria que los comprenda a todos, que los otee con la misma tensión y que sea capaz de contarlos en su exacto valor paisajístico, histórico y emocional. La sombra del caballero siempre ha impuesto su jerarquía, y todo escenario, hasta ahora, había sido teñido por su posible o su improbable presencia.

Pedro A. González Moreno, en su libro “Más allá de la llanura” (BAM, 2009) ha pretendido escapar de la trampa, y sin desdeñar los valores de la llanura, ha querido que sus ojos miren con la misma intensidad literaria todos los rincones de nuestra realidad provincial: las sierras, los pueblos, la memoria de los ríos, los volcanes que observan, los solos campanarios... porque no está en la voz pasada sino en una mirada, la suya, tan llena de la luz de la infancia como necesitada de nuevas plenitudes, la sed de un viaje que no podrá saciarse si no es con la escritura.

El libro, que se presenta el próximo viernes, 18 de septiembre, en Calzada de Calatrava, pueblo natal del escritor, es el resultado de un silente recorrido. El autor ha querido pasar, ver y contar sin la ayuda explícita de los paisanos, de sus voces arbotantes, y sin el apoyo de una cámara fotográfica que perpetúe. Ha querido ser caminante y paisaje frente a frente, solos; solos en la emoción. Todo el libro no es sino el resultado bellísimo del combate entre un observador que se decide a caminar y la realidad geográfica y social de unos lugares que necesita, a los que busca en la tierra y la piedra labrada, en la cal que declina, en los trenes del vino, en los cauces de ya sólo nombre, en la queja del agua maltratada, en la intrahistoria de las gentes, en el almagre y la arcilla.

Desde el montuoso occidente, desde su languidez de cuarcita y madroño despoblado, pasando por un sur, socavado de olvido, minero y poderoso, siguiendo por un Campo de Calatrava que no es sino un corazón encomendero y morisco, o llegando a la luz dorada, sosegada, de las iglesias del Campo de Montiel, el autor, poeta inexorable, busca las otras realidades, vicarias siempre en nuestra atención del imán quijotesco de la llanura. Las busca para contarlas, y su discurso, entretejido de descripción y fábula, de mirada baciyélmica -dice él, apoyándose en la aventura del barbero- resulta eminentemente literario y mágico, tan lleno de memoria peregrina como gozoso en el umbral de los instantes. Un relato cuya lectura nos remite al fronterizo, al ondulante tacto de la voz sobre las cosas.

Acérquense a “Más allá de la llanura” los leales caminantes de La Mancha, los enamorados de la literatura, los viajeros sin tiempo, los que quieran oler las tierras recién abiertas, pasear las riberas del Bullaque o vivir la erosión circular de los molinos; acérquense los amantes de los tejados de rojo descreído, de los senderos de turbas requemadas, de castillos que viven el desdén o la opulencia inversora; los que crean en las deshabitadas minerías, en encinas, en alcudianas hierbas, en las vides que sueñan cimientos u horizontes: el texto maravillado de Pedro A. González Moreno les busca, les espera.


***

martes, 8 de septiembre de 2009

BRINES en Valdepeñas

Julián Creis, Paco Brines, Jesús Martín, Carlos Marzal


Domingo y 6 de septiembre, calor de julio. El indomado empotro, las alturas, las lindes del esparto que cierra las tinajas. La espera. El murmullo. El lento declinar del mediodía. La sorpresa de Maruja. La voz, el timbre, la voz salvada de Julián Creis.

Ha llegado Francisco Brines, a sus 77 años, a leer.

La tertulia del A-7, sostenida aún por Agustín y por Matías, ha logrado que Brines y Marzal muden de calor, de luz. De Sorolla a Antonio López. Marzal habla de Brines, maestro, padre, amigo; poeta de lo elegíaco, del pálpito, de los sentidos. Lee Brines, emocionan sus muros de Arezzo, pero más aún cuando oscurece el bosque. Un ángel toca la guitarra, otro canta. Silencio. Un mural sobre el barro desierto de un tinaja. Versos que quedan (solos).

Tempo justo. Calor. Los de A-7, el de A-7, anuncia el traspaso de la bodega, del escenario mítico, a manos municipales. El munícipe mayor asiente. Veremos. Vino, por favor. Aire, ágora, por favor.

Patio empedrado, sombra de ailanto, de porche estrecho. Sol, plomo, en sus arrabales. Charla. Ágora fresquísimo, peleas por. Hablo con Corredor Matheos, vivaz, espléndido a los 80, con Manuel López Azorin, al que se llevan, con Isabel Villalta, compañera, con Lostalé un suspiro, veo a Teo Serna, que escapa pronto, escucho a Santiago Aguaded, ganador del Juan Alcaide 09, como con Tano y su mujer herida, con María José Maeso. Sé que a lo lejos está José Luis Morales. Calor.

Hay un helado, hay un brindis final con el soneto de Paco Creis que invita. Casi las seis. Madrid. Madrid más cerca, más cerca, más...


OSCURECIENDO EL BOSQUE


Toda esta hermosa tarde, de poca luz,
caída sobre los grises bosques de Inglaterra
es tiempo. Tiempo que está muriendo
dentro de mis tranquilos ojos
mezclándose en el tiempo que se extingue.
Es en la vida todo
transcurrir natural hacia la muerte,
y el gratuito don que es ser, y respirar,
respira y es hacia la nada angosta.

Con sosegados ojos miro el bosque,
con tal gracia latiendo
que me parece un soplo de su espíritu
esa dicha invisible que a mi pecho ha venido.
Cual se cumple en el hombre
también se ha de cumplir la vida de la tierra;
la débil vecindad que es realidad ahora
distancia tenebrosa será luego,
toda será negrura.

Miro, con estos ojos vivos, la oscuridad del bosque.
Y una dicha más honda llega al pecho
cuando, a la soledad que me enfriaba,
vienen borrados rostros, vacilantes
contornos de otros seres
que con amor me miran, compañía demandan,
me ofrecen, calurosos, su ceniza.
Cercado de tinieblas, yo he tocado mi cuerpo
y era apenas rescoldo de calor,
también casi ceniza.
Y he sentido después que mi figura se borraba.

Mirad con cuanto gozo os digo
que es hermosos vivir.

F. Brines

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lunes, 7 de septiembre de 2009

Unos versos sobre Benjamín Palencia


Estas fajas de luz, horizontales
sobre los calmos cerros, esta leve
tarde de aldea ibera,
estas lindes de ocaso que contemplo,
este sol que se acuna
en la pálida pleita

estas llamas de viejos candeales,
los sumisos
olivos y su afán de sangre terca,
este horizonte último, salvado
de los últimos fuegos, esta noche futura
de púrpura y tizón, de plata enferma
¿en dónde te anidaron?
¿cuándo dejó la luz infinitiva
en tus manos su huella?

A ti pregunto, a ti, mientras camino
al lado, Benjamín, de tu pincel,
de tus ojos mayúsculos, Palencia.


¿Qué alcanzó tu mirada,
manchego primitivo,
a ver desde la altura de Vallecas?
¿el calor bermellón del mes de julio?
¿el polvo galeote? ¿los aceros?
¿los carmesíes hombres de la siega?
¿viste acaso barbechos en esquilmo?
¿días de ralas lluvias?
-llueve pobre en La Mancha, como si no quisiera-
¿el vítreo relámpago?
¿viste celestes ábregos heridos?
¿territorios de cardos, de magentas?
¿tuviste presos de color los ojos:
aljibes condenados a mirar
mínimas alamedas,
aguas niñas y juncos, puentes ciegos,
desamparados
espartos y rumores de masiega?


Pregunto porque sé que fue tu infancia
gentes de yunta y hoz,
terreros donde el hambre contuviera
sus ansias de raíz,
de canción labradora, los sufridos
lienzos de sed extensa,
de aradas brasas y de cárdenos
arroyos de sudor;
preguntó porque fue tu infancia puertas
de abocinado añil,
de charcos amarillos y de avispas,
las espirales ruinas de las eras

pregunto porque sé que fue tu asombro
altos zaquizamíes,
patios de verde y cales, la pureza
de tardes golondrinas que dejaran
tu corazón al borde
de los aullidos rojos de la tierra.


Creciste en el calor de quien se atreve
-tu pintura no es viaje a la melancolía-,
tus campos son hogueras,
encendidas encinas, invasoras
y azules dentelladas, cielos ascuas,
son lumbres erizadas;
tus poemas
a mitades de oteros y de óleo
fueron ala, no argolla,
fueron rabia de barros y de glebas;
humanos golpes fueron
sobre la piel callada de lo llano,
hachazos que rompieran su condena.

Tus verticales manos de retama,
tu viento pregonado,
al viajero convocan, que quisiera
aprender los jilgueros, los zarzales,
los gritos que mordieron
tu corazón. Mi Benjamín Palencia,
conmigo vas, andando por los ocres
que antaño te vistiesen ¿no sientes que te aguardan
otra vez sus calizas y sus gredas,
sus tímidas lagunas de lágrimas y juncia,
los pequeños
hogares compasivos de arquitectura seca?

¿qué pintarías hoy? ¿cuál tu paisaje?
¿la muerte de sus ríos?
¿los espejos que roban a los soles su fuerza?
¿los voraces maíces y extranjeros?
¿las sierpes de alquitrán?
¿las suspendidas vides? ¿un ave que se aferra?

Conmigo vas, nos llaman todavía
secanos donde mueren
virginales, viriles las tormentas

camino de Barrax llevo tus ojos
mendigos de colores sin adverbio:
no están aún
tus lejanías muertas.

sábado, 4 de julio de 2009

Decanso veraniego

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Ahora toca refrescarse, guardarse de los calores de la poesía, leer la playa, tomar la arena, enterrar las tertulias bajo las olas, sentirse olvidado por las convocatorias, reconstruirse, volver como si nada hubiera sucedido.

Será Septiembre.

Buen verano os desea vuestro blogero, que os quiere, Francisco Caro.

miércoles, 1 de julio de 2009

ANTONIA ÁLVAREZ ÁLVAREZ, POETA



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Debo confesar que conocía el nombre de Toñi Álvarez, como a ella le gusta ser llamada, antes de conocerla personalmente. Lo conocí cuando obtuvo el premio de poesía “Pastora Marcela” en 2006 con El color de las horas. Solamente el nombre y su condición de asturiana. Tuve luego noticias de otros logros hasta la ocasión de tratarnos en persona cuando visité Gijón, allá por el mes de marzo, con motivo del premio “Ateneo Jovellanos”. Toñi, miembro del jurado, se mostró encantada con mi obra, Calygrafías, y por sus palabras sospecho que fue defensora de la misma en las discusiones propias de cada jurado. A partir de entonces estamos en contacto, y afortunadamente he podido disfrutar de dos de sus últimas obras: La raíz de la luz y A pesar de las sombras, premios Flor de Jara y Víctor Jara. Libros que comulgan en el mundo poético que los anima y que difieren en la formalidad de la propuesta.

De Toñi Álvarez es posible encontrar poemas e información en la red. Los poemas pertenecen a épocas ligeramente pretéritas porque la vocación pública de su poesía es reciente, acompaña al siglo que nos vive. Dice que es de nación leonesa y de vivir gijonés, que se siente plenamente asturiana sin renunciar a unos orígenes que se traslucen en sus escritos, que se dedica a la enseñanza de los adolescentes en instituto, y que tardó en dar a los demás sus poemas. Situaciones todas concurrentes en muchos poetas actuales, entre los que me incluyo. Tiene, además de los citados, publicado el poemario El otoño, que obtuvo el premio de Andujar.

A pesar de las sombras, editado en Salamanca por Amarú en su colección Mar Adentro, es un libro deudor de Virgilio, a quien la autora cita, por la exquisitez del ritmo, por la ligazón de las emociones en el marco de la naturaleza. Escrito en alejandrinos, tan rotundos como serenos, los versos van desgranando las emociones que la realidad de la vida y el impasible tiempo usan como herramientas para ir modelándonos a su antojo y conveniencia, la imposibilidad del hombre para resistir su ataque y la necesidad de la conformidad, de la aceptación del mundo, de su escenario para ir adivinando y disfrutando los momentos de placer y sosiego que se nos conceden. En todo, hay también algo de hálito horaciano, la naturaleza se ofrece como espejo, como maestra y territorio: Era el dolor un tronco de hondísimas raíces...

Es sorprendente el dominio del ritmo, la sostenida cadencia, la reposada música que invade el discurso de su verso, las elegantes pausas con que demora el final del poema. Por todo ello Antonia Álvarez Álvarez, es poeta, para mí, de obligada lectura.

En La raíz de la luz, libro anterior en edición, pero sospecho que posterior en construcción – son cosas que pasan-, Toñi se entrega a la libertad de un verso plenamente musicalizado. Aquí el arma lírica es la ternura; con ella debe enfrentarse al reto de la vida. Este hueso / sostiene una montaña de ceniza / capaz de deshacerse al menor roce...

En la primera parte la luz recorre, fluye por el cuerpo, y desde allí alumbra: venas, tacto, piel y aromas, los ojos y los gestos, el corazón y el rostro. Así del vino: luz de la vid al labio destinada / en contumaz incendio de dulzura. Y es la primera persona el sujeto lírico, un sujeto que no se impone, que no avasalla, un sujeto receptor de la luz de las cosas a través de los sentidos, que la acepta, que la integra, que la devuelve.

En la segunda parte es la palabra la que sale en busca de la luz para poder contarla, hay en ella toques de la herencia grecolatina, pero sobre todo es en ella en la que encuentro más resonancias del mejor Claudio Rodríguez. Díganlo mejor estos versos: Alcancías de luz. ¿Cómo los ojos / han aprendido a festejar el llanto? / ¿en qué lugar del mundo amanecieron? Será en la tercera parte en donde la poeta dé cuenta del éxtasis de la luz, de la plenitud de su gozo, de la serenidad de su alcance, de saberse viva con ella en la naturaleza, de la posibilidad de fundirse como el máximo anhelo. La mirada se detiene sobre la tierra, sobre el mar, con el viento.

La cuarta y última parte, la titulada Cáliz de luz, advierte que tras la plenitud del rayo que iluminó la dicha, se adivina, plena, la advertencia del fin, que nada hay sino aviso de la fugacidad y que fue preciso detenerse en el instante de la belleza; que nada más hay, pero que el gozo puede prolongarse en el recuerdo, y que contar, escribir es el único oficio del recuerdo, del poeta.

Sirva este poema, Apenas luz.

Se le murió la luz entre las manos
igual que un corazón recién nacido.
Y apenas era luz, pálpito abierto
al alba misteriosa del instante.
Apenas era flor, apenas era
nada; inmensidad, mirada
que abarcaba sorpresas junto al frío
tan pálido. La piel
–apenas era piel- trasluz del alma,
cerró contra la tierra su ternura.

Se le murió la luz al niño herido.
Pobre niño sin luz. Cáliz de sombra.


viernes, 26 de junio de 2009

El arrepentimiento de ENRIQUE GRACIA TRINIDAD











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Enrique Gracia Trinidad va con el medio siglo, y va de negro. Es su color. No permite que le ahoguen las cosas y las ropas. Parece que tampoco los versos, por la facilidad con la que los respira. Lo conocí personalmente, desde la lejanía de mi butaca, en la Biblioteca Nacional el día que hizo vivo al poeta, y paisano mío, Nicolás del Hierro. Ya entonces tomé nota de su singularidad.

EGT, perdonen la confianza iniciática, es un agitador de voz subyugante e impar. Sabe decir el verso propio y ajeno con acento fértil. Él lo sabe y no admite sobre ello apuesta ni comparación, no está en esas batallas, es más, suele aprovechar escenarios en donde se le deja manejar para procurar que otras personas lean, nos lean. Una vez encontró a una mujer que leía mejor que él. No lo puedo soportar, decidió casarse con ella. Y en estas cosas está. Nunca quieto.

Poco a poco he ido intercambiando con él saludos y comentarios, amigos comunes, visitando su blog, sus blogs, escuchando sus versos en lecturas y sobre todo oyendo las presentaciones a los poetas vivos que invita a la Biblioteca Nacional, en las que huye, como de la Esperanza, de comentar o valorar los versos del adjunto. Está más preocupado por comprobar si los datos inmediatos de la infancia de quien le acompaña presagiaban el final insospechado a que se vería sometido. Suele acertar en la ironía, en la contención, en el humor, en el buen gusto. Yo disfruto. (Aunque recuerdo, cierta vez, a un estirado de Bellas Artes decir que no se reconocía en lo dicho por EGT, y que no sabía por qué razón estaba allí. Después de su lectura y su piquito lo comprendí todo: tenía razón).

Hace un mes y tras la lectura de una gallega maravillada, Luz Pichel, fuimos a El Espejo a tomar algo. La cosa se lio porque alguien negó a JRJ, otros no lo negaron. Enrique, que todo lo pone en duda y no da un céntimo ni quita a nadie una rupia, hablaba de releer. Así pasaba el tiempo hasta que el grupo fue aclarándose en su número, momento para que abriera su cartera y nos obsequiase a Miguel Galanes y a mí con sendos ejemplares de su último libro, Pentimento. No sólo eso hizo, sino que tiró de rotuladores, una caja, y nos caricaturizó con gracia junto a la dedicatoria. Un placer. Pentimento se había presentado días antes en el Ateneo del Prado en un viernes de imposible asistencia. Edición de Sial*.

EGT fue poeta joven, luego intermitente, después accesitado, desembocó en premiado (ahí lo cacé yo, cuando se hallaba Sin noticias de Gato de Ursuaria), hasta coincidir en una lectura de Manuel Moreno, donde me regaló Todo es papel, un casi Torrevieja. Por eso sé de su gusto por una ironía, contenida o no, siempre al borde de la vida, por la poesía contaminada de hombres sin rutina, de humos de tabaco, de papel garabateado, ázima y amiga -perdón por las buscadas asonancias-, viva.

He leído Pentimento, hace ya algunas tardes, y hoy lo he vuelto a leer por si añadía un comentario a sus versos en estas líneas. No lo haré, pero me atrevo y digo algo. Me parece muy EGT. La trascendencia tras la cotidianeidad. El gusto por el detalle observado. El respeto al lector: hablo del lenguaje, de un fraseo alejado de la pedantería. De la amplitud de sus intereses. De Li Po, de Atocha y la Azores. De ayudar a Dionisos a sujetar a Apolo. De poner en solfa, cariñosa, muletas culturales establecidas o poses obedientes. De dar aviso a/de la última dama. De saber que nuestra vida es otra vida tras la estampa que el cuadro ofrece. De la necesidad del pentimento, para ser uno y otro a la vez y no estar loco. También usa tanka.


Gracias, Enrique Gracias Trinidad.


(*) SIAL es una editorial empeño de Basilio Rodríguez Cañadas. Hace portadas sin respeto al margen, a folio quemado. Procura calidad en los materiales y su finalización. Usa una tipología con ese arqueológicamente enlazada en situación preconsonántica. Cuida todo, hasta las solapas; procura en ellas que al relacionar los Últimos títulos aparecidos no se junten autores churras con autores merinas.




miércoles, 24 de junio de 2009

HOMENAJE A MIGUEL GALANES EN VALDEPEÑAS

Miguel Galanes
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El próximo domingo, 28 de junio, a las 12,30, están convocados, por los miembros del Grupo A-7 y en su recinto-bodega de la calle Buensuceso de Valdepeñas, los amigos, paisanos y poetas que quieran sumarse al homenaje que se le dedica a Miguel Galanes.

Miguel Galanes es un poeta de referencia para la poesía manchega. Cada vez más nutrido por la luz y las ondulacions de la tierra que lo vio nacer, su voz ha ido descansando, con la mayor delgadez posible, en el espíritu más carnal que de esta tierra emana. Tal vez por eso se convoca a los avisados; sin duda que para poder compartir con él la lectura de esos poemas escogidos que para la ocasión se editan (escrupulosamente por Matías Barchino). Tal vez por eso se ha convocado a Félix Pillet, geógrafo de la Mancha, alicantino y poeta, para introducir su persona, su obra.

Miguel quiere que el acto sirva para homenajear no sólo a la tierra, sino también a un grupo de poetas que, allá por los años de la Transición, fueron capaces de renovar, añadiéndose, la tradición poética manchega. Poetas y paisaje.

Será una buena mañana. Y calurosa. Tal vez el ágora o el Ágora nos refresque después.

domingo, 21 de junio de 2009

Antolín Amador sin coartada


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Antolín Amador es un poeta que ya miró (o ha sido visto, no recuerdo) por o en esta ventana. Vuelve. Porque quiere él y porque yo lo quiero. Porque ha ganado un premio muy bonito "La Bufanda" de Coslada, que yo también obtuve. Hasta que gane lo que ha ganado este año Siles, y sin ayuda, mata el tiempo en Riaño, en la cervecería Riaño, a donde de momento se le puede ver en horas pertinentes. Está alegre casi siempre y feliz a ratos, escribe porque le place y haría otras cosas que también le place si pudiera. Pero necesita companía para lo segundo, cosa que no siempre sucede.

Sus amigos le cantan, le imprimen. Leer lee él solo. Lo sé porque he asistido a dos lecturas casi simultáneas en el circuito joven de la Comunidad de Madrid, que le procura un público incontable. La plaquette que ganó el premio se titula "Los peces verticales". Se la han paginado y compuesto sus amigos de "Habitaciones Desdobladas". Una pareja que suelen irse con los últimos. No preguntéis por qué porque eso no lo sé.

Este poema se titula "No tenían coartada los poetas" , se lo dedica a Bea y dice así:

Ha vuelto a amanecer despacio, débil
como una transparencia.

Estábamos tendidos boca arriba
con las manos calladas
y las piernas a gritos contra el tacto,
no éramos dos en una misma piel
ni los amantes propios de un poema.
Apenas existíamos.

Volvía a amanecer, despacio, débil
como una adolescencia.

Estábamos despiertos del revés.
Como si se pudiera esconder la madrugada
debajo del colchón,
como si el cielo hubiera fundido las bombillas
y no cupiese nadie en sus moteles.

No tenían coartada los poetas.
Había amanecido tan escaso
que nos daban igual todos los versos
que se iban a escribir sobre nosotros.
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Es bonito pinchar aquí y dejarse llevar http://www.habitaciondesdoblada.com/aforanto/las-letras-pequenas/index.html
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viernes, 19 de junio de 2009

NOTICIA DE MARÍA JOSÉ MAESO


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.María José Maeso es una poeta nacida en Madrid, pero manchega ya por su larga permanencia en Manzanares. Su obra poética, elaborada con paciencia y desde la intuición salió a la luz con motivo de haber obtenido el premio Gerardo Diego que concede la Diputación de Soria. El libro Residencia del fuego es una auténtica delicia por el gusto exquisito que gobierna su construcción. Hay en todo él un pálpito de biografía personal, existencial y lírica; una proclamación del compromiso con la palabra, un inventario de asombros, hay nocturnos que declinan en largas ceremonias tras haber vivido las excitaciones del mediodía.


Residencia del fuego está elaborado a partir de la premiosidad, sin prisa, demorándose en los relojes del verso amplio, rebuscando entre la música de los colores y los sonidos pigmentados, haciendo del vocabulario jardín donde encontrar lugar para el sosiego, residencia donde guardar al fuego del olvido.


Valga este Nocturno II como noticia de la toma de conciencia de su compromiso con la poesía.


Aquí arriba con un dolor al fondo de los ojos,
en mi cuarto me sueño como un perro en mi cama
y pánico de luz arañando las calles,
abajo ya dejé aparcadas las dudas, las cadenas,
el miedo entre las uñas y un grito en la tormenta.

¿Has visto alguna vez la calma de la lluvia sobre los adoquines?

Detrás de la mañana aún brillan los relámpagos
y me tañen los truenos

y los hombres de blanco como ardiente reclamo,
al brillo de sirenas,
tocan tambores nuevos en esas ambulancias,
(¿será acaso guerrero?, ¿princesa de extrarradio?)

Es tiempo de deshoras, de ilimitada espera,
se rompió la unidad y la bisagra,
leyendo el corazón escribo con mi hígado,
y libros amarillos y ventanas y windows,
bisutería barata, las joyas encerradas
con las preciosas piedras y el roce de los dedos,

la luz cruza el cristal, la incierta cucaracha...

Extendiendo sus alas con el roce afilado
el tiempo lame días vulnerables
y los hermosos cuerpos aquí en la vieja Europa,
monosabios en este simulacro que habita las ciudades.

Nunca es tarde
si descubres el fuego y el vértigo del blanco,
el horror vacui como un cuadro de Hopper,
el frío en los papeles
(papel de buen gramaje, empapa bien la sangre),
y aquí está mi inventario:
algunas tristes nanas, los dobles apellidos,
el uniforme gris y las cinco mudanzas,
y estas uñas cortadas, mis restos de planeta,
la cruz, sus clavos verdes, y el párpado sangrante
(pues no soporto el sol a palo seco...)
y a menudo me he dejado caer
en la eterna frecuencia de lo amargo
venerando el asombro,
el oro de los días y el ángel de la calle,
los cielos rasos... falsos
y el ara de este cáliz...
.

jueves, 18 de junio de 2009

Saber

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Sabe que ha de morir
este yo que envejece
escondido en mi nombre,
mas sigue amando, sabe
que amar es el secreto,
que la muerte no puede
tener
razón en todo.
.
(De "Las sílabas de noche")

miércoles, 10 de junio de 2009

De Feria


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Hoy es miércoles. Ayer estuve en la Feria del Libro. Libre en esta ocasión del frescor desmesurado de los días precedentes y libre también del recuerdos de antiguos calores o chubascos. Una tarde madrileña, velazqueña dirían los cursis, agradable, que sin duda agradecí.

La tarde coincidió, no por casualidad, con la firma de ejemplares de “Más allá de la llanura” que mi amigo Pedro A. González Moreno dedicó a los compradores que decidieron acercarse a la caseta de Latorre Literaria, en donde el libro permanece, aunque no sé si el autor.

“Más allá de la llanura” es un libro atípico de viajero por la provincia de Ciudad Real, una visión literaria de las formas y los modos con los que el hombre y la naturaleza han ido vistiendo y esquilmando los paisajes. Una crónica baciyélmica (en palabras cervantinas del autor) en la cual la memoria y desmemoria de la piedra y sus olores y de la ausencia del agua atrapan al autor, lo zarandean, lo exprimen, le obligan a caminar con la palabra abierta de par en par en par (no es error). Sorprendido, advertido, denunciador, cariñoso, atento. Más allá de la llanura manchega, de la feroz agonía de los regadíos imposibles, de la avaricia y su crimen, el viajero repasa los volcanes del Campo de Calatrava, los cerros de Montiel, su cobre, los ríos del vino y los ferrocarriles, el furor de las hierbas azogadas de Alcudia, las aguas distraídas, y ya sin hermanos, del Bullaque. (Laica coincidencia: mientras escribía lo anterior, un repartidor de agencia me anuncia que me trae un envío de la Biblioteca de Autocares Manchegos, le corrijo por el telefonillo, “debe ser de Autores” “tal vez –responde- es que no se ve bien”. Dentro viene “Más allá de la llanura”, debe ser su aroma a cantueso, a poesía y camino, que confunde, que excita al viaje).

Dejé al autor con su público. En compañía del poeta J. L. Morales, previamente convocado, comencé el clásico paseíllo, el devenir que te enfrenta al menudeo de las editoriales apenas comercializadas, al runruneo con libreros y firmantes. Casi al lado, Ángel Guinda, “Angelito” para mí, poeta a ras de cielo, aragonés de Lavapiés, con más amigos aún que versos. Parada. Dedicatoria de “Claro Interior” con foto incluida. El corazón abierto entre autor y lector, en la safena herida: Olifante, la editorial, que sin pudor exige 15 euros (menos el diez, ya sabes) por un ejemplar de 46 páginas hábiles. Pago yo uno, paga otro José Luis. El abrazo vale más. Seguimos. Parada en Renacimiento de Sevilla, siempre lo hago, el año pasado compré un D´ors, en este, poemas de amor de LA de Cuenca, a quien había oído leer hace poco algunos de ellos (por otro, nuevo supongo, anunciaron que le darán 6000 euros en Málaga, lo del Alcántara, ya saben). José Luis compra tres, títulos distintos. Pagamos, seguimos. Un detalle con los hijos adolescentes: en otra caseta un libro para cada de Luis Piedrahita, obligada lectura para hijos adolescentes y no tanto. Persiste el paseo, las miles casetas. Por el cristal finestral de uno de los pabellones vemos a Miguel Casado, en compañía de otros, masturbando, ordeñando a Rimbaud. ¡Cuánta leche todavía! Caminamos. En no sé compro “La canción de la tierra” de Félix Grande, es una gran antología en edición barata de la E. R. de Extremadura, qué bien hacen. Félix es manchego y/o extremeño según el día. A veces de ningún lado, pero siempre magnífico hombre, magnifica voz de cardenal, magnífico poeta. J. L. compra otro del mismo autor. Luego buscamos, para su hermano, uno de las catedrales estiradas de Llamazares, lo encontramos en tamaño suficiente para ser leído en avión. Vemos Hiperión al otro lado y, sin pudor, nos cambiamos de acera.

Llego a Hiperión con dos encargos. Uno comprar “El viento entre las ruinas” para mi amigo Félix Ortega y otro comprar “El viento entre las ruinas” para mi amigo Teo Rubio, que esta tarde tenía prisa (y nos dejó el dinero). Pago los dos, la librera me estafa, pero aún no soy consciente. El autor de ambos es J. L. Morales, mi acompañante, al que pido que dedique los dos ejemplares para solaz de sus destinatarios. Conversamos con la librera, José Luis rechaza una de sus proposiciones matutinas. Merodeo por el mostrador. Veo los Haikus nuevos de Bermejo. Compro la poesía reunida de Llamazares “Versos y ortigas”, la librera me vuelve a estafar redondeando a su favor y haciéndome un favor. Consiento, ya consciente, por evitar altercados. Tomo nota. Seguimos con cierto afán. Llegamos a Bartleby Editores, están contentísimos con Sylvia Plath, tercera edición, casi quiero comprarlo, 28 menos el diez, lo pienso, lo tengo casi leído, me apeno con la poesía traducida. Me anima: “los que más se venden, sostenemos con ellos la editorial, son los poetas foráneos, se venden mucho”. Me decide, compro “Como si hubiera muerto un niño” del silente y malhumorado Carlos Sahagún. No me arrepiento. J. L. se enrolla con el editor, no con Manuel Rico, sino con otro más joven que dice serlo también, contando historias de poetas conconocidos, a J. L. le gustan estas cosas. Espero, seguimos. Recuerdo que no le he comprado nada a mi mujer y recuerdo que tiene que comenzar a leer Bolaños 2666, tiene bastante, no le compro nada hoy. Volveré con ella. J. L. me pide parar en Lengua de Trapo, no tiene dinero, lo sé, yo casi tampoco y lo que tengo lo quiero para el bar. Va a un cajero trae manteca y se gasta parte gruesa en un libro enorme, y dicen que simpático, de un amigo suyo. Lo debe querer mucho. Pregunto en Visor por el libro que ganó el Vicente Núñez de mi amigo Vicente Martín. No. Llamamos a Pedro A. Quedamos.

Pedro A. está firmando por última vez, 21, 29 horas, tiene a su lado a una antigua alumna, ya mujer y a María Barroso, amiga de todos. Una cerveza, ya fuera del Retiro, otra cerveza, viejos, nuevos tiempos, sucedidos, proyectos. ¿Nos vamos? Bajamos a Serrano, una peruanita pregunta ¿se detiene aquí el carro que lleva a Atocha?, tomamos el 19 y llegamos a Legazpi. Conversaciones, vino, cerveza sin alcohol para mí, bolsas con libros que se tumban, chismorreo literario, historias incabadas, antologías regionales, poetas emergentes, vino, conclusiones, crestas de olas que siempre se rompen. Hasta el martes. Esperad: ¿habéis leído el artículo que le dedica Rafael Morales Barba al libro de Manuel Juliá? Pago. 14,60. Hasta el próximo martes. Ahora sí.

jueves, 14 de mayo de 2009

Mayo de Versos 2009

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Fotografía: Aníbal de la Beldad

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El pasado sábado,día 9, y por tercera ocasión se ha celebrado en Piedrabuena MAYO DE VERSOS. Es un encuentro de poetas locales y de otras latitudes que pretende poner de manifiesto el abrazo de la palabra, su poder. De todas las construcciones humanas la palabra es la más necesaria; con ella, precisándola, tensionándola, se hace poesía.


También se procura en MAYO DE VERSOS la presencia de la música, cultivo fértil al lado de la poesía. Más de 200 piedrabueneros acudieron a la cita, que va camino de convertirse en un clásico durante los días de las Cruces de mayo. La asociación "Amigos de Piedrabuena" está al cuidado de su organización, para la que encuentra numerosas ayudas. Que agradece.



La principal de las ayudas es la predisposición de todos los convocados a asistir y colaborar, tanto en la lecturas de poemas como en las interpretaciones musicales. Entre los poetas que se han desplazado cabe destacar a Elisabeth Porrrero, profesora que fue en el instituto de Piedrabuena, Asterio Sorribes, que se desplazó desde Zaragoza, José Antonio Carmona, venido desde Alcorcón, Isabel del Rey, directora del grupo literario "Pan de Trigo", que lo hizo desde La Solana, María José Maeso, ganadora en Soria del premio Leonor de poesía que llegó desde Manzanares, Eugenio Arce Lérida, narrador y poeta, desde la cercana Ciudad Real y José Luis Morales, manchego que reside en Madrid y reciente ganador del prestigioso premio de poesía Miguel Hernández que se concede en Orihuela.

Junto a ellos, Sagrario Hernández, poeta natural de Piedrabuena, aunque residente en Barcelona, desde donde acudió, Félix Ortega Albalate, Ana Cabezas, Gora y Francisco Caro como voces cercanas. Cerró el acto el mejor poeta de Piedrabuena y uno de los más respetados poetas manchegos, Nicolás del Hierro.

Las actuaciones musicales asombraron por su calidad y cuidado. estuvieron a cargo de Ana Isabel Fernández, Beatriz Jiménez y Adolfo Sánchez. Se estrenaron dos canciones a partir de las letras de Nicolás del Hierro y Gora. Tres voces distintas, pero precisas y elegantes. Imprescindibles.

El público, exquisito en todo momento, supo recibir y devolver emociones. El acto estuvo dedicado a los mayeros, intérpretes de la música tradicional.

Amigos de Piedrabuena agradece la compañía de todos, así como la colaboración del Ayuntamiento de Piedrabuena y de personas como Miguel Ángel de la Beldad, Félix Sierra, Ricardo Cabezas, María Angeles Caro, Aníbal de la Beldad y Blanca Ortega.

Hasta el próximo año.




(De arriba a abajo: Adolfo Sánchez, Beatriz Jiménez y Ana Isabel Fernández durante sus actuaciones)











miércoles, 13 de mayo de 2009

Hoja de almanaque

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1

Tengo sesenta años.
Aradas brasas y charcos de púrpura y misterio.
Atravieso la edad en donde el pulso
de la sien es más fértil, más agudo.
Para la soledad, para el asombro.
Camino.
Oscuras lagartijas y curiosas acuden a los bordes del sendero.

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lunes, 13 de abril de 2009

Miguel Galanes

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Publicado en Lanza. Extra de Navidad 2007. Con motivo de la edición en dicho año de "La vida por dentro” (Huerga y Fierro), segundo volumen de la trilogía “La vida de nadie”

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Miguel ya no es, desde “Añil”, el poeta que mira, sino alguien que escribe para sí mismo, para salvarse – y él sabe que es un náufrago – del carnaval de la vida. El poderoso aliento poético de los poemas contenidos en “La vida por dentro”, un libro largo, generoso, surgido a lo ancho de los últimos diez años, no se debe tanto a la memoria de las formas como al afán de búsqueda que trasmiten. El poeta se desviste del tráfago habitual, de las convenciones sociales que le perturban, del ruido de la corte, de la urbe –“tanta gente en la ciudad”- para volver su mirada contemplativa a la senda de lo sencillo. Así, una serie de poemas incluidos en la primera parte insisten en tal intención: léanse “Oficio de claridades, “Rosa de nadie” y “La vida por dentro” en donde se impone el sentimiento de angustia, de incomprensión entre el mundo que está -el interior, el de dentro- y el mundo externo que llega para desasosegarlo. O la dialéctica entre armonía y conflicto que supone la convivencia entre lo necesariamente permanente y lo necesariamente mutable, y que se hace más explícita en los versos del poema “Las lágrimas de Heráclito” donde ve en el ciprés, en el poeta, “como crece y perdura en su fuerza y su color./ Parece que no cambia pero no es el mismo cada día / ni se orienta de igual manera hacia el cielo.”


Luego, en la segunda parte, el poeta, consciente, aunque dudoso, de la desnudez de su yo, recorre el camino que pretende le lleve a la plenitud mística de la comunión con la belleza, al concilio sereno con su espíritu, tras haberse reconocido en el yo descubierto. Y como para tal reafirmación es necesario el otro con quien medirse, con quien fundirse hasta alcanzar la meta de la comunión más silenciosa, lo busca en el sueño, en la mujer, en la palabra más despojada: “Todo tu vestuario / fue el aire de aquella tarde”; trinidad de aspiraciones que el autor deliberadamente presenta confundidas porque son sólo una y única verdad. Miguel Galanes alcanza aquí su más depurada voz, en poemas cortos, intensos como nunca, plenos de significado, de trascendencia. El poeta busca poseer y ser poseído “Profundamente, desde mi ambición a ti / tenerte a mi lado es no tenerte./ Quiero todo. Lo imposible”. Poemas que llegan a ser instante, concepto; alma que desea no el contacto, no la imagen, no la rosa, sino entrar, penetrar en el misterio de la serenidad y de una aceptación inacabada -“me convertiré en un pozo quieto que no va ni viene”, dice en el poema que dedica a Min Yongtae, poeta coreano- aunque en ese camino, abierto a los abismos, queden rastros de fatiga, de dolor, y sea preciso despojarse del deseo bastardo y la impureza, del ahogo de la cotidianeidad. O de la tentación de las ambiciones.

Con la palabra encuentro titula Miguel Galanes la parte final del poemario, la más amplia, compuesta por 33 poemas, en ella, el poeta continúa deseando “estar inmóvil, con mis ojos limpios / en la verdad más pura” pero a los ojos del lector parece dominada por el hallazgo de un espacio donde ser, que es algo distinto al lugar donde se permanece o por donde se pasa. El paisaje físico, que el individuo se ve obligado a habitar, es transformado por el poeta, al percibir lo que hay en él de permanente, en espacio donde quedarse siendo en él, formando parte de su naturaleza. Es la intención de ser raíz, memoria de la vida, ante el caos cíclico de las hojas que el viento, léase el mundo, no deja de agitar en su fugacidad. Todo es más necesario y más único cuanto más sencillo se nos presenta; hay en esto la horaciana reflexión, “todo está aquí, contemplándolo los ojos / que lo miran, sin voz ni cambio alguno / en su movimiento, una y otra vez”, la estoica voluntad de Marco Aurelio: somos parte de partes, infinitud, una mañana de libertad que se despierta; pero también la aceptación de que somos “la sangre coagulada y la ceniza en el fondo de la copa”.

Recorrer con lentitud “La vida por dentro” es acompañar al poeta en el sendero que busca el equilibrio, la vertical del fiel en esa balanza existencial que compara lo vivido con la espera; seguirle hasta el alcance místico de la quietud en la contemplación, camino único para despojar a la esencia de sus circunstancias.

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IMPOSIBLE

El espacio que ocupas
te viste de cristal.

Libre
como el aire, escapas,
te alejas tras haberte
llamado.

Y te encuentro,
realidad desnuda,
inaprensible como la niebla en el mar.
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lunes, 30 de marzo de 2009

Federico Gallego Ripoll


(Publicado en Lanza. Extra de Navidad 2007. Con motivo de la edición en dicho año de "Los poetas invisibles (y otros poemas)" que obtuvo el premio Alarcos LLorach).

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La poesía de Federico es una isla poblada de archipiélagos, es un mar reflejado en sus fragmentos, en las múltiples formas de sus identidades. Una voz sobre agua, cuya deriva no deja de atravesar nuestra llanura. En contraste con Pedro y con Miguel, parece en constante vigilia creativa. Es un poeta que parece abocado a la poesía, su isla, a la que necesita poblar con sus poemas para poder recorrerla desde su invisibilidad. Un poeta que indaga lo que de vivo tienen las cosas. Un poeta que palpa, que se deja impresionar, provocar, casi religiosamente, por la luz y la piedra, por el aire y el vuelo, por los libros, por la gente, por la madre y la infancia, por el yo o los yoes, por el otro o los otros. Un poeta que es siempre “hombre en mudanza”.

Es habitual en la voz del poeta la compleja armonía de sus símbolos, también la serenidad de su discurso. Hay, así mismo, una búsqueda de nuevos caminos en el lenguaje poético, riesgos calculados, experiencias, espacios novedosos para el juego, tanto en lo fónico – aunque hay más de esto en “La torre incierta”, su anterior libro- como en la construcción sintáctica; y todo sin alejarse nunca, nunca, de la claridad.

Pero ¿es Federico un poeta invisible como sarcásticamente insinúa en el poema inicial de su libro? Habría que contestar que sí, o casi. No para sus lectores, claro, pero es evidentemente que la inexistencia de un aparato crítico riguroso que singularice la obra de un poeta - en lugar de intentar encuadrarlos en rebaño, o en flotas, donde tanto el poeta como el crítico se sientan seguros y protegidos- es la responsable de que muchos poetas necesarios padezcan semejante mal. A lo que añadiríamos nosotros la pertenencia a una tierra incapaz no ya de levantar sino ni tan siquiera de sostener a sus creadores. Haber nacido en una tierra tan hermosa, tan recia, pero con una identidad tan desvaída tiene tales consecuencias.

“Los poetas invisibles (y otros poemas)” es una introspección, una mirada profunda del poeta sobre sí mismo. A veces explícita, como en los poemas que titula autorretratos, pero que continúa en la diversidad de personajes que desfilan, tanto masculinos como femeninos, - impresionan “La lavandera”, “La mujer inmóvil”- y que no son sino “otros” en donde también mirarse, haciéndoles hablar, escuchándoles, acogiéndolos, siendo ellos (hay algo en esto de técnica cubista, al hacer simultáneas las distintas perspectivas del que mira, del que cuenta). Y es también un poemario amoroso – “No se regresa del amor./ Ningún lugar tiene retorno”- serena y delicadamente amoroso, dominado por el sentimiento de entrega como lugar de encuentro de los amantes “llevas mi vida entre tus manos/ y nadie se da cuenta de ese brillo”. Gallego Ripoll experimenta a lo largo del poemario, voces, máscaras, obsesiones: confiado, oscuro, secreto, absorto, cierto, equivocado... que no son sino escenarios, calles por donde transitar hasta cruzarse con el yo buscado, hasta verlo cada vez más desnudo “Abro el libro en penumbra para no/ ver mi cuerpo desnudo reflejado”, cada vez más lejos de lo que fue, más solo con el amor, tan asustado como dichoso de ser único don: “nací de ti, de ti moriré, de ser tanto en tus labios”.

El poeta hace descansar sus poemas sobre cosas, sobre seres concretos, tangibles, para a partir de ahí provocar la emoción. Su poesía se dirige, con preferencia, a la emotividad intelectual del lector, a quien pretende sorprender y conquistar mientras dura su juego poético, hacerle partícipe de las fugaces motivaciones que le incitaron a comenzar el poema – “Viene la brisa; y sé que soy el campo,/ y me callo para que nadie sienta/ deseos de usurpar mi tanto gozo” -, cómplice de su reflexión, aventurero en las nunca cerradas conclusiones. Una poesía que partiendo de los sentidos acostumbra a busca la complicidad; tanto en nosotros, sus lectores, como en el otro que en él habita.
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LOS POETAS INVISIBLES
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Los poetas invisibles
escriben poemas invisibles
con palabras invisibles
sobre cuadernos invisibles.

Hay lectores invisibles
que les regalan sus ojos invisibles
y estantes invisibles
sobre los que descansan sus sueños invisibles.

Reciben premios invisibles
y aceptan las críticas invisibles
que a veces subrayan la evidencia
de su absurdo intento de visibilidad.

Pero a nadie privan de su sitio,
su ventana o su columna:
nadie habrá de preocuparse
de retrasar su camino por ellos.

Porque también tienen vendas invisibles,
quirófanos invisibles
y sufridos enterradores invisibles
que, tras cumplir con su trabajo,
beben a su salud en tabernas invisibles,
de regreso hacia sus casas invisibles.